No volví a saber de Ana hasta tres días después cuando ambos coincidimos al salir. Llevaba unos jean ajustados, una sencilla blusa blanca y una cola de caballo que le daba un cierto aire más juvenil. Al verme, me sonrió con naturalidad, regalándome una de esas sonrisas reservadas para ocasiones especiales. Me volvió a agradecer por el favor de la visita del plomero, le volví a recalcar que no tenía nada qué agradecer y se alejó rumbo al elevador mientras yo me quedaba cerrando la puerta con llave. De pronto sentí el toque de su mano en mi hombro y al voltear a verla, me entregó un pequeño trozo de papel. Lo leí un poco sorprendido sin tener idea de lo que podría contener. Era su número de celular.
– Para lo que se pueda ofrecer. – Me dijo a modo de explicación tratando de no darle mucha importancia.
– Gracias. – Contesté. – En un momento te mando un mensaje para que guardes mi número también. – Le contesté tratando de mantener el mismo tono impersonal.
– Nos vemos, Rubén. Que tengas un lindo día. – Me dijo a guisa de despedida.
– Nos vemos, Ana. – Le contesté volteando a ver cómo se alejaba moviéndose con la gracia de una gacela, rumbo al elevador.
No la volví a ver en un par de días a pesar de que trataba de hacer coincidir mis salidas con los horarios en los que habíamos coincidido antes. Le mandé un lacónico “hola” por medio de un mensaje a su celular pero no me lo contestó a pesar de que se mostraba como leído. Intenté no darle demasiada importancia aunque debo confesar que me sorprendí a mi mismo con la intención de volver a escribirle de nuevo un par de veces, tal vez un poco más dos veces, si somos totalmente sinceros. Para una semana relativamente tranquila, el recordar esa mirada tan linda y esa sonrisa, era un buen pasatiempo y nada más.
Era una tarde de viernes. Lo recuerdo perfectamente. Había tomado un par de copas de vino mientras veía una película de acción que pasaban por uno de los canales de paga. Algo relacionado a una mujer que había sido aparentemente secuestrada pero la trama te llevaba por varios giros inesperados.
Me acosté y apagué la luz para poder conciliar el sueño mientras repasaba las actividades que tenía planeadas para el siguiente día. Mientras sentía que el sopor se iba apoderando de mí, me pareció escuchar el ruido de vidrios que se rompían. Me levanté sobresaltado y pensé en Ana con el temor de que se hubiera colado algún ladrón a su departamento. Tomé el celular y sin pensarlo mucho le mandé un mensaje.
“Me pareció escuchar un ruido. Está todo bien?”
Casi inmediatamente me contestó.
“Si, no te preocupes, todo está bien.”
“¿segura?” – insistí.
“Sí, estaba lavando la vajilla y se me cayeron algunos platos al suelo.”
“Necesitas ayuda para limpiar?” – le escribí a sabiendas de que eran casi las doce de la noche.
“No te preocupes, yo me hago cargo. Gracias”
Dejé el celular en la mesita de noche y me volví a recostar cuando volvió a llegar un nuevo mensaje, iluminando tenuemente la habitación con la luz del teléfono celular. Lo leí.
“La verdad es que si necesito ayuda, ¿no te molestaría? Sé que es tarde y no quiero molestar”
“No es molestia, Voy” Le escribí. Me puse una camisa y decidí dejarme el pantalón del pijama.
Cuando toqué su puerta quedamente me abrió y me invitó a entrar con un gesto de su mano. Mientras mi mirada se paseaba por la cocina, tomé nota que llevaba unos shorts de mezclilla ajustados y bastante cortos y una desgastada camisa blanca con una caricatura y algo relacionado al poder de las chicas o un tema similar. Traía su pelo de nuevo con esa colita de caballo que tanto le hacía lucir. Su figura se veía esbelta y bien torneada y decidí que definitivamente era una mujer que me encantaría meter a mi baúl de fantasías al menos para sobrellevar mis noches solitarias. En el piso de la cocina se hallaban los restos de varios platos blancos que se hallaban desperdigados por todos lados. En la barra también había una cantidad menor de fragmentos de vidrio y al centro un bote de basura donde había empezado a depositar los trozos más grandes.
Nos pusimos de acuerdo en cuanto a las zonas que nos tocaría limpiar a ambos y escogí el piso por estrategia. Ella, al recoger los fragmentos de la barra, se inclinaba de espaldas a mí y me permitía tener una visión de primera fila de su lindo trasero. Sus largas piernas rozaban ocasionalmente con mi brazo al intentar retirar los fragmentos de vidrio que estaban más cerca de ella, pero ninguno de los dos dijo nada. Poco a poco, fuimos terminando hasta que quedaron solamente los fragmentos más pequeños que no podíamos recoger con los dedos.
– Voy a traer una escoba para ver si puedo barrer bien el piso aunque dudo que funcione. – Dijo.
– Espera, ¿tienes algún tipo de cinta adhesiva? – Le pregunté.
– Creo que en el armario junto al baño hay una cinta para embalaje. ¿te sirve?
– Debe servir. ¿La traes o la traigo?
– ¿Te molestaría traerla? – Me dijo, mostrando sus manos ocupadas con el trapo para fregar con el que limpiaba la barra.
– Descuida. Yo voy. – le dije y me levanté y me dirigí hacia el baño. Antes de llegar al armario, vi la puerta entreabierta de su habitación y me pareció ver un objeto rojizo parcialmente cubierto por su almohada. Sin darle mayor importancia, abrí la puerta del armario y encontré la cinta con bastante facilidad.
