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Los cuernos eran chicos, pero parecían enormes
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Tiempo de lectura: 11 minutos

—“Hernán me la vas a pagar”.

—“Epa, epa, no sé de qué me estás hablando”

—“De lo que hiciste durante la despedida de soltero la semana pasada”.

—“Y qué pensás que hice”.

—“Arnaldo y vos se fueron con mujeres, y por eso regresaste a media mañana”.

—“Que me fui con Arnaldo es verdad; también es cierto que regresé a media mañana, pero fue debido a la borrachera de él, que no sabía ni quien era y a la mañana temprano debía tomar un avión para empezar su nuevo trabajo en Brasilia. Lo acompañé, luego de bañarlo, lo hice dormir cinco horas para después despertarlo, darle abundante café y llevarlo al aeropuerto. Esa fue la farra, que por otro lado, ya te la conté”.

—“Eso contáselo a Magoya, que los vieron salir con dos mujeres”.

—“También es verdad, pero nos despedimos en la puerta. Bastante trabajo tenía con llevar casi alzado al borracho “.

—“No te creo”.

—“Lo lamento, pero así fue. Ahora, de dónde sacaste que nos fuimos acompañados”.

—“Me lo contó Rogelio, mi compañero de trabajo”.

—“Cagamos, porque ese personaje es un pelotudo muy importante”.

—“Puede ser pero dice haberte visto bailando acaramelado con una”.

—“Bailando sí, pero acaramelado no. O vio mal o está mintiendo deliberadamente. Por algo así sobre otro amigo es que nos distanciamos. Dentro de dos meses, cuando venga Arnaldo, podrás escuchar la voz de quien es incapaz de mentir, y eso te consta”.

Difícil convencer a quien quiere creer algo, salvo una evidencia ante la cual tenga que rendirse. Eso pasó con Rebeca, mi esposa desde hace ocho años con dos previos de noviazgo. Resulta justo reconocer que es una hermosa mujer, pues a su bella presencia acompaña una dulzura femenina que cautiva, lo que no le impide poseer un carácter firme y perseverante.

Nos conocimos ella con veinte y yo con veintinueve, y solamente con su mirada me dio vuelta como a una media. Cuando los socios de la empresa me vieron atado de pies y manos me pusieron como condición para continuar en la sociedad que, en caso de casamiento, debía hacer separación de bienes, y yo acepté.

Me costó lograr un trato cercano pues soy como el común de los mortales, ningún atractivo físico especialmente destacable. Nos pusimos de novios en la convicción de amarnos sinceramente y así seguimos hasta hoy. El chisme sin fundamento entró en el terreno fértil de los celos, cosa rara, pues la francamente atractiva es ella. Lo razonable hubiera sido al revés, es decir que yo la celara, pero la vida es así, tiene sus cosas incompresibles.

Como era de esperar esa espina enrareció algo la relación y periódicamente Rebeca trataba de sacar de mentira verdad mediante comentarios y preguntas. Como respondía con la coherencia del que es veraz no me preocupaba pero también se resintió la intimidad en calidad y cantidad. Para mis adentros me dije que debía ser paciente y dar tiempo al tiempo. Con la venida de Arnaldo llegaría la solución.

Unos diez días después, viernes, me avisó que esa noche saldría a cenar con sus amigas, algo que solía hacer con cierta frecuencia y yo aprobaba, pues ambos compartíamos la postura de cultivar las buenas amistades, que no necesariamente debían incluir a la pareja. Esa noche no tenía programa con mis amigos así que estuve leyendo y contestando correos para luego ver algún deporte por los canales de cable. Sería algo más de la una cuando la escuché entrar, y al mirarla note una expresión desconocida pero indefinible. Su saludo fue sin beso y el movimiento de sentarse sobre la cama fue lento, como no queriendo hacerlo. Por supuesto que la miré extrañado.

—“Te pasó algo?”

—“Sí, y no te va a gustar”.

