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Los hermanos (capítulo 4)
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A los dos días cuando iba rumbo a La Habana, se detuvo el carro de policía a mi lado, estaba Hugo que me dijo que montara. No me negué y subí, le pregunté por el otro.

– Je, je, je… se ve que te gustan dos mejor que una. -dijo refiriéndose a las pingas.

Yo le dije que no, que solo preguntaba por cortesía. Salimos del pueblo rumbo a Güira de Melena pero no llegamos lejos, giramos por una de las carreteras y llegamos a una finca. Resultó que Hugo era guajiro, vivía allí con un hermano que era quien trabajaba la tierra. Una casa más o menos como todas las del campo, de mampostería, techo de fibrocemento, portal, matas, corrales al fondo. Apareció el hermano, un tipo alto y quemado por el sol.

– Lázaro, pa´servirle. – me apretó la mano.

Estuvimos charlando, Hugo trajo unas cervezas y al rato el hermano se fue dejándonos solos. Hugo me explicó que el hermano sabía lo de él y que no se metía, como tampoco él se metía en las cosas de él. Le pregunté si estaba casado o entendía, me dijo que al parecer entendía bien aunque tuvo alguna que otra mujer, pero siempre le había salido mal y por eso estaba solo desde hacía dos años.

Después pasamos a su cuarto, nos desnudamos mientras nos besábamos y me tiró en la cama, me alzó los pies y empezó a penetrarme, ya cuando estaba dentro me dijo bien serio.

– Traigo a poca gente aquí a mi casa, me gustas y quiero que seas mi gente.

– Tú también me gustas y me singas bien, así que estamos de acuerdo.

Aquello le dio fuerzas para besarme, y empezar a moverse, yo sentí como una mirada, desde la ventana descubrí la cara del hermano que me hizo la señal de que me callara la boca. Lo dejé que mirara, que disfrutara del sexo que tenía con su hermano. De pronto Hugo se volvió y vio como se ocultaba su hermano. Se separó, fue a la ventana y la cerró gritando alguna palabrota contra su hermano. Regresó a la cama, me hizo ponerme bocabajo para seguir singando, en esa posición me hacía sentir más, empecé a gemir de goce y él viendo crecido su orgullo de macho, aumentaba sus movimientos para darme el gusto. Yo me vine antes y él después se apuró para venirse. Quedamos abrazados, sudorosos y felices.

– Me gusta que disfrutes mi pinga así como hoy, veo que te gusta. Necesito una gente como tú. ¿Serás mío?

Dije que sí, después dormimos un rato, al despertar pues me comió a besos y mientras me bañaba, él preparó algo de comer, comimos junto con el hermano y nos fuimos. Me llevó a la casa, diciendo que me iría a recoger a la noche, que terminaba a eso de las nueve. Uno de mis amigos me había visto en el carro de policía, allí por casa apareció a que le dijera los por menores. Ya después se encargó de regar la noticia por el pueblo, pero me importaba poco pues de todas maneras con Hugo me sentía bien. Por la noche vino Hugo y me fui con él, ya había oscurecido y vino en pleno apagón por lo que la escapada casi no fue vista por muchos. Llegamos a su casa, allí estaba el hermano en el portal sentado con la radio puesta. Nos sentamos allí al fresco de la noche, al menos es lo mejor del campo.

– ¡Oye, deja de estar mirando por la ventana cuando singamos. – le dijo Hugo al hermano de pronto.

– La ventana estaba abierta…, – se disculpó Lázaro.- además, eres mi hermano ¿no?

– ¿No me digas que quieres también singarte a mi gente?

