La historia que les voy a contar sucedió hace algunos meses; la realidad es que lo impactante de esta experiencia me hizo olvidar el tiempo exacto desde que comenzó esta hermosa locura.
Mi nombre es Facundo, tengo 25 años y vivo en una ciudad del interior de la provincia de Buenos Aires, Argentina. En mi casa solo vivimos mi madre y yo. Hace poco más de 3 años, Claudia, mi madre y Ernesto, mi padre, se divorciaron en muy buenos términos. Durante la separación ambos acordaron que yo me quedara con mi madre, como suele pasar en la mayoría de los casos de divorcio, mientras mi padre se comprometió a hacerse cargo de la mitad de mis gastos mientras viva en la casa de mi madre.
Los días transcurrían con la normalidad típica de una familia separada; la cotidianeidad se mantuvo igual que cuando mi padre vivía con nosotros, con la única diferencia que ya no me despertaba con las fuertes discusiones que llegaban desde el living de casa. Ese era el contexto en el que comenzó esta rara y excitante historia.
Había comenzado mis vacaciones luego de un extenuante ciclo lectivo en la universidad; era mi último año antes de obtener mi título de programador, y las clases y exámenes eran realmente agotadores, por lo que esperé con ansías mis merecidos dos meses de descanso.
Ese sábado me había decidido a dormir hasta tarde, ya que durante todo el año de estudios había madrugado casi todos los días para ir a clases o para estudiar. Mis planes de disfrutar de más de ocho horas de sueño se vieron truncados por ruidos muy fuertes que venían de la calle y de la casa de al lado; la pared de mi dormitorio era la división entre nuestra casa y una hermosa propiedad abandonada hacía varios meses por los inquilinos anteriores. A las 9 de la mañana ya me encontraba despierto y ofuscado por no poder dormir todo lo que me hubiese gustado. Me asomé por la ventana de mi habitación y descubrí que un enorme camión de mudanzas estaba estacionado en la casa de al lado descargando muebles y cajas etiquetadas.
Ya resignado por no poder volver a dormir y muy somnoliento, me levanté, me vestí de entrecasa y caminé hacia la cocina. Como era costumbre, mi madre ya estaba despierta desayunando y leyendo las noticias en su celular.
– Buen día hijo. Te despertó el ruido de la casa de al lado, ¿no? – preguntó ella con una taza grande de café en una mano y su teléfono en la otra.
– Si ma, ¿No tenían otro día para mudarse? – pregunté irónicamente y con cara de dormido.
– Y bueno Facu. Mañana ya no creo que hagan más ruido y vas a poder dormir todo lo que quieras.
Asentí sin poder quitar el enojo de mi rostro y me senté en la mesa de la cocina mientras mi madre me servía una taza grande de café y unas tostadas. Ella miró su reloj, guardó su celular en su bolso y tomó sus llaves.
– Me voy que llego tarde al trabajo Facu. En la heladera tenés el almuerzo. Hoy no vuelvo muy tarde.
– Bueno ma. ¿Tenes idea de quien se muda al lado?
– Ni idea hijo, pero espero que sean vecinos más simpáticos que los anteriores. – dijo ella recordando que la familia que vivía en la casa de al lado rara vez nos saludaban al verlos.
– Ojalá ma. Yo me voy a acostar otro rato a ver si puedo dormir – le dije mientras me besaba la frente y cruzaba la puerta de entrada.
Terminé mi taza de café y volví a mi habitación a acostarme para intentar dormirme, sin éxito. No pasaron ni cinco minutos de la despedida con mi madre, cuando el timbre sonó. Lancé un improperio al aire y me asomé por la ventana para ver quien había interrumpido mi descanso: era una mujer de estatura baja, de unos 50 años con el pelo de un color rojizo intenso. También noté que el camión de mudanzas se había ido de la casa de al lado.
