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Los espejos de Laura
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Se había hecho muy tarde en el estudio, soy arquitecta, 50 años y placeres que conquisto en todos los espejos en los que me descubro erótica, provocadora y sensual. Tengo amigos, amigovios y también otros cómplices de mis pecados, algunos de esos pecados tienen precio, a otros los llamo «touch on go» por ser más ligeros y por supuesto, esos que no dejan sino una toalla mojada o un bikini olvidado en el cuarto de un hotel.

Me volteo y me vuelvo a mirar en el espejo del ascensor que tarda lo suficiente desde el piso veinticuatro hasta la cochera del edificio, cuando mi cabello sobre mi blusa provoca el roce con mis lolas, acusando una provocación sobre el escote de mi camisa desabotonada, las pecas como cataratas se precipitan y desaparecen hacia mis pezones; —toda una zorra—; sacudo revolviendo mi cabello y ese placer de sentirme una puta se hace más perverso.

No tenía ganas de conducir por New York hasta mi depto. en Queens, noche de viernes con el tráfico atascándome y para demorar dos horas hasta el supuesto placer de darme un baño en mi jacuzzi, con velas, aromas y un champagne que me espera en mi apartadado mundo, en aquel piso sesenta y nueve sobre la noche encendida de esa New York. ¡Pero no!, lo deseaba sí, pero un buen trago me tentaba mientras caminaba por las calles de Manhattan.

En una de aquellas perdidas calles me tentó otra vez el deseo, porque acaso en esos momentos la perdida era yo, entré en uno de esos bares con aromas que se confunden con mucho humo de cigarros; pedí un «on the rocks», cuando sola me senté en un apartado, conjugando mis largas piernas, que desnudas estaban cubiertas con una minifalda negra; alguien me tomó del hombro, era suave el roce de aquella mano, era la de una mujer.

—Hola Lau. ¡Que placer verte en esta intimidad!, ¿Cómo te atreviste?, ¿Vos siempre tan purita? (…)

—Ya vez Mena, siempre hay una primera vez.

—¡Una escapada secreta!

—Quizá, pero veo que esta, ya no lo es tanto… ¡Me encontraste!

Mena era una amiga de esas tardes de tenis en el club, nos habíamos hecho muy amigas y habíamos compartido también a aquel profesor de tenis, entre tangas húmedas, duchas y orgasmos. Aunque casual el encuentro con Mena fue tomando su erotismo, cuando las copas de champagne remplazaron a mi «Jack Label», el ambiente, y cada vez más cerca de medianoche aumentaba los placeres en toda aquella escenografía de ostentaciones eróticas. Ese «Night Club» era ideal para ir en busca con quien terminar la noche de un viernes en N.Y.

Los ojos verdes de Mena se deslizaban sin miramientos sobre mi escote, los que se abría aún más, para que ella deseara cada una de mis pecas, hasta que notara que, sin «soutien» mis lolas todavía estaban firmes. Sin darse cuenta ella, advertí que también se mordía los labios cuando la comencé a provocar con algunos comentarios, mientras a sorbos cortos bebía sobre una nueva copa un «rosé frappé»…

Descrucé mis piernas con alta soberbia y provocación que le dejé ver que tenía puesto un «culotte less» y como los encajes eran translucidos, se evidenciaba lo depilado de mi pubis, y por tal, mi monte de venus apenas dibujado por una tira de vellos delicadamente delineados —como siempre—… Mena no resistió mi provocación, su tentación llegó a cumplirse cuando comenzó a acariciar mis piernas, yo sentí correr ese escalofrío en mis pezones que se volvieron a descubrir en ese bajo relieve de mi camisa de seda negra, y aún más, se abrían sus ojos mientras iba clavando su mirada en la mía, se prolongaban más los silencios que se convirtieron en excitantes deseos.

Sin pensarlo dos veces, de un solo impulso la tomé del cuello y le di tal beso en los labios que nuestras salivas se conjugaron asquerosamente en una. Yo gimiendo, mientras ella encontró con sus caricias la forma de correr mis encajes, penetrándome, mojando sus dedos en mí, los que quitó después de un largo rato de mi húmeda vagina. Yo volví a abrir los ojos luego de sentir ese morbo lésbico, cuando Mena llevó sus dedos húmedos con todos mis flujos hacia sus labios y sin más me dijo: —Almíbar para mi deseo de tenerte—.

