Primera parte "Luisa confiesa que quiere un trío", opcional leerlo
Unas semanas después de una noche de intensa con fantasías de trío, la vida de Diego y Luisa parecía haber vuelto a la normalidad. El sexo seguía siendo bueno, pero ninguno de los dos había vuelto a mencionar aquel juego. Tal vez por miedo a incomodar al otro o tal vez porque no sabían cómo abordar el tema de nuevo.
Pero todo cambió una tarde en el gimnasio para Luisa. Mientras hacía su rutina, notó a un hombre levantando pesas al otro lado de la sala. Era imposible no notarlo. Tenía unos brazos grandes y definidos, pectorales que resaltaban a través de su camiseta ajustada y una mirada intensa que la dejó sin aliento. Era exactamente el tipo de hombre que había imaginado aquella noche.
Luisa sintió una oleada de calor recorrer su cuerpo y una humedad creciente entre sus piernas. Intentó concentrarse en su ejercicio, pero no pudo evitar robarle miradas de vez en cuando. En una de esas ocasiones, sus ojos se encontraron y él le dedicó una sonrisa pícara. Luisa, sintiéndose descubierta y abrumada por la situación, decidió terminar su entrenamiento temprano y se apresuró a salir del gimnasio.
Al llegar a casa, se metió directamente a la ducha, intentando calmar la excitación que sentía.
En la ducha, el agua caliente caía sobre el cuerpo de Luisa, y sus pensamientos inmediatamente volvieron al hombre del gimnasio. Al principio, intentó concentrarse en otra cosa, lavando su cabello, frotando el gel por su cuerpo. Pero sus manos, casi con vida propia, se dirigieron a sus pechos. Con los ojos cerrados, imaginó que eran las grandes y rudas manos del hombre las que acariciaban y pellizcaban sus pezones, haciendo que se endurecieran al instante.
La imagen del desconocido, con su cuerpo musculoso y sudoroso, fue demasiado para Luisa. Una mano descendió por su estómago plano, jugando en el inicio de su pubis. La otra continuaba masajeando un pecho, pellizcando el pezón en un rítmico vaivén. Sus pensamientos se hicieron más vívidos y detallados: lo imaginaba detrás de ella en esa misma ducha, con sus manos grandes y fuertes explorando cada centímetro de su cuerpo, mientras ella se inclinaba ofreciéndole una perfecta vista de sus nalgas.
Mientras sus dedos se deslizaban hacia su vagina, imaginó que era él quien la penetraba, que sus dedos eran en realidad su miembro grueso y largo. La fantasía la embriagó y su ritmo aumentó. Imaginó sus labios en su cuello, sus dientes mordisqueando su lóbulo, sus palabras sucias alentándola a entregarse más y más.
A medida que se adentraba en su fantasía, el placer se apoderó de ella. Sus dedos trabajaban con fervor, su respiración se volvía entrecortada y sus gemidos llenaban el baño. Con un último pensamiento del hombre, su cuerpo se tensó y experimentó un intenso orgasmo que la dejó temblando bajo el chorro de agua caliente.
Una vez que el placer pasó y pudo recuperar el aliento, se sintió un poco culpable por haberse dejado llevar de esa manera, pero la excitación que sentía no podía ser negada. Decidió que tenía que hablar con Diego sobre ello, pero a la vez no quería confesárselo . Sin embargo, en el fondo, ansiaba volver a sentir esa pasión desenfrenada que había experimentado aquella noche cuando fantasearon juntos.
Después de la ducha, Luisa se vistió y esperó a que Diego regresara del trabajo. Cuando lo hizo, Diego no podía creer lo que estaba sucediendo. Apenas había cruzado la puerta cuando Luisa, con esa mirada de lujuria en sus ojos, lo tomó de la mano y lo llevó directamente al dormitorio. Con una velocidad sorprendente, ella le quitó la corbata y comenzó a desabrochar su camisa.
A pesar de la confusión y sorpresa, Diego no se quejó. De hecho, estaba más que dispuesto a disfrutar de la pasión inesperada de su pareja. La camisa fue lanzada a un lado y Luisa, en un arrebato de deseo, comenzó a desabrocharle el cinturón y a bajarle el pantalón.
Con Diego todavía en estado de shock, Luisa se arrodilló y sin más preámbulos, tomó su pene en la boca. Lo que siguió fue una mamada intensa y apasionada, donde parecía que Luisa estaba tratando de absorber todo el placer posible de cada centímetro de él. Diego gimió, sorprendido por la repentina intensidad de su amada.
Pero lo que Diego no sabía era que, en la mente de Luisa, no era él quien estaba parado frente a ella. Mientras su lengua jugaba con la punta y sus labios deslizaban su pene dentro y fuera de su boca, en su mente, estaba saboreando al hombre musculoso del gimnasio. Imaginaba que su miembro era más grande, más grueso, y que ella necesitaba usar ambas manos para guiarlo hacia su boca.
Cada vez que lo tomaba profundamente, imaginaba las manos del desconocido en su cabeza, guiándola y animándola. Esa fantasía la excitaba aún más y la llevó a darle a Diego una mamada que nunca olvidaría.
Los gemidos de Diego pronto llenaron la habitación, y aunque él estaba cerca del clímax, Luisa no dejó que eso sucediera. Quería que durara, quería que la penetrase con la misma intensidad con la que ella lo estaba chupando.
