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Lucky boy (I): El bus
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Mi confesión

Un hombre maduro tiene sus encantos, y siempre el atractivo de forjar una relación estable, pero sexualmente me parecen muy predecibles. Como mujer sabes perfectamente lo que quieren y al final siempre termina siendo solo sexo, sin juegos ni atractivo. Nada antes ni después, al menos en mi experiencia.

En cambio, un adolecente ofrece la oportunidad de seducirlo, la libertad de decisión y al mismo tiempo el control absoluto en cada uno de los encuentros. Sé que parezco una aprovechada, pero venga, que tengo valores y siempre me aseguro que sean legales, tampoco soy una enferma para enredarme con menores de edad.

Siempre me han atraído de una manera muy especial los chicos jóvenes, en parte por la simpatía natural de un cuerpo tierno, pero especialmente por esa inocencia en el actuar, su timidez al habar y esa sinceridad verídica en su forma de ser.

Cuando era adolecente tenía un mejor amigo al que le gustaba mucho una señora que vivía por el vecindario aledaño. Se trataba de esas clásicas MILF’s maduras de barrio blanco. Él solía espiarla cada día cuando regresábamos de la escuela, pues siempre pasábamos por esa zona residencial. Cambió mucho en esos días, y yo me sentía muy mal por él.

Ahora, entrando en mis cuarentas, gozo de un buen cuerpo, siempre me he cuidado mucho en mi alimentación y haciendo ejercicio, sin descuidar mí trabajo. Me he casado, tengo dos maravillosos hijos y una buena casa. Ahora soy una de esas MILF.

Seduciendo en el Bus

Era primavera, debían ser por eso de las once de la mañana, regresaba de la Ciudad de México a Guadalajara, Jalisco, un camino medianamente largo en autobús, sin tráfico, aunque nunca falta el choque, la manifestación o cualquier percance.

Estaba muy cansada después de un pesado fin de semana de trabajo en la capital. Lo único que tenía en mente era regresar a casa y relajarme. Me imaginaba en mi recamara quitándome el vestido de holanes que vestía ese día, deshaciéndome de mi ropa interior y tumbándome boca abajo sobre la cama. Quizá mi esposo me acompañaría con un seductor masaje y quién sabe, quizá un buen sexo antes de caer profundamente dormida.

Miraba por la ventanilla del autobús, perdida en mis fantasías, esperando que el resto de pasajeros tomara su asiento. Uno a uno pasaban de largo a mi derecha, algunos se quedaban en los lugares de enfrente acomodando sus equipajes de mano en las repisas bajo el toldo del trasporte.

Entonces una familia me arrebató la mirada que tenía difusa en la nada. Subía por el pasamanos haciendo mucho alborotó, rompiendo con la típica tranquilidad del protocolo, seguramente habían arribado con el tiempo encima. Típico.

La mamá lideraba el grupo, era una señora de unos cincuenta y tantos, bastante robusta, detrás de ella le seguía una niña no mayor a quince años, atrás de ella el que sería seguramente su hermano, un chico de veinte años, y al final el padre, un hombre grande en todos los aspectos.

Enseguida la señora tomó el asiento del otro lado del pasillo, a una fila enfrente de donde yo estaba, junto a un pobre señor quien seguramente sufriría por la falta de espacio todo el camino. A su derecha, se acomodaban su esposo y la niña, justo enfrente de mi asiento. En tanto, el hermano mayor miraba incrédulo el número de asiento que compartiría conmigo, cotejando una y otra vez con su boleto, asegurándose de no equivocarse.

Me dio mucha gracia, me encantó esa inocencia y su timidez incontrolable al ver a una mujer como yo. Hacían que todo ese trabajo en el gimnasio y esas dietas valieran la pena. En verdad me encantan esas miradas, de lujuria sí, pero cohibidas y con cierto carisma natural que me embriaga.

El camión comenzó a andar, y rápidamente salimos de la estación encaminándonos a la carretera. Al mismo tiempo, poco a poco el joven adolecente a mi lado, finalmente entraba en confianza, relajando los hombros y distrayéndose un poco con una consola portátil que traía.

