I.
Beatriz cerró la puerta de su cuarto con cerrojo y se metió al baño. Aún sentía la calidez en su entrepierna como la noche anterior y al recordar el bulto de su hijo presionando contra sus nalgas se le pusieron duros los pezones; los sentía palpitar húmedos debajo de la bata. Le había pedido que se quedara con ella pues a veces no podía calmar a su hermana y solo él conseguía dormirla de nuevo, cosa que hacía tan pronto la tomaba en sus brazos. Una vez lograda esa proeza, se acostaba junto a ella y se quedaba dormido, pero entonces se volteaba y quedaba justo detrás de ella, recargando su pene en sus nalgas como había sucedido hace un par de noches.
Varias veces le había visto el pene cuando entraba a su habitación por las mañanas y por general, su miembro erecto hacia una "carpa" con las sabanas. Ella lo miraba un segundo y luego apartaba la vista, pero en días recientes, cada vez le costaba más dejar de mirarlo. Ya lo había visto desnudo cuando iban a la playa y se cambiaba el traje de baño, o cuando salía de la regadera en casa; siempre de manera accidental. Nunca lo vieron con morbo y aunque Ricardo terminaba apenado, ella solo le sonreía como si no pasara nada, aunque tuviera la cara completamente roja. No recordaba que su padre tuviera el miembro de ese tamaño, o siquiera el padre de Adriana, que cada día aborrecía más por su ausencia.
Llevó una mano a su pecho y sintió su peso. La leche brotó de su pezón inmediatamente y comenzó a masajearlo despacio. Cerró los ojos disfrutando la sensación, pero de pronto, la imagen del pene de su hijo apareció súbitamente en su mente y se detuvo. El corazón le latía muy fuerte y su cabeza daba vueltas, pero quería continuar pues estaba muy caliente. Bajó su mano hasta su vagina y la frotó despacio. Poco a poco los flujos empezaron a brotar y fue introduciendo uno y luego dos dedos. Tenía la boca abierta y apretaba fuertemente los ojos conforme iban avanzando por su estrecha cavidad. Imaginaba que la penetraban por detrás mientras jugaban con sus pechos o le daban nalgadas con una mano. Esto hizo que se estremeciera más mientras se mordía los labios para no hacer ruido. Aumentó el ritmo de su mano y al poco tiempo se corrió.
Fue un orgasmo muy fuerte que no tardó nada en llegar, empapando su mano y el pijama con los fluidos que salían de su interior. Quería más. Se desvistió y se metió en la regadera; el agua caliente corría por todo su cuerpo e inmediatamente comenzó a acariciarse. Tenía unos pocos minutos antes de que Adriana se despertara. Masajeaba con fuerza sus pechos mientras metía y sacaba dos dedos de su vagina, que resbalaban perfectamente por la gran cantidad de fluido que emanaba de ella. Se detenía en su clítoris y cuando lo masajeaba en círculos sentía que estaba por explotar. Bajó la otra mano a su entrepierna y se introdujo un dedo, al tiempo que la otra se entretenía con su botón.
Gimió despacio tratando de que el sonido del agua corriendo opacara su voz y cuando le vino un orgasmo nuevamente gimió tan fuerte que la bebé se despertó. Volteó inmediatamente a la puerta horrorizada, esperando que Ricardo apareciera, pero no fue así. Terminó de asearse rápidamente y salió de la ducha. Tenía más de un año sin sexo y no podía recordar cuándo fue la última vez que se corrió de esa manera haciendo el amor. Marcel, el padre de Adriana, había desaparecido tan pronto supo que estaba embarazada, por lo que toda la atención y cuidados los obtuvo de Ricardo, su hijo, desde que le mostró la prueba de embarazo. Lo había tenido a los 13 años y a los 19 se volvió madre soltera, haciéndose cargo ella misma de todo.
Sin darse cuenta, la interacción entre ellos pasó de ser una relación de madre e hijo a la de casi una pareja funcional. Durante el embarazo la acompañó a todas sus sesiones de ejercicios en la clínica y estuvo al pendiente de ella todo el tiempo. Inclusive pidió que estuviera con ella en el parto, pero cuando surgieron algunas complicaciones lo sacaron a la sala de espera y no la vio hasta que llevaron a Adriana a los cuneros.
