Ocurrió un viernes de primavera. Puede que de mayo. Quizás fuera Junio, pero recuerdo bien que tú todavía estabas en Galicia y yo seguía en Madrid. Por la mañana, después de saludarnos por Skype, me preguntaste qué tal tenía el día, aunque conocías mi agenda perfectamente, pues tienes control total de todas mis cuentas y movimientos), insinuaste:
“Qué aburrida se presenta hoy tu mañana, no cariño?”.
Yo te contesté que siempre que estuviera hablando contigo la mañana sería cualquier cosa menos aburrida, y entonces me sorprendiste con un mensaje muy concreto:
“Te quiero en 45 minutos en la casa de Boadilla. Sin preguntas, zorra. A las 8:56 en punto quiero que me llames por Skype desde la cocina de casa. Recuerda que estaré pendiente de tus movimientos con las cámaras que tengo instaladas. Vas justa de tiempo, guapita… corre”.
Y colgaste. Vi que cerraste la sesión, porque de pronto el punto verde que declara que estás online se volvió gris, así que supe que de forma voluntaria (y para perderme aún más) habías decidido desconectarte. No tenía tiempo que perder, eran las siete menos cuarto de la mañana y no quería arriesgarme a verme envuelto en un atasco que me hiciera llegar tarde, así que le mandé un whatsapp a mi jefe y a mi equipo diciendo que me encontraba mal y que estaría desconectado y bajé a la calle a por mi coche para dirigirme a tu casa de Boadilla.
Durante el trayecto no paraba de comprobar si me había saltado alguna notificación tuya al Skype. También estuve pendiente del teléfono por si me llamabas. Adoras ponerme más puta todavía cuando voy hacia Boadilla, pero sin embargo, aquellos 40 minutos de coche fueron extrañamente solitarios.
Llegué a tu casa, aparqué y antes de entrar, miré el reloj. Eran las 8.47, así que había llegado con tiempo suficiente. Abrí la puerta, desconecté la alarma y desde la cocina abrí Skype, pero seguías offline.
Estaba nervioso y me di un paseo rápido por la casa. Era consciente de que me estabas observando desde la aplicación con la que controlas las más de 10 cámaras que tienes distribuidas por todas las habitaciones, así que me acerqué un poco a una de ellas y te lancé un beso. Pero no hubo contestación en Whatsapp, ni en Skype… ni de ningún modo, así que entendí que tenías clara tu hoja de ruta y que -como siempre haces- no pensabas saltártelo por nada.
A la hora indicada cogí el teléfono, abrí Skype y te hice una videollamada y te vi sentada en el salón de tu casa, con las piernas en el sofá y esos ojos verdes que me vuelven loco mirando fijamente a la cámara. Tenías la boca abierta y no me dijiste nada. Tan solo escuchaba tu respiración entrecortada, mientras la cámara se movía rítmicamente. No entendía nada, pero enseguida empezaste a jugar conmigo, porque te escuché decir:
“Más rápido. No pares ahora… aghhh”
Inmediatamente sentí ese calor que te sube como si estuvieras enfermo desde lo más profundo de tu estómago hacia tu cabeza. Eran celos. Era humillación. Me has humillado con otros muchas veces, pero esa mañana no lo esperaba y mi mente me está jugando una mala pasada. Por un lado, estoy como sin aire y enfadado… pero no puedo controlar una potente erección que asoma en mi entrepierna.
Te das cuenta de mi sorpresa y con la voz rasgada, me dices:
“¿Qué pasa puta? ¿No te alegras de verme? Estás muy callada”
Contesto que sí, que estoy feliz de verte… pero que no esperaba que estuvieras con nadie un viernes a las 9 de la mañana. Te reíste y seguiste gimiendo mientras la cámara de tu teléfono apuntaba a tus labios y a tus ojos. No podía ver un plano más amplio, pero mi imaginación hizo el resto mientras te escuchaba decir:
“Vamos puta. Más rápido… no pares. Quiero correrme en tu cara”.