– Tú gente seguirá siendo tu gente, mi hermano, no pasa nada…

Aquella conversación en mi presencia parecía más bien un teatro, algo que ya se había repetido muchas veces y que sabía el final. De todas maneras el hermano estaba bien rudo, muy bueno, ambos estaban bien y no me cogió por sorpresa cuando Hugo me dijo que me fuera al cuarto de su hermano, ya lo sabía. El guion se desarrollaba, como supuse en principio, conversaban sobre mí sin contar conmigo. Me fascinó aquella conversación entre ellos dos sobre mi persona, más sobre quien se acostaría con quién y cómo, pero a todas sin contar conmigo. Después Lázaro se levantó, preparó algo de comer, comimos, yo me brindé a fregar, cosa que ambos aplaudieron e incluso Hugo bromeo diciendo que ya estaba yo entrando en mi papel, me imagino que se refería a ser su gente o mujer. Cuando regresé a la sala pues estaba Hugo solo, me indicó que me sentará en sus rodillas a horcajadas, lo hice, nos besamos con pasión. Me cargó y me llevó a su cuarto, nos desnudamos y nos entregamos al sexo, un sexo lento, a goce profundo. Cuando se vino, se quedó un rato sobre mí y me susurró en mi oído.

– Mi amor, ahora quiero que vayas al cuarto de mi hermano, él te está esperando. – me besó.- Eres mío, lo sabes, pero ya lo escuchaste, quiere también y no tiene gente, es muy cortado. Ahora te la saco y ve con el culo lleno de mi leche. Quiero que sepa que te va a singar después de mí y que mi leche te llegó primero.

Tenía su vicio aquella idea, Hugo saco su pinga y me levanté para ir al cuarto de Lázaro, iba con mi entre pierna húmeda de semen. El hermano estaba desnudo en la cama, muy moreno del torso hacia arriba y blanquísimo, la pinga la tenía parada y era una buena pinga, al parecer los dos hermanos habían sacado el mismo material. Yo me quedé en el centro del cuarto, él se levantó y cerró la puerta, después me abrazó por la espalda haciendo que sintiera su pinga dura en mis nalgas. Pasó una de sus manos por mis nalgas hasta el culo y la sacó moviendo el semen delante de mí.

– Ah, la leche de mi hermano, pues vas a tener la mía también.

Se arrodilló y abriendo mis nalgas empezó a lamer mi ojete recién singado, a chupar la leche. Yo ya estaba a punto de explotar porque Hugo no me había hecho aquello, pero allí tenía al hermano comiéndose mi culo. Al rato incorporándose me dijo que ya no tenía la leche de su hermano, que me preparara para guardar la de él. Allí en el centro de la habitación, de pie, me penetró y empezó a singarme. Singaba a lo bestia, al rato me arrastró a la cama y terminó viniéndose mientras gritaba. Estuvimos un rato abrazados, él me confesó que si me quedaba con su hermano, pues nunca me faltaría nada. Al rato me fui a la cama de mi Hugo que por supuesto no dormía, caía agotado a su lado. Él se puso a revisar mi trasero.

– ¡Cojones como te hemos dejado ese culo! Parece un chocho y chorreando leche.

Cogió su calzoncillo y me limpió, dormimos abrazados. Felices de aquella noche, yo que tuve el papel más activo por pasar de una cama a otra. Cuando nos levantamos, ya el hermano había preparado el desayuno, nos saludó con buen humor. Una cosa que noté es que la erección le seguía, Hugo bromeó con ello y Lázaro se defendió con que Hugo tenía más oportunidades y singaba más, dijo que no pudo dormir en toda la noche pero que se sentía bien. Cuando Hugo terminó de desayunar y mientras yo fregaba, se vistió y vino a la cocina.

– Hoy es sábado, puedes quedarte…, quédate que mira cómo está Lazarito.

Nos despedimos, me besó diciéndome, que pensara en él y que por la tarde vendría. Yo me fui al baño a ducharme, al rato en la ducha entró Lázaro desnudo y con la pinga como una lanza. Me besó, me abrazó y me hizo arrodillarme para que le comiera la pinga. Cuál de los dos era me parecía mejor, pues los dos. Aquel sexo matinal fue salvaje, empezamos en la ducha, salimos rumbo al cuarto desnudos, mojados y yo clavado por él. Me hacía caminar de esa manera, clavado por él, primero fuimos a la cocina a buscar una cerveza, de ahí al cuarto. No parecía que se fuera a calmar, tuve que decirle que ya no podía más, entonces se apuró para venirse. Al rato él se levantó, me dijo que tenía cosas que hacer en el campo, yo me levanté y me vestí, el me abrazó y besó.