Yo sentí otra vez ese escalofrío, mirando hacia todos lados, buscando no ser reconocida en ese boliche, aunque después de todo nada me importaba a esas alturas de la noche; pero caí en la cuenta que era uno de esos boliches para Solos y Solas, ¡Suspiré aliviada! humedecí mis labios provocativamente y volví a besar a Mena, ahora más suavemente, como aceptando su deseo.

No me sentí una lesbiana en ese momento junto a Mena, pero había descubierto ese algo diferente sobre mi piel y ¿por qué no? en mi sexualidad, ¡por algo me había humedecido toda! y no solo eso, sino que yo tomé la iniciativa de confundirnos en un «chupón» de labios terriblemente mojados por demás. Mirando los ojos de Mena —siempre en silencio—, mi vida pasó en ese instante, como sucede ese replantearse que a los cincuenta años me estaba haciendo. Mena volvió a besarme, sin antes meter su índice en la copa de champagne para rozarlo sobre mis labios, lo que me electrizó. Tenía que ir a la toilette…

Cuando estuve delante de ese espejo, vi como afloraban todos mis pecados, las infidelidades a mi esposo que estaba en Buenos Aires, la traición a mis hijos… Algunas lágrimas corrieron el rímel de mis pestañas, que desdibujé agresiva sobre mis mejillas, sintiéndome más, más y más puta; supe que no volvería a ser la misma al salir de esa confesión que me estaba dando a mí misma… ¡Ya no sería la misma!, y tal vez nunca fui una sola, sino muchas en mis desvaríos. Sentí que mi vida había pasado tan violentamente que apenas podía recordar que estaba haciendo allí.

En ese momento entrando Mena a la toilette me apartó también de mis recuerdos y de mis pensamientos; me tomó por detrás apoyando su cuerpo sobre mi espalda mientras que con sus manos apartando mi cabellera comenzó a besarme el cuello; cerré los ojos y me volví a entregar a su juego lésbico y perverso. No resistí, dejé a un lado mis pensamientos y mis fantasmas; giré, la abracé solo nos separaban nuestras lolas, la volví a besar, y me entregué. Le sugerí que volviéramos a mi estudio, que fuéramos por mi auto y nos iríamos a mi departamento en Queen; consintiendo me devolvió una leve sonrisa, y me volvió a besar; ¡yo enloquecía conteniendo mis orgasmos!

No sé cómo pude conducir cruzando las autopistas desde New York hasta Queens teniendo a mi lado el morbo lésbico que nunca había sentido, me temblaban las piernas tratando de volver a contener mis orgasmos, con solo pensar que pasaría esa noche con Mena en mi cama, mientras ella jugaba ese erotismo con sus palabras, sin dejar que su mano jugando, apartara otra vez mi falda, hasta que descubría lo mojada que yo seguía.

Siempre dejo en el living, encendidas las luces tenues que se conjugan con los cielos y con la silueta de la ciudad a lo lejos, como esos fantasmas que me persiguen siempre. Llegamos, Mena se deslumbró ante tal vista desde aquella altura; le ofrecí que sirviera un par de tragos, jugamos un poco más con caricias, cuando ya la noche nos invitaba desbordándose otra vez; en mi viejo equipo de música hice sonar un long play, «All the things you are», el erotismo nos fue envolviendo y comenzamos a bailar «cheek to cheek». Debo confesar que la excitación que sentía mi cuerpo debía contenerla aún contra mi delirio, aún no me sentía tan libre como para entregarme…

—Me doy una ducha y vuelvo —le dije, sin que mis labios se despegaran de sus labios.

—Te deseo Laura, —dijo suspirando un gemido erótico.

Me fui desnudando frente al espejo que juega con mis perversas curvas, me tentaba en el recuerdo de mis pecados, me metí en la ducha; dejé que el vapor empañara el vidrio de la mampara y allí apoyé mis senos, los pezones sintieron la calidez de ese vidrio, con esa calentura ardiente empecé a masturbarme, tratando de calmar la lujuria que me había encendido… ¡Fue en vano! No quise acabar, imaginé mis orgasmos en los brazos de Mena, sentí que ahora estaba dispuesta a ello, pero antes, debía pensar en ser yo quien la sedujera al salir de ese baño.

