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Los viejos se cogieron a mi esposa
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Tiempo de lectura: 27 minutos

Debí haberlo imaginado, pero no lo hice, la excitación que me producía ver a mi esposa mostrarse en el balcón y verla disfrutar en mi cama con visitantes ocasionales, me impidieron vislumbrar el futuro. Tendría que haberme dado cuenta que, más tarde o más temprano, todo dejaría de estar en nuestra privacidad y se empezaría a ser más público. Y así fue.

Con Ana vivimos en un edificio de departamentos en una zona muy coqueta. Es un complejo con piscina, gimnasio y un gran parque que se usa como solárium. Por supuesto, como en casi todos estos lugares, contamos con seguridad privada en los ingresos y monitoreo por cámaras en casi todas las zonas comunes. Y aunque esto hace que uno se siente más seguro, termino jugándonos en contra.

Aunque tomamos siempre bastantes precauciones, era seguro que la constante exhibición de Ana y las frecuentes visitas de jóvenes, empezaron a llamar la atención más de lo que hubiésemos querido.

Ese viernes de enero, como todos los días que asistimos a nuestros respectivos trabajos, salimos de nuestro departamento y nos dirigimos hacia el ascensor. Acostumbro alcanzarla al negocio en que trabaja y de ahí me dirijo al mío. Estábamos bastante cansados, había venido de visita un “amigo” y nos habíamos dormido tarde. Entiéndase que cuando digo “amigo”, me refiero a algún conocido que vino a disfrutar de mi esposa.

– No puedo más, me dijo Ana.

– Yo también estoy muerto, le respondí.

– Menos mal que mañana es sábado, continúe.

– Tenemos que parar de hacer esto en la semana, me dijo sonriendo.

– Ayer no se te veía disconforme, sonreí.

Solo sonrío y antes que pudiera decir algo más, llego el ascensor. Al abrirse las puertas su interior estaba ocupado por un vecino del séptimo piso, que, aunque lo había cruzado varias veces, nunca habíamos entablado una conversación.

– Buenos días, dijo.

– Buenos días, dijimos casi al unísono con Ana.

– Van a las cocheras, preguntó.

– Si, gracias, dije.

Yo me acomode al lado de él y Ana se ubicó delante de los dos mirando hacia la puerta del ascensor. Ella vestía un pantalón blanco muy ajustado que dejaba notar muy sutilmente a través de la tela los bordes de su pequeña tanga.

Por supuesto eso no pasó desapercibido para nuestro vecino, que clavo la mirada en la cola de mi esposa, sin ningún disimulo.

– Me llamo Ricardo, dijo mientras me ofrecía su mano.

– Jorge Pietro, un gusto, dije correspondiendo su saludo.

– Soy Ana, un gusto.

– Si claro señora, ya conozco su nombre, acá en el edificio se habla mucho de Ud., dijo.

Ana me miro y se sonrojo.

– Es que hace mucho tiempo que vivimos acá, dije nervioso.

– Si claro, dijo el riendo.

Por suerte, el ascensor llego a destino. Mientras caminábamos hacia nuestros autos a Ana se la veía abrumada, pero no dijo palabra. Yo a su lado le agarré la mano y se la apreté en un gesto de tranquilidad. Ricardo había quedado detrás de nosotros y me lo imaginaba disfrutando la cola de ella con atención.

– Que tengan un buen día, dijo

– Igualmente, respondí

– Adiós, fue solo el saludo de Ana.

– Espero no haberla incomodado con mi comentario, en el edificio es muy conocida por su belleza, dijo Ricardo mientras la observaba de arriba abajo.

– Gracias, dijo ella sonrojándose nuevamente.

– Cuide mucho a su esposa, es un hombre muy afortunado, continuo, dirigiendo su mirada hacia mí.

– Si claro, dije.

Subimos al auto y salimos del edificio.

– Que fue eso, me pregunto Ana

– No sé, anda a saber, por ahí te vio en el balcón dije.

– No creo, de donde está ubicado su departamento no se ve nada, dijo.

– Tenés razón, desde su balcón no creo que pudiese verte, por ahí alguien le dijo.

– Un admirador más de tu cola, continúe sonriendo.

– Es un viejo, dijo mientras me pegaba suavemente en el hombro.

– Será un viejo, pero no te imaginas como te comió la cola con los ojos en el ascensor, dije.

– Que viejo baboso, dijo.

– Me vas a decir que no te calienta que te desee la cola.

No me contesto, habíamos llegado a destino, me dio un beso y bajo del auto.

Ana tenía razón, Ricardo era una persona bastante mayor, rondaba los 65 años, su cabello lucía completamente blanco, estaba muy tostado por el sol y se lo veía, a pesar de su edad, en muy buen estado físico. Las veces que lo había visto vestía muy elegante e inundaba el ambiente con un penetrante perfume.

Manejando camino a la oficina tuve una erección de solo imaginar que mi esposa podía tener algo con el viejo. Siempre quise ver a Ana con alguien muy mayor, se lo había propuesto varias veces y siempre recibí un rechazo contundente. A ella le gustaban los jóvenes.

Fue un día distinto en la oficina. No podía dejar de imaginarme a Ricardo en la cama con mi esposa. Fue tanto así que tuve que ir al baño a masturbarme para calmarme un poco. Tenía que hacer algo para que eso ocurriera, pero que.

Se me ocurrían un montón de cosas, pero difíciles de llevar a la práctica. Pensé en invitar a cenar al viejo a casa, pero lo descarte, con que excusa lo haría. También fantasee con hacer que viera a Ana en el balcón, pero era imposible, él no tenía vista hacía nuestro departamento. Me sentí frustrado, comprendí que tenía que seguir con mi fantasía sin cumplir.

Nunca creí mucho en eso del destino y de los que dicen que las cosas que tienen que darse se darán, siempre pensé que si no trabajas para conseguir algo no hay forma de lograrlo. Lo que no tuve en cuenta es que la vida siempre te da sorpresas y la sorpresa estaba cerca.

Al regresar a casa e ingresar en la cochera lo veo a Ricardo a un costado, lo salude con la mano, estacione y me baje del auto.

– Hola señor Pietro, me saludo, estirándome su mano.

– Hola como esta, respondí.

– Bien, gracias, lo estaba esperando, dijo.

Ante mi cara de asombro, continuo:

– Quería disculparme con usted, me quedé pensando todo el día que quizás podía haber tomado a mal el comentario que le hice a su esposa, si es así lo lamento mucho, no fue mi intención ofenderlo.

– No hay problema Ricardo, estoy acostumbrado a que le digan cosas, respondí.

– Me imagino, tiene una mujer muy bella, dijo.

– Gracias.

– Además viste muy sexy y eso no pasa desapercibido, comento.

– Tiene unos minutos ahora, me gustaría invitarlo a tomar un café en mi casa, prosiguió.

Iba a decirle que no, pero luego pensé que era una buena ocasión para descubrir si sabía algo de lo que hacíamos con Ana, así que acepté.

El departamento que habitaba era uno de los más grandes del edificio, tenía una hermosa vista a los jardines y a la piscina y estaba muy finamente decorado.