Normalmente yo leería un poco en el trayecto, pero claro que no me perdería una oportunidad como esa. Era un chico atractivo, de piel morena, cabello corto y con una pequeña barba que comenzaba a asomar lo suficiente para ser elegantemente recortada. Era alto y un tanto fornido, habiendo heredado los genes de su padre, sin embargo parecía que a él si le gustaba cuidar su figura. No lo sé, me pareció lindo, aunque quizá solo era el calor del momento.

A mí lo que más me gustaba era la simple oportunidad de seducirlo. Tan solo con el puro hecho de saber que le gusto y que no podía dejar de mirarme, me vuelve loca. Me trasportaba a esos días en que mi mejor amigo espiaba a esas mujeres maduras, ahora encarnándome en una de ellas. Espiar esas miradas tímidas que se apartaban de su consola hasta mis piernas una y otra vez, me hacía saber cuánto me deseaba, y eso, sin saberlo, comenzaba a excitarme.

Me hacía sentir como una diosa, me llena de poder, es adictivo. Una vez que saboreas todo ese control no puedes dejarlo. Me sentía tan bien, que pensaba que debía recompensarlo de alguna manera. Jugueteaba con mi largo cabello ondulado color castaño claro, me acariciaba las piernas subiéndome cada vez un poco más mi ya de por sí corto vestido.

Comenzó como un día un poco nublado, pero a medida que salíamos de la ciudad pronto el sol golpeaba con todo su fulgor, iluminando cada rincón del autobús, especialmente mis blancas y tercias piernas exhibiéndose con descaro a mi inocente compañero de viaje.

Sabía que me estaba mirando, intentaba disimularlo pero cada vez le era más difícil despegar sus ojos de mis manos acariciando sensualmente mi cuerpo, ensañándose mis tetas, cuales sentía inflamadas y calientes aún bajo mi vestido y mi sostén.

Con lentitud deslizaba mi mano derecha por un costado de mi seno izquierdo, jugando con la redondez de esa parte de mi cuerpo, apenas rozado con extrema delicadeza la punta de mis dedos poco a poco hasta llegar a mi pezón. Esas caricias, y su mirada, y el sol abrazando por todo mi cuerpo, me estaban llevando al cielo.

Entonces, me puse de pie, pidiéndole permiso al chico para salir al pasillo, de paso parándole la cola en toda su cara al pasar de espaldas entre el asiento de enfrente y él. Así llegué al baño del bus, y ahí me desnudé por completo, cuando me pongo caliente me vuelvo realmente loca, y no hay nada que me ponga más caliente que exhibirme a un chico como él.

Una vez estando completamente desnuda, me toqué mis senos, dios, estaba realmente excitada. Cada caricia era un regalo del cielo, no había nada que quisiera más que follarme a ese chico. Me acariciaba mi cuerpo, mi cintura, mis nalgas, mi vagina, todo. Quería bajarme la calentura, pero lo único que conseguía era ponerme más y más zorra.

En un momento me miré en el espejo, tenía la mirada perdida, estaba como drogada, realmente estaba intoxicada de sexo, no podía pensar claramente; me pellizcaba mis pezones, me estrujaba mis paradas tetas, incluso me metí un par de dedos en mi depilada vagina como si nunca lo hubiese hecho antes, empapándolos con la tibia lubricación de su interior.

Finalmente me enfundé de nuevo en mi vestido, dejando en el olvido mi ropa interior dentro de mi bolso, y salí de regreso a mí asiento, desfilando entre los pasillos con arrogancia y la calentura a tope.

-Permiso. –Le susurré al chico con extrema coquetería, al tiempo que me deslizaba frente a él nuevamente de espaldas para que pudiese admirar y oler mí mojado coño al pasarle por su cara. De nuevo tomé asiento y me acomodé a su lado, crucé mis piernas y me dejé admirar solo un poco más.

Pero mi corazón palpitaba con intensidad, cada musculo de mi ser aclamaba por ser consolado, sudaba y me estremecía, ansiosa de observar hasta dónde llegaría mi travesura. Mis manos rondaban por mis piernas, acosando mi caliente coño que minutos antes habían probado. Solo quería complacerme a manera de premio por lo mal que me estaba portando, y por todo lo que estaba gozando. Me sentía tan bien que no podía dejar de tocarme, acariciarme las piernas cada vez más arriba de mis rodillas, haciendo que mi vestido se me subiera hasta la cintura al paso de mis tersas manos al llegar finalmente a mi entre pierna, debelándole a ese afortunado chico toda mi conchita depilada y mojada, con mis manos acercándose a ella, separando mis muslos para llegar a su cálido hogar.

