Los primeros rayos de sol asomaban con fuerza en la habitación, eran las 7 de la mañana. Hoy, mi amada Belén y yo iniciaríamos nuestra escapada a la casa de campo. Confieso que estaba muy nerviosa y expectante ante la oportunidad de disfrutar de ella para mí sola. De estar juntas y compartir nuestro tiempo. ¿Sería capaz de dar el paso y seducir a mi hija? O, por el contrario, seguiría reprimiendo mis deseos y sentimientos por ella como llevaba haciendo ya tanto tiempo. Pronto saldría de dudas…
El silencio reinaba en la casa. Belén seguro seguía dormida, ni una bomba nuclear conseguiría despertarla. Era una auténtica dormilona. Una dormilona preciosa…
Ella era mi primer pensamiento al despertar. De manera inmediata mi libido se activaba y comenzaba a acariciar mis abundantes senos. Mis pezones oscuros se convierten en dos titanes erectos, mi respiración se acelera y mis labios pronuncian su nombre desesperadamente.
—Belén mi amor —te deseo tanto…
Mi vello púbico está empapado y mis dedos invaden mis labios vaginales saciando mi deseo. Froto mi clítoris una y otra vez. Mi cuerpo se arquea de placer y mis labios no pueden contener mis gemidos…
—Ah mi amor.
El orgasmo se acerca y mis manos aceleran sus acometidas. Mi vagina es un mar de fluidos y el roce de mis dedos emite un sonido húmedo y repetitivo. Mi cuerpo se crispa y de mi esfínter emana un hilito constante; mezcla de orina y fluidos que me hace estremecer de placer. Sin poder evitarlo, emito unos grititos que aumentan mi disfrute ante el temor a ser escuchada por mi hija…
—Ah, si joder, qué bueno… Ah, oh, uf…
Después de darme una ducha, bajé a preparar algo para desayunar. Lo hice en camiseta sin sostén y en bragas negras con encaje que permitían a mi vello púbico ser divisado con nitidez. Quería mostrarme más sexy ante mi hija Belén. Quería comprobar si se fijaba en mi cuerpo o si, por el contrario, se mostraba completamente indiferente ante él.
Para mi sorpresa mi amor ya estaba desayunando. Vestía unos leggings negros que permitían divisar su ropa íntima. Era una de las prendas con las que más disfrutaba ver a mi hija. El que se marcasen sus bragas a través de su pantalón me excitaba sobre manera. Mis bragas, recién puestas tras mi baño, ya lucían completamente encharcadas, empapadas, húmedas de deseo.
Lucia, una camiseta blanca con tirantes que dejaban contemplar sus brazos y el color negro de su sostén; a la vez que sus axilas depiladas que tanto deseaba oler y lamer…
—Buenos días, mamá, ¿Cómo dormiste? Hoy me toco a mí preparar el desayuno —saludo Belén emitiendo esa sonrisa tan dulce y a la vez sexy que me vuelve loca.
—Buenos días, mi amor, descanse muy bien, gracias. Amanecí feliz y el día comenzó de forma maravillosa— sonreí yo con mirada cómplice.
—¿A si? Y ¿Eso? ¿Cómo comenzó?
—Nada cielo son cosas mías, apresurémonos a desayunar, son dos horas de viaje hasta la casa de campo y debemos aprovechar el día ¿Sí?
—Tienes razón mama.
Las dos horas de viaje transcurrieron amenas y llenas de momentos de complicidad entre nosotras. El día acompañado de un hermoso sol y una ligera brisa marina resultaban hermosos.
Con el equipaje ya desempacado y todo acondicionado, Belén me propuso dar un paseo por la playa hasta la hora de comer.
Nuestra casa estaba solo a cinco minutos de la misma. Era una pequeña cala, muy poco visitada en esta época. La marea estaba baja y nos permitía pasear y disfrutar de la finura y suavidad de la arena; propia de la costa Cantábrica.