Aunque la cercanía era muy tierna y cómoda trajo también mucha incomodidad, sobre todo cuando le daba de comer a la bebé. Ricardo hacía todo lo que podía por apartar la vista de sus grandes senos, pero terminaba siempre viéndolos descaradamente cuando su madre no se daba cuenta. Esta situación al principio, lejos de incomodarla, le parecía algo gracioso, pero con el paso del tiempo fue adquiriendo tintes eróticos que le provocaban cierta calidez en su entrepierna.
El por su parte estaba feliz con la relación que tenían. Siempre se mostraba cariñoso con ella y viceversa; nunca faltaba quien los confundiera con una pareja joven, pues Beatriz se veía casi de su edad. Alta, de cabello castaño y ondulado, solía llevarlo casi siempre en una cola. No era una mujer despampanante o de medidas exuberantes, pero con el embarazo, sus caderas se veían más anchas y sus pechos habían aumentado varias tallas. Estaba orgullosa de su figura, pero más de su trasero; no era muy grande, pero era firme y "respingón" y gustaba de lucirlo en mezclilla muy ajustada. Eso sí, Ricardo estaba consciente de la belleza de su madre.
– Ricardo ¿podrías ayudarme? – Lo llamó su madre. Cuando este entró en la habitación ella tenía a la bebé en su regazo y se estaba acomodando en la cama; metió la mano al sujetador y sacó pesadamente uno de sus senos. Ricardo notó que esa mañana en particular habían amanecido más inflamados y llenos de leche que el día anterior, por lo que se ruborizó y apartó la mirada. Su madre colocó a la bebé en su pecho y fue directamente a su pezón, del cual ya brotaba la leche. Mientras acomodaba las colchas miraba de reojo el enorme pecho de su madre y comenzó a tener una erección. Preparó rápidamente la cuna para cuando la regresara y salió de la habitación. Era la tercera o cuarta vez que tenía una erección viendo los pechos de su madre y eso lo avergonzaba; solo rogaba porque no se hubiera dado cuenta.
Nunca le había visto los senos y mucho menos desnuda; ni siquiera en ropa interior por accidente, como le había contado Pablo, su mejor amigo, con su tía. Pero ahora, con la bebé en casa, necesitaba estar lo más cómoda posible, aunque no tuviera intimidad, y eso terminaba en esos momentos “incómodos”.
Al cabo de un rato, cuando regresó a su habitación, su madre estaba intentando abrir el seguro del sujetador. – Me incomoda mucho el brasier – le explicó molesta. Ricardo tomó a la niña, que no paraba de moverse, y vio cómo se quitó el sujetador en un solo movimiento; sus pechos colgaron libres, lo que provocó una mueca de satisfacción en el rostro de su madre. La leche continuaba brotando de sus senos cuya inflamación no había disminuido e intentó no verlos nuevamente, pero era imposible no hacerlo. Colocó a la bebé en su otro pecho y se relajó. Esta operación se repetía por lo general en las noches, así que Ricardo esperaba impaciente la hora de dormir para ver, casi descaradamente, los pechos de su madre. Al finalizar, regresaba a su cuarto con una erección que terminaba desahogando apenas cerraba la puerta.
Esa noche nuevamente le pidió que durmiera con ella, y cerca de las 11 lo despertó para que fuera a su cuarto. Beatriz apagó la luz de su buró y se apresuró a meterse entre las cobijas. El aire acondicionado estaba muy bajo por lo que hacía un poco de frío en la habitación. Ricardo se acostó dándole la espalda a su madre y se tapó con la colcha para evitar algún incidente, aunque sabía que sería inútil, y su madre terminaría viendo su erección en algún momento de la noche.
– Acércate más ¡tengo frío! -Le dijo su madre buscándolo con su mano. Ricardo recargo su espalda sobre la de ella y extendió los pies; sentía sus nalgas moverse tras de él.
– ¿Quieres que ponga otra cobija mejor?
– ¡Si…! Bueno, no, mejor abrázame. No puedo dormir con tanta cosa encima. – Dijo descubriéndose la cara.
Ricardo se giró y se fue acercando a ella. Con movimientos torpes pasó su brazo sobre su cintura, pero alejó la pelvis de sus nalgas. Su madre se dio cuenta, pero no dijo nada y al echar un vistazo a la bebé, se quedó dormida. Él, por su parte, incapaz de conciliar el sueño, trató de distraerse pensando en mil cosas. El aroma de su cabello era tan dulce y su piel tan suave que se sentía como en un sueño. Poco a poco fue soltando su cuerpo hasta quedarse dormido también
Cerca de la madrugada, su madre lo despertó con pequeños golpecitos en la pierna. – Richy… Richy, despierta, corazón. – Decía con voz adormilada. Cuando él se despertó se dio cuenta que tenía una dura erección fuera del short presionando sobre el culo de su madre. – Me estás empujando al borde, hazte para allá-.