—“Ya no me gusta la introducción, escuchemos el resto”.

Al mirarla vi sus ojos inundados.

—“Me vengué cobrándome lo que pensaba que me hiciste junto con Arnaldo”.

—“Entonces lamento decirte que te has vengado de algo que no hice y me has hecho pagar algo que no compré. Pero mucho más lamento que eso vaya a desequilibrar nuestro matrimonio, porque estoy convencido del sincero amor que nos profesamos”.

Ahora las lágrimas eran acompañadas por sollozos.

—“Lo más importante para mí es que estoy arrepentida y te pido perdón. Sabés que te amo, no quiero perderte, los celos me volvieron loca, y el solo pensar que me pudieras cambiar por otra me trastornó completamente”.

—“Qué lástima, porque el arreglo nos va a costar, a mí seguro que mucho”.

—“Por favor déjame que te cuente todo, necesito sacarme esto de adentro”.

—“Te escucho”.

—“La cena con las chicas terminó temprano, así que decidimos ir a la discoteca de la otra cuadra a tomar algo. Estábamos sentadas, charlando tranquilas, cuando se acercaron unos tipos invitándonos a bailar y entre ellos estaba Rogelio. No me pareció mal distraernos un poco bailando, además con un conocido. Pocas palabras cruzamos mientras nos movíamos sueltos. Cuando pusieron música lenta charlamos algo más hasta que soltó una bomba inesperada que me desequilibró. «Y cómo vas llevando los cuernos». Parecía que hubiera visto la herida y le estaba echando sal para que arda”.

—“Pega con sus antecedentes”.

—“Por supuesto que si ya estaba mal por los celos que sentía, me puse peor, y la sensación de haber sido engañada potenció el ansia de revancha que, él parece haber percibido y de esa manera iba bajando paulatinamente las defensas. Cuando me dijo «Bailaban tan pegados que ni un pelo hubiera ingresado entre ellos», cometí el primer error y, con la mente nublada, me pegué íntegramente a él preguntándole si era así. Sus manos en mis nalgas refregando mi pelvis contra la suya fue la respuesta”.

—“Al margen de la bronca y asco que me producen las actitudes de los dos, debo reconocer el tipo sabe cómo conseguir lo que busca”.

—“Es verdad, me envolvió porque se dio cuenta que iba lista para ser envuelta. Dejar que me apoyara el miembro no fue tanto por excitación sino porque sentía que el dolor de sentirme traicionada abandonaba mi cuerpo para trasladarse al tuyo. Así me tuvo un rato, intentado besarme sin lograrlo porque lo esquivaba, pero hizo blanco en mi cuello donde pasó su lengua de punta a punta. Entonces lo frené diciéndole que nos podían ver mis amigas”.

—“Y te vieron?”

—“No lo sé, pero eso le dio la oportunidad de avanzar, pues tomándome de la mano me llevó afuera, «Vení, vamos donde no nos vean». Apoyada en su auto, sin dejar de besarme cuello y orejas, sus manos se ocuparon de mis pechos y entrepierna incrementando sensiblemente mi deseo. Cuando me vio en ese estado de entrega cometió un error «Abandonate nena, si ese hijo de puta le lamió la concha y sin lavarse después te besó, además de habérsela cogido toda la noche». Esas palabras me hicieron ruido, pero leve. Después entramos al asiento trasero donde quiso ponerse encima pero empecé a reaccionar al son de su dicho y no lo dejé. Para conformarlo le dije que iba a masturbarlo ante lo cual de inmediato sacó el miembro poniéndolo en mi mano”.

—“Fue sólo eso?”

—“Te lo juro, si bien él también me pajeó. El orgasmo de ambos fue casi simultáneo y, al correrme, volví a mis cabales, cuando cometió el segundo y último error, «Por fin lo hice cornudo a ese imbécil, aunque me hubiera gustado que la mamaras en lugar de moverla, y después, entrarte por delante y por atrás». Plenamente consciente de lo que acababa de escuchar, y que confirmaba que yo había sido presa de sus mentiras, sin decir una palabra acomodé mis ropas, salí del auto rumbo a la calle donde tomé un taxi y aquí estoy”.

