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Los deseos de mi alma (segunda parte)
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Rompiste el minuto de silencio que ocupó la habitación con una orden muy sencilla.

“Fer, ponle la peluca rubia y cuando lo hayas hecho quiero que sienta el plug con hinchador que nos has regalado hoy”.

Fer buscó la peluca entre las cosas que le habías hecho traer de la habitación y me la colocó encima de la máscara. Estaba sudando, y la peluca no hizo sino aumentar mi situación de calor. Entonces, escuché cómo te reías y en los auriculares te escuché decirme:

“Ahora baila para mi amigo, cariño. No quiero que te desnudes. Baila como una profesional. Quiero que vea lo zorra que eres. Lo capaz que eres de excitar al más macho. Vamos, preciosa, saca tu arsenal de miraditas y de gestos de zorra que me ponen tan cachonda. Hazme sentir orgullosa de ti, cariño. Haz que desee follarte ese culo tragón que tienes. Pero antes, quiero que te pongas a cuatro patas y le ofrezcas el culo a Fer… ya tiene el plug en la mano y parece con ganas de metértelo”.

Inmediatamente me coloqué a cuatro patas en el suelo. Apoyé mi frente en el suelo y levanté las caderas en señal de ofrecimiento, tal y como te gustaba que me ofreciera a ti y a todo el que quisiera disfrutar de mi culo. Sin esperar ninguna orden ni siquiera sentir el roce del plug en la entrada de mi culo, decidí moverlo en círculos, tratando de provocar a Fer. Escuché tu sonrisa en los auriculares e inmediatamente sentí como una mano agarraba con firmeza mis caderas, impidiendo moverme como lo estaba haciendo. Sin esperarlo sentí que Fer empujó el plug en mi boca, mientras decía:

“Lubrica esto, zorrita. Te vendrá bien, porque te va a romper en dos”.

Tragué y casi me hace vomitar. Era anchísimo y de un tamaño considerable. Pero era consciente de que no podía fallarte, y haciendo un esfuerzo no solo me lo tragué hasta la base, sino que simulé una mamada para excitar a tu amigo y, por supuesto, también a ti. Te escuché gemir y supe inmediatamente que había conseguido hacerlo. Fer metía y sacaba el plug de mi boca y sentía que mis labios iban a estallar. Si antes me costó comerle la polla, esto era otra dimensión, pero hice un esfuerzo para satisfacerte y que te sintieras orgullosa de mí.

Después de varias folladas, lo sacó de mi boca repentinamente, y cogí todo el aire que pude, volviendo a apoyar mi frente en el suelo. Entonces sentí cómo presionaba el plug en mi culo. En apenas unos segundos, desapareció por completo dentro de mí. Lo supe porque noté que mi culo le daba la bienvenida, y yo mismo solté un suspiro de placer al sentirme lleno para ti. Entonces Fer se encargó de recordarme que era un plug hinchable, y poco a poco sentí más y más presión en mi culo. Gemí. Apreté los dientes y también los puños. Me estaba doliendo. Sentía que iba a explotar, pero lo único que ocurrió es que una lágrima se deslizó por mi mejilla… dentro de la máscara, y llegó a mis labios.

Recordé todas las veces que me habías hecho llorar. Bien por dolor físico o -sobre todo- por humillaciones extremas a las que me sometías. Lo llamábamos “las lágrimas de la felicidad”, y efectivamente tuvo el efecto vigorizante que esperaba, porque apreté fuerte los labios y respiré profundamente, tratando de relajarme, tal y como me habías recomendado hacer muchas veces.

Entonces, y mientras mi culo se acomodaba al plug y ya estaba pensando que tendría que ponerme de pie para bailar y excitar a nuestro amigo, escuché hablar. Con la tensión de la follada del plug en la boca y el momento que acababa de vivir tratando de resistir al incremento de tamaño del mismo, no había tenido tiempo de percibir que tu nuevo amigo de Mazmorra había llamado al timbre de tu casa. Pero no había otra explicación posible, porque escuché claramente cómo te presentabas ante otra persona:

“Yo también estoy encantada de conocerte, Miguel. Antes de nada, gracias por los dos orgasmos tan maravillosos que me has regalado. No pensaba que pudiera haber alguien que lo manejara con semejante destreza. Ahora veremos si es lo único que sabes hacer o si también eres bueno haciendo otras cosas”

Te reíste, y escuché cómo Miguel se rio e inmediatamente después, te dijo.

