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Lucía: gordita y virgen
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Conocía a Lucía desde hacía cinco años, pero siempre había tenido novia. Aun así, me fijaba en ella: bajita, gorda, una cara redondita muy bonita con pelo corto, una cadera ancha y dos pechos que en verano no intentaba disimular. Siempre escogía camisetas que le dejaban un escote que era imposible no mirar.

En el grupo de amigos todos habíamos parejas y solíamos hablar de sexo con naturalidad. Lucia seguía siendo virgen y se sonrojaba cuando nos oía. No intervenía, y, aunque nunca nos lo dijo, era evidente que seguía siendo virgen.

Yo hablaba a menudo con ella por Skype, especialmente en verano que era cuando menos veíamos. Un día hablando sobre mi novia le pregunté abiertamente si ella ya había perdido la virginidad. Me confesó que no, y que cuanto más tiempo pasaba más ganas tenía de probar todo eso de lo que hablábamos.

La conversación subió de tono y le propuse que nos masturbáramos a la vez, en la distancia, aunque yo llevaba un rato acariciándome la polla sin que pudiera verme. Al terminar nos despedimos y supe que ella quería algo más.

Pasaron los meses y seguíamos hablando, aunque yo seguía con mi novia. Hasta que un día ella cortó conmigo. Estuve muy mal, y tenía ganas de volver a follar con nuevas tías. Todo esto se lo contaba a Lucía, que hacía de confesora.

En esos días tuve varios líos, a los que me pasaba toda la tarde follándome en mi piso. Al terminar le contaba mis aventuras a Lucía, que me preguntaba todos los detalles. Le encantaba saber si me la chupaban o no, si les había agarrado del cuello o si me había corrido en sus tetas.

Pasó el tiempo y yo empecé a dejar de quedar con tantas chicas. Hasta que un día Lucía me pidió algo:

-Siempre quise esperar a tener novio para perder la virginidad, pero me he casado. ¿Te gustaría acostarme conmigo?

La verdad es que desde hacía un tiempo me masturbaba imaginándome como me comía sus tetas y agarrando ese enorme culo. Pero nunca pensé que me pediría que le quitara la virginidad.

Le contesté que sí, que me gustaría mucho y que quería que lo disfrutara.

-Estoy sola en mi piso, puedes venir ahora sí quieres.

Me puse algo nervioso. Era mucha responsabilidad, pero le dije que sí. Me vestí y salí para su casa.

Me abrió la puerta y me dijo que fuera hasta su habitación. Allí tenía la televisión puesta, con un capítulo de Los Simpsons de esos que ya has visto mil veces. Me tumbé en la cama y se puso a mi lado. En ese momento me confesó que no solo era virgen, si no que nunca había estado con un chico. No había besado nunca.

Acerqué mi mano para darle una caricia en la cara. Ella estaba muy nerviosa. Jugué un poco con su pelo mientras le miraba a los ojos y me acerqué para darle un beso. Yo solo iba a besar sus labios, pero ella sacó la lengua y empezamos a besarnos de forma muy intensa, sin parar.

Su determinación por follar me puso muy cachondo y le puse su mano derecha sobre mi polla, para que entendiera que con tan poco ya estaba muy dura. Me separé y empecé a jugar con mi dedo índice de su pecho a su cuello mientras notaba como la respiración le hinchaba el pecho.

Le quité la camiseta y ella se retiró el sostén. Me cabía la cabeza dentro de esas copas enormes. Miré para sus pezones y dirigí mi lengua. Primero rocé en círculos la aureola, sabiendo que ella deseaba que lamiera su pezón. Al poco lancé mi lengua y empecé a estimular su pezón rápido. Ella se movía y parecía que quería gemir, aunque no llegó a embelesarme con sus gritos.

Yo quería más, pero sabía que era pronto. Me puse de pie y me quité la camiseta y el pantalón. Lucía se quedó mirándome el calzoncillo, pues mi pene marcaba mucho paquete. Me lo quité y mis 18 centímetros rebotaron un par de veces.

Lucía se rio y me acerqué para quitarle los pantalones vaqueros. Se había puesto para la ocasión unas braguitas de encaje muy bonitas que olí en cuanto estuve en mis manos. Me tumbé a su lado de nuevo y llevé mi dedo medio a sus labios. Los acaricié y lo metí en su boca para humedecerlo bien.

Bajé mi mano y empecé a estimular su clítoris. Ella seguía moviéndose, sin saber muy bien como gemir, mientras me agarraba la cabeza. Yo deseaba meterle el dedo, pero quería reservar ese coñito apretado para mi verga.

Después de un buen rato jugando con su clítoris ella me mandó parar. Me tumbé boca arriba y ella se puso de rodillas a los pies de la cama. Me cogió la polla y se la llevó a la boca.

Fue la mejor mamada de mi vida. Supongo que al ser virgen tenía miedo de hacerme daño. No noté los dientes nunca. Jugó con sus labios y su lengua hasta humedecerme toda la polla. Se la metió hasta el fondo varias veces sin tener ninguna arcada.

-¿Seguro que eres virgen? Le pregunté alucinando por lo bien que me la estaba comiendo.

Ella sonrió y siguió chupando, con fuerza, subiendo y bajando. Yo creo que lo disfrutaba ella más que yo. Lo digo porque la tuve que parar: necesitaba metérsela.

Se puso boca arriba en la cama y fui hacia mi chaqueta a coger un preservativo.

-No lo necesitas, tomo la píldora. Saber que iba a poder sentir completamente su coño me puso más cachondo aún.

Me puse de rodillas frente a ella. El cipote me iba a explotar. Me agarré y la polla y metí la puntita despacio. Mi verga no es muy larga, pero mi cipote hinchado es muy grueso. Ella me puso la mano derecha en los abdominales y me pidió que fuera despacio.

Le hice caso y empecé a metérsela muy suavemente. Poco a poco aumenté la intensidad. A ella le gustaba y empezaba a gemir bajito, como si le diera vergüenza escucharse a sí misma. Seguí follándomela con mucho cuidado hasta que me corrí. Hacía tiempo que no echaba tanto semen.

Recuerdo agarrarme la polla para quitarla y verla llena de sangre. No me dio asco, si no que me sentí orgulloso de portarla. Que idiotas todos los tíos que habían rechazado a Lucía por su peso.

Ella se levantó de la cama y le di un beso, antes de ir al baño juntos a ducharnos. Recuerdo el agua cayendo por sus senos.

-Podemos repetir cuando quieras, me dijo al salir.

Pero desgraciadamente nos distanciarnos al tener que mudarnos. Nunca más pude volver a sentir ese coñito prieto, pero aún me masturbo pensando en aquella tarde. Espero que Lucía también.

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