Debí poner cara de circunstancias. Sé que eso te excita aún más, y en menos de diez segundos sentí que te estabas corriendo mientras, entre gemidos, no parabas de gritar unos cortos pero muy evidentes:
“Sí, sí, sí, sí, síii”
A la vez que gemías, tus labios se separaban y tus ojos se volvían casi en blanco. Durante el tiempo que duró tu orgasmo pude darme cuenta como la cámara de tu teléfono no era capaz de enfocar correctamente, fruto de los movimientos de tu mano y de todo tu cuerpo, y empecé a ver el techo, la puerta de la cocina, la librería que está detrás del sofá de tu casa y otros elementos decorativos que me ayudaron a darme cuenta de que tú orgasmo había sido efectivamente muy intenso.
Estaba excitado y humillado a la vez, y mientras recuperabas algo de pausa, pensaba en las ganas que tenía de estar a tus pies. Por fin enfocaste la cámara de tu teléfono a tus ojos y me preguntaste si había disfrutado de tu orgasmo. Contesté que sí. Que había disfrutado mucho y -tratando de provocarte- te pedí que le dieras las gracias al sumiso que tenías entre tus piernas por haberte proporcionado tanto placer. Te pedí que le dieras la enhorabuena.
Entonces cambió tu mirada, y fui consciente de que habías estado jugando conmigo cuando dijiste:
“Estás muy equivocado, puta. Aquí entre mis piernas no hay nadie. Estoy jugando con el vibrador que me regalaste, pero ya que estás tan interesado en darle la enhorabuena a alguien, voy a darle la clave del Lush al primero que encuentre en el chat de mazmorra y durante el resto de la mañana será otro quién elija el tipo de vibración que me lleve a un orgasmo tras otro”.
Se me quedó cara de tonto. Otra vez los celos y mi chulería me habían jugado una mala pasada, y no pude decir otra cosa que un pírrico “Como desees, Ama”, que todavía te molestó más. Mirando el reloj, con aire despreocupado me preguntaste qué hora marcaba mi reloj. Contesté que eran casi las 9.30 y entonces, dijiste:
“Muy bien puta, entonces tenemos que darnos prisa. Quiero que vayas al salón y te desnudes completamente. Quiero que te quedes a cuatro patas con la frente apoyada en el suelo y tu culo bien arriba. Desde el momento en el que estés en esa posición pon tu teléfono en silencio y no quiero escucharte ni una sola palabra salir de tu sucia boca. Sé una buena zorra y hazme sentir orgullosa de ti, ¿vale bonita?”.
Contesté automáticamente un “Sí, Ama. Así lo haré” y me dirigí al salón. Nervioso me desnudé para comprobar cómo de mi ridícula polla no dejaba de emanar mi líquido preseminal y supe que si estuvieras aquí conmigo agarrarías mi pollita por el pellejo para reírte de mi tamaño y de lo zorra que soy, siempre empapada. Pero no estabas, y yo acababa de ver que estabas en tu casa de Galicia… lo que me dejaba desconcertado por completo. Pero no pensé en nada. Simplemente obedecí tus órdenes y después de desnudarme y doblar la ropa, puse el teléfono en silencio y me coloqué en la posición que deseabas.
Y luego, el silencio.
Sabía que estabas observándolo todo por las cámaras de la casa, y tenía muy presente lo que acababas de decirme de que le darías el código de control del Lush a cualquier sumiso que encontraras en el chat, pero no entendía para qué me habías hecho ir a Boadilla, salvo darme cuenta de lo ridículo que era por haber caído en una trampa tan sencilla. Yo, el que presume de ser tu sumiso perfecto. Y todo por las ansias de estar contigo y por los celos.
Estaba dándole vueltas al momento que acabábamos de vivir y a lo mal que lo había hecho cuando sentí ruido en la puerta. Mi primera reacción fue esconderme, pero entonces entendí por qué me preguntaste por la hora y al ver que eran casi las 9.30, me ordenaste que me desnudara y colocara en dicha posición. Habías hecho ir a alguien a casa. Efectivamente escuché el ruido de la puerta cerrarse a mi espalda y como unos pasos resonaban en el suelo de parqué hasta quedarse detrás de mí. No sabía si era hombre o mujer, pero por el ruido de sus pasos al acercarse a mí, parecía evidente que no iba en tacones.