“Soy buen comedor de coños y todas me dicen que aguanto mucho sin correrme, pero si quieres comprobarlo tendrás que pedírmelo tú misma”.

Sentí calor. Sentí fuego. Un machote. Habías metido un machote en casa, en vez de un sumiso. Y yo estaba a 650 km de distancia. Cuando lo estaba pensando, volvió a darse una de tantas serendipias en nuestra vida, porque dijiste:

“Mira cariño. Acaba de presentarse en mi casa uno de esos machotes de los que tanto disfrutas. ¿Y sabes lo mejor? Después de que me coma el coño mientras bailas para Fer pienso follármelo a la vez que Fer te folla a ti. ¿Te parece bien que le demuestre a este campeón quién cabalga a quién, mi amor?”

Sonreí por dentro. Eras tan dominante que no te gustaba que cualquier machote se vanagloriarse de follarte a pollazos, sino que eras tú quién lo cabalgaba a él. Aunque no siempre era así, y en ocasiones te dejabas follar simplemente por el placer de ver mi cara de rabia y de frustración mientras tus gemidos inundaban cualquier habitación de hotel, o en nuestra propia habitación. Entonces supe que disfrutarías de tu nuevo amigo, y una mezcla de placer y de humillación recorrió todo mi cuerpo.

Estaba pensándolo cuando te escuché decir:

“Miguel. Quítate la ropa y ven aquí, guapo… tengo muchas ganas de que me comas el coño. Y tú, zorra… ponte a bailar para mi amigo. Despierta esa polla que tiene morcillona para que te reviente ese culo dilatado que tienes ahora. Venga chicos, cada uno a lo suyo. Ahora”.

Me puse de pie sobre los tacones y casi me caigo. Mirando a Fer a los ojos fui dando pasos pequeños hacia atrás, hasta colocarme en el medio del salón. Sin dejar de mirarle, comencé a contonearse como si fuera una auténtica puta de salón. Mis manos bajaban desde mi cuello hasta mis pechos al compás de una música imaginaria. Mis caderas se movían de forma exagerada, mientras me ponía de perfil y le lanzaba besos y ponía morritos. Me estaba comportando como una auténtica zorra. Como lo que soy. Como la puta de Laila. No había música, pero te encargaste de que tus gemidos de placer ocuparan mis oídos. De forma acompasada y cada vez con una respiración más comprometida, tu placer iba en aumento.

Mi excitación aumentaba, y no pude disimular mi erección debajo de la falda corta con la que me había vestido Fer siguiendo tus indicaciones. Se dio cuenta inmediatamente de que un bulto asomaba entre mis piernas, y comenzó a masturbarse sin dejar de mirarme. Su polla, larga y gruesa aumentó de tamaño mientras seguía frotándose sin descanso. Tus gemidos seguían resonando en mis oídos cuando te escuché:

“Pedro, de rodillas. Acércate y ponle un condón a Fer con la boca. Y tú Miguel… no pares ni un segundo… estoy a punto de correrme”.

De rodillas, me acerqué gateando como un gatito hasta los pies de Fer, y sin que lo esperases, comencé a lamerlos. Fue entonces cuando te escuché estallar en tu tercer orgasmo del día.

“Joooder Pedro… eres perfecta, preciosa. Qué zorra tan increíble eres. Me estoy corriendo… oh… si, sí, sí, síii. Miguel, ahora quiero que me limpies despacio. Limpiar es limpiar. No quiero que lamas, sino que limpies mis piernas, mi culo, mi coño, el sofá y todo lo que haya manchado con mi orgasmo. Hazlo despacio… Quiero recuperar un poco la respiración antes de follarte mientras mi puta es follada por mi amigo Fer”.

Tu amigo Fer me miraba fijamente, mientras agarraba su polla por la base y me decía:

“Ven aquí, puta. Llevas un ratito provocándome… y te voy a dar lo tuyo”.

Me acerqué, me coloqué de rodillas y abrí el envoltorio del condón. Lo coloqué sobre su base e inmediatamente me di cuenta que no iba a poder ponérselo simplemente con la boca. Había que hacer presión para que el condón quedara perfectamente fijado en su polla. Después de un buen rato sin poder bajar el condón hasta la base simplemente con los labios, me apartó bruscamente y me dijo:

“Vas a tener que aprender a comer pollas mejor. Tendré que comentárselo a Laila, y te anticipo que no creo que le haga mucha gracia”

Apesadumbrado observé cómo él mismo se colocaba el condón y vi que efectivamente estaba apretando su gruesa polla. Entonces, sin apenas mirarme, me agarró del cuello y me dijo:

“Súbete la faldita, cariño. Voy a sacar el plug y lo voy a sustituir por una polla de verdad”.