– Pase Pietro, siéntese por favor, dijo indicándome unos mullidos sillones.

– Prefiere café u otra cosa, preguntó.

– Café está bien, respondí.

– Que buena vista tiene desde acá, dije mirando hacia su balcón.

– No crea, hay edificios enfrente que tienen mejor vista que esta, ¿no cree?, pregunto con una sonrisa.

Me tomo de sorpresa. Lo que había dicho podía ser una frase más, o podía saber algo de las exhibiciones de Ana en nuestro balcón.

– ¿Porque lo dice?, pregunté.

– Es que hay balcones que tienen vistas más divertidas, ¿no le parece?

Ya no tenía dudas, sabía lo de Ana. Eso me excito, pero lo disimule.

– Puede ser, respondí sonriendo.

Se acercó con una bandeja con los dos cafés, me ofreció uno y se sentó en el sillón frente al mío.

– Me dijeron que su balcón es interesante.

– Le parece, respondí haciéndome el desentendido.

– ¿Quién le dijo?, pregunté.

– Alfredo, el de seguridad.

Alfredo es nuestro guardia de seguridad del turno noche. Un hombre de unos 50 años, morocho, le dicen el negro, corpulento, calvo, con aspecto rudo, pero siempre muy callado y cordial.

– Venga que le voy a mostrar algo, continúo dirigiéndose al balcón.

– ¿Ve ahí?, y me señalo una parte superior del edificio.

– Eso es una cámara, continuó.

En efecto, había instalada una cámara tipo domo que por la posición que estaba colocada era muy posible que tomara imágenes de parte de mi balcón. Nunca supimos con Ana de esa cámara. Me corrió un frio por la espalda, mezcla de vergüenza y excitación.

– Alfredo me conto que esa cámara es de alta resolución y que tiene un buen zoom. También me dijo que, a pesar de lo aburrido de su tarea, hay noches que gracias a esa cámara la pasa muy bien, continúo diciendo.

– Me alegro que se divierta un rato, dije dirigiéndome a los sillones visiblemente abrumado.

– Sí, yo pienso lo mismo, pero le digo que es un egoísta, se guarda los videos para el solo y no se los quiere mostrar a nadie.

Eso me tranquilizo bastante, por lo menos sabía que solo Alfredo había tenido acceso a las imágenes.

– No le parece egoísta de su parte que no quiera compartir la hermosa cola de su esposa conmigo, dijo mirándome fijamente.

Su cara se había transformado, se le notaba que haberme dicho eso lo había excitado. Lo mire molesto. Él se dio cuenta.

– No se ponga mal Pietro, no me culpe por querer disfrutar de ese culo hermoso, acaso a ella no le gusta lucirlo y acaso usted no disfruta que lo deseen, ¿o me equivoco?

Me quede callado, eso le dio lugar para seguir hablando:

– Alfredo también me conto que hay varios muchachos vecinos que van a visitar a su mujer. Perdón que le pregunte, pero ¿Qué edad tiene su esposa?

– Treinta y seis, le respondí.

– Ah, pero que bien que esta, parece mucho más joven, me dijo.

– Así dicen, fue solo lo que atine a responder. Me sentía incómodo, Ricardo estaba enterado de todo y eso me preocupaba.

– Con ese físico y con la experiencia de la edad debe dejarlos secos a los vecinos, prosiguió notándoselo cada vez más excitado.

– ¿Disfruta viéndola con ellos?

– Si claro, lo nuestro es consensuado, respondí.

– ¿Le gustaría que me coja a su esposa?, pregunto con cara de deseo.

Había dejado de dar vueltas, había ido al grano. Su audacia me sorprendió, pero también me gustó.

– No creo que quiera, no le gustan las personas mayores, respondí.

– No le pregunte eso Pietro, ¿le gustaría verla coger a su esposa conmigo?, insistió.

Asentí con la cabeza, estaba muy perturbado para emitir sonido.

– Bien, entonces ¿me da vía libre para seducir a su mujer?, preguntó.

– ¿Me va a ayudar a que eso pase?

– Le repito, ella no va a aceptar, respondí.

– No se preocupe, eso déjemelo a mí.

– Bueno, usted sabrá, dije.

– Perfecto, le agradezco su confianza. ¿Quiere otro café?

– No gracias, ya me tengo que ir.

– Ha sido un placer conversar con usted, ya nos veremos pronto, dijo mientras me acompañaba hacia la puerta de calle.

– Gracias, estreché su mano y salí.

– Salúdeme a su esposa, dijo sonriendo, antes de cerrar la puerta.

Mientras bajaba por el ascensor hacia mi piso tuve que acomodarme el pantalón, la charla me había producido una erección que era notoria. La preocupación que me producía que personas del edificio supieran lo nuestro, había desaparecido ante la calentura que tenía.

Aunque lo había notado muy seguro a Ricardo, seguía pensando que Ana jamás tendría algo con él, aunque yo realmente deseara que sucediera.

Decidí no comentarle nada a ella, no estaba seguro como lo tomaría, seguro se va a preocupar pensé y para que abrumarla con algo que ya no tenía solución.

Esa noche cenamos y como estábamos muy cansados nos acostamos temprano, aunque a mí me costó bastante dormirme.

El sábado amaneció hermoso, muy soleado y cálido. Por suerte no teníamos ningún compromiso, ni laboral, ni familiar, cosa que rara vez ocurría. Decidimos tomarnos ese día para disfrutar del verano. Desayunamos tranquilos y tipo 10 de la mañana bajamos al sector de piscinas.

Ir por la mañana tiene la ventaja de no encontrar gente, la mayoría lo hace por la tarde con las familias y eso termina con la tranquilidad.

Nos ubicamos en dos reposeras. Ana tenia puesto un traje de baño enterizo color negro bastante cavado, pero nada exagerado. Igualmente dejaba ver gran parte de su hermosa cola que, como es costumbre, lucia con orgullo.

Había pasado un rato, yo leía apasionado un libro que me habían recomendado, mientras ella tomaba sol boca abajo.

– Buen día Pietro, como esta, escuche detrás mío.

Al voltear, lo vi a Ricardo que se acercaba junto a otra persona.

– Buen día Ricardo, conteste sorprendido.

– Buen día señora Ana, dijo.

– Hola, contesto ella, incorporándose y sentándose.

– Por favor, no se moleste por nosotros, siga tomando el sol como estaba, dijo.

– No, está bien, respondió.

– Les presento a mi socio.

– Un gusto, Carlos, dijo mientras estrechaba la mano de los dos.

Carlos tenía más o menos la misma edad de Ricardo, quizás era un poco más grande, también de cabello canoso y tan o más tostado que él. Se lo notaba muy fino. Ambos estaban con batas de baño de toalla color blanco.

– Les molesta que les hagamos compañía, pregunto Ricardo.

– Para nada, dije yo, aunque note que a Ana no le gustó mucho la idea.

Juntaron dos reposeras a mi lado, se sacaron las batas y se sentaron. Lucían trajes de baño ajustados que hacían lucir sus cuerpos. A Ricardo se lo notaba muy en forma, su cuerpo estaba bien trabajado. Carlos, sin llegas a ser gordo, no se notaba tan cuidado y tenía una panza más prominente.