Al regresar, ella estaba agachada restregando las partes del piso que ya habían quedado limpias. Me dediqué ahora a poner trozos de cinta en las uniones de plástico de la barra para retirarla luego con los trozos de vidrio adheridos a ellos. En ese momento se me ocurrió pensar que ahora era ella quien podría verme el trasero a sus anchas, aunque dudé que la vista fuera tan apetitosa como la que ella me había regalado sin querer. Me giré un poco casi por inercia y la miré de reojo. Ella seguía concentrada en su faena y sentí un poco de desilusión ante su falta de interés por mi anatomía, como si realmente fuera algo relevante. Lo que si pude apreciar fue el canalillo de sus senos, que se marcaba en la abertura de la camisa. Eran unos senos bonitos sin llegar a ser enormes, no se apreciaba demasiado pero no soy lo que se dice un limosnero con garrote así que me contenté con admirar lo que el momento me regalaba aunque solo fuera por un poco mas de tiempo ya que mi método probó ser muy efectivo y entre los dos terminamos de limpiar rápidamente.
– Muchas gracias, Rubén. – Me dijo cuando terminamos. – Lamento que te hayas tenido que levantar de tu cama para ayudarme. ¿Gustas que te sirva un refresco?. – Dijo.
– Te lo acepto con gusto. – Contesté. No tenía realmente mucha sed pero de alguna manera quise prolongar un poco más ese momento.
Ana sacó una botella de Coca-Cola del refrigerador y me sirvió todo lo que quedaba en un vaso. Ella a su vez se sirvió un vaso de agua natural.
– Dirás que soy una pobre e inútil mujer pero no sé qué hubiera hecho sin tu ayuda…
– Ya te lo dije, Ana. Lo que se te ofrezca. – No sé si mi afán seductor se coló por esta última afirmación pero sentí que se ponía un poco tensa. Finalmente me dijo.
– Estaba limpiando porque mañana regresa finalmente mi marido y no quería que encontrara la casa hecha un muladar.
– Me da gusto por ti. Supongo que ya lo debes extrañar. – Repuse más por compromiso que por otro motivo.
– Pues… si. Si lo extraño. – Contestó evasiva.
– Ana, ¿me permites usar tu baño? – ella dudó un segundo y recordé el incidente del plomero. – Prometo no hurgar en el cesto de la ropa sucia. – Dije sonriendo. Ana se sonrojó un poco pero intentó sonreír también.
– Si, claro. Sólo recuerda poner el seguro para que no vaya a ocurrir un accidente. – Dijo tratando de seguir la broma.
– Te prometo que a mí me gusta más el refresco que la botella vacía. – Dije con el vaso levantado y señalando al envase vacío que había quedado en la barra. Ella de nuevo se sonrojó al captar la analogía. Sentí que tal vez había llegado muy lejos y me levanté para ir al baño.
De camino al baño, volví a voltear hacia la recámara con más atención y en esta ocasión pude descubrir que aquel objeto rojo bajo la almohada tenía la forma de un consolador. Seguramente era su compañero de aventuras durante las prolongadas ausencias de su marido. Sonreí. Me la pude imaginar reclinada en su cama con el enorme artefacto vibrando sin misericordia dentro de ella, mientras lo disfrutaba con sus ojos cerrados ante la inminente llegada de un apoteósico orgasmo. Guardé mis fantasías para otro momento menos inconveniente y fui a hacer mis asuntos al baño.
Finalmente me despedí de ella estrechando su mano de forma ceremoniosa al llegar a la puerta. Ella dudó por un instante y al final me abrazó con gratitud. Pude sentir la presión de sus pechos en mi y sentí cómo mi pene volvía a la vida ante su suave contacto. Correspondí a su abrazo esperando que hubiera algún indicio de algo más de parte de ella, pero sólo se despidió y me dio las buenas noches y las enésimas gracias antes de cerrar la puerta.
Esa noche, antes de dormir, me pareció sentir el acompasado golpeteo de su cabecera contra la pared que ambos departamentos compartíamos y la pude imaginar en todo su esplendor, con sus piernas completamente abiertas mientras se masturbaba con su juguetito rojo. Cerrando mis ojos la visualicé completamente desnuda, con el short de mezclilla, sus pantis azul claro y la desgastada camisa a un lado de su cama. El vibrador se movía lentamente en su mano y lo paseaba por los contornos de su húmeda vagina, con sus labios apretados que de vez en cuando dejaban proferir un ocasional quejido. A medida que su excitación crecía, la fuerza de la acometida del aparato dentro de ella aumentaba haciendo que se arqueara de placer en aquella cama. Sus gemidos se volvieron mas guturales, como si se hubiera conectado su boca con el fondo de sus entrañas. Su otra mano se aferraba a su seno izquierdo pellizcando suavemente sus pezones endurecidos, para posteriormente pasar al del lado derecho y darle el mismo tratamiento. La yema de sus dedos recorriendo la suave piel de su abdomen que se agitaba ante el ritmo de su respiración.
Abusando de mi imaginación, llevé la escena al punto donde ella empezaba a musitar mi nombre con ansia mientras sentía que un orgasmo descomunal se descolgaba por las paredes de su vagina y estallaba con tal ímpetu que la sentí estremecerse y agitarse como una culebra tratando de escapar de esa cama y quedarse en el paraíso de ese orgasmo incontrolable que le había provocado un río de flujos que bañaba su entrepierna.
En este lado del planeta Tierra, mi mano agitaba vigorosamente mi pene al mismo ritmo que la Ana de mi imaginación y terminé con un interminable chorro que llenó del blanco líquido mis sábanas y una buena parte de la alfombra.
Guardé mis fantasías traviesas en el apartado de Vecina de los ojos bellos y me quedé dormido con una sonrisa.
Dark Knight