—Mamá, gracias por esta escapada a la casa de campo— dijo Belén tomándome de la mano y fijando sus bellos ojos azules en mí.
—De nada mi amor, que pasemos tiempo juntas, es lo más importante para mí. Eres lo que más amo— respondí perdiéndome en la profundidad de sus ojos.
—Uf mama, nadie nunca me ha dedicado palabras tan hermosas. Me haces sentir especial. Gracias, tú también eres lo que más amo— contesto Belén dándome un abrazo y besándome en la mejilla.
Mi corazón se aceleró. Sentir la suavidad de sus labios contactando con mi piel, sus tiesos senos apretarse con los míos; y su perfume invadiendo mis pulmones produjeron en mí tal estado de excitación que mis manos no pudieron evitar acabar sobre sus glúteos.
—Perdón mi cielo, no sé por qué hice eso— me disculpe nerviosa mientras permanecíamos aún abrazadas.
—No pasa nada, mamá— respondió mi hija con una sonrisa mirándome a los ojos apenas a unos centímetros de distancia.
Por un instante creí verme capaz de besarla apasionadamente. De devorar su boca y sentir su sabor… Pero no fui capaz. Nuestro paseo por la playa continuo tomadas de la mano y comentando trivialidades hasta el momento en que decidimos regresar a casa y comer algo; luego echar una pequeña siesta, pues el viaje, aunque no fue muy largo, había producido en nosotras cierto cansancio.
La comida resultó rica y ligera, y acompañada por una pequeña siesta hizo que me levantase con ánimos y energía acrecentadas. Me apetecía invitar a cenar a Belén y después tomar algo en los locales nocturnos del pueblo cercano.
—Cariño, ¿te falta mucho?
—Ya voy mamá, enseguida estoy lista— respondió mi hija.
Eran las siete y cuarto de la tarde y mi amor Belén, como siempre que salíamos juntas, me hacía esperar. Yo me había adecentado rápido. Llevaba un vestido hasta los tobillos de color negro y la chaqueta fina y blanca que permitía mostrar mi abundante escote. Mi cabello rubio estaba recogido en un moño que reposaba sobre la parte superior de mi cabeza, proporcionándome un aspecto más juvenil y desenfadado. Por fin, Belén apareció en el salón, donde yo esperaba sentada fumando un cigarrillo.
—Ya estoy lista mama, ¿Cómo me ves?
—Preciosa tesoro— conteste yo con devoción.
Lucia una camiseta ajustada de color negro con un escote generoso. Sus pezones lucían altivos a través de la tela. Los leggings blancos que vestía definían perfectamente su cuidada figura; y permitían adivinar sus labios vaginales, haciendo de ella una mujer tan deseable…
Por unos instantes sentir darme vueltas la cabeza. Logre recobrar la armonía y salidos de casa rumbo al restaurante.
Eran las siete treinta de la tarde. El sol aún lucia altivo, y mi Belén y yo nos disponíamos a disfrutar de una velada que, al menos yo, deseaba fuese fructífera e inolvidable.
Tras unos minutos empleados en tomar una copa de vino, el camarero nos invitó a pasar al comedor y disfrutar de nuestra cena. Durante la misma todo transcurrió sin nada destacable. Conversamos amenamente de cosas de nuestra vida diaria, familia y de lo felices que éramos siempre que veníamos al pueblo. Hubiese pasado horas en compañía de mi amor, de mi hija Belén…
—Mi amor había pensado que podíamos ir a tomar una copa antes de volver a casa— sugerí con voz melosa y ávida de encontrar complicidad en ella.
—Me parece una idea fantástica mama— contesto Belén posando su mano sobre la mía con actitud de aceptación y dulzura.
