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Los feos también cogen rico
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Hay hombres poco agraciados que por incompresible que pueda parecer me resultan interesantes y hasta cierto punto atractivos. Poseen cierta especie de aura o energía que les hace destacar entre todos los mortales tanto que podrían hacer sentir inferior hasta el hombre más hermoso y codiciado del planeta.

Eso me sucedió con Antonio, un electricista. Digo electricista porque la primera vez que lo vi estaba arreglando el motor del portón eléctrico de la entrada al condominio donde vivía, así que esa fue la primera impresión que tuve de él, un electricista. No era su único oficio, también hacía labores de jardinería, lavado de piscina y quién sabe cuántas cosas más, pues, prácticamente vivía todo el día en el condominio solucionando los problemas que se presentasen.

Le calculé 40 años y una estatura de 175 cm. Era blanco de piel, llena de matices ya que era un hombre maduro, trabajador al aire libre y especulo que había sido el sol el culpable de degradar el color de su piel a un tono amarillento. Tenía el pelo corto y entradas pronunciadas, sobresaliendo un poco de cabello en medio de su frente.

Es de esos hombres que tienen mucha barba que desde la patilla abarca toda la parte baja del rostro, es decir, la zona de la quijada hasta cubrir parte de las mejillas, los alrededores del mentón y la boca. También lucía un bigote a la par con su barba siempre bien rasurada, nunca tan poblada algo que me parecía sexy a pesar de que no era un hombre de buen parecer. Orejas grandes aunque paralelas con su cabeza, cejas gruesas, ojos negros pequeños, mirada fría, una nariz normal, pero con la punta redonda que me hacía pensar en un payaso.

Del resto de su físico no podía adivinar mucho ya que solo una vez le había visto la espalda desnuda y lucía bastante gruesa y saludable, el resto de las veces siempre le veía con su pechera de trabajo.

La fealdad de un hombre queda relegada a un lugar posterior si este tiene cualidades interesantes y una personalidad peculiar que le distingue del montón y puede que la percepción sea errada, pero es la mía y aquí les cuento solo lo que yo he experimentado. Antonio era un hombre enérgico, carismático, atento, amigable y popular lo que de una u otra forma lo hacía interesante y atractivo para mi y estoy segura de que para muchas otras mujeres también.

A medida que pasaban los días me lo topaba muy a menudo ya fuese en la entrada o en los pasillos y hasta en el ascensor. Me saludaba con una sonrisa muy segura y una mirada llena de vida, yo simplemente le devolvía el saludo por cortesía.

Con el tiempo fue incrementando la confianza, llamándome por mi nombre además de halagarme siendo muy respetuoso aunque provocativo. Daba la impresión de tener piropos reservados para cada vez que se topara conmigo y no me era molesto verle tan entusiasmado en saludarme y dedicarme uno o varios halagos, entendí que yo le gustaba cosa que no me sorprendió en absoluto.

En una semana ya me sabía su nombre, no porque se lo haya preguntado sino porque un día que iba entrando lo vi hablando con el conserje de turno y este mencionó su nombre mientras conversaban.

A partir de entonces decidí ser más cortes, las próximas veces que me topé con él lo saludé siempre agregando su nombre.

Pasarían unas cuantas semanas para que Antonio cautivara por completo mi atención. Me lo conseguía muy a menudo en la entrada del condominio al llegar, me saludaba y se inventaba cualquier tema de conversación para retenerme por unos segundos logrando hacerme sonreír en casi todas las ocasiones. Ese fue el puente que nos conectaría más adelante; su sentido de humor, su espíritu enérgico y seguridad, dejar claro desde un principio que yo le interesaba.

Con el tiempo se las ingenió para ser él quien me llevase a mi apartamento cosas puntuales como envases de agua potable, muebles que de vez en cuando iba agregando a mi apartamento, bolsas pesadas de alguna compra hecha en el supermercado; aparecía él de la nada para ofrecerme ayuda.

Cada lunes o martes que solicitaba un envase de 20 litros de agua potable él se encargaba de llevarlo a mi apartamento y aunque yo le ofrecía propina siempre la rechazaba.