Casi de un salto, se alejó lo más que pudo de ella guardándose el pene nuevamente. El corazón le latía demasiado rápido y estaba rojo de vergüenza. “¿Cuánto tiempo habré estado así para que se diera cuenta?” Se preguntaba en silencio horrorizado.
– Ay, no seas exagerado Ricardo, pégate más que tengo frio. – Le ordenó su madre. Apretó lo más que pudo el pene entre las piernas y se acercó a ella. Su madre nuevamente se pegó a su cuerpo pero continuó despierta. La sensación de la erección de su hijo frotándose inconscientemente sobre su culo la había acalorado bastante. Hace mucho que no sentía esa calidez y el cosquilleo inequívoco de la excitación se hizo presente. “Es mi hijo ¿cómo puedo sentirme así? ¿Qué clase de madre soy?” se preguntaba sin poder hacer nada para calmar los nervios. Una cosa era fantasear con él e imaginarse una sesión amatoria y otra muy distinta era verdaderamente excitarse con su tacto y su cercanía.
Poco a poco fue bajando las manos y cuando tocó su entrepierna sorpresivamente estaba ya empapada. Comenzó a pasar un dedo a todo lo largo de su vagina pero se detuvo cuando Ricardo se movió nuevamente. Le costó demasiado relajarse hasta quedarse dormida.
A la mañana siguiente Ricardo despertó con el sol en la cara. Eran casi las 10 de la mañana y su madre ya se había levantado. Era sábado y no había mucho que hacer. Se quedó acostado y con la mirada perdida recreó toda la situación en su mente. Tocó su lado de la cama y de inmediato se avergonzó, pero la sensación de las nalgas de su madre persistía y no podía hacer otra cosa en ese momento más que masturbarse pensando en ella.
II.
Aunque pasaron varias noches después de aquel incidente, no podían apartar aquella situación de su mente. Ricardo se sorprendía de pronto pensando en ella en clase y su madre en él cuando le daba pecho a Adriana, que cada día se ponía más inquieta. Por esta misma razón, Beatriz le pedía a su hijo que durmiera con ella con más frecuencia y tal como aquella noche, se repetía aquella inusual situación: Ricardo inconsciente frotaba su erección en sus nalgas y ella se dejaba hacer, terminando empapada cada vez. Por la mañana, cuando lo despedía en la puerta, apenas entraba a la casa se acomodaba en el sillón para masturbarse casi frenéticamente, esta vez, pensando en él abiertamente. Esto era algo nuevo para ambos y estaban conscientes de que algo estaba sucediendo entre ellos, pero tenían demasiado pudor para hacerle frente y hablar abiertamente de eso. Simplemente se estaban dejando llevar, sobre todo Ricardo, que ansiaba a que llegara la noche para sentir nuevamente el contacto de las nalgas de su madre y ella, del bulto de su hijo.
Finalmente, después de varios días de batallar con la bebé, por fin tenían un momento de paz y querían aprovecharlo viendo su serie favorita, pero tan pronto se acomodaron sobre la cabecera de la cama, uno junto al otro, se quedaron dormidos. Todo ese fin de semana Adriana no había dormido ni media hora, cuando ya estaba nuevamente despierta y haciendo un gran escándalo por lo que su hermano debía calmarla inmediatamente. Cuando esta se dormía, su madre le daba un sonoro beso en el cachete a modo de agradecimiento y, en algunas ocasiones, muy cerca de los labios.
Ricardo despertó y volteó a ver a su madre, que dormía plácidamente con la cabeza recargada en su hombro. Por el movimiento de su pecho, notó que poco a poco iba creciendo la mancha de leche que brotaba a veces sin control. Llevaba puesto un sujetador de lactancia, pero emanaba tanto líquido que ya había mojado la camiseta. Producía demasiada y siempre terminaba guardando el excedente en botellas, mismas que Ricardo veía siempre con la tentación de beberse de un sorbo. Cuando ella lo sintió moverse pasó su brazo por su cintura y lo abrazó. Aquel gesto, para variar le provocó una erección que trató de cubrir con una almohada, pero su madre, más que verla, podía sentirla. Estaba despierta y sumamente cómoda. Sentía la necesidad de quedarse así con él y, sobre todo, de explorar abiertamente las sensaciones que le provocaban su tacto. Estaba mal, pero no quería detenerse.