Me puse las pantuflas y me dirigí hacia la puerta del frente mientras me refregaba la cara para quitarme un poco la cara de dormido. Abrí la puerta y la mujer hizo una leve sonrisa al descubrir que había alguien en la casa. Tenía una cara muy simpática; su sonrisa parecía genuina y me recordaba mucho a mi tía Gladis; la hermana de mamá. Al igual que mi tía, la mujer medía poco más de 1.60; me di cuenta porque, con su escasa altura, su cabeza llegaba a la altura de mi pecho. Vestía una remera negra al cuerpo y una calza de gimnasia del mismo color haciendo juego con unas zapatillas deportivas. Siempre fui muy observador y, al prestarle atención al rostro de esa mujer, me di cuenta de que había retocado su maquillaje en los últimos minutos; sus ojos de forma almendrada y color verde oscuro se mostraban perfectamente delineados tras unos lentes con el marzo rojizo como su cabello, y su boca estaba pintada con un labial del mismo color. Las primeras marcas de la edad ya se hacían presentes en su rostro, pero sin quitarle atractivo a la armonía de su rostro. Su nariz delgada, casi perfecta, sostenía el marco de sus lentes y sobre su labio superior un lunar perfectamente ubicado decoraba el espacio entre su nariz y su boca.
Su cuerpo era el típico de una mujer de unos 50 años común y corriente. A pesar de tener una estatura relativamente baja, parecía una mujer que intentaba cuidarse físicamente, pero consciente de que contra la edad es muy difícil luchar por mucho que se entrene. Su calza deportiva negra dejaba ver en sus piernas que esa mujer entrenaba periódicamente; además si cintura conservaba la forma de alguien que se preocupa por mantenerse en forma. En ese momento, no me pareció correcto bajar demasiado la mirada, pero en un breve destello pude ver que el atributo más atractivo de su cuerpo eran sus pechos; la remera deportiva estaba bastante ajustada, por lo que noté que un top deportivo mantenía firme su busto de considerable tamaño.
– Hola querido, perdón que te molesté tan temprano un sábado – saludo ella muy cordialmente – Vi que salió una mujer hace un ratito y no sabía si había alguien en casa. Soy Mónica y me acabo de mudar acá al lado.
– Buen día, ¿Cómo le va? Me llamo Facundo, un gusto conocerla – saludé de la forma más cordial posible.
– Bien Facundo, pero no me trates de usted que no soy tan vieja – bromeó ella para romper el hielo – perdón si te despertó el ruido de la mudanza. – se disculpó como si hubiese leído el malestar en mi rostro.
– No hay problema; ya estaba despierto – mentí para no generar rispideces con la nueva vecina. ¿La puedo ayudar en algo? – pregunté con intenciones de ser cordial, pero esperando que la respuesta fuese “no”.
– Por el momento quería saber dónde hay un supermercado en el barrio. La verdad es que no conozco nada la zona. – dijo casi con vergüenza.
– Si, hay uno acá a la vuelta; de esa esquina doble media cuadra a la derecha – le dije señalando la debida intersección de calles.
– Muchas gracias, Facundo. Sos muy amable. Y perdón por ser tan metida, pero la señora que se fue hace unos minutos ¿es tu mamá? – preguntó ella mientras mostraba su sonrisa perfecta tras el rojo intenso de sus labios.
– Si, es mi mamá, se llama Claudia. Trabaja los sábados hasta las 3 de la tarde. Si quiere… perdón. Si querés pasar después de esa hora, la encontrás en casa.
– ¡Ay! Gracias corazón. Sos un divino. Más tarde paso así la conozco a ella también. Gracias por todo y seguro nos volvemos a cruzar pronto. – se despidió y antes de irse me dio un beso en el cachete en el que pude sentir una exquisita fragancia de perfume importado.
– De nada Mónica. Y cualquier cosa que necesite me avisa. – esas palabras iban a ser el detonante de varios favores. Al escuchar mi frase de cordialidad, ella sonrió, pero esta vez levantando solo un costado de su labio.
Continué mi mañana aprovechando para reposar en el cómodo sillón del living. Cerca de la una de la tarde, almorcé lo que mamá me había dejado en la heladera y, con el estómago lleno, me acosté en mi cama. No sé cuándo me dormí, pero lo cierto es que me desperté poco antes de las cinco de la tarde con una charla de fondo que venía desde el living de casa. Mientras volvía de la profunda siesta, agudicé el oído y me di cuenta de que la nueva vecina había cumplido con la visita para conocer a mi madre; se las escuchaba a ambas de fondo conversando.