Me fui dando cuenta poco a poco que Antonio despertaba en mi un extraño interés hacia él. Siempre que dejaba el agua encima de la mesa y se iba gustoso de habérmela traído yo me quedaba pensativa. Ese hombre me deseaba, no había dudas. Llevaba meses tratándome como una reina sin obtener nada a cambio.

Quizá pensaba que era imposible que una chica linda como yo, teniendo la mitad de su edad jamás le correspondería o tal vez pensaba lo contrario y estaba seguro de que algún día yo caería rendidita a sus pies.

La confianza se incrementó, yo era más amable con él y empecé a despedirme con un beso en su mejilla cada inicio de semana que subía a mi apartamento a llevarme el agua.

Recuerdo que la primera vez que le besé la mejilla le dije:

—Ya que no me dejas darte propina al menos déjame agradecerte con un beso

En lugar de sonrojarse contestó:

—Viniendo de ti es un beso que vale millones, preciosa.

Ese día me regañé a mi misma apenas se fue. «¿Qué me estaba pasando? ¿Acaso estaba loca? ¿Te vas enredar con un feo cuarentón probablemente soltero, un simple empleado del condominio? Estás mal de la cabeza, María, reacciona a tiempo».

Luego me reía a mi misma de mis alocados pensamientos. Cómo era posible que llegase a pensar y fantasear con ese hombre invadiendo mi vagina con sus dedos, su lengua y su pene, tomándome de las caderas, chupando mis pezones y haciéndome completamente suya. Y no solo eso, llegué a tocarme bajo la ducha pensando en él y tuve sueños húmedos en los que él aparecía observándome mientras me duchaba y haciendo gestos lascivos aunque sin llegar a tocarme, pero si masturbándose y mostrando una sonrisa de oreja a oreja.

Las mujeres también fantaseamos y tenemos sueños de tipo erótico y no necesariamente con un príncipe azul, a veces aparecen en nuestros sueños un taxista de avanzada edad, un vigilante, un delincuente peligroso del que nos enteramos robó a alguien en la comunidad, un hombre desagradable que nos piropeó cuando nos dirigíamos a determinada zona del centro de la ciudad, un hombre que rozó su pene sobre nuestro cuerpo más de la cuenta cuando viajábamos en un autobús abarrotado de gente, cosa muy común en mi país. En nuestros sueños eróticos hay de todo un poco, solo que somos bastante reservadas y nos guardamos esas cosas.

De hecho una vez soñé que mi papá me hizo suya. Fue un sueño bastante intenso y creo que se originó porque una vez cuando estaba mucho más joven espié a papá y mamá teniendo sexo que por cierto fue algo que me impactó de gran forma. Aunque no esperen un relato de "mi papá me cogió" porque tal evento no aconteció ni jamás pasó ni pasará por mi mente la idea de tener un encuentro de tipo sexual con mi papi.

El que si me cogió y varias veces fue el papá de Brenda, pero ese relato ya lo habéis leído y tal vez publique más sobre las otras veces en que fui su niña pervertida.

Volviendo con el electricista. Mis ganas de tener una aventura con él se incrementaron. Dejé de apreciarlo como un simple trabajador del condominio, lo veía como un objetivo, una meta, un capricho. La imagen que tenía de él había cambiado por completo, me parecía sexy, atractivo, deseaba que me cogiera aunque mi conciencia me condenara cada vez que la idea de tirármelo se paseara entre mis sienes.

Empecé a recibirlo en mi apartamento vestida con poca ropa y evitaba toparme con él a la salida o entrada. Debía ser muy discreta y así evitar levantar sospechas por lo que evité coincidir con él y solamente le vería cuando fuese a llevarme el agua, lunes o martes en el que mis mañanas las tenía libres.

El ambiente se tornaba tenso cuando le abría la puerta para que pasara a dejar el agua sobre la mesa, entablábamos una pequeña conversación sabiendo que a pesar de mirarme a los ojos me detallaba milimétricamente cuando yo miraba hacia otro lado.

Siempre hacía un comentario sobre lo que llevaba puesto y eran comentarios que aunque atrevidos no eran irrespetuosos, era una combinación perfecta que me hacía querer jalarlo del cuello y besarlo.

Estaba loca y sigo loca, lo sé, pero quería cogerme a ese hombre.