Con un movimiento rápido, Luisa se puso de pie, se quitó la ropa y empujó a Diego sobre la cama. Montándolo, tomó su pene chorreando de saliva y lo guió dentro de ella. Mientras comenzaban a moverse juntos, Diego podía sentir que esta no era la típica noche de pasión; había algo diferente, algo más salvaje en Luisa, y no pudo evitar preguntarse qué había desencadenado este nuevo nivel de deseo en ella.
Diego sintió la intensidad con la que Luisa se movía sobre él, sus caderas oscilando con una fuerza y deseo poco comunes. Cada embestida de ella hacía que sus cuerpos chocaran de manera rítmica, el sonido húmedo y sus gemidos llenaban la habitación. Mientras ella aumentaba el ritmo, él sintió la necesidad de saber el porqué de ese deseo desenfrenado.
– "Luisa… ¿qué te pasa?" Preguntó Diego, sosteniéndola firmemente por las caderas, intentando que bajara el ritmo para poder mirarla a los ojos.
Ella, en un intento de evadir la pregunta, simplemente aumentó el ritmo, inclinándose hacia adelante para que sus pechos rebotaran cerca de la cara de Diego. Pero él, persistente, la atrajo hacia él y la besó con fuerza, haciendo que detuviera sus movimientos por un momento.
– "¿Has pensado en alguien más mientras hacemos esto?" Susurró Diego al oído de Luisa mientras la penetraba más profundo, haciendo que ella soltara un gemido involuntario.
Luisa intentó desviar la conversación, pero Diego, al notar su evasión, comenzó a moverse con más fuerza y rapidez debajo de ella. Sus embestidas eran más fuertes, buscando provocar que Luisa se abriera más.
– "¡Dime!" Exigió Diego entre jadeos, mientras seguía embistiendo con fuerza.
Luisa, con los ojos vidriosos y perdida en el placer, finalmente confesó: "Vi a alguien en el gimnasio… un tipo musculoso, con brazos grandes. No pude evitar imaginarme entre él y tú…"
Diego, sintiendo un torrente de celos y excitación, la volteó poniéndola debajo de él y comenzó a embestirla con más fuerza mientras le decía al oído: "¿Te gustaría que él te tomara mientras me miras?".
Luisa, jadeando y aún perdida en el calor del momento, le susurra a Diego: "Sí… lo vi en el gimnasio y… Dios, esos brazos, esos músculos… Imaginé esos brazos fuertes alrededor de mi cuerpo mientras me tomaba."
Diego, sorprendido pero intrigado, continuó embistiéndola con fuerza, acercándose a su oído para incitarla más. "Entonces, ¿te gustaría llevarlo más lejos? ¿Tener ese pene en tu boca? ¿Mojarlo bien para ti?"
Luisa gimió ante las palabras de Diego, su imaginación corriendo desenfrenada. "Sí… Quiero sentirlo, quiero probarlo, quiero saber si es tan grande como parece. Imagina… chupándolo mientras tú me observas, preparándolo para que me penetre".
Diego sintió una oleada de excitación al escuchar a Luisa hablar así, mezclada con celos y adrenalina. Aumentó el ritmo de sus embestidas mientras continuaba alimentando la fantasía. "¿Y después? ¿Lo dejarías que te penetrara? ¿Quieres sentir cómo te estira y te llena mientras yo miro? ¿Escuchar tus gemidos mientras él te da más duro de lo que yo jamás lo he hecho?"
Luisa, completamente atrapada en la fantasía, se mordió el labio y asintió frenéticamente. "Sí, quiero. Quiero que ambos me hagan sentir como nunca antes."
Con cada palabra que Luisa pronunciaba, el ritmo de Diego se volvía más frenético. Su excitación crecía al escuchar las fantasías de Luisa, y la idea de ese hombre musculoso llenando a su mujer lo llevaba al límite.
Diego podía sentir la humedad y el calor de Luisa intensificarse a medida que su cuerpo respondía a las palabras sucias y las imágenes que evocaban. Su respiración se aceleró, y con una serie de embestidas finales, sacó su miembro y descargó sobre el abdomen y pechos de Luisa. El semen caliente brotó en oleadas, cubriendo el torso de ella de una manera que nunca antes había hecho.
Luisa, con los ojos bien abiertos, miraba la impresionante cantidad que Diego había liberado. Sus mejillas se sonrojaron al darse cuenta de que las fantasías compartidas habían llevado a Diego a ese nivel de excitación. Con una mezcla de sorpresa y satisfacción, murmuró: "Vaya… parece que no soy la única a quien le gustan estas ideas…". Diego, todavía jadeando, sonrió y asintió, confirmando que la idea del trío lo había excitado más de lo que nunca habría imaginado.
Recobrando su aliento, Diego lanzó una mirada juguetona y con un tono burlón, dijo: "Mmm… después de esto, estoy pensando que deberías considerar cancelar esa membresía del gimnasio."
Luisa, con una risa traviesa y un brillo coqueto en sus ojos, le replicó: "Jaja, sí, claro. Pero algo me dice que en realidad querrías ser tú el que me lleva personalmente. Asegurándote de que esos hombres musculosos no se acerquen demasiado, ¿verdad?"
Diego, sonriendo de lado y con un guiño cómplice, respondió: "Bueno, quizás solo quiera asegurarme de que, si alguien te va a ver en esas mallas ajustadas, sea yo quien esté a tu lado para disfrutar de las vistas… y de los celos de los demás."
Luisa se acercó y le dio un beso suave en los labios, susurrando: "No te preocupes, al final del día, siempre vuelvo a ti. Pero… ya veremos sobre esas clases extra en el gimnasio." Ambos se rieron, conscientes del juego coqueto que se traían entre manos y de la nueva chispa que habían encendido en su relación.