Mi madre es lesbiana. Dice que siempre lo ha sido y que nunca tuvo ningún interés en ningún chico, ni siquiera en la adolescencia cuando tenía las hormonas en plena ebullición. Es una persona encantadora; es buena, atenta y justa, pero, a pesar de ello, mis supuestos abuelos no tuvieron ningún problema en despreciarla cuando les dijo que le gustan las chicas. Ese pequeño detalle la hizo caer en desgracia delante de toda su familia ya que se lo contaron a todo el mundo para evitar que alguna buena alma se pudiese corromper si se acercaba a ella. Mi madre lo pasó fatal; aunque eran unos cerdos que no se la merecían, ella los quería y sus desprecios le dolían.
Por desgracia, eso no fue lo único que tuvo que soportar. Por aquella época, se enamoró de una amiga suya. Una amiga que parecía seguirle el rollo y a la que no le importó acostarse con ella. Incluso, decía que quería a mi madre. Sin embargo, cuando todo el mundo supo que es lesbiana, ella prefirió apartarse y buscarse rápidamente un chico. Mi madre dice que hubiese podido comprender que su amiga no quisiera pasar por lo mismo que ella si no fuera porque se sumó también al grupo de gente que se sentía mejor persona por menospreciar a una lesbiana. De esta manera, todas las personas a las que alguna vez quiso terminaron haciéndole daño.
Se mudó de ciudad y empezó una nueva vida en otra donde nunca más volvió a fiarse de nadie. Iba a trabajar, hablaba lo justo con los compañeros y volvía a casa, de la que sólo salía lo justo y necesario. Le dolió tanto lo que le hicieron que no quiso tener más tratos con humanos. Su única compañía fue un loro, un gato y, más tarde, yo. Siempre quiso ser madre y un día que se sentía especialmente triste se preguntó que por qué no lo era. A la mañana siguiente, se fue a una clínica de fertilidad y empezó el proceso para inseminarse artificialmente y tenerme a mí.
Un año después yo ya había nacido y siempre me trató bien. Cuidó de mí y no dejó que por culpa de lo que a ella le habían hecho yo me aislase del mundo. Fui a cumpleaños, tuve amigas y pude traerlas a casa sin que hubiese ningún tipo de problemas. Tuve una infancia de lo más normal con la única y pequeña diferencia que, por mi casa, no pululaba otro humano con polla y mi madre era lesbiana. Ahora soy una chica completamente sana, que ha estudiado y que trabaja para mantenerse y, por esto mismo, me jode muchísimo toda esa gente que no para de joder para que gente como mi madre no pueda criar a niños ni ser feliz. Es algo que no puedo soportar.
Yo, por mi parte, últimamente no he tenido mucha suerte. Hace unos meses pillé a mi novio con otra tía. El muy cabrón aprovechaba las horas en las que yo trabajaba para llevársela a casa y follársela en mi cama. ¡Menudo hijo de puta! Ojalá que algún día tope con una de esas que van por la vida cortándoles la polla a los tíos con los que se acuestan. Así que, estoy como mi madre últimamente, odio a la humanidad. Espero que se me pase pronto porque no quiero terminar mis días sola y amargada.
Mientras tanto, vivo con mi madre y no me explico cómo llegó a ocurrir lo que voy a contaros aquí, no recuerdo lo que pasó por mi cabeza, sólo puedo decir que fue una experiencia genial que aun hoy se repite. Estaba limpiando un armario cuando me encontré con una caja llena de juguetes eróticos debajo de un montón de ropa. Tras la sorpresa inicial, no pude dejar de reírme. Tenía todos los trastos que una solterona puede necesitar para satisfacerse y algunos muy peculiares. El que más llamó mi atención fue un enorme pene de más de dos palmos de largo y tan grueso que no podía rodearlo con mis dedos pulgar e índice. Me pareció inmenso, supongo que porque estaba acostumbrada a la polla más bien pequeña de mi ex, y me picó la curiosidad.
-¡Mamá!
-¿Qué quieres?
-Mira qué he encontrado.
Se puso roja cuando lo vio y empezó a reír.
-Vaya, parece que has encontrado mi tesoro.
-Sí.
Me reí.
-¿Esto cabe ahí dentro?
-Claro que sí. Si tu cabeza cupo, eso también.
Nos reímos las dos un rato más y mi madre, que a veces es una graciosilla, no tuvo otra idea que preguntarme:
-¿Quieres probarlo?
-Sí.
No recuerdo qué me llevó a decir aquello ni qué pasó por mi cabeza. Quizá fuera la curiosidad, el cariño hacia mi madre, la confianza que nos teníamos o las tres cosas juntas, no lo sé. Lo único que sé es que acepté con una enorme sonrisa en los labios.
-Vamos a mi cama.
La acompañé hasta su cuarto y las dos nos sentamos en la cama.
-Lo mejor será que te desnudes.
Hice lo que me dijo y ella se me quedó mirando. Después, me abrazó.
-¡Qué hija más guapa tengo!
Le correspondí el abrazo y seguimos riéndonos las dos.
-Ahora túmbate y abre las piernas.