Y no penséis que duré todos esos meses sin experimentar relaciones sexuales, obviamente tuve parejas y noviazgos que por una u otra razón no duraban más de un mes, digamos que soy exageradamente exigente y cualquier cosita que me incomoda es motivo para dar por terminada una relación por muy espectacular que aparente ser.

Empecé a planear el momento perfecto para cumplir mi capricho y hacer feliz por un día a un soltero cuarentón que se babeaba por culearme, las cosas como son.

La siguiente vez que vino a traerme agua le dije que necesitaba unas conexiones nuevas de electricidad y que si estaba dispuesto a hacerme ese trabajo.

Recuerdo que ese día andaba descalza con mis delicadas y lindas uñas de los pies pintadas de negro, cargaba un cachetero negro bien ajustadito (mis nalgas intentaban escapar de él) y un top rosado sin tirantes que hacía que mis senos destacasen más de la cuenta, un top estratégico que realzaba el tamaño de mis boobies.

Les juro que si ese hombre se atrevía a lanzarse encima de mi diciéndome que me deseaba lo iba a conseguir, estaba dispuesta por si sucedía.

«La gente no es tan enfermita como tú, María. Cálmate». (risas).

Le estuve indicando las partes donde quería las nuevas conexiones y en una de esas me interrumpió y me dijo:

—Coño, María, andas terriblemente bella hoy, me piensas matar o qué

Y a continuación empezó a reírse como si se hubiera arrepentido de lo que dijo y quería borrar con su risa su atrevimiento. Yo me reí tras él y el momento mágico se desvaneció por completo.

Se fue a los pocos segundos y quedamos en que el sábado podría venir a hacer las conexiones.

Me quedé con una calentura y pensé que si yo estaba excitada él debía estarlo más, pues la bonita soy yo, la del cuerpo rico, medidas más que irresistibles, un culito y tetas imposibles de pasar desapercibidos. Llegué a la conclusión de que ese hombre iba directo al baño a hacerse una o varias pajas.

A veces pienso que soy narcisista porque, estudiemos las dos perspectivas. Él quería cogerme por mi cara bonita, mi lindo cuerpo, por la sonrisa que le ofrecía cada vez que me saludaba en cambio yo tenía otro modo de verlo. No quería coger con él por ser lindo, solo quería que un hombre como él, con esas características, esas facciones, ese rostro poco agraciado me consintiera, me hiciera mujer, me produjera uno o más orgasmos. Era un morbo difícil de explicar, quería experimentarlo, quería ver sus reacciones al momento de tenerme desnuda delante de él, de poseerme.

Llegó el sábado y nuevamente lo recibí con poca ropa, esta vez vestía un top blanco sin tirantes, se me marcaba la línea de bronceado lo que hacía más deseables mis senos, abajo llevaba puesto un short de tela con dibujitos de panda. Mi lindo ombligo quedaba al descubierto y aunque no tengo los abdominales de una fisicoculturista mi abdomen lucía y sigue luciendo bastante sexy. Mi cabello suelto, mis pies al desnudo. Él debió enloquecer apenas entró por esa puerta y recibió en su mejilla un beso de bienvenida.

Aun así no lo noté tímido, seguía siendo él, enérgico, atento, dispuesto, sin intimidarse, algo que es súper importante para mi en un hombre.

Lo hice pasar a la sala y me dirigí a la cocina a buscarle unas tajaditas con queso que había cocinado y se las traje a la mesa del comedor que está ubicado en la misma sala. También le traje un poco de café y estuvimos conversando. Yo como si nada medio desnuda delante de él, acostumbrada a andar así de relajada en mi apartamento mientras a él lo notaba de lo más tranquilo aunque se podía percibir la tensión sexual en el ambiente; el deseo estaba allí, solo había que abrir el candado.

Después de acabarse las tajadas y el café comenzó su trabajo, yo me fui a mi habitación y al volver lo único que me cubría era la toalla de baño. Él dejó un momento lo que estaba siendo y giró su cabeza en dirección hacia a mi y no pudo evitar bailar sus ojos de arriba a abajo, de pie a cabeza.

—Me voy a bañar, cariño —le dije, sonriéndole una vez que me di cuenta de que me había escaneado como terminator.