– Los vimos desde el balcón de casa y se nos ocurrió bajar así nos conocemos un poco más, les gusta la idea, pregunto, guiñándome el ojo sin que Ana lo viera.

– Si claro, dije.

– Y a usted señora, que le parece, nos gustaría conocer más de usted, le pregunto con cara de deseo.

– Está bien, dijo ella, con cara de sorpresa.

– Si les interesa saber más de ella solo yo no tengo nada que hacer acá, dije sonriendo, mientras amagaba levantarme de la reposera.

Todos rieron, inclusive Ana, que hasta ese momento estaba tensa.

– Bueno, si usted lo prefiere, dijo Carlos mientras me tomaba de la mano como queriendo levantarme.

Todos volvimos a reír, el ambiente se había distendido. A Ana se le noto por su risa que la monería de Carlos le pareció graciosa. Este aprovecho eso y acerco su reposera a la de ella.

– Cuénteme todo, dijo graciosamente mientras se sentaba a su lado.

– Mejor me voy al agua, me agarro calor, dijo ella mientras se incorporaba.

Fue caminando por el borde de la piscina hasta la escalera. Lo que me llamo la atención es que ese camino lo hizo con la cola parada, cosa que solo hacia cuando quería exhibirse a alguien. Sera que quiere calentar a los viejos pensé. Por supuesto eso no pasó desapercibido para Ricardo.

– Que terrible culo tiene su esposa, dijo.

Yo lo mire con sorpresa haciéndole un gesto señalando a Carlos.

– No se preocupe Pietro, él sabe todo, me dijo.

– Si, tranquilo hombre, ya me conto Ricardo como les gusta jugar, dijo Carlos.

– Divino orto, continuo sin sacarles los ojos de encima a mi mujer.

– Escúcheme Pietro, ahora cuando vuelva ella, háganos un favor, invente algo y déjenos solos un rato con su esposa, vaya a mi departamento, dijo Ricardo mientras me entregaba un manojo de llaves.

– Desde mi balcón podrá vernos. ¿Le parece bien?, continuo.

– Denos una hora, eso sí, cuando vuelva delante de ella invítenos a cenar hoy a su casa.

– ¿A los dos?, pregunte desconcertado.

– Claro Pietro, ¿sería capaz de privarme de esa cola?, pregunto Carlos.

No dije nada, solo tomé las llaves y las escondí. Lo que no podía esconder era la erección que me había producido la propuesta. No pude aguantar que regresara, me acerque a Ana y le avise que ya volvía, que iba a buscar algo para que me calmara el dolor de cabeza que tenía.

Llegue al departamento de Ricardo y me asome al balcón, tenía una vista perfecta. Ana ya había salido de la piscina y estaba camino a las reposeras. Los viejos le ofrecieron una para que ella quedara en medio de los dos. Ella se sentó y con su toalla comenzó a secarse. Me baje el short y me masturbe viendo la escena sin importarme si alguien pudiera estar mirándome.

Al rato, charlaban animosamente, se reían, entraban los tres al agua, jugaban con una pelota y volvían a las reposeras, Ana se untaba crema de forma muy sensual, y seguían charlando y riendo. Le miraban el culo sin disimulo cada vez que ella se paraba. Yo estaba caliente, tan caliente que acabe enseguida. Espere un rato y baje.

– Hola amor, ¿estas mejor?, preguntó Ana.

– Si, gracias, dije mientras le daba un beso.

– Menos mal que llegaste, no sabes lo bravos que son estos dos, dijo Ana riendo.

– No le haga caso Pietro, se la cuidamos bien, dijo Carlos también riendo.

– Lo felicito Pietro, su esposa además de ser hermosa, es muy simpática, dijo Ricardo.

– Lo que sí es bastante obstinada, nos ofrecimos varias veces a pasarle bronceador en la espalda para que el sol no le hiciera mal y no quiso saber nada. Mire lo colorada que tiene la cola, prosiguió sonriendo.

– Viste, te dije, así me tuvieron todo el tiempo, dijo Ana.

– ¿Me va a decir que el pasó mal con nosotros?, pregunto Carlos.

– Son bravos pero simpáticos, respondió ella riendo nuevamente.

– Es verdad lo que dice Ricardo amor, tu espalda está muy colorada, mejor subamos a casa, dije.

– No sea malo Pietro, nos va a dejar sin la compañía de su mujer, la vamos a extrañar, dijo riendo mientras le miraba el culo con deseo.

Ella se dio cuenta y riendo dijo:

– Ya me imagino lo que van a extrañar, te dije amor que eran bravísimos.

– Que mal concepto tiene de nosotros, dijo Ricardo a las carcajadas.

Yo solo reí. Pensé que era el momento justo para hacer lo que Ricardo me había pedido.

– ¿Porque no vienen a cenar a casa esta noche?, pregunté.

Ana me miro desconcertada, pero su cara mostro que no le había disgustado del todo mi idea.

– Claro, por supuesto, dijo Ricardo.

– Pero con una condición, que su esposa no cocine, no quiero que trabaje, continuo.

– Que caballero, dijo Ana con una sonrisa en los labios.

– Nosotros llevamos el vino y el postre y podemos pedir unas empanadas, dijo Carlos.

– Listo, traigan solo el vino, el postre lo ponemos nosotros, dije mirando a Ricardo con una sonrisa en la cara.

Había entendido mi indirecta, su cara de deseo lo delato. Ana no se dio cuenta, seguía juntando las cosas ayudada por Carlos. Yo disimuladamente les devolví las llaves a Ricardo. Arreglamos para las 21 horas y nos despedimos.

– Qué raro que los invitaste a cenar, me dijo Ana camino a nuestro departamento.

– ¿No querías?, ¿te parece que lo suspenda?, pregunté.

– No, está bien, no me caen mal, son agradables y muy graciosos, me respondió.

– Parece que vos también les caíste bien, te lo digo por la forma que te miraban, dije sonriendo.

– Sí, me di cuenta, son bastante zarpados, pero siempre me trataron con respeto.

– Quererle pasar crema en la espalda a una mujer casada no me parece muy respetuoso, dije.

– Me estaban jodiendo, decían que podía ser su hija y me estaban cuidando del sol, son unos locos bárbaros, rió.

– No parecía que te miraban el culo como a una hija, dije a propósito para ver su reacción.

No dijo nada, solo me sonrió. La note a Ana entusiasmada, los viejos le habían hecho pasar un buen rato. Recién en ese momento comencé a pensar que mi fantasía podía hacerse realidad.

Almorzamos y pasamos la tarde en casa mirando unas películas. Ana estuvo pasándose crema por todo el cuerpo a cada rato, realmente el sol había arrebatado la piel de la parte posterior de sus piernas y de la cola.

Llego la hora de prepararnos para la cena. Me duche, me cambie y mientras Ana hacia lo mismo, prepare la mesa del comedor para la velada. Al rato apareció ella.

– ¿Amor, me notas algo raro?, me pregunto mientras daba una vueltita.