Me acosté en la cama como ella me había pedido y miró entre mis piernas.
-Creo que tendremos que excitarte un poco porque así no habrá manera. Cierra los ojos.
Los cerré y noté como mi madre acariciaba mi pecho. Deslizaba sus dos manos por entre mis tetas y después dejaba que cada una de ellas palpase mis pechos, que son algo pequeños pero muy respingones. Me gustó el tacto suave de sus dedos y no dudé en decírselo.
-Me gusta mucho, mamá.
-Aun te gustará más.
Sus manos dejaron mis pechos y empezaron a bajar hasta llegar a mi tripa, que también acarició. Jugó en mi ombligo con uno de sus dedos y siguió bajando hasta llegar al comienzo del vello púbico. Después paró y noté como se recostaba sobre mí y comenzaba a recorrer con su lengua el camino que antes habían llevado a cabo sus manos. Aquello me calentó, el tacto suave, caliente y húmedo de sus labios y su lengua me resultaban muy excitantes. Bajó por mi esternón, recorrió mi pecho derecho, chupó el pezón y repitió el proceso con el izquierdo. Aquello era el paraíso.
A continuación, bajó también por mi estómago y llegó a mi tripa donde metió la lengua en el ombligo. Me hizo reír porque me había hecho cosquillas. Siguió bajando dándome suaves besos a lo largo de la barriga hasta llegar al comienzo de mi pubis. Sin embargo, no paró esta vez y su línea de besos terminó justo en mi entrepierna con uno en el que se recreó especialmente. Un escalofrío recorrió mi espinazo de la impresión. No tuve dudas, quería que aquello pasara.
Mamá introdujo su lengua dentro de mí, pero sólo fue la puntita ya que estaba siendo muy delicada. Su lengua se deslizó a lo largo de toda mi raja, ensalivándome bien por dentro. Cuando consideró adecuado, con sus dedos separó mis labios y dejó que su lengua llegase más adentro. Chocó contra mi clítoris que masajeó durante un buen rato causándome grandes oleadas de placer. ¡Menuda delicia! Después, bajó de mi clítoris y lamió la entrada de mi vagina. Su lengua se hundió todo lo que pudo en mis profundidades donde masajeó cada uno de los centímetros cuadrados de piel a los que podía llegar. A los pocos minutos, dejó el interior de mi vagina y volvió a lamerme el clítoris. Sus dedos ocuparon su lugar y pronto uno se aventuró más allá de donde su lengua había llegado. Acarició con él la pared superior de mi cavidad e inició un suave y lento mete y saca que me mataba del gusto.
-Ya estás lista. Ahora relájate.
Mi madre abrió uno de los cajones de su mesita de noche y sacó un bote de crema con el que untó por completo el falo de plástico. Lo restregó suavemente por mi vulva como si me lo estuviese presentando y luego lo llevó a mi agujero. Lo puso en posición y empezó a hacer presión de manera que entrase poco a poco. No tardé mucho en sentir por completo lo grande que era y la verdad es que no me dio mucho placer en ese momento. Era muy grande y, aunque no me dolía, me hacía sentir algo incómoda. De todas formas, no dije nada y mi madre siguió metiéndomelo hasta lo que consideró la profundidad adecuada. Esperó un poco y comenzó a sacarlo lentamente sin dejar que se saliese del todo. Después lo volvió a meter para volver a sacarlo a continuación. El ritmo al que lo hacía fue aumentando a medida que pasaba el tiempo hasta que empecé a sentir placer. Primero, fue un poco, pero éste aumentó hasta que la sensación de incomodidad fue completamente sustituida. Aquello empezó a gustarme bastante y no dudé en hacérselo saber a mi madre.
-¡Qué gusto, mamá!
-Sabía que te gustaría.
Abrí los ojos y le miré la cara. Me estaba sonriendo con la misma sonrisa que ponen todas las madres cuando están satisfechas por alguna cosa pero, a pesar de ello, esa sonrisa no era capaz de ocultar la lascivia que había en sus ojos. Mi madre debía llevar mucho tiempo sin tener ningún tipo de contacto sexual y penetrar a su hija con un pene de plástico tenía que ser de lo más excitante para ella.
No se conformó con utilizar la superpolla para darme placer y pronto se sumó ella misma a la tarea. Agarró el trozo de plástico de manera que no le estorbase, se inclinó sobre mi entrepierna y lamió animosamente mi clítoris. ¡Qué placer! ¡Nunca! y lo repito ¡nunca! mi novio y me había hecho sentir algo así. Era tan placentero que no tengo palabras para describirlo.
Mi madre no paró de hacerme ninguna de las dos cosas. Metía y sacaba el pene de mi vagina a buen ritmo sin llegar a ser frenético. El plástico rozaba toda la piel de mi interior haciéndome sentir bastante placer. Al mismo tiempo, su lengua lamía y relamía cada uno de los pliegues externos de mi vulva y se recreaba especialmente en el bulto más sensible aportándome también placer. Las dos cosas juntas me hacían ver las estrellas más bonitas que jamás he visto.
