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Los pies de mi chico
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Realizaba una comisión para un cliente cuando se abrió la puerta. Después de un pesado día de universidad, Brayan retornaba a casa.

Luego de besarme arrojó su mochila donde primero cayera; se sacó los zapatos y se lanzó boca arriba en la cama para recuperar el aliento. Después de caminar un buen trayecto, bajo el abrasador sol de la tarde, estaba exhausto.

Me ubiqué junto a sus pies adoloridos y los masajée por encima de las medias. Brayan suspiró agradecido.

Brayan, con los brazos cruzados detrás de la nuca y los ojos cerrados, jadeó, complacido, cuando mis dedos apretaron sus plantas maltrechas, provocándole alivio.

Acerqué mi nariz a la olorosa tela de sus medias; luego de todo un día en el interior de sus zapatillas sus pies tenían un ligero olor agrio, a sudor rancio, varonil, exquisito; sin poder contenerme, me apresuré a sacarle las medias y acercando aún más mi cara introducí uno de esos perfectos dedos en mi ansiosa boca.

Poco a poco, como si el tiempo estuviera detenido en un placentero bucle infinito, le fui chupando cada uno de sus largos y gráciles dedos, suculentos, deliciosos, como palitos de Cheese Tris humedecidos por la saliva de mi anhelante boca. Cada uno se sentía maravilloso: su sabor, su cilíndrica forma y su textura blanda, suave, de sugerentes golosinas. Brayan se retorció y gimió, complacido, cuando incrementé el nivel de mi succión en el enorme y suculento pulgar de su pie derecho, tras terminar de darle placer al del izquierdo.

Mientras mi boca le daba disfrute a esos exquisitos dedos mis manos apretujaban, masajeaban, estimulaban las innumerables terminaciones nervisosas de sus plantas blandas y suaves, impregnadas de ese delicioso olor ligeramente agrio que enloquecía maravillosamente a mis fosas nasales, inundándolas a modo de grato perfume.

Mi lengua, desbocada como corcel indómito, recorrió repetidamente, como caminante que recorre a diario un grato camino, las magras y suaves plantas de sus pies, desde los talones hasta la base de sus bonitos dedos, introduciéndose juguetonamente entre ellos, para sacarle, con tal práctica, preciosas risas a mi Brayan al provocarle ternuronas cosquillas.

Mi chico apretó los ojos, y los puños, y abriendo la boca exhaló una hilera de gemidos de placer mientras le mordisqueaba los bordes externos de las plantas de sus maravillosos, delgados, blancos y esbeltos pies de príncipe. Se sintieron blandos, pero firmes bajo mis dientes juguetones, complacientes, y mi boca se llenó de ese magnífico sabor agrio, varonil, de exquisitos pies masculinos, por el cual me rendía completamente ante los preciosos pies desnudos de mi adorado Brayan, para su placer y el mío.

Brayan se incorporó, tras conseguir alivio en sus pies cansados, ya relajados ante mis estímulos, y tras arrancarme los zapatos y retirarme las medias, comenzó el mismo periplo de deseo y complacencia mutua, con mis pies.

Fin

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