Se miraron a los ojos un momento y entonces, como un movimiento instintivo, Ricardo acercó su cara para besarla tiernamente en los labios. Fue un beso muy largo, cálido y totalmente inesperado que ella correspondió. Su madre lo abrazó con más fuerza y subió su pierna a las de él. El corazón de ambos latía rápidamente y su respiración también se aceleraba conforme aquel beso se prolongaba. La habitación pronto se inundó del sonido de sus besos y ambos se abrazaron, quedando ella completamente sobre él; sentía el bulto palpitante entre las piernas de su hijo y eso la animaba a seguir. Hasta ese momento, ninguna experiencia les había parecido tan excitante como lo que estaba sucediendo y su lívido estaba al tope.
Entonces, Adriana comenzó a llorar y Beatriz abrió los ojos. Vio a su hijo con la cara enrojecida y la respiración agitada. Súbitamente, el aura que se había creado en torno a ellos se rompió y quedaron expuestos tal cual eran: madre e hijo. Ella se incorporó bruscamente y tomó a Adriana en sus brazos, que pataleaba y berreaba sin control. Ricardo balbuceó algo, pero su madre no lo escuchó; solo atinó a sonreírle con una extraña mezcla de excitación y sorpresa, pero no dijo nada. Calmó un poco a la bebé y se fue a su habitación. El permaneció inmóvil en la sala, totalmente excitado por los labios de su madre y preguntándose si debía ir con ella o esperar a que lo llamara como las otras noches. Le dolía el pene por la erección, pero sabía que no era momento de hacer nada. Estaba decidido a que pasara algo y prefería que fuera ella quien tomara la iniciativa, y aún si no lo hacía, no le tomaría mucho trabajo incitarla.
Beatriz no solo estaba asustada. Temía la razón por la que había disfrutado tanto ese beso y, sobre todo, porque se había excitado al punto de humedecerse. Estaba caliente y deseosa y se lo había demostrado de la mejor manera. Y cuando tenía que extraer la leche de sus pesados senos con la máquina, imaginaba que era Ricardo quien los vaciaba completamente, para posteriormente colocarse sobre ella y penetrarla sin miramientos. Aquel pensamiento la inquietó demasiado y tuvo que echarse agua fría en la cara para calmarse. Pronto caería la noche y quería repetir aquella experiencia tan excitante para ambos.
– Richy, cariño, ¿me ayudas? – Susurró inclinándose sobre el sillón. Cuando Ricardo se despertó lo primero que vio fueron sus grandes pechos balanceándose sobre él, bajo la holgada bata azul que siempre llevaba. Ella se dio cuenta y ruborizada trató de bromear al respecto, haciendo aquel momento aún más incómodo. Con el pretexto de ir al baño, esperó un momento para bajar un poco la erección que surgió apenas oyó su voz y al cabo de un momento considerable fue a su habitación.
La máquina había dejado de funcionar esa tarde y al no saber cómo repararla, en su desesperación, la arrojó al piso y está se abrió. Le explicó la dolorosa hinchazón de sus pechos al no ser capaz de vaciarlos por completo, urgiéndole sacar toda la leche. Ricardo tomó la máquina e intentó hacer algunos ajustes mientras su madre se acomodaba en la cama. Se abrió la bata delante de él y aparecieron sus senos hinchados y con restos de leche seca alrededor de la aureola.
Tomó una toalla mojada y comenzó a limpiarlos lentamente como si Ricardo no estuviera ahí. Él hacía lo posible por concentrarse en la máquina, pero no podía dejar de ver como tocaba sus blancos pechos y hacía ciertos gestos de placer cuando pasaba la toalla sobre sus pezones. Terminó de poner los cables en su lugar y después de acomodar la máquina ésta por fin volvió a funcionar.