Me tomé todo mi tiempo, calculé que le tomaría una hora (quizá un poco menos) en terminar ese trabajo.

Salí del baño 40 minutos después volviendo de regreso a mi habitación, me vestí y me coloqué una fragancia de marca que solo uso para cuando quiero tener sexo.

Cuando salí, estaba él recostado al sofá y entendí que había terminado. A verme me dijo:

—Eres mala, flaca. Estás demasiado rica

Yo no esperaba que fuera tan directo, pero es que soy una maldita provocadora. Vestía nuevamente un top sin tirantes pero esta vez rosado y un short de tela igual al anterior pero con rosas dibujadas, descalza y con mi cabello suelto un poco húmedo.

Me encontraba en mi apartamento a solas con un empleado del condominio, a puertas cerradas, nadie sabría qué hacíamos o qué haríamos. «¿Por qué no llevar a cabo todo lo que se me ocurre y me gusta hacer con un hombre? ¿Quién me lo va a impedir? ¿Quién estará presente para juzgar mi comportamiento? Nadie»

Me le acerqué un poco sonriéndole. Él no disimuló en lo absoluto mientras me miraba de arriba abajo y la situación ya pintaba extremadamente tensa, la cuerda estaba por romperse.

—¿Terminaste? ¿Cuánto te debo? —Hice las preguntas una tras otra, pues me interesa solo la respuesta de la segunda.

—Nada, mi cielo, como piensas que te voy a cobrar —me dijo mirándome atontado y con una cara de sumisión, como si delante de él estuviera la dueña de los siete reinos.

—¿Cómo que no te debo nada? Claro que si.

Llevé ambas manos por detrás de la espalda y desaté mi top, quedando mis pequeños senos al descubierto y que por efectos de la gravedad se caen un poquito. El top se lo lancé a él a la cara y le sonreí sintiéndome una puta.

Y no, no soy una puta como tal. Putas son esas mujeres con problemas económicos que en el mayor de los casos se ven obligadas quieran o no a entregarse a otros hombres para poder pagar sus deudas y obligaciones.

No es mi caso, pero si que me resulta excitante la idea de pensar que soy una de esas y no es que me entregue por dinero sino gratis o por pagar un favor lo que me produce un morbo y una excitación tan enorme que es imposible que lo comprendan. Adoro fantasear y experimentar que soy no solo una puta sino una puta barata, a la que cogen sin pagarle o a la que le pagan una miserable cantidad de dinero.

Cada tanto, compro prendas y vestimentas relacionadas a ese mundo para usarlas cuando se presente una oportunidad interesante. Soy una enfermita pero todo de puertas adentro, que de puertas a afuera la gente solo conozca mi parte normal, mi parte sana y no la pervertida que llevo dentro de mi.

—¿Es en serio, chamita? —me dijo al ver que me le estaba ofreciendo en bandeja de plata.

—Si, en serio. —le respondí y comencé a sentir mi respiración agitada porque estaba casi del todo segura de que ese hombre me iba a coger.

No había marcha atrás, si ese hombre no actuaba me iba a decepcionar.

Me tomó de una mano y me acercó a él y empezó a manosearme los senos con ambas manos. Había dado el primer paso y nada ni nadie lo iba a detener.

—Qué delicias de senos tienes, flaquita.

Me terminó de jalar hacia él e hizo que quedara sobre sus piernas y me chupó los senos con tal dedicación que me hizo gemir

—¿Te gustan? —le dije casi sin voz

—Me los voy a disfrutar como si no hubiera un mañana dijo.

Me reí levemente y le dije que eran suyos, que le hiciera lo que quisiera.

Me quedé encima de él viendo cómo se comía mis senos, apretando con leve fuerza, mordiendo suavemente mis pezones, incluso los escupió para luego lamerlos, eso me encantó.

Estuvo chupándome por unos minutos en los que no dijimos una sola palabra, solo se oían mis gemidos y el ruido de sus labios saboreando mis pezones. Se levantó y aun cargándome se dirigió con toda confianza y sin permiso hacia mi habitación donde me recostó, me quitó el short y se dio cuenta de que no tenía panti.