Se había puesto un solero azul que dejaba su espalda al descubierto y que le llegaba a unos diez centímetros por arriba de las rodillas, con unas sandalias con un poco de taco y del mismo color. Se veía hermosa y radiante.

– Además, que estás relinda no noto nada, dije piropeándola.

– ¿Seguro? Me volvió a preguntar dando otra vuelta.

– No, dije.

– ¿Que tengo que notar?, pregunté.

– Es que no me pude poner nada abajo porque me arde por lo quemado, dijo.

– ¿No se nota no?, continuó.

– No, para nada, dije.

– Gracias, ya vengo, me voy a maquillar, dijo mientras me daba un beso.

Tuve que disimular el principio de erección que me había producido saber que iba a recibir a los viejos totalmente desnuda debajo del vestido. Trate de pensar en otra cosa, y continúe acomodando la mesa.

A las 21 en punto sonó el timbre, Ana todavía se estaba arreglando. Abrí la puerta y los hice pasar. Ambos estaban vestidos con una camisa y un pantalón, prendas que se veían muy finas. Una estela de perfume inundo todo el ambiente.

– Hola Pietro, buenas noches, dijo Ricardo.

– Permiso, dijo Carlos al entrar.

– Hola, bienvenidos, dije.

– Gracias, acá traje lo prometido, dijo mientras me entregaba dos botellas de vino caro, muy caro.

– Por cierto ¿donde está el postre?, pregunto sonriendo.

– Amor, ya llegaron, grite como respuesta a esa pregunta.

Me miraron y transformaron su cara sonriente por una de deseo casi salvaje. En ese instante apareció Ana. Estaba radiante, el color del tostado contrastaba con el azul del vestido, su maquillaje era sutil y su perfume tan sensual la hacían más atractiva de lo que ya es. Los viejos enmudecieron, imagine que habían tenido una erección.

– Hola, dijo Ana, dándoles un beso en la mejilla a cada uno.

– Buenos noches, dijeron casi al unísono.

– Que hermosa esta, dijo Ricardo tomándola de la mano y dándole una vueltita.

– Divina, dijo Carlos.

– Gracias dijo ella, ustedes están muy elegantes.

– Les trajimos regalitos, dijo Carlos y nos entregó una bolsa a Ana y una a mí.

– En serio, dijo ella, que amables, continuó.

– No se hubiesen molestado, dije

Abrí la bolsa y había una caja con un perfume.

– Es el que uso yo dijo Ricardo, como hoy en la piscina su esposa me dijo que le gustaba, pensé, que mejor que también lo use usted, así cada vez que ella lo huele se acuerda de mí, dijo astutamente.

– Gracias es muy rico, dijo Ana inquieta.

– ¿Te gusta amor?, continuó.

– Si claro, muchas gracias, dije.

– Abra el suyo señora, dijo Carlos.

Ana metió la mano en la bolsa y saco una tanga diminuta con encaje de color negro. Me miro, se ruborizo y sonrió nerviosamente. Con los regalos los viejos habían jugado fuerte, era una movida que no esperaba, pero que me hizo correr un frio por la espalda

– Espero sea de su talle, dijo Ricardo, cortando la tensión generada.

– Si, gracias es talle 1, el que uso yo, dijo Ana, tratándose de reponer.

– Estaba seguro, el diablo sabe más por viejo que por diablo, y a mi edad he visto muchas colas hermosas, dijo sonriendo.

– ¿Nos sentamos?, pregunte. Necesitaba hacerlo, la erección que tenía ya me molestaba.

Ambos se ubicaron en la mesa uno al lado del otro, yo puse una botella de vino en la mesa y le di la otra a Ana para que la llevara a la cocina.

– Mire como tiene las piernas de coloradas, dijo Ricardo, con la mirada clavada en ella mientras se retiraba caminando sensualmente.

– Si, le hizo bastante mal el sol, dije mientras servía el vino.

– Cómo será que no pudo ponerse ropa interior porque le ardía, continúe.

Sabía que lo que había dicho calentaría un poco el ambiente. Dio el resultado que esperaba, los dos me miraron serios. Tenían en su cara una expresión de excitación que no les había visto hasta ahora. Fue en ese momento que regreso Ana.

– ¿Que pasa?, pregunto al vernos a los tres en silencio.

– Nada, solo estábamos hablando de cómo te arrebataste las piernas con el sol, dije haciendo un esfuerzo para que no notara en la voz lo excitado que estaba.

– Si, vieron, dijo dándose vuelta y levantándose unos centímetros el vestido llevándolo casi al límite de la cola.

– Uh, como tiene, dijo Carlos notablemente excitado.

– Eso le pasa por no habernos hecho caso y dejarnos pasarle bronceador, dijo Ricardo.

Ella solo rio mientras se bajaba el vestido y se sentaba en una silla al lado mío.

– Nos comentó su marido que no pudo ponerse ropa interior, dijo Carlos.

– Eso no se cuenta, dijo ella recriminándomelo enojada.

– No se enoje, como le dije por la mañana, yo puedo ser su padre, dijo Ricardo, sonriendo.

– Es más, puede llamarme papi cuando quiera, continúo riendo más fuerte.

– Que terribles que son ustedes, y vos que encima les contás cosas privadas, dijo dándome un golpecito en el hombro.

– No culpe a su marido, me defendió Ricardo.

– ¿A usted Pietro le molestaría que su mujer me llamara papi?, preguntó.

– Para nada, dije sonriendo.

Ana estaba inquieta, se notaba que le había empezado a gustar el jueguito.

– Seguro a su hija no le regalaría una tanga tan sexy como esta, dijo Ana con una sonrisa pícara, sacándola de la bolsa que había quedado sobre la mesa.

– Porque no, si tuviese una hija con una cola tan bella como la suya, si lo haría, dijo, Ricardo.

– Una pena que le arda la cola, me gustaría ver como luce en usted y darle mi opinión, continúo riendo.

Estaba seguro que escuchar a Ricardo desearle verle la cola entangada la había calentado, esas cosas a ellas la ponían a mil. Además, el brillo de sus ojos la delataron.

– Otro día se la muestro papi, dijo haciéndose la bebota.

– ¿Le gusta que le hable así?, pregunto sonrojada.

– Me encanta, dijo Ricardo poniendo cara de degenerado.

Todos reímos. Se había creado una atmosfera cargada de erotismo. Eso fue aprovechado por Carlos que intervino rápidamente para que no se cortara.

– Permiso Pietro, mi dijo poniéndose de pie y tomando de la mano a Ana. La hizo parar y la ubico dando la espalda a la mesa.

– ¿Cuándo le toco así, le molesta?, le pregunto mientras pasaba suavemente su palma de la mano por su pantorrilla derecha, deslizándola desde el talón hasta detrás de las rodillas.

Ella, no hizo ningún movimiento para evitar que Carlos la tocara. Se la notaba como atontada, era indudable que cada minuto que pasaba estaba más excitada.

– No, usted tiene la mano muy suave, respondió.

– ¿Y acá?, pregunto nuevamente, mientras subía más la mano hacia el muslo, llegando a que sus dedos hurgaran apenas unos centímetros por debajo del vestido.

– No, dijo ella casi inaudible.