En cuanto puso la ventosa en su pecho, la fuerte succión provocó que lanzara un gemido y se tapara la boca inmediatamente ruborizada. Ambos rieron nerviosos. La máquina comenzó a succionar liberando la presión en sus pechos. Cerró los ojos y se recargó sobre el respaldo de la cama, totalmente relajada. Ricardo solo la miraba y miraba sus pechos presionados por las ventosas que apenas y cubrían la aureola. La leche brotaba casi a chorros y en cuestión de unos minutos ambos recipientes estaban casi llenos. A estas alturas, su erección era más que evidente y sin dejar de ver sus pechos, comenzó a frotarse por encima del pantalón; estaba listo para quitar la mano si su madre abría los ojos. Notó que su respiración se había acelerado y tenía los labios muy apretados: estaba excitada. No sólo por la sensación de la succión, sino porque sabía que su hijo estaba ahí, viéndola, comiéndose con los ojos cada milímetro de sus pechos.
El extractor comenzó a pitar y ambos salieron de su ensimismamiento. Los recipientes estaban completamente llenos, pero aún sentía la presión en sus pechos. Ricardo fue a buscar más frascos para la máquina, pero todos estaban ocupados y sólo encontró biberones vacíos. Pero cuando regresó con ellos, Adriana se había despertado y estaba tratando de hacerla dormir de nuevo. La encontró inclinada sobre la cuna, con ambos pechos balanceándose libremente hacia enfrente. Pensó que aquello había terminado pero su madre le pidió ayuda nuevo, sentándose frente a él sobre la cama. – Tienes que aprender a hacerlo tú también. – Le pidió su madre.
Ricardo, con la mano temblorosa, tomó el pecho de su madre levantándolo un poco. Era pesado y muy suave; colocó la ventosa y encendió la máquina. La leche empezó a brotar de su pezón y Beatriz se mordió el labio inferior al sentir nuevamente la succión. La mano extendida de Ricardo no alcanzaba a cubrir completamente su seno. Él se tomó su tiempo observándolo y concentrándose en su suavidad. Lo presionaba un poco y lo movía en círculos lentamente. La respiración de su madre se fue acelerando conforme su pecho se iba vaciando y él lo notó. Beatriz miraba de reojo la erección de su hijo bajo el short y se humedecía también. Pronto la leche dejó de brotar y la máquina se detuvo, pero Ricardo continuaba absorto masajeando sus pechos con los ojos cerrados. Le dio unos ligeros golpecitos en el brazo para hacerlo reaccionar y ambos rieron nerviosamente; eran como dos adolescentes que iban a una cita por primera vez.
Acomodó todo nuevamente sobre la mesa de noche y se dispuso a irse a dormir. Su madre lo detuvo en la puerta y sin abrocharse la bata lo abrazó. Ricardo sintió sus senos desnudos por primera vez y nuevamente tuvo una erección, solo que esta vez, ambos lo sintieron.
– Gracias por ayudar a mamá, cariño – Y acto seguido le dio un beso en los labios. Fue un beso corto pero lleno de emociones como hace un momento. Se despidió torpemente y se fue a su cuarto. En cuanto cerró la puerta, se acostó y comenzó a masturbarse rápidamente. La imagen de su madre con las ventosas presionando sus pechos era lo más excitante que había visto de ella hasta ahora. Se moría por acariciar sus pezones húmedos y llevárselos a la boca. ¿A qué sabrá su leche? se preguntaba. Acabo rápidamente y los chorros de semen que lanzó fueron a parar al piso, cerca de la puerta. ¿Ella se habrá tocado también cuando me fui? ¿Lo hará pensando en mí?
Lo había decidido ya: iba a tener sexo con su madre.
III.
Esa noche ninguno de los dos pudo dormir. Habían cruzado la barrera que había entre ellos y sabían que se acercaban también cada vez más a terminar todo en la cama. Ricardo estaba listo para dar ese salto, pero su madre, aunque se excitara demasiado con la situación, estaba temerosa de hacerlo. Con todo aquello ya no podía verlo como hijo y se sentía atraída hacia él cada vez más. “¿Cómo puedo quererlo como hombre si es mi hijo? Se recriminaba constantemente. Aquel pensamiento siempre venía acompañado de la cálida sensación de la excitación y pronto pasó a imaginarlo abiertamente haciéndole el amor a escondidas en alguna reunión familiar o en su cuarto, con toda la libertad que le daba aquella intimidad. Al final, el ímpetu de la juventud se impondría ante la cordura de la experiencia.
