Mis malas calificaciones pasaron factura. Durante aquellas cortas vacaciones habría de trabajar como un operario más en la empresa de transportes de mi padre. De recadero, pagando y cobrando facturas, atendiendo el teléfono… y todo lo que se terciase en una jornada laboral de ocho horas.
"Vas a saber lo que cuesta ganarse el pan", me había repetido una y otra vez mi padre. Bueno, eso de ganar no iba conmigo en aquel trance. Ni un céntimo percibía por mi faena, así que yo me las ingeniaba (había aprendido de mi madre, gran maestra del enredo) para sisar algún dinero en la caja que yo mismo administraba. No sabía papá que había puesto al zorro a guardar el gallinero.
Aquella tarde, cuando me disponía a cobrar mi "sueldo" del montón de billetes que mi padre guardaba, sin demasiado control -todo hay que decirlo- en el cajón de su mesa de oficina en el garaje, tropecé con varias cajas de condones. ¿Para qué querrá papá los preservativos en la oficina?, pensé mientras apresuradamente sustraía la paga del día. Me sobresaltó a mis espaldas una voz desde la puerta. Era Tony.
-Oye, chaval, ya sabes que tu padre ha decidido que mañana te vienes de "grumete" conmigo a un viaje de dos días.
-¿Cómo? ¿Qué voy a tener que acompañarte en el camión?
-Efectivamente. Salimos a las siete de la mañana. Y ponte ropa de trote, que vas a currar como una bestia.
A las seis y media de la mañana ya estaba desayunado, duchado y vestido de faena. Mis padres y hermana dormían como marmotas. Ni tan siquiera se molestaron en despedirme en aquel primer viaje mío como auxiliar de camionero, que a mí me producía bastante inquietud. Y máximo, por ir acompañando a Tony, al que no podía ver a los ojos desde que se folló a mi madre. Solo en pensar que había de compartir horas y horas en la cabina del camión y una noche de alojamiento en un hostal de carretera, seguramente compartiendo habitación, me ponía de los nervios.
Y así fue que con la salida del sol Tony y yo estábamos enfilando aquella carretera de mala muerte con un camión cargado de conservas vegetales de todo tipo, rumbo a la gran ciudad. El joven chófer es hombre de pocas palabras; entre canturrear y beber sus cervezas frías transcurría parte de su tiempo. Yo contemplaba el paisaje y de vez en cuando me asaltaban las imágenes que había visto en el espejo del armario desde mi escondite bajo la cama aquella tarde especial. No tardé en empalmarme al reproducir la escena de aquel gañán taladrando el coño de mi madre mientras esta pedía más y más poronga. Llevaba mis manos a la entrepuerta para disimular mi erección, pero Tony pronto se percató de ello.
-¿Estás excitado, Álex? Yo a tu edad estaba siempre más salido que un mandril. Me mataba a pajas.
Callé. Quería desviar la conversación pues había en mí una especie de rencor y satisfacción que no acababa de asimilar. Me excitaba el hecho de que aquel bruto hubiese hecho gozar a mamá como una perra, pero también me enojaba el empoderamiento de un simple empleado ante su jefa y su convencimiento de que mi padre no era capaz de satisfacerla como él.
-¿Has follado alguna vez, Álex?
No respondí. Me molestó la pregunta pero más la respuesta que tendría que darle: no. Intuyó la respuesta.
-Pero habrás visto a alguna vez a una mujer desnuda. Una mujer de verdad, vaya, no en internet o revistas guarras…
El silencio por respuesta. Me tumbé en el asiento, simulando querer dormir. Pero él seguía con su cantinela.
-¿No has visto a mami desnuda?
-No me dedico a espiar a mi madre -mentí.
-Tú te lo pierdes. Seguro que tiene un cuerpo soberbio con ese culo y esas tetas de actriz porno. Aunque está algo rellenita está para comérsela. ¿Cómo tendrá la conchita?
Hasta aquí hemos llegado. El muy truhan me sonríe con picardía y complicidad.
-Cómo tiene el coño es cosa de ella… Y de mi padre.
-Me lo imagino peludito -siguió hablando mientras adelantaba a otro vehículo-. Aunque a mí me gustan rasurados, que dejen ver bien la rajita.
-¡Calla, hijo de la gran puta! No te permito que hables así de mi madre -le dije, largándole un golpe en la cara, que casi le hace perder el control del volante.
-Tranquilo, tranquilo, colega, que estamos hablando entre hombres.
-Pues no me gusta la conversación. ¿Por qué no hablamos de tu puta madre?
-Quizás te gustaría más si supieras que la semana pasada me la follé en tu casa, nada menos que en su cuarto, en la misma cama matrimonial donde duerme junto a papaíto. Y para tu información te diré que tiene una buena mata de pelo en el chocho y le gustan más las pollas grandes que comer con las manos.
Iba a incorporarme para largarle otro puñetazo cuando añadió.
-Y para que veas que no miento, te diré que en la mesita de noche hay una caja de condones tamaño normal de tu padre -dijo mientras se carcajeaba.
-Sea cierto o no, le contaré todo a mi padre. Te echará de la empresa después de romperte la cara.
-¡Jajaja! Como las ostias que me dé sean del tamaño de su polla, me van a parecer caricias.
-¡Para el camión, que te las vas a ver conmigo, malnacido!
-Tú no le dirás nada a papi. Unos cuernos no le sientan bien a nadie. Y tampoco que se divulgue que tiene un micro pene… Y que su mujer es una zorra. Tú callas y yo callo.
-¿Por qué he de callarme yo, cabronazo?
-El único cabrón aquí es tu padre. Callarás porque con esta información puedes controlar a tu madre, si lo deseas. Y también pondrás cremallera en tu boquita porque sé que le estás robando dinero de la caja a tu padre. Lo sé porque te he visto hacerlo ayer, y no eran cuatro céntimos precisamente. Tú callas y yo callo.
(Continuará)