Ana seguía inmóvil. Ricardo y yo éramos simples espectadores sin emitir sonido. El silencio tanto de ella como el mío me hizo creer que Carlos no se iba a detener e iba a llegar a acariciarle la cola por debajo de la pollera. A decir verdad, deseaba ver eso con desesperación. Pero me equivoque. Saco su mano, se acercó a su oído y le susurro algo que no logre escuchar.

– No es para preocuparse, mañana ya no le va a molestar mas, dijo Carlos, mientras volvía a su lugar.

A Ana se la noto sorprendida, lo que había escuchado de Carlos la había perturbado. Al sentarse se veía muy ruborizada, el solero marcaba lo duro que se le habían puesto los pezones. Sin dudas estaba muy excitada. Tomo una copa de vino y bebió un trago.

– Permiso, le quedo una gota de vino en los labios, dijo Ricardo

Acerco el dedo pulgar de su mano derecha a su boca. Recorrió con mucha suavidad sus labios dos o tres veces para luego ejercer un poco de presión para abrirse lugar y entrar en su boca. No tuvo que esforzarse demasiado, al instante el dedo entro y salió de la boca de mi esposa unas tres o cuatro veces, ella lo chupo con gusto. Entre el color del sol y la calentura que tenía su cara se había puesto roja como un tomate. Ricardo saco su dedo.

– Pietro, acompañe a su esposa al balcón a que tome un poco de aire, está muy acalorada, me pidió.

La tome de la mano y la saque al balcón bajo la sigilosa mirada de los viejos, la acerque a la baranda dándole la espalda a nuestros invitados. Yo me puse al lado. Baje una mano disimuladamente y la toque por adelante, estaba toda mojada. Ella me miro y emitió un pequeño gemido. Tomé con las dos manos la parte de la pollera del vestido y comencé a subirla. Ella me freno con sus manos y volvió a mirarme, no dijo nada, su mirada reflejaba deseo, pero a la vez vergüenza.

– Lo que tengas ganas de hacer para mi está bien, le dije para tranquilizarla.

Volvió a mirar al frente y luego de unos segundos aflojo las fuerzas de sus manos. Levante su pollera lentamente hasta dejar su cola totalmente descubierta. Le pedí que sostuviese el vestido para que no se volviera a bajar, ella agarro la tela con una mano. La besé suavemente en la mejilla y volví hacia donde estaban los viejos. En camino me cruce con Ricardo que iba en dirección a Ana.

– Ya vuelvo Pietro, voy a hacerle compañía a su esposa, dijo sin mirarme.

Llegue a mi silla y me acomode a disfrutar la escena. Carlos no se había movido de su lugar y no le sacaba los ojos de encima al culo de mi mujer. No era para menos, esa cola desnuda rosadita por el sol y con la marca blanca del traje de baño se veía tremenda. Ana se tocaba muy sutilmente.

Ricardo se ubicó a unos pasos de ella y fijo uno segundo la vista en su cola, luego se acercó un poco más, se puso a su lado y la miro a la cara fijamente. Ana seguía mirando al frente.

– ¿Le arde acá?, le pregunto a la vez que apoyo la mano completa sobre su apetitoso culo y lo acaricio suavemente.

No respondió nada, apenas sintió el roce, arqueo la espalda, tiro su cabeza para atrás y gimió, demostrando cuanto lo estaba deseando. Carlos miraba la escena en silencio y tocándose por arriba del pantalón, yo estaba que explotaba.

– Le puedo preguntar qué le dijo al oído, rompí el silencio.

– Claro Pietro, le dije que a mí no me engañaba, que se hacia la señora fina, pero que era terrible putita, me respondió Carlos sonriendo.

– Y por lo que se ve, parece que no me equivoque, continuó.

No dije nada, solo me concentré en seguir mirando.

Durante unos minutos Ricardo continúo manoseando la dura y parada cola de mi esposa a su gusto, no dejando lugar donde no tocar. Metió un dedo entre sus piernas y lo saco empapado. Se lo mostro y regreso a las caricias.

– Sabe que creo, dijo Ricardo acercándose a su oído.

– Que no ponerse ropa interior porque le ardía fue una excusa para su marido.

– Estoy seguro que desde esta mañana estaba deseando entregarme este culo, ¿o me equivoco?, le preguntó apretándole con fuerza un cachete.

Ella lo miro con deseo mordiéndose suavemente el labio inferior. El viejo la sujetó de la cabeza y la beso apasionadamente mientras le seguía manoseando fuertemente el culo y los muslos. Estaba en lo cierto, por la forma que Ricardo la tocaba se notaba que no le ardía nada. Me había engañado, Carlos tenía razón, era más puta de lo que yo creía.

– Permiso Pietro, voy a disfrutar del postre, dijo Carlos sonriendo y se dirigió al balcón.

Se paró del otro lado de Ricardo, quedando Ana en el medio de los dos. No perdió tiempo, bajo su mano y comenzó a masajearle el culo. Cuando ella lo sintió, dejo de besar a Ricardo y comenzó con él. Yo me acerque al sillón para poder estar más cerca de la escena, me baje el pantalón y comencé a masturbarme furiosamente.

Así estuvieron un rato, compartiendo el culo y la boca de mi mujer, hasta que Ricardo saco la mano, se ensalivó un dedo y se lo inserto hasta el fondo en la cola. Ana pego un terrible gemido y flexionó nuevamente la espalda. El dedo entraba y salía con rapidez, mientras Carlos la manoseaba por todos lados.

– Usted es una señora que se porta muy mal, tiene la colita muy abierta, dijo Ricardo.

– Proba Carlos, continuo mientras le sacaba el dedo

Al segundo Carlos tenía el dedo dentro de la cola de mi mujer Lo entraba con fuerza y lo sacaba despacio, así una y otra vez. Eso fue mucho para Ana, que les regalo un terrible orgasmo jadeando descontroladamente.

Con tremendo griterío temí que algún vecino se quejara. Ahí, me acorde de Alfredo, seguro estaba viendo y filmando todo desde la cabina de seguridad pensé. Me alarme, pero también me excito tanto que no pude aguantar y acabe por primera vez en la noche manchándome todo.

Fui al baño a limpiarme, lo hice rápido, no quería perderme nada de lo que pasara. Cuando regrese, ya estaban adentro, en el sillón. Ana estaba sentada entre los dos viejos y ya lucia con el solero enrollado en la cintura y sus pechos al aire. Me sorprendí en ver a los dos aun vestidos e incluso con sus miembros dentro de sus pantalones. La lengua de Ricardo jugaba con la de ella, y con una mano acariciaba suavemente su entrepierna totalmente depilada y húmeda. Carlos se entretenía lamiéndole un pezón. Ana se contorneaba de placer. Sus manos estaban apoyadas en las piernas de ellos. Me quite los pantalones y me senté en una silla.

– Hola Pietro, donde fue, me pregunto Ricardo, cuando le paso la boca de Ana a Carlos.

– Fui al baño, dije tímidamente.

– Venga, me dijo.

– Dele un beso a su mujer que se lo merece, además de ser hermosa es muy caliente, continuó.