Me vestí con la misma muda de ropa de entrecasa, fui al baño a orinar y a lavarme la cara. Al entrar en el living, vi a mi madre y a Mónica, cada una con una taza de café en la mano. Ambas advirtieron mi entrada y la nueva vecina se levantó apurada a saludarme y a darme otro beso en la mejilla, nuevamente impregnada de esa exquisita fragancia.
– Hola Facu, que linda siesta dormiste. Me dijo Mónica que ya se conocen – dijo mi madre mientras Mónica se volvía a sentar en su lugar.
– Si ma, vino hoy después de que te fueras al trabajo. ¿Cómo le va Mónica? – salude aún con cara de dormido y mi voz algo ronca.
– ¡Ay querido! Dejá de tratarme de usted, por favor – volvió a solicitar ella en modo de chiste.
– Bueno, por lo menos puedo decir que mi hijo está bien educado – dijo mi madre siguiendo en la tónica graciosa.
– Se nota Claudia. Y además de ser muy educado, también es muy buenmozo; me hace acordar tanto a mi exmarido cuando era joven. – dijo Mónica con cierta melancolía en la voz, pero recorriéndome con su mirada de pies a cabeza.
Mi madre, con su excesiva necesidad de saber todo, le preguntó a la nueva vecina sobre su ex marido mientras yo seguía parado frente a ellas sin saber que hacer. Mónica contó que su ex esposo la había dejado por otra mujer hacía ya muchos años, y que no solamente había soportado el dolor del abandono, sino que meses más tarde, tanto el cómo su nueva novia, habían fallecido trágicamente en un accidente.
Se notaba que Mónica había superado ambas tragedias, ya que lo contaba con mucha soltura y nivel de detalle. Alguien que aún se encuentra afligido por semejantes traumas, hubiese explotado en llanto al contar la historia tal cual como la contó nuestra nueva vecina.
Sin darme cuenta, me había sentado en otro sillón del living a escuchar atentamente la historia de Mónica. Mamá y yo estábamos perplejos de escuchar semejantes tragedias en tan poco tiempo. Durante la charla, noté que a mamá ya le caía bien la nueva vecina; se nota cuando mi madre está cómoda con cierta compañía y daba todas las señales que estaba disfrutando la charla con su nueva amiga.
Luego de terminar de contar un breve relato sobre su vida, Mónica miró su reloj.
– ¡Dios mío! Que tarde se hizo. Ya son las 6 de la tarde y tengo miles de cajas para desembalar.
– Si necesitas algo de ayuda avísame Moni. Mañana tengo todo el día libre – dijo mi mamá confirmando que la nueva vecina era de su agrado.
– ¡Ay! Obvio Clau. Si no te molesta, te espero mañana a la hora que quieras – aceptó Mónica, muy contenta por el ofrecimiento de mamá.
– Genial, mañana alrededor de las 10 voy a tu casa, te ayudo y seguimos la charla – respondió mamá emocionada.
Mónica se fue tras darnos un saludo muy cálido a ambos y yo respiré luego de que mamá no me haya ofrecido también a mi como parte de la ayuda. Al cerrarse la puerta, mamá me miró y sonrió.
– Al fin una vecina simpática y buena onda. – dijo mamá casi emocionada.
– Si, parece ser copada – le dije – y que historia de mierda la del marido y la novia.
– Ay, sí. Pero se nota que lo tiene superado. Mañana ya voy a conocer más detalles – expresó mi mamá dejando a la vista su pasión por el chisme.
Ese sábado terminó como uno más. Mamá hizo una rica cena para dos y, después de comer, me quedé hasta muy tarde jugando en línea en mi computadora. Me dormí cerca de las 4 de la mañana, decidido a dormir todo lo que quisiera al día siguiente.