Me colocaron dos auriculares inalámbricos y seguidamente una máscara en la cabeza. No tenía agujero para los ojos, así que de golpe todo se convirtió en oscuridad. Apretaron fuerte las cuerdas que tenía en la parte de atrás de la máscara y con la mano volvieron a colocar mi cabeza en el suelo. Entonces escuché que en los auriculares que acababan de ponerme sonaba un timbre de llamada, e inmediatamente tu voz:
“Hola princesa. Espero que estés bien. Veo en la cámara que mi amiguito te ha puesto la máscara que no tiene agujeros en los ojos, tal y como le había ordenado. Es un sumiso tan servicial, cariño… estoy seguro de que le va a encantar obedecer mis órdenes hoy por la mañana. Bueno, otras veces lo he usado y me lo he follado, así que sé de sobra que es obediente y que hará punto por punto todo lo que le ordene. Hoy podrás disfrutar de su polla como lo hice yo, zorra”
“Mira cariño. Quiero que estés tranquilo, porque aunque esté lejos hoy te vas a entregar a mi amigo como si lo hicieras a mí. Todo lo que él haga será porque yo se lo voy a ordenar a él. Y tú obedecerás como si fuera yo quién está usándote. Además no tienes que preocuparte por la comunicación. Convertiré esta llamada en una llamada a tres y podrás escuchar mis órdenes, sus comentarios y de paso los dos escucharemos tus gemidos y tus ruegos. ¿Lo tienes claro, mi amor?”
Contesté que sí, pero estaba nervioso. Sentía mi corazón latir a mil por hora, y tenía esa sensación de miedo y de ansiedad. Apenas pasaron unos segundos, cuando escuché que me decías:
“Pedro. Deseo humillarte de esta forma, pero si no te sientes preparado ahora o en cualquier momento, sabes que puedes y debes pararlo. Pero si me das tu consentimiento y estás dispuesto a seguir, quiero que me hagas sentir orgullosa de la puta que tengo, ¿está claro?”
Sentí una potente erección y mis ganas de complacerte se multiplicaron por mil. Cogiendo aire y con la voz quebrada, respondí:
“Haz conmigo lo que quieras, Ama. Te pertenezco”
Y tú, con alegría en tu voz, contestaste:
“Esa es mi chica. Vamos a disfrutar mucho los dos… bueno no… los tres o los cuatro”
No entendía nada. ¿Cuatro? Me habías dicho que debía entregarme a un hombre en tu casa, pero no entendía a qué te referías con esa nueva persona que de pronto aparecía en escena, pero no quise preguntar. Agaché la cabeza y traté de gestionar lo mejor posible el calor que subía desde lo más profundo de mi ser. Me habías hecho interactuar con otros hombres muchas veces, pero siempre estabas conmigo. Hoy sería diferente, y me preocupaba no estar a la altura.
Mientras gestionaba mis nervios y mi excitación, escuché un pitido en los auriculares y después, escuché tu bonita voz, que comenzaba a sentir rasgada a causa de tu excitación.
“Pedro, te presento a mi amigo Fer. No puedes verlo, pero pronto tendréis una relación más íntima. Fer, esta que tienes aquí delante a cuatro patas y con la cabeza en el suelo es mi puta. Te he hablado de ella bastante durante las últimas semanas. Espero que sepas ceñirte a mis órdenes, y nada más que a ellas. No me gustan las sorpresas, ni las improvisaciones. Confío en ti por la amistad que nos une, y por todas las veces que te he tenido a mis pies en el pasado. Si te portas bien podrás volver a follarme pronto. Te lo prometí y yo siempre cumplo mis promesas. Pero si te pasas de listo avisaré a una persona que está atenta de mi llamada y que tiene llaves de mi casa. No te gustará que lo haga, así que compórtate, ¿vale guapito?
