back to top
InicioSexo con madurasLos secretos de Rebeca (1)

Los secretos de Rebeca (1)
L

el

|

visitas

y

comentarios

Apoya a los autores/as con likes y comentarios. No cuestan nada.

Siempre me han gustado las mujeres mayores. Desde mi adolescencia, el atractivo de una mujer madura ha generado en mí esa serie de pensamientos y deseos que no únicamente me son irresistibles, también me han colmado de idilios gustosos.

Uno de esos idilios, quizá el primero, fue con mi vecina Rebeca. De tez morena, curvas profundas, de cadera pronunciada, senos levemente asomados y de piernas que se pronunciaban como el calor de sus encantos, he de reconocer que lo que más me llamaba la atención eran el vientre y el pubis que se le marcaban, principalmente, en prendas ajustadas como los jeans o alguno que otro vestido: un triángulo dibujado con un ligero abultamiento debido a que fue madre en su adolescencia. Encuentros casuales en la tienda o en la calle motivaban saludos que en mí se transformaban en fantasías y en ella sólo eran atenciones educadas. Después le perdí la pista debido a que salí a estudiar la universidad a la capital pero no podía olvidarla en lo absoluto.

Pasajeros romances en aquel tiempo apenas podían fingir parecerse a mis sueños con Rebeca. Las chicas de mi edad me representaban no tan deseables como las mujeres mayores y poco a poco fui desistiendo de aquellos placeres juveniles para centrarme, únicamente, en carnes con el clímax en su punto.

Cuando regresé a la ciudad, después de uno que otro encuentro fugaz con mujeres no mayores de treinta que no me convencían del todo, la encontré en una plaza bebiendo café, pasaba los cuarenta años y se veía mucho mejor que en aquellos ayeres de martirio adolescente.

El impulso me llevó hacia ella en automático y, al acercarme le llamé por su nombre, por espacio de unos segundos ella buscó en su memoria mi rostro pero al ver la tardanza le dije que era Dorian, su ex vecino, el que solía saludarla en la tienda o en la calle y ella me regaló esa sonrisa que me significó también un encuentro en su memoria.

Le pregunté si esperaba a alguien y ella, dulcemente, me dijo que no pero no dejó de parecerle extraño. Sin más, le dije que podía invitarle otro café a lo que ella accedió no sin mostrarme también cierto nerviosismo. Éramos dos extraños conocidos y, tras saber que ella administraba el negocio de sus padres, que estaba divorciada y que por el momento no había mucho que abordar en temas pasionales le dije, sin detenerme a esperar otra casualidad, que siempre me había gustado, que durante el tiempo que estuve afuera de la ciudad no había dejado de pensar en ella y que me había prometido que, si la volvía encontrar, sí o sí, se lo iba a decir.

Incomodidad y nerviosismo se apoderaron de su rostro, me agradeció el cumplido y, después de unos segundos de no saber cómo actuar, me dijo que tenía que irse y que agradecía de igual manera el café. Le dije que estaba bien y le pregunté si tenía Facebook a lo que ella, entre ese nerviosismo que clausura la razón, me dijo que sí, me dio su nombre de usuario, inmediatamente la busqué en mi teléfono, le envié la solicitud y ella, sin más, sólo dijo que en un momento me agregaba.

No pasaron muchos minutos para que mi teléfono sonara y me avisara que Rebeca había aceptado mi solicitud. Inmediatamente vi sus fotos y, en tanto se iban presentando esas imágenes sentí todos aquellos deseos adolescentes que nacieron desde el primer momento que la vi. Pedí la cuenta y fui al departamento a seguirme llenando de sus imágenes para después explotar entre deseos.

Pero fue una de esas fotografías que me animó a enviarle mensaje. Aparece ella con tacones amarillos, blusa amarilla dejando al desnudo sus hombros y con jeans apretados exponiendo su vientre y su pubis que siempre me habían motivado a soledades felices. Le di “me gusta” a aquella fotografía y le envié un mensaje privado. Desde ahí, poco a poco, nuestras conversaciones fueron acercándonos hasta también intercambiar números telefónicos y usar whatsapp por comodidad.