Cuando Beatriz despertó notó que su entrepierna estaba empapada. Los sueños eróticos eran más frecuentes y aunque no recordaba mucho al despertar, sabía que soñaba con su hijo. Se masturbaba con más frecuencia que en su adolescencia y a estas alturas, muy seguramente, más seguido que Ricardo. Pero cuando apenas acariciaba la entrada de su vagina por encima de la pantaleta, Adriana despertó con uno de sus acostumbrados berrinches. El día transcurrió más lento que de costumbre.
Por la noche, Adriana continuaba inquieta. Los berridos se escuchaban hasta el cuarto de Ricardo y era uno tras otro. Ambos se impacientaban tanto por aquella situación que sin pedirlo, Ricardo entró al cuarto de su madre y tomó a la niña en sus brazos y la arrulló. Justo como las otras veces, los berridos pararon y se mantuvo quieta pero tan pronto la intentaba poner en su cuna se alteraba. Asi sucedió varias veces hasta que por fin, después de darle un biberón se quedó dormida.
Beatriz le agradeció con un beso corto en los labios y después de arroparla bien se acomodó en su lado de la cama. Estaba cansada y necesitaba dormir, pero tambien se sentía un poco excitada por la presencia de su hijo. Ricardo se recostó junto a ella pero no pensaba dormir. El calor de su cercanía era una tentación enorme, y no pensaba desaprovechar esa oportunidad ahora que las cosas habían cambiado tanto. Sentía que la habitación daba vueltas y necesitaba salir de ahí, pero también quería estar con ella y sentir su calor. No supo cuando tiempo paso sumido en sus pensamientos cuando se dio cuenta que su madre estaba profundamente dormida. Se fue acercando a ella lentamente y cuando estuvo lo suficientemente cerca para sentir el calor de su cuerpo, puso su mano en sus nalgas. Las recorría despacio y apenas tocándola. Eran muy firmes y suaves. Lentamente bajaba las manos hasta sus muslos y regresaba de nuevo a su culo; tenía que hacerlo apenas rozando su cuerpo para que el movimiento no la despertara. Ricardo se sacó el pene del short y comenzó a masturbarse al tiempo que acariciaba el culo de su madre. Retiraba la mano de cuando en cuando pero cada vez avanzaba más entre sus nalgas. Quería hacer más, pero el temor a que lo descubriera lo frenaba, sin saber que ella ya estaba despierta. Pasó un dedo ligeramente por su vulva y la sintió húmeda. Beatriz se mantenía inmóvil pretendiendo estar dormida, quería saber hasta dónde podrían llegar. El masaje en su vulva hizo que se mordiera los labios y notó como su respiración se agitaba. Ricardo presionaba cada vez más y sentía como sus dedos se iban humedeciendo con sus fluidos.
Acercó su pene a sus nalgas y presionó despacio. La humedad y el calor que despedían lo obligaban a seguir y cuando Beatriz sintió el glande apuntando a su vagina hizo el culo para atrás, quedando su pene entre sus piernas. Ricardo se quedó inmóvil pero la respiración profunda de su madre le hizo creer que estaba dormida. Se empezó a mover frotando su pene en sus labios que podían sentirse por la humedad de la pijama. Se movía despacio y se detenía levemente de sus muslos para prolongar la sensación. Cada vez presionaba con más fuerza la entraba de su vulva que ya estaba totalmente empapada.
Entonces Beatriz, al borde del orgasmo, no pudo contenerse más y volteó a verlo. Ante tal gesto, Ricardo quitó la mano de su muslo balbuceando una disculpa y se incorporó en la cama, pero su madre lo tomó de la muñeca y lo trajo hacia ella con cariño. Se besaron. Fue un beso corto y estático pero muy tierno; Beatriz lo miraba fijamente pero no era una mirada de reproche o de molestia, aquello era una invitación. Nuevamente se besaron y sus labios empezaron a moverse hasta que sus lenguas entraron en contacto. Beatriz se pegó a su hijo y comenzó a mover su culo sobre su erección ya fuera del piyama. Ricardo se mantenía estático mientras su madre restregaba las nalgas cada vez con más fuerza, sosteniéndola de las caderas para agarrar ritmo. La barrera entre ellos había desaparecido y ahora eran solo una pareja que deseaba más que nada hacer el amor.