Él miraba atentamente, ahora su consola de videojuegos se había quedado completamente desatendida y olvidada por su dueño, quien ahora se perdía encantado con el espectáculo de mirar a una real MILF masturbándose a su lado.

Nadie más lo sabía, sus padres estaban ausentes, concentrados en la película que se proyectaba en las pantallas frente a ellos. En tanto, su hijo se perdía en las redes de una hermosa dama, de piel tersa y caliente cual cervatilla en celo. Y yo me regocijaba como nunca mostrándole cuan mojada estaba al separar mis rosados labios vaginales para insertarme un par de dedos, haciendo que mi lubricación natural escurriese alrededor de ellos.

Estaba perdida, quería dejarme llevar y terminarme de estimular ahí mismo, aunque al mismo tiempo quería prolongar el momento pues el camino aún era largo. Pero en ese momento una señora se ponía de pie a un par de filas enfrente. De inmediato me sobresalté y me acomodé el vestido de regreso a cubrirme las piernas, mientras miraba a la mujer encaminarse al baño en la parte trasera del trasporte.

La ansiedad me consumía, quería regresar a gozar con mis caricias y consolarme con las miradas de mi joven acompañante. Mis manos temblaban, me pedían a gritos que continuara tocándome, estaba incontrolable; me sobaba los brazos, me frotaba el cuello y lentamente deslizaba mis dedos por debajo de mi escote, mirando de reojo que nadie más me mirara. Estábamos completamente solos, pese a que el autobús iba a tope, el momento era solo nuestro, nadie nos veía en la privacidad de nuestros asientos.

Solo quería su atención, solo la vista de aquel muchacho en mis manos sobre mis pechos que ahora acariciaban la erizada piel de mis suaves tetas por debajo del vestido, haciendo que uno de los tirantes de éste se deslizara por mi hombro izquierdo debelándole mi seno censurado por mi propia mano sobre él.

Lo estrujé seductoramente, separando mis dedos para abarcar toda su circunferencia, al mismo tiempo dejando al descubierto mi aureola central que asomaba entre mis largos dedos, lo suficiente para pellizcar un poco mi pezón erecto y duro, listo para una buena y dulce chupada. Mmm.

La puerta del baño se abría y la luz de ocupado se apagaba. Enseguida me reincorporé y acomodé de nueva cuenta mi vestido, ahora para cubrirme mis pechos. Había estado más tiempo desnuda que vestida en ese autobús, estaba caliente como nunca y aún había tiempo por delante.

Pero ahora le tocaba a él, había sido el centro de su atención por todo el camino; era hora que me complaciera un poco a mí. Debía demostrar cuanto me deseaba. El espectáculo no era gratis, bueno sí, pero habría que contribuir un poco. Desde hace tiempo que le miraba un buen paquete levantándose en sus jeans y ya se me antojaba probarlo. Si quería probar mi cuerpo, debía convidarme un poco del suyo, ese era el trato.

Todo regresaba a la calma; las personas comenzaban a sucumbir al sueño, nadie hablaba, el viento resoplaba a medida que el camión se abría paso velozmente en la carretera, la película hacía eco entre las filas a oídos sordos de los tripulantes delirando de cansancio como boxeador noqueado. Yo aguardaba pacientemente a que el muchacho a mi izquierda firmara el contrato pecaminoso.

Primero voleó a todos lados. Revisó a su señora madre quien hacía mucho había caído rendida, después a su padre al frente de nosotros, invisibles a su perspectiva, y a su hermana quien parecía ser la única que prestaba atención al filme romántico que se reproducía. Finalmente el joven volteó a su izquierda, en los asientos detrás de su madre, mirando temeroso a una pareja de señores concentrados en su ordenador portátil, seguramente compañeros de trabajo, sin embargo eran los únicos que podían vernos.

Una vez seguro que, por el momento, gozábamos de cierta privacidad, el chico se llevó su mano derecha a su bulto y lo estrujo disimuladamente, pero con firmeza suficiente para delinear su larga y fálica figura debajo de la mezclilla. Y aquello me sacó de quicio, esa inocente acción me daba luz verde para que continuara con mi perverso juego.