– ¡Cojones, cómo me gustas! y más ver que te has puesto el calzoncillo quedándote con mi leche dentro.

Yo me sonreí pues eran las mañas que William me había enseñado, que a cualquier bugarrón eso le levantaba el orgullo. Le dije que sí, que guardaría su leche bien adentro. Me preguntó si la de Hugo también, le dije que sí, que también pero la que tenía ahora era la suya. Comprendió el mensaje, me dijo que trataría siempre de de dejarme la suya después de la de su hermano. Así fue arreglándose la vida nuestra, la de los tres porque empezamos a compartir esos momentos de felicidad y lujuria. Solo que por separado, pasaron dos meses en que el orden establecido se cumplió, nunca coincidí en la cama con los dos hermanos aunque algunas noches me turnaba de cama, primero uno y después el otro.

Como a los dos días Hugo tenía guardia, me pidió que me quedara con su hermano y que no me preocupara, que le gustaba que yo tuviera culo para los dos. Iba a estar dos o tres días fuera, Lázaro le agradeció dando la mano. Ese día a eso de las cuatro y pico se apareció Lázaro en el caballo y me dijo que me llevaría a dar una vuelta por el campo. Me quise montar detrás pero me dijo que no, que delante, ya me imaginaba yo que sería para ponerme su paquete en mis nalgas.

– ¿Alguna vez te han singado montando caballo?

Le dije que no, me prometió hacerlo aunque me explicó que de día era casi imposible porque había siempre gente rondando pero que alguna noche iba a coger el caballo y saldríamos los dos a singar. Estuvo dando explicaciones de lo que se siente, de lo rico que era y que a él le gustaba porque clavaba bien al otro, que lo había hecho con algunos estudiantes universitarios que iban a trabajar al campo. Atravesamos campos y llegamos hasta los platanales, ya se habían ido los camiones con los trabajadores, solo en una de las esquinas de unos de los campos, estaba el guardia, también a caballo y con un rifle en la mano. Un negro grande y con un bigote enorme, fumaba un tabaco que al parecer no hacía mucho que lo había encendido.

– ¡Cojones, cuánto hacía que no te veía! – grito contento mientras se acercaba con su mirada clavada en mí y en Lázaro, se dieron la mano, Lázaro me presentó, también me dio la mano pero se quedó más tiempo con ella.- ¿Qué le vamos a dar caña?,. – después se dirigió a mí.- ¿Te gusta la caña, verdad?

– Pero aquí solo hay plátanos. – bromeé yo provocando las risas de ellos.

– Me gusta. – admitió el negrón.

Caminamos por la guardarraya un rato, bordeando el platanal, hasta que nos adentramos en el mismo por un trillo.

– Bueno, aquí no hay caña pero plátano macho sí y mucho.- bromeaba el negro que se llamaba Chucho y Lázaro le seguía la gracia.

Bajamos del caballo, que ató a unos hierros que allí habían, me percaté que tanto Lázaro como Chucho tenían las pingas bien paradas, a punto de romper los pantalones pero sobre todo el paquete del negro, daba espanto. Lázaro empezó a cortar hojas de plátano para improvisar algo así como una cama, Chucho ya a mi lado, me abrazó.

– Nene, sé que tienes ganas de tocar mi pingón, dale, es tuyo.