Ricardo deslizó su mano hacia su coño y cuando tocó sus labios su madre dio un respingo acompañado de un gemido corto. Recorría toda su vulva con los dedos y presionaba cerca del clítoris, mientras le empujaba el culo con su pene. Como el movimiento de su mano se dificultaba, su madre se quitó hábilmente el short pegando nuevamente el culo sobre su pene que resbaló entre sus nalgas. Estaba empapada, sentía sus flujos empezar a correr por sus muslos. Ricardo apretó sus tetas con ambas manos y comenzó a frotarse entre las nalgas de su madre, yendo a parar varias veces a la entrada de su vagina. Ambos respiraban muy agitadamente y se retorcían con fuerza entrelazando sus piernas. Beatriz sentía el orgasmo ir y venir cada vez que el pene de su hijo se colocaba en su vagina, por lo que tomó la iniciativa y lo agarró por primera vez con dos dedos; Ricardo se estremeció al sentir el tacto de su madre masajeando su glande.
Se bajó un poco más para ponerse en posición y su madre guio su pene hasta la entrada de su coño. Cuando sintió la calidez de su vagina empujó fuertemente hasta que sus huevos chocaron con sus nalgas. Apenas sintió el cálido interior de su madre cuando inevitablemente se corrió. Jamás había terminado de esa manera y en esa cantidad, pues los chorros calientes brotaban de su vagina y empapaban la sabana. Pero aquello no estaba ni cerca de terminar. Ella suponía que su hijo era inexperto y estaba segura que era su primera vez. Por lo que se dispuso a incorporarse, pero Ricardo la sujetó fuertemente de las caderas y tras sacar su pene lleno de semen la embistió nuevamente. Ella volteó a verlo sorprendida de su iniciativa y se relajó nuevamente sobre la cama. Empezaron a coger despacio pues no había prisa: tenían toda la noche. Ricardo la penetraba muy lentamente, pero con mucha fuerza. Su madre resollaba fuertemente con cada empujón y paraba más su culo para facilitarme la entrada. Bajó su mano hasta su muslo para levantarle la pierna, gesto que ella facilitó y tras acomodarse nuevamente detrás de ella comenzó a bombearla más rápido. Beatriz gemía ya sin control al compás de sus movimientos; se acariciaba los pechos y apretaba fuertemente sus pezones.
Ricardo estaba a punto de venirse por segunda ocasión cuando el interior de su madre se contrajo rápidamente. Lo tomó del pelo y dejó escapar un largo gemido mientras se fundían ambos en un intenso orgasmo. Esta vez no eyaculó mucho, pero si fue un orgasmo prolongado. Se quedaron quietos en silencio mientras recuperaban el aliento; la mueca de placer de Beatriz se transformó en una sonrisa que iluminó su cara enrojecida. Se quedaron dormidos al poco tiempo con el pene de Ricardo aún dentro de ella.
A la mañana siguiente, Ricardo se despertó con su rostro entre las grandes tetas de su madre. La noche anterior parecía un sueño pero la calidez del cuerpo desnudo de su madre hizo que se despabilara por completo. Habían cruzado aquella barrera prohibida y no se arrepentía en absoluto; estaba seguro que su madre tampoco. Vio por primera vez sus pechos blanquecinos que caían sobre su rostro y comenzó a masajearlos despacio; sus pezones reaccionaron con su tacto y se endurecieron rápidamente, dejando escapar pequeñas gotas de leche. Eran de un color rosado con una aureola grande, más de lo que había podido ver aquella vez en el pasillo. Su madre abrió los ojos y le sonrió mientras se estiraba, haciendo que sus pechos se inflamaran y uno de sus pezones fuera a parar a sus labios. Lo abrazó fuertemente y besó su frente mientras pasaba los dedos entre su cabello.
– Mamá, yo… – Lo interrumpió poniendo un dedo en sus labios y movió la cabeza. Ricardo entendió el gesto y guardó silencio. Beatriz miraba los labios de su hijo y luego veía sus ojos expectantes. Lo besó tiernamente y cuando sintió su lengua lo apartó poniendo una mano en su barbilla. "Despacio." Le susurró y volvió a besarlo, esta vez movió sus labios lentamente y ella asintió sin separarse de él. Después de una larga temporadas sin sexo ni amor, aquello era como un torrente de luz que iluminaba su vida. Se sentía jovial y amada nuevamente y la emoción de esta nueva relación, tan prohibida y a la vez excitante, cambiaban su perspectiva ante la vida totalmente. Ahora estaba segura que los sentimientos que venían gestándose desde hace tiempo en torno a su hijo eran reales.