El chico rosaba su pene fugazmente para apartar su mano rápidamente, como si hubiese sido un movimiento involuntario, quizá así lo fue, pero apenas el chico apartaba su mano, inmediatamente era remplazada por la mía, posando con delicadeza la palma sobre su bulto.

Y ahí la dejé, sin voltearle a ver. Sabía que él quería buscarme la mirada, lo sabía por mi visión periférica, pero yo me mantenía firme, y al ver que no objetaba mi atrevimiento comencé a acariciarlo. Lentamente deslizaba mi femenina mano sobre su pantalón hinchado por la tremenda erección que se cargaba. Él miraba atónito, disfrutando a la vez, del glorioso masaje de aquella loca y caliente acompañante desconocida.

Estamos nerviosos, pero sin duda, muy excitados, al menos yo lo estaba. Sin importarme que nos pudiesen sorprender, comencé a deslizarle la cremallera de su pantalón. No dijo nada. Se lo desabotoné y de inmediato le saqué el trozo con desesperación, apartando sus calzoncillos con cierta incomodidad, pero con todo el cuidado y delicadeza que una dama como yo podía ofrecer.

Una vez afuera, su inflamado pene se desenvolvía erecto a más no poder, como misil nuclear listo para la guerra; rojo, y con el prepucio totalmente estirado. Lo saboreé, me relamí los labios, y sin medias tintas me agaché para darle una buena chupada.

No me importaba nada, con firme decisión me engullí su falo y comencé a chuparlo cual paleta de dulce. Lo disfruté como nunca; lo lamí, la masturbe, lo mamé, lo estrujé y le di la felación de su vida, con extremo cuidado de que no se me fuera a venir en la boca.

Ya cuando lo sentía a punto de reventar, lo dejé. Regresé a mi asiento y me acomodé de lado a él, subiendo mi pie izquierdo en la división de ambos asientos, separando mis piernas para él. Le mostré de nuevo mi bella vagina y comencé a tocarme para su deleite, llenándome mi ya de por sí mojada conchita con la lubricación de su semen que había embarrado en mi mano.

Lo entendió enseguida, porque no tardó un solo segundo en llevarse su mano derecha a su pito y comenzar a estimularse, complacido con la increíble vista que frente a él se revelaba. Ambos lo disfrutábamos, no había duda. Le tomé de la mano, y me la acerqué a mi entrepierna, para que pudiese palparme toda mi conchita caliente y mojada.

Fue muy divertido, tierno además, pero sobre todo muy, muy excitante. Me tocaba con dulzura, con delicadeza, y con inexperiencia. Recorría su mano sobre la tersa piel de mi depilada vagina, lentamente, rosando apenas mis labios húmedos, seguramente descubriendo por primera vez aquella suave, caliente y mojada textura. Y eso me encantó, casi sentía que me venía. No se atrevía a meterme los dedos con tosquedad, sabía cómo tratar a una mujer, o quizá solo estaba demasiado aterrado. De cualquier forma me estaba llevando al cielo.

Sin embargo, justo en ese momento el camión se detenía. Arribaba a León, una escala obligatoria en aquella ruta. Ahí nos mantendríamos al menos una media hora, por lo que la mayoría optaría por bajar un momento a estirar las piernas un poco.

-¿Vienes? –Le pregunta la hermana menor al chico a mi lado, quien aún terminaba de acomodarse su pito dentro de sus pantalones de mezclilla.

-No. Yo… No. –Respondía, temblando de excitación. Y yo regresaba a mi hipócrita faceta de viajera desinteresada, mirando a los pasajeros bajando del autobús encaminándose a una afortunada tienda de autoservicio, ahora bien sentada y con las piernas cruzadas. Mientras aquella pequeña se marchaba junto a sus padres, quienes sin saberlo, dejaban a su hijo en las garras de una depravada.

-¿Tienes novia? –Le lanzaba la pregunta al aire sin voltear a mirarle, libre para que pudiese capturarla si así lo quisiese. –No. –Respondía, serio y muy nervioso. -¿Qué edad tienes? –Veinte. –Que bien. –Respondí alegre. -¿De dónde eres? –México, de la ciudad. –Me respondía, corroborando así todas mis sospechas.