Miré la pantalla de mi celular aún dormido después de un sueño muy profundo y ví que ya eran las 12 del mediodía. Al levantarme, me di cuenta de que la casa estaba sola; mamá se había ido a la hora pactada a ayudar a Mónica con la mudanza. Eran las 3 de la tarde cuando mamá cruzó la puerta con su ropa toda sucia después de haber trabajado varias horas con su amiga. Yo estaba tirado en el sillón leyendo un libro.
– Ay Facu! No sabes la cantidad de ropa que tiene esa mujer. – se quejó mamá exhausta mientras se desplomaba en el sillón.
– ¿En serio? Debe ser una acumuladora – dije, sin sacar la vista de mi libro.
– No, es vendedora de ropa; en realidad de lencería y ropa interior. Tiene cajas y cajas de ropa para vender. Estuvimos toda la mañana desembalando ropa y no llegamos ni a la mitad. – explicó mamá mientras se ataba el pelo – por lo menos tuve mi recompensa.
Ella me mostró una hermosa bolsa de cartón color violeta con una marca impresa. Mamá sacó el contenido de la bolsa y me mostró varias prendas de lencería muy fina que Mónica le había regalado como agradecimiento. No tenía ni idea cual era el estilo de ropa interior que usaba mi madre, pero, a primera vista, esas prendas eran demasiado atrevidas para que las use mi mamá; encajes, hilos muy finos, colores llamativos, y hasta la forma de esas prendas eran más de una súper modelo que de mi madre. No dije nada al respecto, solo miré y asentí a modo de aprobación mientras observaba las prendas sin mostrar interés.
– Y además también vende ropa interior de hombre Facu. Mónica tiene un par de arreglos que hacer en la casa, son pavadas, cambiar algunos focos y colgar algunos cuadros – dijo mi madre esperando que yo me ofrezca a hacer esos trabajos.
– Le dijiste que yo los iba a hacer, ¿no? – pregunté conociendo la respuesta.
– Ay, si hijo. Perdón. Ya sé que no debo prometer cosas por los demás, pero Moni me cae bien y me da lástima después de todo lo que le pasó. Además, son dos pavadas; no te va a llevar más de media hora. – ella casi me suplicó que vaya a ayudar a la nueva vecina. Sabía lo importante que era para mamá hacer nuevas amigas, así que accedí.
– Está bien ma. Mañana cuando me levanto voy. – dije resoplando y de mala manera.
– Gracias Facu, sos el mejor. Seguro que te regala algunos bóxers nuevos, con tanta falta que te hacen. – dijo mamá con su voz cargada de alegría.
Sin saber aun lo que me esperaba en la casa de Mónica, esa noche no pude parar de pensar en ella. Los cortos encuentros que había tenido habían despertado en mí la sensación de que esa mujer tenía algún secreto. No había motivos para pensar en algo malo sobre ella, pero había algo en su mirada y en su voz que no encajaban con el perfil de una mujer sola que se dedica a vender ropa. Esa noche dormí profundamente y no sé si fue la ansiedad o qué, pero a la mañana siguiente, me desperté sin ninguna alarma poco antes de las 9 am.
Ya era lunes, por lo que mi madre ya se había ido a trabajar temprano. Tomé un desayuno rápido de café y tostadas, y fui a mi habitación a vestirme con ropa cómoda para ir a lo de Mónica a realizar los trabajos que mamá le había prometido. Ese día hacía unos grados de temperatura más de lo habitual, por lo que decidí ponerme una bermuda de jean, una remera de gimnasia y zapatillas deportivas. Tomé mi celular y mis llaves y me dirigí a la casa de al lado. Nunca había entrado a la casa vecina, por lo que sentía mucha curiosidad por saber cómo era por dentro.
Al llegar a la entrada, apreté el botón del timbre y una estrepitosa campana sonó del otro lado. A los pocos segundos, escuché como giraba la llave del lado de adentro. Se notaba que Mónica también había decidido vestirse para no sufrir demasiado el calor; vestía una larga bata por debajo de las rodillas de satín color rojo oscuro y en los pies unas sandalias color piel. La delgada tela de su bata dejaba notar mucho más la grandeza de sus tetas; el satín tomaba la forma de sus dos enormes globos haciendo muy difícil mirarla directamente a los ojos; hice todo mi esfuerzo por no bajar la mirada.