Sentir el contacto de su piel con la mía a través de nuestras manos produjo en mí una inmediata sensación de excitación. Note mi ropa íntima encharcada, y en mi rostro un calor que no recordaba desde mis tiempos de adolescencia. No quería que ese momento terminase nunca. A la vez que sentía su mano sobre la mía, nuestras miradas se cruzaron. Y tuve la sensación que mi hija, en ese momento, me leía la mente y conocía mis sentimientos. No fui capaz de aguantarle la mirada y llamé al camarero para pedir la cuenta y así salir de ese momento tan tenso.
La noche era hermosa, el cielo despejado y ya de noche ofrecía un espectáculo divino. Las estrellas eran el colofón a un día que ya terminaba y daría paso a una noche larga e inolvidable…
—Mamá, esta es nuestra tercera copa— exclamo Belén con ánimo dulce y suplicante.
—Los sé cariño, estamos de vacaciones y no tenemos por qué madrugar mañana.
—¿Tienes miedo a emborracharte y que me propase contigo? Ja!
—Uf… ¡No ja ja! Sé que eres una dama y me llevarías a casa y me acostarías en mi cama.
—Oh gracias ji ji… Veo que tienes un buen concepto de mi cariño. Pero no olvides que no soy de piedra, ja!
—A ¿Sí? Y ¿Qué me harías? Si se puede saber— pregunto Belén haciendo gestos con su risueña y hermosa faz.
—Uf Belén mi cielo, de todo— respondí yo instintiva e inconscientemente…
Un incómodo silencio se apoderó del momento a la vez que mi hija tomaba un trago de su gin tonic y su mirada parecía buscar un lugar donde evadirse. Intentando salir de ese momento de tensión sexual, al menos por mi parte, tome la mano de Belén y la sugerí que bailásemos antes de volver a casa.
Pasaron los minutos y tras varias canciones, bailes, sonrisas y miradas consideramos ya era la hora de regresar a nuestra casa.
Hacía una temperatura fantástica, La luna brillaba de forma intensa y hacía de la anoche algo muy agradable. De camino a nuestro auto Belén me tomo del brazo. Me encantaba cuando lo hacía, Me hacía sentir plena. Entramos en el automóvil y nos abrochamos el cinturón de seguridad.
—Quisiera que esta noche no acabase nunca— comento Belén con voz segura y suave.
—Ni yo mi amor, cuando estoy contigo todo es armonía en mí— respondí con absoluta franqueza y veneración.
—Mamá, qué cosas me dices, harás que me sonroje— replico Belén mirándome fijamente a los ojos.
—Cielo, si supieras lo que me haces sentir cada segundo que pasamos juntas— conteste a la vez que mi mano acariciaba su mejilla.
—Quisiera que esta noche no acabase nunca— comento Belén con voz segura y suave.
—Ni yo mi amor, cuando estoy contigo todo es armonía en mí— respondí con absoluta franqueza y veneración.
—Mama que cosas me dices, harás que me sonroje— replico Belén mirándome fijamente a los ojos. —Cielo, si supieras lo que me haces sentir cada segundo que pasamos juntas— conteste a la vez que mi mano acariciaba su mejilla. —Mama ¿Cómo es que nunca me dijiste nada? Sabes que te adoro y siempre será así… Dios mío todo esto es tan increíble- —Por miedo a que te alejases de mi tesoro. A que pensaras que era una mala madre, una loca pervertida— respondí casi con lágrimas en los ojos.
Belén tomo con sus manos mi cara y me beso. —Jamás me apartaría de ti mama, eres todo para mí y lo sabes— Se acercó más a mí y continuamos besándonos apasionadamente como dos adolescentes. Mi excitación era tal que no perdí ni un segundo en meter mi mano dentro de sus leggings buscando su ropa interior. Pocos segundos después alcance su caliente y empapado pubis, pues Belén no ofreció ningún tipo de resistencia. A la vez que nuestras bocas se devoraban la una a la otra; mi mano masturbaba a mi hija centrándose en su hinchado clítoris. Sentía la humedad de sus fluidos en mis dedos, produciéndome ansiedad por penetrarla con los mismos. —¿Te gusta mi amor?
