Es una noche cálida de verano. La habitación estaba impregnada de un aura sensual, con velas que irradiaban suavemente el espacio y aromas que excitaban los sentidos.
Los protagonistas llenos de anhelo y curiosidad se entregaron por completo al encuentro de los placeres sexuales. Ellos son Laura y Gabriel. Ambos se miraron fijamente a los ojos reconociendo el deseo que uno y otro tenían.
La mirada fue la primera forma de comunicación, enseguida fueron las caricias suaves que exploraban cada parte de sus cuerpos. Sus manos se movían con destreza y delicadeza. Por mucho tiempo anhelaban ese instante tío y sobrina.
Laura con 25 años siempre lo miró con deseo, Gabriel igualmente sentía un inmenso apetito sexual hacia ella.
Los besos se convirtieron en el lenguaje ardiente de sus fantasías sexuales. Ambos se encontraban en un estado de fascinación que los impulsaba a desearse de manera mutua. Esas ganas de comprender y satisfacer las necesidades del otro, era un placer compartido. Exploran sus cuerpos, descubren sus zonas erógenas y las preferencias sexuales de cada uno.
Laura en la expresión más sincera del deseo carnal de su tío no tuvo prejuicios. El placer se hizo evidente en cada gemido de ella en cada suspiro. Se entregaron por completo al deseo libidinoso, lo añoraban lo deseaban. Por fin estaban logrando entrelazar y realizar ese deseo intenso ya no eran tío y sobrina. Eran dos seres que compartían la búsqueda del éxtasis sexual.
Era un encuentro prohibido un secreto que solo ellos conocían, pero en ese momento, en ese espacio íntimo todas las normas y convenciones sociales desaparecían. Solo había lugar para la lujuria y el deleite mutuo. Se dejaron llevar por el éxtasis de sus cuerpos sin inhibiciones ni remordimientos. Cada caricia, cada beso era una expresión de su deseo desenfrenado.
Las manos de Pablo se movían con destreza explorando cada centímetro de piel. El placer los envolvía elevándolos a un estado de embelesamiento indescriptible. No había lugar para el pudor ni el juicio. Solo existía el momento presente la conexión intensa entre ambos cuerpos que se entregaban por completo.
En ese instante se olvidaron de las normas sociales y morales impuestas por la sociedad. Se liberaron de las cadenas del juicio y se sumergieron en un mar de placer y pasión sin límites puesto que, en esa habitación, en ese momento solo existía el disfrute mutuo y la búsqueda del embeleso sexual.
Tendidos en la cama él la besaba. Eran besos suaves recorrían su cuerpo pasando suavemente por sus pechos voluptuosos. La intensidad de fogosidad era cada vez más intensa en la medida que la lengua de Pablo presionaba y succionaba aquellos maravillosos pezones. Ella gemía. Gemía de placer. El placer se hizo evidente en cada gemido, en cada suspiro que escapaba de sus labios. La piel se le erizaba con cada caricia, cada roce, Sus cuerpo convulsionaba, su corazón latía con intensidad.
El lentamente con su lengua llegó hasta su vulva. La besó tocó y succionó su vagina. Saboreó sus fluidos vaginales. Con su lengua recorrió toda la zona, con movimientos circulares y poco a poco, con mayor intensidad. Los gemidos de ella eran cada vez más fuertes, más intensos. También jugó con sus dedos colocándolos en la entrada de la vagina, lentamente fue introduciéndolos, desencadenando en ella, el máximo placer.
Ella disfrutaba gemía y todo este movimiento le provocó un orgasmo, otro y otro. Mordía las sábanas para no gritar se contorneaba entera en esos momentos ambos olvidaron quienes eran, se entregaron por completo al placer.
La comunicación entre ellos se volvió profunda. Se expresaron y compartieron sus fantasías, descubrieron nuevas formas de placer mutuo.
Fue un encuentro fugaz, una conexión que ninguno de ellos la buscó. Se dio porque ambos disfrutaban la sexualidad. Durante mucho tiempo estuvieron reteniendo los deseos lujuriosos.
Su lujuria desafiaría los límites del placer y la liberación sexual. Se sumergieron en los deseos más oscuros y prohibidos.