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Los tímidos son pecadores entre las sábanas
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Tiempo de lectura: 4 minutos

De niña quería ser prostituta… ¿raro, no? No sé, me gustaba jugar con mi almohada, pellizcarme los pezones y grabarme bailando sexy. No era por falta de dinero, soy una de las jóvenes millonarias que encabeza la lista. Lo mío era diferente. Mi cuerpo deseaba el calor, ese placer infinito cuando llegas al orgasmo y no quieres dejar de tocarte. Y vaya que me divierto sola.

Las primeras veces practiqué con mis dedos pero el placer se desvanecía muy rápido, por lo que opté por el contacto físico. Soy una chica alta, rubia, con grandes pechos, un trasero jugoso, y una silueta que mata a cualquier hombre (y mujer). No era que no hubiera hombres con los que acostarme, el problema era que ninguno entendía mis fetiches y nunca me corría a chorros, siempre fingía.

Con el tiempo, descubrí que me gusta mucho que me denigren, que me traten como puta, que me manden y hagan lo que quieran conmigo, cuantas veces quieran hacerlo. Que me hagan sufrir de todas las maneras habidas y por haber. Y así empezó mi pequeño negocio. Con ayuda de unos contactos, hombres de todo tipo llegaban al local por un show privado: puedo ser la clase de chica que ellos quisieran.

Uno de los orgasmos más fuertes de mi vida es gracias a este chico, llamémoslo Ryan. Me dio libertad de ser la chica que quisiera, por lo que opté por mi preferida: zorra de primera comunión. Cuando llegó a la hora que acordamos, lo recibo arrodillada de espaldas sobre la cama, con un vestido blanco transparente, me llega un poco más arriba de los muslos y deja ver la tanga blanca que llevo puesta, ya queriendo empaparse. El escote de corazón con corsé no puede con el tamaño de mis pechos, y puedo ver cómo Ryan se acomodaba mejor su pantalón.

Lo volteo a ver sobre el hombro y bajo mi cuerpo poco a poco, sin apartar la mirada de él, hasta que mis pezones quedan pegados a la cama y mi culo en el aire. Él simplemente se sienta en una esquina de la habitación.

Empiezo a hacer unas cuantas oraciones mientras muevo mis caderas de un lado a otro, empezando a calentarme. Sin dejar de bailar, quedo viendo hacia arriba mientras juego con el borde de mi tanga. Me toco con dos dedos por encima de la tela, justo en mi clítoris, y arqueo la espalda por lo bien que se empieza a sentir. Ryan solo ve el espectáculo, sin hacer gesto ninguno. En sus ojos puedo notar que está tratando de controlarse, como si estuviera metiendo a la bestia de nuevo a su jaula. Pero yo quiero que la deje suelta y me devore.

Para provocarlo un poco más, me meto los dedos a la boca, chupando la humedad se mi coño. Me siento al borde de la cama y sigo masturbándome frente a él. Ya no puedo con estas ganas. Me deslizo hacia el piso y gateo hacia él.

Siempre me gustaron los tímidos y callados, son una sorpresa en la cama y hacen que les ruegue por más. Cada maldita vez. Desabrocho su pantalón y él se acomoda mejor en su asiento, dejando que lo desnude de la cintura para abajo. Una de las cosas que más amo de esto es que ninguno de los dos habla, nuestras miradas dicen todo por nosotros y nuestros cuerpos cumplen. Ryan agarra su cinturón y me ata las manos por detrás de la espalda, y jala mi pelo hasta que mi boca toca su polla. Empiezo a lamer la punta hasta que salen unas gotas de leche y termino metiéndolo todo hasta el fondo de mi garganta. Estoy tan necesitada que se corra que no puedo evitar morderlo mientras lo lamo de arriba a abajo. Ryan gime y gruñe de tanto placer que aprieta más mi pelo. Enrollo mi lengua cubriendo por completo su erección, que crece cada vez más con cada metida y sacada, hasta que su semen pinta toda mi cara de un delicioso blanco.

Limpiando cada gota, lo veo con ojos inocentes mientras froto mis piernas, aún de rodillas, suplicándole en silencio que me coja y me rompa en dos. Me desata las manos y me carga hasta la cama, cierro su cuello con mis brazos, y muerdo su piel sudada y expuesta. Me arroja a las sábanas y me pone en cuatro en segundos. Me arranca la tanga con los dientes, mordiendo ligeramente mi clítoris en el camino. Gimo por lo bien que se siente y pego mis nalgas lo más que puedo a su bulto, empezando a crecer de nuevo. Abre mi culo y empieza a lamer, de arriba a abajo, hasta que mete la lengua hasta tocar el fondo de mi centro. Aprieto con fuerza las sábanas, tratando de no correrme en el momento; quiero disfrutarlo un poco más. Con una sola estocada, mete su polla y me embiste como un animal, liberando por fin a la bestia.

Duele tanto que mi cabeza da vueltas, y no sé cómo logro encontrar mi voz para rogarle entre llanto y gemidos que me coja más duro. Su ritmo aumenta y me siento encima suyo, aun rompiéndome por detrás. Toma su cinturón de nuevo y me amarra el cuello con él. Haciéndole un collar a su perra favorita. Abro más las piernas para sentir su polla por completo, y él sigue tirando, ahorcándome. Baja su boca y muerde mis pechos, llenándolos de sangre y dejándolos morados. Mete ambos y con su mano libre introduce tres dedos en mi sexo, mientras mi culo sigue rogándole por más: más duro, más fuerte. Más todo.

Estoy a punto de llegar al orgasmo cuando me tira a la cama, quedando boca abajo, y él hace una seña para que me siente sobre su cara. Lo hago. Mi boca encima de su polla, sus venas pidiéndome que lo mamara otra vez mientras devora mi sexo. Sigo teniendo su cinturón como collar, pero de alguna forma, logra amarrarme las manos también, y seguimos comiéndonos entre los dos.

A medianoche, despierto con mi cuerpo lleno del semen de Ryan, sudada, con moretones, unos arañazos frescos y mi coño aun chorreando. Atada de brazos y piernas a la cama, con mi tanga como mordaza. Y al lado mío, una faja de dinero; el telón final del espectáculo privado de su zorra.

Nunca más lo volví a ver por aquí. Pero siento muchos celos de su novia.

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RedViper
RedViper
Tengo diferentes personalidades, cada una más salvaje que la otra, siempre calientes y escribiendo con una mano mientras se masturban... ¿no quieres conocerlas un poco?

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