Sin decir nada, agaché mi cabeza contra el suelo, y apoyándome simplemente con las rodillas y con la frente, eché las manos hacia atrás y subí la faldita por encima de mi cintura. Violentamente bajó el tanga que tan cuidadosamente me había puesto y sentí que aflojaba la presión del plug. No duró mucho tiempo el alivio, porque con un movimiento violento, lo sacó de mí y sin dejarme recuperar la compostura, sentí como su polla ocupaba el espacio que antes ocupaba el plug hinchable. Noté sus fuertes manos agarrar mi cadera y embestir con violencia mientras decía.

“Zorra barata… eres una zorra barata y te voy a tratar como mereces. Voy a follarte hasta que no puedas andar en una semana”.

Yo recibía cada una de sus violentas embestidas mientras sentía que iba a empotrarme contra la pared contraria. El culo me ardía mientras sentía que iba a caerme al suelo fruto de la violencia con la que me estaba tratando Fer. Entonces, cuando me concentraba en relajarme y en dejarme hacer por tu amigo, te escuché decirle a Miguel.

“Ven aquí, Miguel. Siéntate en el sofá y ponte el condón. Me muero de ganas de follarte”.

Intercambiasteis unas risas, sentí perfectamente sus caricias, sus mordiscos y tus ojos de vicio, aún sin poder verte. Sentí tu placer y tus ganas de follártelo. Sentí tus ganas de humillarme con tus gemidos… con tus orgasmos. Estaba seguro de que sus manos recorrían tu cuerpo, y te imaginaba perfectamente con la boca abierta, excitada… mojada a pesar de que acababa de limpiarte con su lengua. Sentía sus besos e imaginaba perfectamente cómo te estaría comiendo las tetas, mordiéndote los pezones, el cuello… cada vez más excitado, cada vez más duro, y con el condón preparado para entrar en ti. Quise escuchar el momento en el que cabalgabas su polla. El momento en el que la sentías dentro de ti por primera vez, porque siempre me lo haces saber. Cuando estamos juntos y te follas a otro, dejas que su polla desaparezca poco a poco dentro de ti mientras me miras a los ojos fijamente, e imaginaba que me harías saber que habías sentido sus huevos, lo que significaba que estaba dentro de ti hasta el último centímetro.

Pero no pude concentrarme como me hubiera gustado, porque Fer comenzó a azotarme cada vez más fuerte. Me agarraba la boca con sus dos manos y me usaba de palanca para seguir follándome más fuerte, mientras yo gemía y balbuceaba que me estaba haciendo daño. Pero lejos de seguir, apretó sus manos en mi boca y me atrajo hacia él, para decirme:

“Ahora va a ser tu culo el que se folle esta polla. Y lo quiero fuerte y rápido, así que venga… ponte a hacer un poco de deporte y más vale que te concentres en darme placer, porque te noto algo distraído”.

Tenía razón. Estaba más pendiente de tu placer que de complacer a tu amigo Fer, así que me concentré en follarme su polla, empujando mi culo contra él con movimientos rítmicos y profundos. Estaba destrozándome las rodillas, pero sabía que estarías orgullosa de mí, aunque quizás en ese preciso instante estuvieras algo distraída cabalgando a Miguel. Mis oídos se llenaron de gemidos y de gritos. Escuchaba por duplicado los gemidos de Fer cada vez que su polla llenaba mi culito tragón. Escuchaba a Miguel decirte:

“Joder, menuda folladora que eres, nena… voy a tener que quedar más veces contigo. Sigue… no pares y sigue corriéndote todas las veces que quieras… a mi me queda un buen rato”.

Pero sobre todo, te escuchaba a ti. Escuchaba tus gemidos, tu respiración, tus ruidos… tus “sí, sí, sí, sí” que anticipaban cada uno de tus orgasmos, y entonces me di cuenta de que te habías corrido ya un par de veces desde que empezaste a follar con Miguel. Me encanta lo mucho que te excitas, y esa capacidad para correrte seguido 6,8… 10 veces. Realmente todas las que quisieras, y es que cuanto más cachonda estabas, más querías. Estaba pensando en las ganas que tenía de follar contigo cuando Fer me hizo volver a la realidad.

