Mi nombre es Helena, y soy una madre soltera de 49 años. No busco que se me entienda ni pretendo justificarme; simplemente deseo contar mi historia con mi hija Belén.
Vivimos en una hermosa ciudad costera del norte de España, cuyo nombre omitiré, pues deseo que esta historia sea lo más anónima posible. Soy una mujer de tez aceitunada, cabellos rubios y ojos marrones. Mido 1’75 cm y tengo unos senos grandes aunque algo caídos. Mis pezones son gruesos como granos de café y mis aureolas anchas y oscuras.
Me considero una mujer muy fogosa y amante de las mujeres… Sí, soy lesbiana. Aunque mi profesión es la de médico, no ejerzo, vivo, de la sustanciosa herencia que me dejaron mis padres; ambos pertenecientes a ricas familias de la comarca.
Mi hija Belén vive conmigo. Tiene 19 años y es estudiante de medicina. Su cabello es castaño y es más baja que yo. Mide 1’70 cm, ojos azules, pechos medianos pero bien tiesos… Es preciosa y muy buena, siempre me dice que soy su referente; y es muy cariñosa y atenta, todo un amor…
Nunca tuve relaciones con hombres, aunque siempre tuve el deseo de ser madre. Acudí a una clínica de fertilización y decidí ser madre con el esperma de un donante anónimo. Lo que nunca pude imaginar, es que mi hija llegase a ser no solo la persona que más quiero en este mundo, sino también la mujer de la que me enamoraría como nunca lo hice con nadie…
Ya no recuerdo cuando me empecé a enamorar de ella. Creo que fue poco a poco, y a partir de que se hizo mujer. Su manera de ser: su dulzura, su cuerpo, su voz… Cada minuto que pasábamos juntas era puro deseo y excitación por mi parte. Tenemos tanta complicidad y pasamos tanto tiempo juntas… Pero, ¿Como decirle lo que siento por ella? ¿Como reaccionaria? ¿Se alejaría de mí? Dios mío, ¿Por qué tuve que enamorarme de ella?
Después de mucho reflexionar sobre mis sentimientos por Belén, decidí que debía ser valiente e intentar seducirla. La amaba y hacerla el amor era lo que más deseaba. Cuando bajaba a desayunar en ropa íntima y sin sostén marcando sus pezones, yo no podía hacer otra cosa que mojarme toda. Incluso llegué a correrme en alguna ocasión.
En el instante de escribir estas líneas, los primeros rayos de sol mitigan la soledad de mi habitación; anunciándome la proximidad de la hora del desayuno. Ese grato momento en el que podré disfrutar de la figura de mi amada, la cual para mí es como la de una diosa en la Tierra…
— Buenos días, mama
— Buenos días, mi amor, ¿Café y tostada?
— Sí, por favor, responde Belén con voz dulce y suplicante.
Mi corazón comenzaba a acelerarse como cada vez que mi Belén compartía tiempo conmigo. Ya no soportaba más esta situación. Debía hacer algo para olvidarla como mujer; o, por el contrario, dar un paso adelante y conseguir lo que más anhelaba, ser amantes.
— Cariño, he pensado que podíamos pasar el fin de semana en la casa de campo; ¿Te parece bien?
— Sí, mama, no tengo ningún plan y sabes que adoro ese lugar. Además, podemos salir y pasar tiempo juntas paseando por la playa.
— Claro mi amor, respondí yo.
— También podríamos cenar en algún restaurante del pueblo. Adoro la comida de ese al que me llevaste una vez; como se llamaba ¿El Llagar?
— Sí, así es mama. Iremos si tú quieres, lo pasaremos genial; respondió Belén risueñamente.
Mi amor había bajado a desayunar en camiseta y braguitas. No llevaba sostén y sus pezones se mostraban desafiantes debajo de la tela. Sus bragas eran verde claro y la finura de su tela permitía adivinar la frondosidad de su vello púbico. Yo disfrutaba de su belleza absorta en mis pensamientos y deseos…
— Mi amor mientras acabas tu café iré a darme un baño y luego preparamos el equipaje ¿Sí?
— Ok mama, respondió Belén fijando su mirada en la taza de café, aún humeante y lista para ser degustada.
La templada agua de la ducha recorría mi piel. La imagen de mi hija en el desayuno hacía que mi vagina chorrease ávida de deseo y lujuria. No podía contenerme, mis manos pellizcaban mis pezones haciendo que se hinchasen casi de manera sobrenatural, haciéndome emitir mis primeros jadeos. Tímidos y temerosos de ser descubiertos por mi hermosa hija. Mi mano derecha abandono mis voluptuosos senos y colonizo mi empapado y frondoso coño. Masajeaba mi obeso clítoris proporcionándome una maravillosa sensación de placer…
— Belén mi amor… Pronunciaban mis labios al compás del movimiento de mis dedos, traviesos ellos, ya dentro de mí. El placer y el morbo de mis tocamientos me proporcionaron el primer orgasmo.
— Oh, si Belén, te amo, te amo… Susurraban mis labios… Quede unos minutos exhausta, quieta en mi bañera, absorta en mis pensamientos y convencida de intentar lo prohibido; seducir a mi hija Belén…
— ¿Mama te falta mucho?— Preguntaba Belén desde el pasillo…
Continuará.