Cuando me acerque, Carlos le soltó la boca y volvió a su pezón, la bese suavemente en los labios. Temblaba. Ninguno dijo nada, solo nos miramos. Entendí por sus ojos que deseaba más, mucho más.

Volví a mi lugar, estaba nuevamente erecto. Carlos la tomó del brazo y la hizo arrodillar frente a ellos. Al mismo tiempo abrieron sus braguetas. Ana los miraba ansiosa.

– ¿Quiere ver que tenemos para usted?, pregunto Carlos.

– Si, contesto, acariciando sus pantalones,

– ¿Si qué?, pregunto Ricardo.

– Si, papi, contesto con terrible cara de puta.

Abrieron sus pantalones y sacaron sus miembros totalmente erectos. Ella los miro con sorpresa. No era para menos, el tamaño de ambos llamaba la atención, eran enormes, largos y gruesos y estaban totalmente rasurados. Por su asombro se notó que nunca había imaginado que los viejos portaban terribles pijas, y, a decir verdad, yo tampoco.

– Acá tiene lo que le gusta, dijo Carlos, balanceando con la mano el terrible pedazo de carne.

Ana tomo ambos con la mano y comenzó a acariciarlos. Se la notaba extasiada. Yo estaba feliz, siempre había querido ver a mi mujer con un viejo y hoy la estaba viendo disfrutando con dos.

Lamio primero la de Ricardo, solo jugando con la lengua por su cabeza. Hizo lo mismo con la de Carlos. Mientras lo hacía, los miraba a los ojos. Era la primera vez en la noche que note que los viejos habían perdido el control, estaban que estallaban.

Lo repitió varias veces alternando entre los dos, hasta que abrió bien la boca y se introdujo el miembro de Ricardo hasta el fondo. Se escuchó la primera exclamación de parte de ellos.

– Así señora, susurro Ricardo a la vez que con las dos manos empujaba la cabeza de Ana con fuerza.

Tuvo su primera arcada, le había llegado a la garganta. Eso no la detuvo, siguió entrando y sacando esa inmensa pija de la boca, mientras masturbaba con ganas a Carlos.

Al rato, cambio a Carlos e hizo lo mismo, mientas masturbaba a Ricardo. Las arcadas eran más seguidas y el esfuerzo había llenado sus ojos de lágrimas que habían corrido su maquillaje. Abundante saliva caía hacia sus pechos.

De repente Carlos se paró y vino hacia la mesa.

– Su mujer es una fiera, hace rato que no me chupan la pija así, me dijo mientras tomaba un sorbo de vino.

– Y ese culo duro que tiene esta para comérselo, continúo notándoselo terriblemente excitado.

No dije nada, solo me masturbaba. El regresó a seguir disfrutando de mi esposa. Ana seguía mamando la verga de Ricardo con entusiasmo. Carlos se arrodillo detrás, le abrió el culo con las manos e introdujo su lengua en su hoyito. Ella grito, giro su cabeza para mirarlo, paro más la cola y siguió mamando. El viejo metía y sacaba la lengua mientras ella empujaba el culo a su cara. Estuvieron así un rato hasta que Ana tuvo su segundo orgasmo.

Ricardo saco la verga de su boca y se levantó del sillón, agarro un almohadón, salió al balcón y lo acomodo en el piso. Carlos seguía lamiéndole la cola.

– Venga señora, quiero que me la chupe acá, dijo Ricardo desde el balcón.

Ella dudo, me miro como buscando mi aprobación.

– No Ricardo, los pueden ver, dije yo.

– Eso es justamente lo que quiero Pietro, que todos puedan ver lo puta que es su mujer, dijo.

– Venga, vamos a mostrarle a los vecinos como le gusta la pija, continuo, tomándola de la mano a Ana y sacándola al balcón.

Ella obedeció, estaba muy caliente para pensar. A mí me pasaba lo mismo, no pude decir nada. Carlos salió tras ellos.

Ana se arrodillo sobre el almohadón apuntando con la cola hacia fuera quedando de frente a mí. Ellos se ubicaron uno a cada lado. Carlos la agarró de los pelos y le refregó su trozo de carne por toda la cara. Ella se la metió en la boca hasta hacerla desaparecer, la saco y fue por la de Ricardo. Se notó que les encantaba los viejos, chupaba como nunca la había visto antes hacerlo. Pasaba de una pija a la otra, les lamia los huevos, se ponía las dos en la boca y todo lo hacía mirándolos a los ojos. A ellos se los notaba terriblemente excitados.

Muéstreles bien ese culo a los vecinos, decía Ricardo, ella obedecía sacándolo bien para afuera. Métase un dedo, le decía Carlos, ella volvía a obedecer clavando un dedo en su cola. Ambos le pegaban con sus miembros en la lengua, en la cara, en la cabeza. Habrán estado al menos media hora así, tiempo en el que conté por lo menos 3 orgasmos más de ella. La tenían totalmente dominada, nunca la había vista tan puta.

La levantaron y entraron. Ella era un desastre, tenía su pelo todo revuelto, la cara manchada de maquillaje, su solero recogido en su cintura lleno de saliva y su cola y sus tetas rojas de las manoseadas que le habían pegado los viejos.

– Pietro, ayude a su mujer a arreglarse un poco y después llévela a su dormitorio, me pidió Ricardo.

– Nos tomamos una copa de vino y vamos, dijo Carlos.

La acompañe al baño, seguía tan caliente que aun temblaba, le quite el solero y la ayude a limpiarse la cara mientras se arreglaba el cabello.

– Te están matando, le dije.

– Y eso que recién empezaron, continúe.

– Estas bien, queres seguir, pregunte tontamente, solo para que viera que me preocupaba por ella.

No dijo palabra, solo me miro. No dije más nada solo esperé que terminara de lavarse. A los minutos estaba nuevamente hermosa y perfumada.

– Vos queras que siga, me pregunto sonriendo.

No espero la respuesta, me dio un suave beso en la mejilla y salió del baño totalmente desnuda en dirección al dormitorio. Fui al comedor y les avisé a los viejos que ya estaba lista.

– Mi esposa los espera, dije.

– Gracias Pietro, dijo Carlos.

– Avísele que ya vamos, dijo Ricardo.

No tenían apuro, tenían toda la noche por delante y estaban seguros que Ana los iba a esperar lo que ellos quisieran. Fui al dormitorio.

Estaba acostada boca arriba con los ojos cerrados, una mano acariciándose un pecho y con la otra masturbándose.

– Ya vienen, dije.

Creo que ni me escucho. Busque una silla y la coloque al costado de la cama, me desnude completamente y espere también masturbándome.

Entraron juntos a la habitación. Ricardo se sentó al lado de Ana, mientras Carlos paso al otro lado de la cama y comenzó a desvestirse.

– ¿Hola señora, como esta?, pregunto mientras la acariciaba suavemente todo el cuerpo.

– Bien papi, respondió ella, acelerando un poco su masturbación.

– Qué lindo queda ese papi en su boquita, no Pietro, me pregunto, a la vez que insertaba dos dedos en su boca.

– Si, le respondí tímidamente.