Un fin de semana quedamos en salir y pensaba que probablemente, esa noche, se consumirían, por fin, esos sueños reprimidos adolescentes.

Cuando la vi en el restaurante mi excitación me desbordó. Vestía igual que en aquella fotografía y pude notar que el pantalón le apretaba lo suficiente marcándole los ángulos insospechados.

Tras los alimentos y una botella de vino, nos dimos por bien servidos y fuimos a mi departamento en ambos automóviles. Ahí acompañamos nuestras pláticas, en la cocina, con otra botella de vino y un poco de Sting y de Clapton hasta que el tono de la charla y de nuestros rostros fue subiendo hasta lo imposible.

Supe de sus insatisfacciones debido a sus deseos imposibles. Le gustaba la dominación pero también el trato cariñoso, también el lenguaje soez como el silencio pero le gustaba, principalmente, el ser sometida a encanto de su dueño.

Todo en mí se acrecentaba y poco a poco nuestros labios fueron acercándose hasta fundirnos en nuestras lenguas humedeciéndonos el cuerpo. Después ella me preguntó que por qué me gustaba ella si era quince años mayor que yo y le dije que principalmente por eso. Con entusiasmo y con otro beso me pidió que le indicara, de su cuerpo, que era lo que más me gustaba y le pedí que se incorporara para dejárselo claro. Al pararse y al tener frente a mí a esa hembra dispuesta a mis manos no dejé de percibir, también con el olfato, el olor de sus feromonas estallando. Le pedí que se acercara a mi rostro y al segundo tenía frente de mi rostro su vientre y su pubis dispuestos a mi descubrimiento. Sobre su pantalón comencé a besarla y también a darle pequeñas mordidas en sus profundidades cubiertas y ella tomaba mi cabello pidiéndome que no parara. Al momento de desabrocharle el pantalón y bajarle el cierre, de su tanga blanca salían bellos humedecidos y así, sin más, fui pasando mi boca por cada resquicio que se asomaba. Después subí a su boca y mientras nos besábamos yo jugaba con mis dedos en su interior y ella acariciaba mi excitación incontenible. Al poco rato fue ella quien descendió, se metió a la boca mi deseo y fue jugando con él con su lengua y su rostro. “Termíname”, dijo y le jalé el cabello hacia mis labios, después la volteé y le baje con dificultad el pantalón y la tanga que le hacía justicia a sus encantos. Frente de mí sus monumentos traseros con no poca maravillosa celulitis hervían y, sin pensarlo, entré en ella para consumar la ebullición del deseo. De nada sirve presumir, los minutos fueron pocos debido a que el previo había sido un juego de años pero entre escucharla gritar que la acabara y sus movimientos de madura, terminé por salir de ella y finalizar en su pantalón.

Nos sentamos en los bancos de la cocina, desnudos, y compartimos el resto del vino y comimos una que otra fruta. Poco tiempo pasó para que ella avisara su salida debido a que su hijo llegaría a su hogar pronto. Se puso su tanga y pude ver la complejidad de subirse al pantalón, húmedo por los líquidos abandonados. Así, casualmente, la humedad que había depositado estaba incrustada entre su vientre y su pubis y ella, como si un trofeo fuera, me dijo que se lo llevaba así, sin incomodidad alguna.

Cuando llegó a su casa le pedí una foto de la parte que más me gustaba y tardó pocos minutos en enviarme ese trazo fulguroso asomando también parte de sus ahogantes piernas.

Qué extraordinaria es la mujer madura que esconde deseos y pasiones sin saber o reconocer que es esta la que puede dominar al mundo con sólo mostrar la grandeza de sus secretos.

Después, vendrá más…

[email protected]

"Texto publicado por primera vez en CuentoRelatos".

Compartir relato
Autor

Comparte y síguenos en redes

Populares

Novedades

Comentarios

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Los comentarios que contengan palabras que puedan ofender a otros, serán eliminados automáticamente.
También serán eliminados los comentarios con datos personales: enlaces a páginas o sitios web, correos electrónicos, números de teléfono, WhatsApp, direcciones, etc. Este tipo de datos puede ser utilizado para perjudicar a terceros.