Me sorprendió verla con un estilo tan diferente al que tenía cuando nos habíamos conocido el día anterior. Lo que no había cambiado era la perfección de su maquillaje en su rostro y de su peinado; su cabellera rojiza con bucles reflejaba la luz del sol de una forma casi hipnotizante.
– Hola Facu! Gracias por venir. Yo le dije a tu mamá que no te quería molestar en tus vacaciones, pero ella insistió en que no tenías problema – saludó ella, eufórica y disculpándose rápidamente.
– No es molestia Mónica. Igual me iba a aburrir estando sólo en casa todo el día – dije para que no se sienta una molestia y esforzándome para no bajar la mirada por debajo de su cuello.
– Pasá querido. Vení que te muestro los arreglitos que me quedan por hacer. Es una casa enorme para mí, no sé cómo voy a hacer para mantener todo esto yo sola.
– La vecina tenía razón; era una casa realmente grande y espaciosa. Aún con toda la sala de estar llena de cajas de mudanzas, sobraba mucho espacio. Varias puertas conectaban los distintos ambientes de la casa y, en el fondo, un amplio ventanal de tres puertas corredizas de vidrio daba paso a un enorme jardín con una enorme piscina.
Al entrar a esa casa desconocida, dos cosas llamaron mi atención: la cantidad de puertas a distintas habitaciones o ambientes y, la segunda y más importante, la cantidad de cuadros colgados en las paredes. No menos de diez cuadros distribuidos estratégicamente en cada muro. Y lo más curioso de estos cuadros no era su cantidad, sino sus imágenes; cada una de ellas presentaba, de forma muy explicita, cuerpos desnudos. Los cuerpos variaban de cuadro a cuadro. Había gente joven, adultos mayores, hombres, mujeres, delgados, con kilos extra, pero absolutamente todos desnudos. Cuerpos muy reales decoraban ese living enorme con penes, vaginas y tetas de todo tamaño y color.
Sobre todos los cuadros pintados por la misma artista, había uno que resaltaba más que el resto, por su ubicación, en la forma en que le daba la luz y, sobre todo, por la modelo protagonista de esa imagen; era Mónica. Infinidad de trazos representaban desnuda a la mujer que me había invitado a su casa. En la pintura, Mónica estaba parada sobre un piso de madera y con un diván rojo a su lado. En su mano derecha tenía unos libros, en la izquierda un cigarrillo humeante. Solamente dos prendas cubrían su cuerpo en esa obra de arte; unas botas de cuero por encima de la rodilla, muy brillosas y un par de lentes redondos muy intelectuales. Era una imagen digna de tapa de revista para hombres, pero estaba colgada en la pared mientras que, quien había pintado y posado para esa imagen, estaba justo a mi lado.
Claramente, fue demasiado el tiempo que miré la imagen. Había hecho todo mi esfuerzo por no mirar a Mónica por debajo del cuello y ahora estaba viendo sus tetas y los labios de su vagina con un nivel de detalle digno de admirar. Ella habló detrás de mí y me sobresalté.
– Antes de que preguntes, quedate tranquilo tu mamá no vio los cuadros. – dijo riéndose algo nerviosa.
– Y con lo chusma que es mamá te hubiese preguntado quien es cada una de estas personas, menos ésta – dije señalando su figura completamente desnuda en el cuadro.
– Mi última obra fui yo misma – dijo mientras se acercaba al cuadro y recorría con la mirada cada trazo que ella misma había hecho, como si lo volviera hacer con su dedo – me hice perfecta; cada detalle de mi cuerpo está ahí.
– No sabía que decir ante el despreocupado comentario sobre su propia desnudez. Estaba muy nervioso y con las manos muy sudadas y, aun así, no podía despegar la vista de ese par de pezones rojizos.
– ¿Cuál es el cuadro que más te gusta de todos, Facu? – preguntó ella para cortar el incómodo silencio.