—“Deseo fervientemente equivocarme, pero casi seguro que en este momento todas tus amigas y sus acompañantes lo escucharon decir que te cogió por todos los orificios posibles después de tomarte medio litro de su semen y con la posibilidad de haberte preñado”.

—“¡No puede ser!”

—“Querida, esta gente es así, nada les importa salvo su placer y prestigio de galán”.

—“Mi amor perdoname, nunca imaginé que esto podía suceder”.

Lo que antes habían sido sollozos se transformó en llanto convulso.

—“Sinceramente te perdono, pero de ahí a vivir la situación de íntima armonía que teníamos antes, hay una distancia que no me animo a estimar. Te sigo amando pero en este momento tu presencia me provoca asco, por lo cual te pido que te mantengas a cierta distancia. Naturalmente no vamos a dormir en la misma cama hasta que esto se normalice, llevá tus cosas a la pieza de huéspedes”.

—“Querés que me vaya de esta casa?”

—“Hacé lo que quieras, si deseas tirarte bajo un tren andá tranquila, en este momento me interesás menos que el excremento de un perro en el cordón de la vereda”.

—“Entonces no me querés”.

—“Al revés, si no te quisiera me importaría una mierda que te haya cogido todo el equipo de All Blacks incluidos los suplentes. Te quiero, pero eso sí, mucho más me quiero a mí mismo. Ahora tengo que prepararme anímicamente para, a partir de mañana, lucir orgulloso mis cuernos, cuya arboladura y grosor dependerá de cuan imaginativa sea la persona que me vea y sepa lo tuyo, y además asimilar lo sucedido para decidir qué hago. ¡Así que, fuera!”.

Naturalmente esa noche dormí a los saltos, cuando el sueño vencía la bronca, el fuego en el estómago, y el galope del corazón. Con toda suerte tuve algún momento de lucidez y resolví mi quehacer inmediato. Me levanté temprano e hice salir de la cama Rebeca.

—“Y ya has pensado cómo vas a remediar este asunto?”

—“No sé qué puedo hacer”.

—“Buen nudo que veremos cómo desatarlo. Para empezar veamos dónde estamos: 1) Nuestra relación está averiada, pues poco o mucho, te entregaste a otro por desconfiar de mi palabra y eso no solo duele sino que y me provoca un severo rechazo; 2) Quienes te hayan visto, o escuchado al conquistador, deben pensar que sos una flor de puta; 3) Yo estoy obligado a lucir los cuernos haciéndome el distraído; 4) Dentro de una semana quizá podamos saber hasta dónde se ha extendido el rumor de tu infidelidad; 5) Mitigar o lograr la casi desaparición de esto que nos entristece va a llevar largo tiempo y esfuerzo, y casi todo a cargo tuyo. Entendiste?”

—“Sí, entendí bien”.

—“Sigamos, a partir de ahora hay cambio de aspecto. Vestidos y faldas holgadas con el ruedo cinco centímetros debajo de las rodillas, ninguna transparencia, escote a no más de cinco centímetros del cuello, sin afeites, sin aros ni colgantes y pelo cortado a la altura de los hombros, además quiero la lista de tus amigas, compañeras y alguno de los hombres que participaron”.

—“Es algo espantoso”.

—“Es verdad, y además es uno de los precios a pagar. A partir de hoy se acabaron las pastillas anticonceptivas. Si dentro de un mes no estás embarazada ambos nos haremos pruebas de fertilidad, y si tu organismo acusa presencia de anticonceptivos tomados a mis espaldas, mejor que escapés rápido porque te voy de dejar tan maltrecha que ni un linyera querrá tenerte cerca, aunque yo vaya a la cárcel”.

—“Me odiás”.