Fer contestó con un escueto “Sí, Señora. Haré todo lo que usted desee y nada más de lo que usted desee” y se hizo el silencio. Un silencio que se rompió con tu bonita voz dándole a tu amigo nuevas instrucciones:
“Fer, imagino que recordarás dónde está el armario oculto, en mi habitación. Sube y coje los juguetes que te comenté ayer. Como tendremos la llamada a tres activa durante todo el tiempo, puedes preguntarme lo que quieras si tienes dudas, pero no quiero que te saltes lo que hemos hablado bajo ningún concepto”
E inmediatamente después, te dirigiste a mí, con una voz más calmada, y diciéndome:
“Cariño, mientras tu nuevo amiguito sube a la habitación a por unas cosas, voy a entrar en Mazmorra para buscar a algún sumiso que dirija mi placer a distancia y maneje el Lush que tanto te gusta manejar a ti. ¿Te parece bien, zorra? ¿Te gusta que otro me de placer mientras tú te lo pasas bien con mi amigo sumiso?”
Con una potente erección que no pude controlar, y con cierta zozobra te contesté que me parecía genial que otro te hiciera disfrutar mientras yo obedecía a tu amigo, y así disfrutabas físicamente mientras lo hacías visualmente. Te reíste y, con esa voz alegre que ya no recordaba, me dijiste un “Te quiero” que me alegró la vida. Al rato escuché un silencio mientras te escuchaba teclear y después de un rato te escuché decir:
“Qué bien, cariño. He encontrado a un chico que además es de Pontevedra y al que ya he dado acceso al Lush! Mmm… tengo tantas ganas de correrme mil veces mientras disfruto de cómo te entregas a otro hombre para mí. Estoy feliz!”
Sonreí mientras te imaginaba en el sofá de tu casa de Pontevedra con fuego en tus preciosos ojos verdes, conocedora del disfrute asegurado que tenías por delante las próximas dos o tres horas. De pronto, un fustazo me hizo retorcerme de dolor. No lo esperaba y me quemó. Después otro, y entonces te escuché:
“Pedro, cariño… dale las gracias a Fer por tratarte como una puta y por azotarte como si fuera yo la que lo estuviera haciendo. Quiero escuchar alto y claro tu agradecimiento después de cada fustazo”.
“Fer, ¿te importa azotar a mi puta cincuenta veces? Tengo ganas de ver cómo se retuerce y me entrega su dolor”.
Fer contestó un “como desees, Señora” y comenzó a azotarme con bastante fuerza y con un ritmo que apenas me dejaba darle las gracias entre fustazo y fustazo, sin embargo me esforcé porque escucharas claramente mi “Gracias, Fer” después de cada impacto, aunque alguno estuvo a punto de hacerme caer.
Sentía mi piel abrirse y mi culo arder de dolor, pero todo se esfumó cuando escuche en los auriculares tus gemidos aumentando de nivel, y como segundos después te dejaste ir fruto de lo que claramente era tu primer orgasmo de la mañana. Te conozco bien, y distingo las fases de tu placer tan solo escuchándote… y del mismo modo que sabía que te habías corrido, estaba seguro que querrías correrte otras tres o cuatro veces más de forma consecutiva. De hecho, te escuché decir:
“Mmmm… qué placer, cariño. Este sumiso que he encontrado en Mazmorra sabe usar el Lush mejor que tú, zorra. Más vale que mejores si no quieres que te quite el puesto. Voy a pedirle que me lleve hasta otro… pero estaba pensando que me ayudaría ver cómo le comes la polla a Fer mientras tanto. ¿Te parece bien, cariño? ¿Vas a comerle la polla a Fer como si fuera yo misma la que lo estuviera haciéndolo?”
Mientras escuchaba cómo Fer se quitaba la ropa, contesté que le haría a Fer una mamada antológica para que estuvieras orgullosa de tu zorra. Me coloqué de rodillas y estiré mis manos, buscando su polla. Como seguía con la máscara puesta y mis ojos tapados, no sabía exactamente dónde estaba, pero pronto me encontré con algo en mis manos. Escuché cómo te reías y me decías:
“¿Es grande, verdad cariño? A mí me costó un poquito metérmela entera en la boca, pero con lo zorra que eres, seguro que tú puedes hacerlo. ¿Lo harás para mí, preciosa?