Hice lo que me pedía, acaricié por encima del pantalón su pinga descomunal, él me abrazó, sentí su olor a sudor y la fuerza de sus brazos. Metí la mano para tocar su tronco. Sentí que Lázaro se abrazaba a nosotros. Nos desnudamos, entre besos y caricias. No podía apartar la vista de la pinga de Chucho, de verdad, que algunos negros estaban bien dotados, era mucho, impresionaba. Se parecía a la de Raúl, aquel negro que me volvió loco por un tiempo y que se fue al norte dejándome, aunque la pinga de Chucho era más nervuda, las venas se le marcaban y la cabeza grande. Me arrodillé para tratar de meterme en la boca aquel pedazo de pinga, costaba trabajo.

– Nene, mi pinga hay que darle lengua como a un caramelo.

A Lázaro le provocó un ataque de risa, yo seguí en mi intentó de tragarme aquello, al menos hasta la mitad, cosa que alegró a Chucho. Lázaro ensalivando mi culo empezó a singarme mientras me hacía gemir de placer a cada una de sus embestidas, Chucho se coló debajo de nosotros y empezó a comerme la pinga, los huevos y a lamer mi culo lleno de la pinga de Lázaro. Aquello me volvía loco, el muy cabrón hizo que me viniera en un minuto y muy a pesar del dolor que experimento al venir, aguanté un rato los movimientos de Lázaro que me dijo que se iba a venir rápido. No fue tan rápido como dijo, pero logró venirse entre gemidos y nalgadas. No sacó su pinga tan rápido, porque le tocaba el turno a Chucho. Sentí alivio cuando Lázaro sacó tu pinga, pero pronto comencé a sentir como se abría paso el grueso miembro de Chucho, volví a experimentar aquellos sudores fríos, aquel dolor como si mi culo se desgarrara, un dolor como una punzada que se clavaba en mi interior. Hacía tiempo que no sentía el dolor de una pinga entrando en mi culo, por supuesto que no habíamos usado mucho lubricante, solo la saliva de Lázaro y su semen. Chucho comprendió que me hacía sufrir, la sacó y volvió a ensalivar su pinga, recogió el semen de Lázaro que salía de mi culo para untar en su miembro y volvió a meter. Esta vez fue mejor, aunque seguía teniendo la impresión de que reventaría. Al rato cuando ya había logrado meter hasta el tronco, empezó a singarme despacio, me dijo "pa´no joderte y que goces".

Lázaro fue a las tuberías de regadío a lavarse la pinga cuando vio que ya todo marchaba bien. Nosotros nos quedamos allí, yo doblado con las manos en mis piernas y Chucho moviéndose detrás, gozando, singando a su gusto. Hablaba mucho, decía mil cosas desde alabanzas a mi culo hasta que era un maricón de verdad porque no todos se podían meter su pinga, que más singaba vacas porque ni las mujeres se atrevía a abrirles las patas. De vez en cuando me preguntaba cómo me sentía o como me la sentía, me hacía responderle, decirle lo que sentía y lo que me gustaba. Me acariciaba las nalgas, las tetillas, metía sus dedos en mi boca, me hacía casi girar para besarme, pero seguía dando pinga, gozando de mi culo. Pensaba que nunca iba a terminar, hasta que pronto sentí como rugía y se agarraba con fuerza de mis hombros mientras empujaba duro, se estaba viniendo. Casi me mata pero fue una de las pocas veces que había sentido como alguien se venía dentro de mí.

Después me hizo acostarme en la cama que Lázaro había preparado para nosotros, pero todos los movimientos estaban regidos por él que no había sacado su pinga de mi culo.

– Nene, qué clase de culo tienes. ¡Eso vale un millón!

Me dijo entre otras cosas, mientras me besaba. En eso Lázaro llegó, se nos acercó riendo, me hizo alzar una pierna para ver el tronco que tenía clavado.

– ¡Cojones, macho, si vieras esto! ¡Qué rico se ve! Este si es un maricón de verdad.

– Y le gusta, anda, nene, dile… dile lo que te gusta. – Me instaba Chucho a que dijera.

– Sí, me vuelve loco este negro y quiero estar así siempre, lleno.