Sin esperarlo, salió de mi culo y me agarró de la peluca, atrayéndome hacia él, para decirme:

“Dime, puta de Laila. ¿vas a abrir la boquita para que me corra en tu garganta o prefieres comerte el condón con el riesgo de tragarte tus propios tropezones?”

Le miré a los ojos y por respuesta, le quité el condón y comencé a comerle la polla con devoción. Con ganas. Como me habías enseñado. Era enorme y me estaba costando muchísimo conseguir metérmela entera sin provocarme arcadas, pero estaba dispuesto a hacerle recordar ese día a cualquier precio.

Con una mano cogía su polla mientras le masturbaba y mi boca hacía el resto del trabajo, y con la otra, masajeaba sus huevos, lamiéndolos de vez en cuando. Entonces, cuando sentí que estaba a punto de correrse, mirándole a los ojos aumenté el ritmo y la profundidad de mi mamada y en mi boca, explotó su corrida. No dejé de comerle la polla ni un segundo, a pesar de que sentía su leche caliente inundarme, y salir por el poco espacio que su gruesa polla dejaba en mis labios, permitiéndome seguir pajeándole con su propia leche haciendo de lubricante. Sentía sus manos empujar mi cabeza contra su polla, y unos movimientos de cadera cada vez más profundos, me dejaron ver que le había sacado hasta la última gota.

Entonces, sin dejar de mirarle, me tragué la leche que había en mis labios, en mi barbilla y en mi mano, y sin esperar un segundo comencé a lamer su polla, que iba adquiriendo un tamaño más normal… tragándome la leche que había quedado esparcida. Siempre me decías que no se podía desperdiciar nada, y así lo hice. Entonces, le di las gracias y apoyé mi cabeza en sus pies mientras recuperaba la respiración.

Fue en ese momento cuando sentí otro de tus orgasmos. Había perdido la cuenta de cuántos llevabas, pero desde luego eran unos cuantos. Estaba pensando que al menos la promesa del machote era cierta, pero como si estuviéramos conectados, te encargaste de confirmarlo:

“Joder Pedro. Quiero a este tío en mi vida siempre que quiera follar con otro hombre. Qué manera de aguantar. Qué polla tan deliciosa, cariño. Tienes que probarlaaa”

Y otro orgasmo inundó mis auriculares mientras mantenía la cabeza apoyada en los pies de Fer, que recuperaba el resuello y también parecía disfrutar del espectáculo sonoro de tus orgasmos, de vuestros gemidos. Entonces, sentí una lágrima deslizarse por mi mejilla.

La lágrima de la felicidad. De nuestra felicidad. De nuestra forma de amarnos, y de disfrutar de la entrega de una forma bidireccional y absoluta. Sin esperarlo, escuchaste:

“Soy la puta de Laila. Gracias por entregarme tu placer, preciosa. Disfruta mucho, mi amor”

Tú no pareciste escucharme, o no pudiste contestar porque justo en ese momento escuché tu enésimo orgasmo. Pero lo que sí pude escuchar claramente fue algo que me llenó de rabia y de frustración. Era increíble la capacidad que tenías de seguir dando vueltas de tuerca y apretar más y más:

“Pedro, mi amor… voy a colgar el teléfono y a quitarme los auriculares. Me apetece disfrutar de este chico hasta que no pueda moverme. No te preocupes por mí, estaré bien. Despide a mi amigo Fer, date una ducha y descansa en el sofá hasta que te llame. Adiós, preciosa… aggh”

Y entonces, el silencio. Y mi rabia. Y mis ganas de llorar. Y el calor que sube por mi cuerpo como si estuviera encima de un volcán. Y mi cabeza hizo el resto. La inseguridad. Los celos. La frustración. Y las lágrimas empapando mis ojos, impidiéndome ver que Fer se había puesto de pie y se había dirigido a la ducha.

Me quedé en el salón. Me hice una bola, acostándome en el suelo en posición fetal hasta que escuché el ruido de la puerta. Supe que Fer se había marchado de casa. Cerré los ojos e intenté evadirme de todo lo que estaba sintiendo imaginándote disfrutar de otro hombre sin que yo estuviera allí de ningún modo.

Y entonces, la oscuridad.

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