– Usted sabe que yo siempre la voy a cuidar como una hija, así que cuando necesite algo sabe dónde vivo, dijo mientras Ana le chupaba los dedos con ganas.

– A ver como tiene la colita, continuó.

Ella se puso boca abajo y levanto bien el culo.

– Ya está mucho mejor, no le duele nada no, pregunto mientras se lo acariciaba.

– No, papi, respondió nuevamente.

– Bueno, ahora Carlos se la va a meter por la cola, si le llega a doler usted me avisa, dijo mientras le insertaba un dedo.

Ella pego un gritito de placer. Ricardo saco su dedo y le dio lugar a Carlos que ya totalmente desnudo se acomodó detrás de Ana. Ella, al sentirlo, se puso de rodillas con la cara apoyada en la almohada y el culo bien abierto. El escupió varias veces el agujero, acomodo su miembro y empujo. Se escuchó un grito de placer. Carlos se sorprendió con qué facilidad el culo se tragó terrible pija.

– Se la comió de una, dijo mirándolo incrédulo a Ricardo mientras empezaba a bombearla.

– Vaya a besar a su mujer, felicítela por ese hermoso culo abierto, me pidió Ricardo viendo la escena.

Me acerqué y le di un apasionado beso en la boca mientras Carlos la golpeaba de atrás con intensidad.

– Permiso Pietro, me dijo Ricardo sacándome de un hombro.

Yo volví a mi silla, El ya totalmente desnudo levanto la cabeza de Ana y puso la verga en su boca. La habitación era todo gemidos. Mi esposa tenía un orgasmo tras otro. Yo acabe por segunda vez en la noche.

Fui a lavarme. Cuando regrese habían cambiado de posición, Ana estaba cabalgando descontroladamente arriba de Ricardo que tenía su miembro que entraba y salía de su vagina a un ritmo infernal mientras pajeaba con fuerza a Carlos que la besaba y amasaba sus tetas. De pronto escuche un grito.

– Pietro, grito Ricardo.

– Mire como la lleno de leche a su mujer, continuó.

Se mezclaron los gemidos. Ricardo dejo hasta la última gota de semen dentro de Ana, ella había acabado una vez más y Carlos tenía su primer orgasmo desparramando su leche por toda la cama.

Bajo de arriba de él y se acostó a su lado, Ricardo seguía jadeando, a ella le goteaba la vagina. Carlos recostado del otro lado la besaba suavemente en su boca.

Se había hecho silencio, todos necesitábamos un descanso. Salí del dormitorio y fui al comedor a recostarme en el sillón. Me dormí.

Me despertaron unos gritos, me fije la hora y habían pasado casi dos. Fui hacia el dormitorio, pero al llegar al baño en suite descubrí que los gritos venían de ahí. Estaba la puerta entreabierta, me asome y ahí estaban, Ana agarrada de la mesada frente al espejo y Carlos parado detrás tomándola de la cintura y dándole fuertemente por la cola. Ambos estaban con el cabello mojado, supuse que se habían bañado juntos. Los gemidos de ella estaban acompañados del ruido que producía el golpear de la panza de Carlos contra su culo. Me vieron a través del espejo, pero estaban muy entretenidos como para decirme algo. Los dejé y me fui a ver dónde estaba Ricardo. Me lo cruce en el pasillo saliendo del dormitorio.

– Hola Pietro, lo despertaron los gritos, me preguntó.

– Si, respondí.

– Imposible dormir con estos ruidos, sonrió.

– Lo felicito, su esposa es tremenda, como le gusta la pija, continuó.

– Carlos hace media hora que le está serruchándole el culo en el baño y no la puede calmar, sonrió nuevamente.

No le dije nada, estaba excitado nuevamente. En ese momento se escuchó un jadeo de Carlos y por fin, se hizo silencio. Pasaron unos segundos y salió del baño.

– Hola Pietro, el culo de su mujer es lo más, me dijo.

– Le acabo de dejar un litro de leche adentro, continúo sonriendo, mientras se dirigía al comedor.

Se escuchó el agua de la ducha caer, pensé entrar a bañarme con Ana. Me detuvo Ricardo.

– Le quiero comentar algo Pietro, me dijo.

– Hace un rato, me mandó un WhatsApp el negro Alfredo preguntándome si podía subir cuando termine su turno, y como usted dormía y no quise despertarlo, me tome el atrevimiento de decirle que sí, prosiguió.

– ¿Cómo?, ¿para qué?, lo increpe asustado.

– Para que va a ser Pietro, quiere darle a su mujer, me respondió sonriendo.

– No me parece, tenía que haberme preguntado antes, dije serio.

– Le pido perdón, no pensé que lo iba a tomar a mal, se disculpó.

– Piénselo bien, ¿no le gustaría verla disfrutando con el negro?, preguntó.

La verdad que la idea me excitaba. Era seguro que Alfredo estaba muy caliente con Ana después de lo que había visto a través de la cámara y eso me aseguraba un buen espectáculo. Lo que no sabía era como iba a reaccionar Ana, eso me preocupaba.

– No creo que mi esposa quiera, dije.

– No se haga problema por eso Pietro, a ella le va a gustar, se lo puedo asegurar.

– Todavía no se dio cuenta la putita que tiene al lado, continuó.

A esa altura de la conversación estaba tan caliente que ya no tenía la capacidad de tomar decisiones, así que le hice caso a Ricardo.

– Bueno, dije, pero le voy a avisar a Ana, le dije.

– No le diga nada, que sea una sorpresa, me sugirió.

– Cuando llegue, tráigalo para el dormitorio y va a ver que va a estar todo bien, dijo convencido.

Su seguridad me ayudo a sentirme más tranquilo. Parecía que conocía a mi esposa mejor que yo.

En ese momento salió Ana del baño, se la veía cansada pero exultante, se había vuelto a maquillar y nuevamente su perfume inundo el ambiente. Seguía completamente desnuda. La bese suavemente.

– ¿La estas pasando bien?, le pregunte.

– Genial, me respondió sonriendo.

– Y todavía falta lo mejor, no Pietro, dijo Ricardo mirándome sonriente.

No dije nada, ella me miro desconcertada, pero no le dio demasiada importancia.

– Venga conmigo señora, mire lo que tengo para usted, continuo Ricardo mientras le mostraba el miembro totalmente parado.

La agarró de la mano y la llevo a la cama. Se acostó boca arriba e hizo que ella se tendiera sobre él. La besó ardientemente mientras le masajeaba el culo. A los minutos ella bajo besando su pecho hasta tener nuevamente su verga en la boca. Se los veía muy calientes, era como si recién empezaran. Yo estaba más o menos igual y nuevamente me masturbaba con ganas sentado en una silla.

Al rato, regreso Carlos, me saludo con un pulgar para arriba y se acostó al lado de Ricardo. Al verlo Ana le acaricio la verga hasta que la se la puso dura. Los besó, mamó y masturbó sin parar durante al menos quince minutos. Luego se le subió arriba a Ricardo, se introdujo su verga en el culo y comenzó a cabalgarlo a un acelerado ritmo. Yo estaba a punto de acabar cuando escuche el timbre de la puerta.