Contesté que sí, que lo haría encantado, y que le haría disfrutar para ti. Entonces, me dijiste:
“¿Cómo se piden las cosas, mi amor?
Y yo, furioso por dentro y excitado, contesté:
“Por favor Fer. Déjame comerte la polla. Lo estoy deseando… te lo ruego… te lo suplico. Permíteme darte placer y demostrarte lo puta que soy”
Escuché un gemido al otro lado del teléfono e inmediatamente te escuché:
“Fer… ¿te importa pegar un poco a mi zorra? Te aseguro que lo está deseando. Pedro, de rodillas y las manos a la espalda”
Obedecí inmediatamente y esperé el primer tortazo. Pero no fue eso lo que me golpeó la cara. Primero una vez. Después otra… y otra. Escuché tu risa mezclada con tu placer y entonces supe que Fer me estaba golpeando la cara con su polla. En vez de retirarme, abrí la boca y en cada pollazo que me daba en la cara intentaba lamerle. Eso te excitó, porque te escuché cómo decías:
“Pero qué puta eres, cariño…. ¿quieres polla, verdad? Tendrás polla, no te preocupes. Fer, coloca a mi zorra en la posición que quedamos ayer y fóllate su boca. Vamos… Estoy muy cachonda y quiero volver a correrme. Este chico de Mazmorra me está llevando al límite… aghhh”
Sentí que Fer me colocaba una brida en mis muñecas, y agarrándome por los codos me levantó con cierta violencia. Me colocó encima del sofá. Boca arriba y con el cuello colgando en el aire. El peso de mi cuerpo aplastaba mis manos inmovilizadas en la espalda, y sin poder apenas moverme, sentí cómo Fer empujaba su polla contra mí. Cogí aire, abrí la boca y ni siquiera pude comerle la polla como me hubiera gustado… porque comencé a sentir que era él quién me la follaba. Al principio poco a poco, mientras sentía que la comisura de mis labios iba a romperse en dos, por lo gruesa que la tenía. Luchaba por respirar mientras él empujaba su polla hasta el fondo de mi garganta, provocándome arcadas.
Cada vez que llegaba al final y me provocaba una arcada, echaba para atrás y comenzaba otra vez. Me la estaba follando muy lentamente, y escuchaba sus gemidos de placer en los auriculares que llevaba debajo de la máscara. Sus gemidos se entremezclaban con los tuyos, y entonces, te escuché decir:
“Mmmm… cómo me gustas, Pedro. Fer, yo creo que mi puta tiene ganas de un poco más de violencia. Fóllatelo aunque vomite, y no pares hasta que te corras en su garganta. Es una orden. Vamos… ¡Ahora!”
Fer apenas contestó un “como desees” y me folló la boca violentamente. Sus embestidas eran rápidas y profundas, y yo sentía que los mocos salían de mi nariz, los ojos me lloraban y las babas que salían de mi boca mezcladas con su preseminal y me empapaban la máscara por dentro hasta los ojos. Me sentía sucio, pero estaba excitado entregándome a otro hombre para ti. El ritmo de tu amiguito no paraba de aumentar, y yo estaba haciendo verdaderos esfuerzos por no vomitar, porque sabía que le habías dado una orden y, aunque lo hiciera… no dejarías a Fer que parara hasta que se corriera en mi boca.