-¿Y…? ¿Viajas a menudo? –Le coqueteaba con total indiscreción, cual esposa desesperada, al tiempo que deslizaba uno de los tirantes de mi vestido asomando un poco mi seno izquierdo. –Nn… No. –Me susurraba temblando ansioso. Y yo continuaba tocándome para él, terminando de debelar mi pezón erecto frente a sus ojos, como esperando a ser estrujado por sus manos.

-Sácatelo. –Le suspiré muy cerca del oído, con extrema seducción. Mirando como el adolecente se sacaba su tierno falo nuevamente erguido y dispuesto para mí. Entonces, aglomeré una buena cantidad de saliva en mi boca, y sin mediaciones me clavé como ave de rapiña hasta humedecerlo por completo con mi saliva y sus preeyaculaciones.

Estaba realmente caliente, lo único que deseaba era cogérmelo como desquiciada. Una vez satisfecha de tenerlo completamente lubricado, me levanté de mi asiento y me senté sobre él. Así sin más, sin importarme que aquel par de secretarios tecleando con furia en sus ordenadores, pudiesen verme.

Me planté frente al joven, separé mis piernas y las rodeé en él, arrodillándome sobre los asientos, obligándolo a estrechar sus piernas mientras yo me acomodaba su pene dentro de mí.

Así, finalmente me deslizaba placenteramente su largo trozo lubricado entre mi conchita mojada produciendo un erótico sonido pegajoso al estamparme en sus muslos, antes de comenzar a cabalgar, de arriba abajo, exprimiéndome su férreo musculo en las profundidades de mi ser.

El bullicio se escuchaba cerca del autobús. Turistas, transeúntes y los pasajeros merodeaban los alrededores. Los podíamos ver por la ventanilla, entre las cortinas azules. Pero a mí ya nada me importaba, estaba tan caliente y tan complacida que solo quería hacerme venir sobre ese chico, a quien abrazaba con pasión, gimiéndole al oído.

En un momento levante la vista para cruzarla con la de uno de esos tipos de traje, percatándose cómo montaba inhumanamente a ese pobre chico. Estaba tan excitada, y lo estaba disfrutando tanto, que solo atiné a sonreírle con coquetería, incluso guiñándole un ojo.

Creo que el chofer también se habría dado cuenta por el retrovisor, pero nada me importaba, estaba tan excitada, y me sentía tan zorra que solo me importaba darme placer con la polla de ese chico. Meneaba las caderas con extrema sensualidad. Sabía que estallaría en cualquier momento sobre él.

Luchaba a cada segundo por no gemir como loca. Igual se me escapó uno que otro, no podía más. Lo dejaría terminarme dentro, ya cuando una esta así de caliente no se piensa con cordura, seguramente era virgen, se le notaba. Otro punto a favor por lo que me encanta enredarme con jovenzuelos.

De cualquier forma, terminó primero, pero aguantó, aguantó como todo un caballero a que yo lo hiciera. No tardé mucho, estaba como nunca, al borde. Tan solo un par de sentadas más y mi vagina sucumbió por completo, rindiéndose al momento placentero sobre su pene.

-Mmm. Haaa. Siiii. Gracias. –Le suspiré en medio orgasmo cerca de su oído, al tiempo que me dejaba venir profundamente, escurriendo un poco de mi lechita sobre su pene, expulsando de paso su propia eyaculación que había depositado dentro de mí, haciendo un espectacular creampie en mi conchita.

Exhalando un profundo suspiro, ya completamente satisfecha, por fin me bajé de su asiento, desempotrándome de su enrojado pene, aliviado del calvario sexual que jamás se habría imaginado en su corta vida.

Y así, al poco tiempo todos los pasajeros regresaron de nuevo, y con ellos, aquella señora regordeta, el robusto papá y la joven hermana, retomaban sus lugares. Completamente candorosos a lo que había acontecido con su inocente pupilo. Aquellos hombres de negocios jamás dirían nada, lo sabía. Sin compromisos, sin testigos, y un buen follón, como debe de ser.

Si te ha gustado este relato te invito a leer más historias así visitando mi perfil Erothic

No te pierdas la segunda mitad de esta confesión

Te agradezco por haber llegado hasta aquí

Me encantaría conocer tus sensaciones en los comentarios. Nos estamos leyendo.

Que tengas Felices Fantasías

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