Aquello les gustó a ambos, Chucho mientras empezó de nuevo a moverse, a darme pinga, a singarme de nuevo. Lázaro arrodillándose delante de mí me dio a mamar su pinga que se ponía dura de nuevo. El sitio tenía olor a semen, yo era el centro de aquellos dos bugarrones, ellos me gozaban y me daban placer, un placer muy grande. Estuvimos un buen tiempo así, hasta que Chucho dijo que no me iba a torturar más y sacó su pinga, sentí que me liberaba, que se me iba todo, sentí el semen saliendo. Me levanté medio que sin fuerzas, les dije que necesitaba cagar. Las risas de los dos fue grande, Chucho se fue a limpiar su pinga y yo detrás de unos plátanos para liberar todo, pero no eché más que semen, me parecía que todo estaba lleno de leche de aquellos dos sementales. Cuando regresé ambos estaban recostados, desnudos.

– ¿Qué? -me preguntó Lázaro.

– Sólo leche…, seguro que he soltado un litro de leche…así que ahora ya no me queda semen de ustedes. – dije provocativo.

Sabía bien que era una buena provocación, Lázaro me dijo que me sentara en su pinga, lo hice y aunque no la tenía tan dura, entró fácil e hizo que comentará que tenía el culo como una cueva, como un túnel cosa que mucho le creo. Claro que a Lázaro le gustaba mostrarse todo un macho singón delante de Chucho, pero no tenía la pinga dura, él mismo me dijo, dale siéntate en la de Chucho. Así hice, volviendo a sentir todo el grosor de aquel trozo de morronga que entró suavemente pero abriendo paso como si se tratara de un tren. Estuve un rato sentado sobre Chucho, clavado hasta los cojones, su cara era de goce, de placer, fumaba su puro, lo absorbía con lujuria y me echaba el humo casi en la cara. Sus manos grandes me daban nalgadas suaves que parecían caricias. Al rato me hizo levantarme y acostarme sobre las hojas de plátanos. Bocabajo y abriendo mis nalgas empezó a lamer mi culo, chupaba su puro y me echaba el humo, metía su lengua en mi culo dilatado y cada vez que lo hacía, yo gemía de lo que me gustaba. Al rato se tumbó sobre mí penetrándome de nuevo, me abrazo, me besó.

– Mami, ¡me vuelves loco! Nunca he tenido a nadie que le guste tanto mi morronga como a ti. – Se movía y volvía a detenerse para preguntarme. – ¿te gusta, verdad?

– ¡Sí, me gusta!

– ¡Quiero que seas mi jeba, no sabes lo bien que te vas a sentir conmigo!

Hablaba y singaba con pasión, con gusto, me preguntaba si me gustaba, a veces esperaba mi respuesta, otras el mismo respondía que sí, que se veía que era buen maricón tragón. Hablaba y murmuraba, besaba o me mordía el cuello y las orejas, metía su lengua en mis oídos. Me singó hasta que se vino, pero a cambio de la primera vez, se vino suavemente, moviéndose muy despacio. Al sacar su pinga de mi culo, me lo besó, lamió su semen.

Hablamos un poco, Lázaro le contó que yo era el amante de su hermano, el policía, pero que vendríamos de nuevo si él nos organizaba alguna fiesta de las que él era un maestro. Chucho dijo que sí, pero que yo era para él. De camino Lázaro me contó que Chucho a veces hacía alguna que otra fiesta con los que estaban en los albergues, que conocía a muchos y a veces la fiesta quedaba muy buena, que la leche corría como un rio. Sentado en el caballo la pasé mal porque no encontraba como ir, finalmente Lázaro me dijo que me sentará de lado como las mujeres y bromeó.

– Bueno, hoy fuiste toda una hembra porque lo que te tragaste… hum… fue mucho.

Llegamos a la casa ya tarde, para mala suerte Hugo estaba en el portal esperando, me pareció que Lázaro se sentía orgulloso de lo que había hecho, o quizá yo de inocente caí en la trampa. Cuando nos acercamos Hugo se levantó y se metió en su cuarto, yo le seguí. Cuando entré en el cuarto, Hugo me miró con malas purgas.