Varias arcadas después, sentí que Fer empujaba su polla contra mi garganta y dejaba caer parte de su peso sobre mi cuello. Estaba corriéndose. Escuché perfectamente sus gemidos mientras sentía su leche caliente en mi boca, bajando por mi garganta. También pude escuchar tu orgasmo. Largo e intenso, y con esos grititos que me encantan:
“Sí, sí, sí, síii. Ahhh… me corrooo”
Unos segundos después, Fer fue liberando su presión sobre mí y entonces sacó su polla de mi garganta. Tenía la boca llena de leche y aún así le di las gracias. Entonces, sin esperarlo comenzó a pegarme. Al principio flojo, en la cara… y a través de la máscara no dolía demasiado… pero poco a poco fue incrementando la fuerza. Entonces me di cuenta de que no le había dado las gracias por correrse en mi boca como tú me habías enseñado , y le dije:
“Gracias por correrte dentro de mí. Soy la puta de Laila. Gracias por hacerme sentir que le pertenezco en cuerpo y alma”
Entonces te escuché:
“Muy bien cariño. Estoy muy orgullosa de ti. Para tu tranquilidad, quiero que sepas que pegarte no ha sido una iniciativa de Fer. Le había ordenado que si tardabas en agradecerle su orgasmo o no lo hacías con la fórmula acordada, te pegara sin decir nada… y me alegro que te hayas dado cuenta tú solito, porque no tenía permitido dejar de pegarte hasta que se lo agradecieras correctamente”.
Estaba recuperando el resuello y sentí que los tres nos habíamos dado un descanso. Escuchaba tus gemidos y los de Fer, y entonces me dijiste:
“Me encantaría que estuvieras aquí, mi amor. Estoy empapada de estos dos orgasmos tan intensos, y odio tener que limpiarme yo. Cariño… estoy muy cachonda… Voy a escribirle al chico de Mazmorra y le voy a decir que se pase por aquí a limpiar mi corrida. Además tengo muchas ganas de follar… y tú no quieres que me quede así, ¿verdad bonita?”
Apretando los dientes y sintiendo un torrente de calor subir desde mi estómago hasta la cabeza, te dije que me parecía perfecto… que merecías que una lengua limpiara tus orgasmos, y que lo más importante era tu placer. Pero una sombra cruzó mi alma, y pensé que quizás ya tenías a esa persona localizada con anterioridad, o que incluso podía haber sido algunos de los sumisos que habías usado en tu pasado… y sentí que perdía fuerzas.
No sé si fue por el tono de mi voz o por mi expresión corporal, pero enseguida me dijiste:
“Te prometo que ha sido casualidad que este tío viviera aquí. Pero sabes que no tengo que darte explicaciones, así que no te diré nada más. Solo te diré una cosa. Pienso follármelo y correrme con él todas las veces que pueda, mientras tu le pones el culo a Fer para que te folle mientras follo yo. Y no podrás verme. Tan solo vas a escuchar mis gemidos de placer. Eres una puta. Una zorra… pero eres mía, y aquí las cosas se hacen como yo quiero. No vayas a olvidarlo, guapito”
No dije nada. Agaché la cabeza y escuché a Fer que me decía:
“Levántate y ponte de pie. Tu Ama me ha ordenado que te vista de mujer”
Sin decir una palabra, hice lo que me ordenó tu amigo. Cuando estuve de pie, sentí como cortaba la brida que unía mis muñecas. Moví las manos para desentumecerlas y me di cuenta que estabas en silencio. Era evidente que te habían molestado mis dudas y que de algún modo me lo harías pagar con tu silencio. De hecho, se había producido un incómodo silencio entre los tres, que solo estaba siendo interrumpido cuando Fer me decía que levantara una pierna para ponerme el tanga, las medias, o que subiera los brazos arriba para seguir vistiéndome. Después de un buen rato me dijo que en el suelo, pegado a mis pies había unos zapatos de tacón. Con cuidado me subí en ellos y entonces te escuché:
“Estás preciosa, zorra. ¿A ti qué te parece, Fer? ¿Te gusta mi zorrita?”
Fer contestó inmediatamente:
“Está muy guapa, Señora. Además es una puta obediente y entregada. Tienes mucha suerte”
“La verdad es que tengo a la mejor zorra que he tenido jamás, pero tengo que trabajar algunas cositas con ella… ¿verdad, puta?”
Agachando la cabeza, susurré un casi imperceptible “Sí, Ama”, pero no obtuve respuesta de tu parte, sino el sonido de tus teclas mientras seguías chateando con el responsable de tu placer y al mando del Lush, y con quién -imaginaba- estarías concretando los detalles del encuentro, para asegurar que fuese él quien limpiase cada uno de tus orgasmos, y también para follárselo mientras Fer hacía lo mismo conmigo.
Continuará…