Me calcé otro culotte más sensual, con un camisolín entreabierto blanco sin sostén, con sandalias de tacos altos, y me fui acercando al living llevando mi dedo índice a mi boca —como incitando la imagen—. La música seguía sonando, pero Mena ya estaba en el cuarto y de rodillas sobre mi cama, desnuda, apenas se dibujada su silueta a contra luz del ventanal que la enmarcaba en ese brillar de luciérnagas de los edificios de New York, me quedé contemplándola mientras ahora era yo quien se servía una copa de champaña, retrasando el momento.

Estaba a punto de experimentar mi bisexualidad, abrí mi camisolín dejándole ver mis lolas, pero Mena se fue acercando, descubrió mis pezones y comenzó a besarlos, a mordisquearlos con tanta ternura, con tal delicadeza, que mi cuerpo se electrizó y aún más, mis pezones crecieron entre sus labios. Sus manos acariciaban mi cola sobre los encajes blancos. Ella alzó su boca, nos volvimos a fundir en otro «salivar» de mieles, volvía a penetrarme con sus dedos jugando con mis labios mojados y provocando que mi clítoris pidiera a gritos también la saliva de su boca.

Perdí la conciencia y caí sobre ella en un abrazo, girando en la cama sobre las suaves sábanas blancas, todo se confundía con su piel, quedé atrapada bajo su sodomía, entre su aroma y mi perfume; con su lengua fue dejando rastros de saliva desde mi boca hacia mis caderas, me giré y le ofrecí mi cola, mi esfínter sintió su lengua enterrarse y sus dedos en mi vulva arrancándome el primer orgasmo. Fue intenso e interminable ese placer, ella recostó toda su desnudez sobre mi cuerpo; miré sus hermosos ojos verdes que brillaban sin decoro, me besó y cerrando mis ojos acaricié su desnudez que me daba ese entusiasmo de aceptar ese momento lésbico.

Creo que fue la primera vez que sentí una pasión intensa por una mujer, claro que Mena era una amiga íntima, pero fue más que íntima a partir de ese momento, cuando mis manos que se deslizaban sobre su piel rodeo su cola, —era perfecta, suave—, volvimos a girar sobre nosotras, ahora estaba yo dominándola y fui bajando hasta que sentí en mis labios el sabor de su sexo, mi lengua jugaba sin penetrarla dejando chorros de mi saliva sobre sus pliegues; tomé entre mis labios su clítoris y lo apreté hasta que un chorro de su flujo se internó en mi garganta, Mena había acabado en mi boca, como yo antes en la suya.

Terminamos gimiendo entre besos como dos putas zorras. Entrecruzadas nuestras piernas y nuestros abrazos no dejaban de excitarnos; comencé a moverme sobre ella frotando nuestros pubis como si la estuviera o me estuviera penetrando, esa era la sensación, y otra vez, y otros orgasmos ahogándonos en un nuevo juego de húmedos besos entre nuestros labios.

Mena después de tantos orgasmos se quedó dormida, su silueta mientras estaba boca abajo era una curvilínea que no dejaba de excitarme, la volví a desear, pero no podía despertarla, había sido demasiado para ser la primera noche. Me serví más champaña y volví a mis pensamientos ¿Cómo íbamos a continuar con esta relación? ¡Esta tentación! Me relajé mirando su desnudez y de fondo las ventanas donde quizá otras anónimas perversiones se iluminaban en ese New York, cerré los ojos, acaricié mi desnudez, mis pezones apuntaban hacia la noche; ¡me dormí con el último aliento de placer después de masturbarme sintiendo y rozando la piel de mi amante dormida!

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Autor
Cortesana-Xochi
Cortesana-Xochi
No hay morbo mayor que tener por amante a un hijo y aunque parezca demasiado grotesco, la lascivia pornográfica que provoca, creo que el incesto alcanza la lujuria, no solo en el pecado que encierra en el deseo, sino por el morbo que incita el poder ser descubiertos. Recuerdo ese morbo de hace algunos años y sigo siendo esclava a merced de Edipo, ¡Puede poseerme frente al espejo!

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