– ¡Quítate la ropa! – me dijo con dureza, pero al ver mi confusión me grito.- ¡Cojones, maricón de mierda, te dije que te quitaras la ropa!

Le obedecí, él me hizo acostarme en la cama, me abrió las nalgas y miro mi culo que seguro estaría medio hinchado y enrojecido, además del semen que seguro tendría. Hugo se enfureció, me ordenó que me quedara allí y salió como un rayo en busca de Lázaro, desde la habitación escuché la discusión entre ellos. Después entró como un rayo, me propinó un par de bofetadas gritándome todo tipo de improperios, se sacó la pinga.

– ¿Esto es lo que te gusta? ¿Eh? pues vas a tener hoy toda la pinga que desees, maricón de mierda.

Para mi asombro entre tanta bronca y gritos, su pinga se ponía dura, se me tiró encima para singarme, yo forcejeé algo para zafarme, pidiéndole que no lo hiciera, que estaba muerto, que me dolía el culo, me inmovilizó rápido y me penetró. Opté por no oponerme, lo dejé que me singara cosa que Hugo hizo a sus anchas, pero sin pasión sino con odio, embestía duro, me mordía con fuerza o me daba sopapos en la cara, me escupía. Por fin se vino, quedó sobre mí un rato hasta que sacó su pinga y se acostó a mí lado. Me quedé bocabajo con las piernas abiertas, me sentía adolorido, sentía como el semen me corría, seguí en silencio para no provocarlo más, hasta que escuché que decía.

– ¡Coño, perdóname, te partí el culo!

Me incorporé vi su pinga manchada de sangre, Hugo cogió una toalla y me secaba, yo me asusté. Me pedía perdón, decía de sí que era un bestia, que cómo podía haber hecho algo así. Se puso a mirarme mi maltratado culo, me dijo que cerrara las piernas con la toalla y salió en busca de Lázaro. Cuando vino esté pues le dio un puñetazo en la cara que lo hizo caer de bruces. Pero se calmaron rápido, Lázaro me miró y salió, dijo que buscaría al médico de la cooperativa. Hugo se quedó besándome, acariciándome y pidiendo perdón. Como a los cuarenta minutos entró Hugo con el médico, me quedé bocabajo de la vergüenza, pero Lázaro me dijo al oído que el médico era de la familia.

El médico me revisó, estuvo poniendo crema y algodón, hizo como un tapón y dijo que era solo un rasguño, pero que tenía que tener cuidado con animales como Hugo, lo dijo haciendo hincapié en lo de animal, dejó a Lázaro un tubo de crema para que me untara. Hugo se acostó a mi lado abrazándome con cariño, pidiendo perdón, yo no le dije nada porque lo que había hecho de perder el control ya era demasiado. Al rato entró Lázaro y le dijo que saliera, que ellos dos dormirían en su cuarto y que me dejara solo. Para asombro Hugo ni protestó, cuando se fue, Lázaro me dijo que se levantaría por la noche para ver cómo me sentía y si necesitaba algo que lo llamara.

La noche paso bien, Lázaro vino a verme unas dos veces, al día siguiente no dejó a Hugo entrar a la habitación diciendo que yo dormía y que no me molestara, aunque yo no dormía. Cuando sentí que se había ido el carro, salí. Me costaba moverme con aquel tapón, Lázaro me hizo regresar para cambiarme el tapón. El médico le dijo lo que tenía que hacer, me dijo que ahora tenía que dejar de singar. Así fue estuve como dos meses sin hacer nada, al principio fue difícil hasta ir al baño, pero nada del otro mundo. Ya en mi casa fui a ver a un amigo médico que después de regañarme y hasta amenazar con ir a darle una entrada de golpe a ese animal, me calmó diciendo que no era nada, solo un rasguño que se cerraría pronto. Me recomendó cuidado, mucho cuidado.

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