—“Tal cual, y con la misma intensidad con que te amé, así que empezá a contar los días para indicarme el momento de ovulación y de esa manera durante tres jornadas venceré el asco para eyacular dentro de tu vagina. Tené preparado algún lubricante porque no habrá juego previo”.

—“No puedo creer lo que estoy escuchando”.

—“No importa que no lo creas porque lo vas a sentir. Por último vas a aceptar cuanta invitación te hagan tus compañeras de trabajo o amigas para regresar a casa a más tardar a la una de la madrugada. Declinarás cortésmente cualquier invitación a bailar y, si se pone pesado el pretendiente, llamás a personal de seguridad. Estamos en setiembre, dentro de tres meses, cuando sean las reuniones de fin de año, arreglaré cuentas con Rogelio”

—“No entiendo el porqué de todo esto”.

—“Mi razonamiento es este. No le podemos explicar a cada uno de los posibles conocedores de tu aventura lo que realmente sucedió, tu arrepentimiento y el propósito de que nunca más va a suceder. De alguna manera tu imagen actual está asociada al engaño, entonces hay que cambiar todo, vestimenta, arreglo, costumbres, peinado, adornos, etc.”.

—“Pero es una locura”.

—“Probablemente es así, locura es también la que yo paso imaginándote prendida a la pija del mentiroso malparido, además de soportar la mirada compadecida de quienes me aprecian y complacida de algunos que me odian. Pensá otra solución, si es viable la acepto”.

—“Y qué pasaría si no acepto”.

—“Incrementarías enormemente mi actual dolor”.

—“Pero por qué?”

—“Mi idea de futuro no incluye cuernos así que irremisiblemente te perdería, pues en menos que canta un gallo estarías fuera de esta casa, siempre y cuando no optara por retorcerte el pescuezo como a una gallina”.

Sus lágrimas, deslizándose por las mejillas, me respondieron, cuando sin esbozar una palabra partió a su pieza.

Una semana después hablé con una amiga que trabajaba en la misma empresa. Reunidos en un café le conté sin tapujos lo que estaba viviendo y de forma directa le pedí que averiguara sobre qué opinaban de Rebeca en el trabajo. En principio me interesaba el parecer de los incluidos en la lista, pero también quería ampliar el espectro para tener alguna idea de cuánto había corrido el rumor. Una manera de iniciar los interrogatorios de forma velada era comenzar con «Te enteraste de…?» o, «Será verdad lo que escuche. . .?»

En dos días el resultado me permitía afirmar que, salvo excepciones, todos estaban al tanto y en algunos casos no la bajaban de puta. Eso me afirmó en la convicción de que el camino elegido para salir de esta situación de mierda era el adecuado. A mi señora le esperaba sangre, sudor y lágrimas, y no iba a permitir el mínimo desvío.

Unos veinte días después me dio la noticia que esperaba.

—“Creo que estoy ovulando”.

—“Perfecto, buscá el lubricante y esperame en el comedor, sin bombacha y con la vagina humedecida”.

Busqué la portátil, me senté al lado de ella, entré a una página pornográfica haciendo correr el video apropiado y saqué el miembro comenzando la masturbación. Al percibir que se aproximaba el momento de la eyaculación la hice ponerse de espaldas sobre la mesa, con la mitad de las nalgas sobresaliendo del borde y tomándose los muslos llevar las rodillas a los hombros.

Estando ella en posición me acerqué, incrementando el movimiento de la mano, para ubicar el glande en la entrada vaginal y presionar hasta mi pelvis llegó cerca de los glúteos pero sin tocarlos. Dos cortos movimientos de metisaca fueron suficientes para descargar el semen que llevaba acumulado.

—“Lista la tarea, podés bajar las piernas pero seguirás acostada los próximos cinco minutos. Mañana y pasado repetiremos el procedimiento”.