Pronto el placer se hizo aún más intenso. Ya no era un placer suave sino que era como si todo el que había sentido hasta ese momento se hubiera acumulado dentro de mí y estuviera pugnando por salir de la forma más violenta. Empecé a sentir mucho calor y empecé a sentir la necesidad de gemir. Aquello era tan intenso que no podía controlar mi propio cuerpo. Agarré los pliegues de la sábana y los apreté. ¡Algo iba a explotar! Todos mis músculos se tensaron y el placer se desbordó por mi cuerpo. ¡Menudo gusto! Nunca antes había sentido nada que fuese tan placentero ni que durase tanto. Mi madre era toda una artista del sexo.
-¿Estás bien, hija?
-Sí.
-Voy a sacártelo, relájate.
Seguí tumbada sobre la cama y mi madre sacó con mucho cuidado el consolador de dentro de mi vagina. Después, me incorporé y la abracé.
-Gracias mamá. Me ha gustado mucho.
-De nada hija.
Continuamos abrazándonos y tomé una decisión, yo también le daría placer. Nunca antes había hecho nada con ninguna chica, ni siquiera se me había ocurrido, pero era tolerante por haber crecido donde lo había hecho y quería mucho a mi madre.
-Túmbate mamá.
-Mi vida, no tienes por qué hacerlo.
-Lo sé, pero yo quiero.
Y, sin darle posibilidad de réplica, yo misma la empujé sobre la cama y la tumbé. Ella seguía vestida así que me abalancé sobre la cremallera del pantalón que llevaba puesto y se lo desabroché. A continuación, le saqué los pantalones y pude ver que tenía las bragas completamente manchadas por sus propios fluidos; mamá no iba a necesitar ayuda para excitarse. Saqué sus bragas y vi por primera vez su coño abierto cuya visión no me atrajo mucho. De todas formas, estaba decidida a devolverle a mi madre lo que me había dado y, sin ningún tipo de reparo, llevé uno de mis dedos a ese lugar.
El tacto suave, caliente y, sobretodo, húmedo de la vulva de mi madre me dio algo de asco; no era el tipo de cosas que me atraen. Sin embargo, disimulé y seguí con ello ya que había tenido que tocar cosas mucho más asquerosas cuando trabajé de pescadera en un supermercado hace ahora unos cuantos veranos. Deslicé mi dedo intentado que rozase todos los centímetros de su piel y dediqué especial atención a su clítoris. Supe que lo estaba haciendo bien cuando la miré a la cara y vi la expresión de placer que tenía.
Ya estaba lista para dar el siguiente paso y hundí la cabeza entre sus piernas. Tengo que admitirlo, el sabor era repugnante. Mi paladar no estaba hecho para disfrutar con ese tipo de sabores pero hice de tripas corazón y chupé todo cuanto pude. Deslizaba mi lengua de arriba abajo a lo largo de toda su abertura, mordisqueaba su clítoris con mis labios y metía y sacaba un dedo de su vagina. Procuré que ningún centímetro sensible de su piel escapase a mí.
Al poco rato, no sin cierto alivio, dejé de hacer todo aquello y cogí el pene de plástico. Estaba todavía pringoso de mis fluidos y la crema que le había puesto mi madre, pero consideré oportuno añadirle un poco más por si acaso. Pocos segundos después, el pene, nuevamente untado de crema, se deslizaba en el interior de mi madre. Lo hice con mucho cuidado y atenta a su expresión para no hacerle daño y, sin embargo, entré con la mayor facilidad. Pronto pude comenzar a meter y sacar el instrumento y pronto mi madre comenzó a gemir.
A pesar de ello, no me conformé con meterle y sacarle el trozo de plástico y volví a sumergirme en las olorosas aguas de su entrepierna. No hubo suerte y continuó sabiendo mal pero, como la otra vez, seguí con aquello. La postura no era muy cómoda precisamente y me costó un rato coordinarme para hacerlo todo a la vez. Por suerte, pronto lo conseguí y mi madre lo empezó a disfrutar de verdad.
A los pocos minutos, de la misma manera que había hecho yo, agarró las sábanas y las apretó. Esa era la señal, se iba a correr, aumenté el ritmo con el que la penetraba al mismo tiempo que su cuerpo se tensó. Lamí todo lo rápido de lo que fui capaz su clítoris y un gemido bastante audible se escapó de su boca. Estaba teniendo el orgasmo, el primero en muchos años provocado por una chica No paré para no cortarle la diversión y esperé a que estuviese completamente relajada para hacerlo. Cuando todo hubo terminado, me tumbé a su lado en la cama y me abrazó.
Desde entonces, repetimos cosas como ésta a menudo, ella me da placer y yo se lo doy a ella. Mi madre parece más feliz y yo también lo estoy. Sin embargo, sigue sin dejarme que me quede encerrada en casa y me obliga a salir con otras personas. Yo sigo siendo heterosexual y supongo que algún día me enamoraré y me volveré a emparejar. Aun así, me he prometido que seguiré volviendo a casa para complacer a mamá y estoy segura de que ella sabrá guardarme el secreto.