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Luze (1)
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Hace unos ocho meses invité a cenar a mi casa a Luze, con tres o cuatro mujeres más; ella vino sola, no conocía al grupo y nos habíamos visto sólo una vez, en casa de un conocido. Cociné para todas, pero no me fijé en Luze, aunque tampoco me interesaba ninguna de las asistentes. Eran sólo mis amigas. Me esmeré en mi labor culinaria para ellas y cenamos delicioso. Siempre presto mucha atención al buen desempeño de mi afición predilecta.

Se fueron todas muy tarde, después de bastante licor. Una de ellas manejó su auto, a Luze le ordené un Uber. Media hora después, casi a media noche, sonó mi celular. Era Luze.

Su voz delataba que estaba bastante ebria. Yo me encontraba recogiendo mi limitado desorden, pues soy bastante metódico cuando tengo un evento así en casa.

Conversamos por unos minutos y detecté que se le dificultaba hacerlo, pues no podía conectar una frase con otra.

−Tengo una confesión que hacerte Rafa, me gustaría que nos viéramos −dijo.

Casi no nos conocíamos, pero aunque sorprendido, siempre estaba listo a recibir algo así, pues le prestaba mucha atención a mi carisma delante de las mujeres. Esta vez, supe que alguien, en este caso ella, había mordido el anzuelo.

−Me encantaría Luze −le contesté− pero para hacerlo, te anticipo que debes estar dispuesta a darme sexo, mucho sexo.

Después de algunos segundos de silencio, dijo −debo ir a dormir−, y se despidió.

Pensé en ella, en su cuerpo y en detalles que había observado. Poseía un magnífico físico, le calculé unos setenta años bien vividos, pues observé cierta elegancia en su vestir, además de un comportamiento que denotaba seguridad personal. Mientras seguía haciendo mi labor de limpieza, pensé que una mujer como ella, debería ser una leona brava en la cama. Pero concluí que mi comentario le había intimidado y que por consiguiente… la había perdido, a lo que no presté importancia, pues para mi, era sólo una más.

Soy un hombre mayor y no soy selectivo con la edad de una mujer, pues considero que cada etapa de la vida de ellas, te proporciona sorpresas para las que no estás preparado. Pero tengo una preferencia especial hacia mujeres mayores, bastante mayores, por decirlo así.

Una mujer mayor, estoy hablando de las que cuyo elevador ya pasó hace rato el quinto piso y tal vez el sexto, tiene encantos, que solo hombres sensatos pueden apreciar, descubrir y admirar. Sus cuerpos, ya han sufrido las inclemencias del paso de los años, pero ellas saben que todo ser humano está expuesto al mismo fenómeno, de manera que, con la frente alta, enfrentan con seguridad a algún candidato que empiece a merodear alrededor de ellas, sabiendo que las arruguitas y los músculos flojos de él, acompañados de la infalible celulitis, serán acompañantes de los suyos propios. Pero cuidado! Ellas no se preocupan ya por sus cuerpos; creo que les llevan esa gran ventaja a las jóvenes. Además, por su experiencia, pueden manejar muy bien la seducción, la coquetería y especialmente la pasión, como si fueran naipes en un juego de póker.

Las hay que han enviudado una vez y hasta dos veces; han enterrado a uno… o dos. Las hay divorciadas una o más veces; estas son las que más experiencia tienen en relaciones humanas, pues han atravesado varios caudalosos ríos, por lo tanto, saben nadar contra la corriente.

Pasaron algo así como ocho meses y Luze había pasado a la historia. Nunca pensaba en ella y si lo hubiera hecho, hubiera recordado su inmediata reacción ante mi insinuación de sexo. Cierta noche, solo en casa y algo hundido en aburrición, decidí llamarla a darle un saludo. Hablamos por un largo rato y sin presión alguna de ella o mía, concertamos que, en un par de días, yo iría a visitarla a su apartamento.

Allí llegué; la animada conversación varió entre muchos temas, en los que no incluí sexo ni erotismo. Es más, no se me pasaba por la mente plan alguno, ni intención de presionarla sexualmente; sin embargo, observaba en ella gestos y movimientos que insinuaban bastante coquetería; no dejaba de mirarme fijamente a los ojos y debo aquí confesar que al principio mi mente no albergó deseo alguno hacia Luze, pero después de una hora y de dos o tres copas de vino, detecté que definitivamente ella continuaba lanzándome dardos llenos de doble sentido y sutileza, lo que me animó a aceptar sus continuas insinuaciones. Tenía un cuerpo pequeño, atractivo y delgado y una cara bonita y agradable; a pesar de su edad, pensé que allí había un buen potencial, por lo tanto, mi carácter de macho siendo provocado empezó a responder a sus ataques.

Ella se me aproximó a servir otra copa de vino y no puedo explicar cómo, nuestros cuerpos se unieron y se produjo una explosión. Todo sucedió como si, tanto ella, como yo, hubiéramos estado aguantando una lujuria secreta. Nuestras bocas se enloquecieron y nuestras lenguas se trenzaron en una lucha sin cuartel, hasta el punto que me sorprendí. Me pregunté por qué una mujer con tal ímpetu había respondido negativamente, durante aquella llamada telefónica hace ocho meses.

Con mi mano izquierda la atraje de la nuca y la otra, voló hacia su bajo vientre, donde sobre su falda, empecé mi exploración entre sus piernas, a lo que no se resistió. Necesitaba averiguar que tan lejos iría y si era lo que yo deseaba. Con destreza, seguí mi viaje bajo su ropa, hacia su vagina y oh sorpresa, al posar mi mano allí, sentí a través de la braga, una humedad que contestaba mis dudas. Sus abundantes flujos vaginales me decían que estaba ante la tigresa que yo deseaba. Dos minutos después, ya estaba arrodillado sobre la mullida alfombra y prácticamente le arranqué la falda y con fuerza deslicé las bragas hacía abajo, para descubrir un coño que parecía una muy tupida selva amazónica. Al observar mi accionar, ella se sentó en el sofá adyacente y mirándome fijamente a los ojos, abrió las piernas, ofreciéndome aquel deseado manjar; con entusiasmo, empecé mi faena. El embriagante olor de su coño me embrujaba y detecté cierto temblor en su cuerpo, lo que me impulsó a comerme con esmero a Luze.

—Ay qué rico, Ay qué rico, Ay qué rico! Me gusta, Ay qué rico! Quiero más! Quiero más Rafa! Cómeme!

Después de diez minutos, sentí su fuerte corrida y pensé: −Luze es, no sólo una mujer muy ardiente, sino la Puta Salvaje que he estado buscando.

Querido lector, este es sólo el principio de una serie de eróticos encuentros con Luze.

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