Por supuesto seguí el conocido dicho «Todas las personas son buenas, pero cuando se las controla, son mejores». Cada vez que ella salía, o la controlaba personalmente, o por intermedio de una empresa de seguridad, que debía informarme de cualquier desvío en tiempo real. Así es como una noche me avisan que estaba con sus amigas y varios jóvenes sentados charlando en la discoteca.

Era el momento de hacerle sentir el rigor de lo que podía esperarle en caso de una mínima trasgresión. Le dije al vigilador que no la perdiera de vista y me esperara. Me vestí saliendo hacia el lugar en cuestión recibiendo la indicación de dónde se encontraba. Efectivamente estaban sentados hablando distendidos cuando me ubiqué frente a ella con los brazos cruzados y mirándola fijamente. Verne, ponerse blanca y empezar a temblar fue una sola cosa.

—“Querida, estas basuras, que se dicen amigas tuyas, cuando le hagas una sonrisa al joven que está a tu lado van a decir que está justificada la fama de puta que tenés en el trabajo, rumor difundido por ellas mismas. Qué hacés con el botón del cuello de la camisa desprendido?”

—“Es que sentí calor”.

—“No es excusa, si te sentías incómoda te hubieras vuelto. Para vos se acabó la reunión. En quince minutos te quiero en casa”.

Di media vuelta, por teléfono le indiqué al que la vigilaba que su cometido terminaba cuando la viera entrar en lo que era nuestro hogar, y que ahora estaba en la categoría de simple protección contra la intemperie. Cuando llegó me dio pena. Acertar la llave en la cerradura para ingresar se le hizo complicado. Llorando fue directo al baño donde vomitó para luego con la cabeza gacha ir al dormitorio donde se tiró sobre la cama.

Era el momento de aflojar si no quería perderlos, a ella y al bebé que venía en camino. Tomé un camisón de su placard y me senté a su lado poniendo una de mis manos en el hombro.

—“Por Dios, aunque más no sea, dejame llorar tranquila”.

—“Por favor, date vuelta”.

El tono de voz, suave y cariñoso tuvo su efecto, porque lo hizo aunque llorando y tapándose la cara. La desvestí íntegra para colocarle la ropa de dormir, acomodé lo que le había quitado y luego, en brazos, la llevé a la cama matrimonial ubicándola de su lado habitual. Entré a la cama en bóxer, como solía hacerlo, y la abracé poniendo su cabeza en el hueco de mi hombro dándole un beso en la frente.

—“Te amo, preciosa. Poco queda para terminar con este infierno y tratar de volver a ser felices”.

Pasamos la noche con pocos cambios de postura pero siempre abrazados. Desperté primero y, con alegría, vi sus facciones distendidas, entonces la desperté con otro beso en la frente.

—“No puedo creer despertarme así. Ahora contame, por qué me hiciste sufrir tanto”.

—“Dos razones te puedo dar. Primero, tenía que sacarme la bronca, el odio profundo generado por una estúpida desconfianza en mí y dándole crédito al que tiene fama de falso; tu sufrimiento sanó mi corazón. Segundo, el dolor y el placer se pueden fingir pero por corto tiempo; si el lapso se extiende la falsedad asoma en seguida. Por eso el tiempo de angustia fue largo y así los que te rodeaban podían palparlo. Seguro que te quiero, por eso pongo esfuerzo imaginación, paciencia y tiempo tratando de regresar a los buenos momentos de la pareja. Es verdad que te maltraté y de esa manera tus amigas, que antes te difamaron, ahora están unidas de tu lado aunque en contra mía. Prefiero ser hijo de puta y no cornudo”.

—“Puedo quedarme tranquila de que se acabó el sufrimiento?”

Llevé mi mano a su entrepierna acariciando los pelitos que la cubrían.

—“Seguro, ahora quisiera intentar que esta conchita preciosa me perdone la descortesía de la última vez que la visité”.

—“Hacé la prueba, quizá tengas suerte”.

—“Y cómo lo sabré”.