—Si mama, fóllame con los dedos. Hazlo antes que me arrepienta de esta locura— suplico mi Belén con voz entrecortada. —¿Así?— pregunté yo a la vez que dos de mis dedos profanaban su chorreante y peluda cavidad. —Si mama no pares que me voy a correr— contesto su boca cerca de mi oreja. Acelere mis embestidas. Quería sentir su orgasmo. Quería tener su corrida en mis dedos… —¡Ah!, ¡Oh! ¡Joder mama me corroo!!! ¡Ah siiii!!
Fue increíble como su cuerpo se arqueaba, sus espasmos eran incontrolables; y su ropa interior, a la vez que mis dedos, un auténtico mar de fluidos. Su orgasmo duro al menos medio minuto. Yo, mientras mi hija seguía con sus espasmos y jadeos incontrolables, olía mis dedos para disfrutar el aroma de mi amada. Me coloqué la ropa desabrochada producto de las caricias y magreos de Belén y seguidamente mese mi cabello lo mejor que pude mirándome en el espejo retrovisor. —¡Dios mío! Lo puse todo perdido, me siento avergonzada— comento mi hija mientras se colocaba la ropa y tocaba el asiento con su mano comprobando lo mojado que estaba… —No te preocupes mi amor, lo limpiaremos— conteste acercándome a ella y besando ligeramente su boca. —Llévame a casa mama, quiero darme un baño y cambiarme… —Si tesoro mío ya es tarde— asentí acariciando su hermoso rostro.
De camino a casa apenas intercambiamos palabra alguna. Más bien, solo fui yo quien intentaba sacar algún tema de conversación para hacer menos tensa la singladura que nos llevaría a nuestra casa. Afortunadamente, eran quince minutos de viaje, aunque parecieron más. Al entrar en la casa, Belén se dirigió a la habitación para buscar la ropa con la que dormiría tras tomar su baño, y yo, me dirigí a mi habitación. Ambas en silencio y sin saber qué decir… Una sensación de vértigo e incertidumbre me acompañaban en aquel instante. ¿Cambiaria nuestra relación lo que había ocurrido entre nosotras? ¿Belén correspondería a mi amor o solo fue un calentón para ella? Me quedé dormida, echa un mar de dudas, miedos y preguntas sin respuesta, a la par que con la sensación de haberme quitado un gran peso de encima. Mi hija Belén ya sabía lo que yo sentía por ella. Además habíamos tenido un encuentro sexual y muy satisfactorio…
A la mañana siguiente desperté y todo estaba en silencio. Mire el reloj y eran las diez y veintisiete. Me extraño que Belén no me hubiese llamado; pues está acostumbrada a que yo sea la que madrugue. No le di demasiada importancia y me incorporé buscando el baño para hacer el primer pis del día. Me limpié y asee un poco y me dirigí a la cocina. —¡Belén cariño! ¿Por qué no me has despertado?— No encontré respuesta por su parte y empecé a preocuparme. En la mesa de la cocina había una nota. Sin duda reconocí la letra de mi hija, me senté y comencé a leerla:
«Hola mama, en el momento de leer estas líneas ya me habré ido. Lo que ocurrió anoche es algo muy fuerte y necesito pensar. No me arrepiento, pero creo que ambas debemos reflexionar sobre ello en soledad. Cuando llegue a casa te mandaré un mensaje al móvil para que sepas que llegue bien a casa. No creas que te juzgo, o que pienso algo malo de ti. No estoy huyendo, lo que te dije anoche lo mantengo; pero necesito estar sola y reflexionar. Te quiero Helena.» Nunca me había llamado por mi nombre. Era la primera vez que lo hacía. En ese momento no sabía muy bien cuál era el motivo… De mis ojos marrones comenzaron a brotar las lágrimas. Cada vez de forma más intensa y acompañadas de unos sollozos inconsolables. Solo el abrazo de Belén, de mi hija, a la cual amaba como mujer, podría hacerlo…
Continuará…