Recorrí las cuatro paredes rápidamente con la vista. En su mirada me dejaba ver que conocía la verdadera respuesta a su pregunta. Igualmente, decidí mentir, quizá en un intento burdo por generar interés en ella.
– Aquel me encanta – dije señalando una pintura de una mujer algo regordeta con dos cruces de cinta negra cubriendo sus amplios pezones. Las manos de la mujer cuarentona posaban cruzadas sobre su pelvis tapando su concha. Mónica había logrado que la mirada de la mujer sea extremadamente penetrante y seductora.
– Ella es Cecilia, una de mis mejores amigas. Algún día te la voy a presentar – dijo ella mientras admiraba la imagen de su amiga.
– Que no sea acá porque voy a mirar más el cuadro que a ella – dije tratando de ponerle algo de gracia a la situación.
– Me alegro de que te guste, Facu. Pensé que ibas a salir corriendo cuando vieras lo que me gusta dibujar – dijo ella con alivio en su voz.
– Para nada, no tengo ni idea de arte, pero son imágenes que no se ven todos los días ni en ningún museo – comenté tratando de simular que la inhibición ante tanta desnudez no me afectaba.
– Las exhibí en un blog, pero tuvo pocas visitas, por eso decidí que las apreciaran solamente mis invitados – dijo Mónica, con lo que pareció una clara intención de hacerme sentir su invitado.
– Bueno Moni, decime en que te puedo ayudar – dije mientras aclaraba mi voz y giraba para mirarla, esta vez sin percatarme que mi mirada bajaba inevitablemente hacía su pecho. Ella se dio cuenta.
– Eh, mirá Facu! – dijo ella tras una casi imperceptible sonrisa de un solo lado de sus labios – Me podrías ayudar con muchas cosas, pero empezá cambiando los focos quemados del living si te parece. En esa caja hay un montón nuevos. –
– Obvio, a tu disposición Moni – respondí mirando el techo y notando que había más de diez lámparas quemadas.
Mónica dio media vuelta y caminó lentamente hacía las escaleras, subió y escuché como una puerta se cerraba. Me dispuse a realizar la tarea que la misteriosa e interesante vecina me había encomendado. Me subí a una vieja silla y comencé a sacar los focos quemados. Ya había comenzado a colocar los nuevos, cuando la puerta que se había cerrado unos minutos atrás se volvió a abrir. Estaba de espaldas a las escaleras con mi mirada fija en el techo, pero podía oír los pasos de Mónica detrás mío.
– ¿Querés un café Facu? – me dijo ella mientras podía notar su cercanía gracias al exquisito perfume que recién se había puesto.
– Si Moni, gracias – le dije mientras me daba vuelta para agradecerle con una leve sonrisa. Pude notar que la bata de satín se había ido y había sido reemplazada por un jean bastante ajustado y una blusa muy escotada de color azul marino. La altura me permitía ver con toda claridad el profundo surco entre sus tetas.
– Ya te traigo querido – contestó ella muy amablemente mientras abría una de las puertas del enorme living.
A los diez minutos, Mónica volvió con una bandeja de madera con dos tazas grandes de café, dejó una de las tazas sobre la mesa y se sentó en una de las sillas del amplio comedor con una pierna cruzada sobre la otra.
– No tengo mucha plata para pagarte Facu, pero seguro que tu mamá ya te habrá contado de mis productos. Te voy a regalar unos boxers si te gustan – mencionó ella mientras no me sacaba la mirada de encima con su taza de café en la mano.
No me tenés que pagar ni regalar nada Moni; es un favor para la nueva amiga de mamá – dije con una sonrisa extremadamente simpática.
– ¡Ay! Sos un amor querido, igual te voy a hacer un regalo por la molestia y espero que no me lo desprecies – dijo ella, se levantó de su silla, apoyó la taza vacía en la mesa y caminó hacia otra de las puertas – tomate el café mientras traigo tu regalo.
Terminé de colocar la última lampara nueva y bajé de la silla. Bebí de un sorbo la taza de café amargo y cuando dejé la taza, Mónica volvió al living con tres prendas de ropa interior masculina tipo boxers.