—“Cuando empiece a segregar juguito y vaya a tu encuentro, es seguro que te perdonó”.

—“Entonces voy poner la máxima dulzura, de la soy capaz, en los besos y caricias con la lengua”.

Bajé la sábana que nos cubría y subí su camisón hasta la cintura para descender besando, desde el ombligo hasta la mata del pubis, mientras ella mantenía los muslos juntos aunque sin apretar. Puse mi pecho sobre ellos con los brazos a los costados para, con los labios, husmear entre los vellos tratando que dejar libre el comienzo de la hendidura. Ese trabajo, delicioso por cierto, quedó finamente terminado después de mojar con abundante saliva y peinar estilo raya al medio. Después de acicalar bien la pilosidad, manteniendo la presión sobre el muslo con el antebrazo, puse el pulgar en la unión de los labios estirando la piel hacia arriba, haciendo emerger el clítoris.

Chupar el botoncito como si fuera un pezón fue una tarea muy corta pues su cuerpo en seguida se tensó y, apoyado en hombros y pies, formó un arco corriéndose y gritando su placer. No le di mucho tiempo de descanso cuando cayó hiperventilando y laxa. Era buen momento para recordarle que su marido tenía capacidad suficiente para hacerla gozar hasta la extenuación. Llevando la planta de sus pies a mis hombros, de manera que la entrada a la vagina se abriera sola, fue lo previo a penetrarla de un solo envión, y en cortos y secos golpes de cintura llevarla a su segundo orgasmo. Así empezamos una nueva etapa, seguramente mejor que la anterior.

La cena de empresa con que se solía cerrar el año, antes del período de vacaciones, fue el momento elegido para dar el toque final a esos meses atroces y dar comienzo pleno a la recuperación del vínculo amoroso.

La invitación era para matrimonios, lo que suponía una asistencia de casi cien personas distribuidas en mesas de ocho comensales. Buscando en la lista nuestra ubicación, vi con alegría que Rogelio no estaba en la nuestra y sí mi amiga con su esposo, lo cual predisponía a un momento agradable. Finalizado el servicio de comidas, antes de dar paso a la música e invitación a bailar, hubo unas palabras del gerente ofreciendo la comida. Mientras él hablaba me acerqué disimuladamente para agarrar el micrófono apenas lo dejara libre.

—“Disculpen el atrevimiento, no los distraeré más de dos minutos. Hará algo de cuatro meses un empleado de esta empresa, que ya se había insinuado antes a mi señora, le mintió acerca de una supuesta infidelidad mía. Con ese argumento la indujo a tomar revancha y, en un momento de debilidad la sedujo. Solo le metió mano hasta que Rebeca se dio cuenta del engaño retirándose en seguida. El insatisfecho conquistador no tuvo mejor idea que relatar como hecho lo que hubiera querido hacer, y sus compañeras de reunión se encargaron de difundirlo. Hoy es difícil que algún empleado ignore el rumor. Unos cuantos lo propagaron dándolo por cierto, otros lo escucharon y con su silencio prestaron acuerdo, y unos pocos manifestaron su disconformidad considerándolo falso. A estos últimos nuestro agradecimiento. Quienes conocen de cerca a mi señora habrán percibido palpablemente su abatimiento y desmejoría culpa de ese ególatra mentiroso. Lamento haberlos molestado pero no vi otra manera a mi alcance para tratar de limpiar el buen nombre de la persona que amo. Me queda muy poco por hacer para sentirme totalmente tranquilo. Gracias por la atención”.

Estaba terminando de hablar cuando vi al malparido Rogelio abandonar el salón. Al tiempo me enteré que había sido trasladado a una sucursal de otra provincia.

Con inmensa suerte hemos dejado atrás ese período lastimoso. El recuerdo doloroso ya no agobia y sirve de experiencia para enfrentar el futuro con optimismo esperando que, de ese abdomen prominente, haga su aparición una criatura que refuerce más nuestra unión.

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