—No sé si aguantaré cogerte, pero lo intentaré —dijo al ver mi vagina depilada de una forma tan perfecta, no había rastros de vellos por ningún lado y solo se veía la línea que separa mis labios vaginales.

Se agachó, analizó mi vagina con sus dedos, comentó lo deliciosa que le pareció y procedió a comérmela como nunca me la habían comido en la vida. Me hizo retorcerme en la cama, su lengua me llevó al paraíso.

No solo sabía realizar conexiones eléctricas y reparar el motor del portón, apodar el césped, limpiar la piscina y demás, también sabía chupar una cuca como los dioses, tan bien que no tardé en correrme.

—Qué rico te chupas mi cuquita —le hice saber lo bien que lo hacía, con una voz que parecía estaba llorando.

Pero no estaba llorando, era que ese hombre se había metido hasta lo más profundo de mi, me había hecho temblar todo el cuerpo y había logrado hacerme correr en cuestión de segundos.

Yo estaba tan inmersa en una gran ola de placer que no me di cuenta cuando se quedó completamente desnudo frente a mi y me metió su pene de golpe.

«Ohhh», lo escuché gemir en voz alta

Empezó a penetrarme suave pero no tardó en apurar el ritmo hasta que me cogió como una bestia salvaje, una vez más me estaba alcanzando el clímax y lo logró, me hizo correr de nuevo sin parar de embestirme con frenesí.

Me hizo voltear y quedé con las piernas fuera de la cama, se metió entre ellas y volvió a penetrarme. En esa pose me sentí su perra, quería decirle cosas vulgares y animarlo a que me insultara pero preferí callarme y disfrutar lo que me hacía, dejar que él hiciera lo que quería sin perturbar su mente. Así fue como en cuestión de segundos logró hacer que me corriera de nuevo y derramó su semen en mis nalgas jadeando como si algún espíritu acababa de robarle el oxígeno.

Quedó impresionado cuando vio que me acomodé y me llevé los restos de semen a la boca, me agaché y le chupé el pene hasta dejárselo limpio. Ahí de rodillas fue que pude ver que tenía un buen cuerpo. Estaba rellenito el electricista, con el pecho peludo y también su pene, un delicioso y largo pene que me había cogido sin condón, había probado de mi cuca directamente y sin barreras, cosa que prefiero mil y una vez ya que la sensación es inigualable.

Antonio parecía drogado, lo único que se le escuchaba decir eran expresiones sin sentido, estaba completamente loco por lo que estaba viviendo, era más que evidente que nunca en su vida había vivido algo semejante aunque si me quedó claro que ya tenía mucha experiencia sexual por la forma en la que me hizo su mujer.

Me vestí delante de él y continuaba diciendo todo tipo de cosas de asombro, que no se podía creer todavía lo que yo acababa de obsequiarle, que no olvidaría jamás ese día, que yo era una delicia de mujer, y pare de contar. Yo le sonreía y le dije:

—Guarda este secreto —le dije—. Y como dice un dicho: "El que come callado, repite".

Le pedí que fuera discreto, respetuoso, «que no anduviera gritando a los cuatro vientos que me hizo su puta». Así de literal se lo dije y sé que esas frases son imborrables para ustedes, son como las marcas a fuego que le hacen a las bestias, ustedes adoran cuando nos comportamos vulgares durante el sexo sin llegar a parecer obscenas y putas de calle de mal gusto.

Luego lo besé en la boca y no entiendo el por qué. Estoy enferma, hago cosas muy locas. Y no, no estaba enamorada de ese hombre pero me provocó besarlo profundamente por unos cuantos segundos, ese hombre me había cogido muy rico y mi cuerpo reaccionó de esa forma, el de enredarme con su lengua y el morbo de que probara su propio semen.

Una vez que se fue en lugar de sentirme mal o arrepentida todavía sentía excitación y morbo por haberme comportado como una puta, me provocó llamarlo de nuevo para que me volviera a coger, pero logré calmar mis instintos carnales, ya era suficiente me repetí unas 30 veces mientras ordenaba los muebles y detallaba el buen trabajo eléctrico que había hecho.

La semana siguiente leí en los clasificados sobre un apartamento en alquiler con mejor ubicación y a un precio más razonable por lo que sin pensarlo dos veces me mudé de ahí.

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