Me contuve y fui hacia el comedor. Los gritos de Ana llegaban hasta ahí. Abrí la puerta de entrada.

– Buenas noches señor Pietro, me saludó Alfredo.

Aun vestía su uniforme de camisa y pantalón gris. Calzaba unos borceguíes negros y se lo notaba temeroso a mi reacción.

– Busco a Ricardo, dijo nerviosamente.

– Buenos noches Alfredo, Ricardo me aviso que vendría.

– Sígame, le pedí.

Mientras caminaba hacia el dormitorio los jadeos de ella se oían más fuertes. Me sentía muy inquieto por la situación, me excitaba mucho, pero a la vez tenia temor. No estaba seguro como reaccionaria Ana y me alarmaba el comportamiento que pudiese tener Alfredo. Llegamos al cuarto.

Ana seguía cabalgando el miembro de Ricardo, mientras Carlos se masturbaba recostado al lado de los dos. Cuando Alfredo los vio, su cara se transformó. Durante unos minutos no dije nada para que pudiera disfrutar de la escena. Estaba perplejo, se lo notaba nervioso y empezó a tocarse sobre el pantalón.

– Ricardo, llego Alfredo dije.

Cuando Ana me escucho giro su cabeza y lo vio. Se quedó sentada arriba de Ricardo totalmente inmóvil y con la verga toda enterrada en el culo. Con su brazo y mano derecha trato de taparse los pechos y con su otra mano la cola. Su cara era una mezcla de asombro y vergüenza. Me miro como buscando algún comentario mío. Que podía decirle.

– Hola negro, dijo Ricardo.

– No pasa nada señora, quédese tranquila, Alfredo es muy discreto, continúo dirigiéndose a ella.

– Como es un gran admirador de su cola le sugerí que viniera así usted se la muestra un rato, no le molesta, ¿no?

Ella dudo un momento, lo miro a Ricardo y volvió a mirar a Alfredo, que seguía a mi lado sin moverse, enderezo la cabeza, bajo los brazos y lentamente comenzó nuevamente a cabalgar.

– Eso es señora, muéstrele como le gusta tener una verga en la cola, dijo mientras le empujaba su miembro bien adentro.

– Vení negro, siéntate ahí, le ordenó.

– Permiso señor, dijo Alfredo mientras pasaba hacia el otro lado de la cama sin sacarle los ojos de encima al cuerpo de mi esposa.

Ocupo la silla que era mía. Se desabrocho la bragueta y dejo asomar su miembro totalmente erecto a punto de estallar. Si las vergas de los viejos eran enormes, la de Alfredo era descomunal. No tan largo pero impresionantemente grueso. Comenzó a masturbarse con ganas.

– Mire como lo puso al negro señora, dijo Carlos.

Ana lo miro y su cara mostro más deseo. Comenzó a hamacarse y jadear con más fuerza hasta que le llego un nuevo orgasmo.

– Venga conmigo así el negro la tiene más cerca y la ve mejor, siguió Carlos.

Ana salto del miembro de Ricardo y se subió al de Carlos, que se lo introdujo en su vagina. Ella pego un pequeño gemido y empezó a saltar. Yo seguía parado en la puerta tratando de no perderme nada. Ahora Alfredo la tenía a unos centímetros. La recorría con los ojos de arriba a abajo.

– Sacate la ropa Alfredo, le dijo Ricardo.

Él le hizo caso y se desnudó totalmente. Tenía muy buen físico, bien formado y musculoso. Ana se quedó mirándolo un rato, le había gustado. Estiro su mano y comenzó a acariciarle la pierna. A los pocos segundos estaba masturbando la verga de Alfredo.

– Así me gusta señora, muéstrele lo puta que es, dijo Ricardo a la vez que me miraba sonriendo.

Ambos viejos habían tenido razón desde un principio, mi esposa era mucho más puta de lo que yo creía.

– Parece ahí y muéstrele bien el culo al negro, dijo Carlos señalando la ventana.

Ella se bajó de él y fue hacia la ventana. Se paró mirando hacia fuera con la cola bien parada. Ana estaba de nuevo haciendo lo que más la excitaba, mostrando su cola desnuda a desconocidos. Los cuatro nos masturbábamos.

– Dios, que pedazo de orto, exclamo Alfredo.

– Tremendo, dijo Carlos, que durante la noche había demostrado que le encantaba.

– Es una colita muy traga pijas, ¿no señora?, le preguntó Ricardo.

Ana asintió con la cabeza, le temblaban las piernas de lo caliente que estaba. Todo lo que le decían la encendía más.

– Permiso señor Pietro, dijo Alfredo.

Sin esperar mi respuesta se acercó a Ana y le palmeo fuertemente el culo. Ana gimió. Se lo acaricio un rato y volvió a palmearlo. Lo repitió varias veces hasta dejarle la cola toda colorada. Luego la puso de frente, la tomo firmemente del cuello, la miro a los ojos y le escupió la cara. Me pareció demasiado agresivo como para dejarlo continuar. Iba a intervenir, pero Ricardo me contuvo de un brazo, haciendo una seña para que esperara un poco.

– Te gusta duro putita, le preguntó el negro.

Ella lo miro a los ojos mientras con sus dedos tomo la saliva de su cara y la metió en su boca. Ricardo largo una carcajada, Carlos sonreía y yo no lo podía creer. El negro la había excitado lo suficiente como para que hiciera cualquier cosa.

Le hizo abrir la boca y la volvió a escupir dentro, ella lo trago. Le metió la lengua hasta la garganta mientras le apretaba el culo y las tetas con las dos manos. La tomo del cabello y la hizo poner de rodillas, le agarro la cara con las dos manos y le metió su miembro en la boca. Ella no lamia, el literalmente le cogió la boca durante 15 minutos. Ella se ahogaba, se reponía y seguía. Cuando la levanto su cara estaba roja y llena de saliva.

– Ahora te voy a romper este orto que tanto te gusta mostrar, le dijo arrojándola a la cama.

Ella se puso en cuatro y paro bien la cola. Se la notaba deseosa que se lo rompiera. Él se acomodó detrás, se salivo dos dedos y se los metió hasta el fondo. Ella grito. Le pajeo el culo a un ritmo infernal que la hizo acabar enseguida. Cambio los dedos por la verga y comenzó a bombearla. No sé si ella gritaba porque le gustaba, porque le dolía o por ambas cosas. Lo que sé es que verla gozar así con el negro me hizo imposible aguantar y tuve el tercer orgasmo de la noche. Deje leche por todas partes.

– Vaya a lavarse que yo se la cuido, dijo Ricardo mientras subían con Carlos a la cama.

No podía mas, estaba totalmente agotado. Me lavé y me fui al sillón. De ahí se escuchaban como le daban entre los tres, hasta que nuevamente se hizo silencio. Al rato Alfredo entro en el comedor, me saludo y se fue. Habían pasado casi cinco horas desde que llegaron los viejos y Ana no había parado. Fui a ver como estaba. La encontré dormida entre los viejos que también dormían. Había semen por todo su cuerpo. Ya nada volverá a ser igual pensé, me fui al sillón, me recosté y me dormí.

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