– Pasá al baño a probártelos para ver si son tu talle Facu – dijo ella me señaló la puerta del baño.
No esperaba probarme ropa interior en el baño de Mónica, pero no me pareció prudente despreciar su amabilidad. Entré al espacioso baño, me saqué la bermuda y mi calzoncillo viejo, y me probé una de las prendas. Me quedaba sumamente apretado; mi verga, a pesar de estar dormida, parecía aprisionada en ese pequeño trozo de tela negra. Me miraba en el espejo cuando unos golpes sonaron en la puerta del baño.
– ¿Cómo te quedan Facu, son de tu talle? – se escuchó la voz de Mónica del otro lado de la puerta.
– Creo que son de un talle más chico que el mío Moni – le contesté desde el interior del baño.
– ¿Cómo? No te escuché – dijo ella e, instantáneamente, giró el picaporte para abrir la puerta.
– ¡ESTOY DESNUDO! – grité instintivamente, pero eso no detuvo a la vecina. Llevé mis manos a la entrepierna para intentar tapar mi desnudez.
– ¡Ay, perdón Facu! No te escuché y pensé que estabas vestido. Igualmente, vos ya me viste desnuda en las fotos y no voy a ver nada que no haya visto antes – dijo ella bromeando mientras bajaba la mirada a mi cintura – Me imaginé que te iban a quedar chicos – agregó ella mientras meneaba la cabeza de un lado a otro.
– Si Moni, me aprietan mucho – le dije sacando las manos para que vea la presión de la tela sobre mi pene dormido.
– Es que no me imaginé que venias tan cargadito, ja ja. – bromeó sin sacar la mirada de mi bulto.
Mi reacción fue ponerme todo colorado, pero en ese instante me di cuenta de que la equivocación del talle de la ropa interior había sido a propósito, al igual que no haberme escuchado del otro lado de la puerta. Mónica avanzó dos pasos y quedó frente a mi sin quitar la mirada de mi entrepierna, que parecía ir creciendo poco a poco. Ella levantó su mano derecha y comenzó a mi verga endurecidapor encima del bóxer, al mismo tiempo que esperaba ver mi reacción.
– No le vas a contar a tu mamá que te estuviste probando los boxers, ¿no? – susurró ella mientras iba ejerciendo más presión sobre la dureza de mi pene.
– Yo creo que no Moni, se enojaría mucho con los dos – le contesté mientras podía observar como el deseo iba aumentando en su mirada.
– Coincido, además tengo muchos trabajitos más para encargarte si no te molesta – dijo ella y comenzó a bajar el apretado calzoncillo, dejando mis 18 cm de carne endurecida frente a ella.
Mónica quedó deleitada con mi falo erecto frente a sus ojos y, sin titubear, lo metió entero en su boca mientras me masajeaba los huevos con su mano derecha. La saliva caliente me envolvía la pija generando una sensación maravillosa. Sus labios subían y bajaban ejerciendo la presión justa mientras su lengua masajeaba mi glande.
Había pasado menos de un minuto de esa hermosa mamada cuando el timbre de la casa sonó. Mónica se exaltó, me miró fijo a los ojos y habló con terror en su rostro.
– No esperaba a nadie – dijo ella con voz acongojada. Yo solo pude atinar a levantar los hombros como respuesta y comencé a vestirme rápidamente.
Mónica fue hasta la puerta y gritó en voz alta para saber quién era la visita inesperada. La voz de mamá se escuchó claramente del otro lado de la puerta de calle y un frio me recorrió toda la espalda. Por la postura de Norma, a ella le había pasado lo mismo.
– Hola Norma, salí antes de trabajar y pensé que Facu iba a estar en casa. ¿Sigue acá ayudándote a vos?
Continuará…
(Gracias a todos los lectores por tomarse el tiempo de leer mi relato. Sigo trabajando en la continuación y cualquier sugerencia es bienvenida. En mi perfil tienen a disposición mi casilla de mail para escribirme cualquier crítica, halago o sugerencia que quieran. Saludos y felices fantasías)