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Los celos (II): Vanesa
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Eran las siete de la tarde, el sol comenzaba a caer alargando las sombras de los edificios, las mesas de alrededor habían cambiado varias veces de ocupantes, parecía un poco más relajada pero siempre en guardia.

– Jamás me dijiste lo que sucedió aquella noche.- Dije sin mirarla directamente, sabía que era volver a azuzar el fuego.

– ¿Para qué?, tú tenías tu propia historia… como siempre.

En eso tenía razón, yo mismo me preguntaba y respondía, no soportaba el hecho de haberla visto de aquella forma, despeinada, el rímel corrido, todo aquello no hacía más que encender mi mente, me levanté dispuesto a cualquier cosa, pero creo que en el fondo estaba cansado de luchar, me metí en la ducha para quitarme el olor a alcohol de la noche anterior, mi boca estaba espesa producto de la resaca, notaba como si mi cabeza fuera a estallar, abrí el botiquín buscando algo que pudiera quitar el martilleo constante de mis sienes.

– Buenos días.- Lola estaba sentada en la cama con las piernas recogidas y su cabeza apoyada sobre sus rodillas.

– Buenos días, espero que lo pasaras bien.- una frase cargada de sarcasmo.

– ¿Y tú?, ¿lo pasaste bien?- Dijo mientras se levantaba de la cama, sin duda noto el tono de mi voz.

– Veo que ni siquiera te quitaste la ropa.- La conversación se tensaba a cada palabra.

– No, me tumbé sobre la cama y me quedé dormida.- pasó rozando mi cuerpo en dirección al lavabo. – Si no te sabe mal me quiero dar una ducha.

– Supongo que no me vas a decir dónde estuviste, ¿no?- El volumen de mi voz aumentaba por segundos; La seguí con la mirada hasta la puerta del lavabo.

– Déjalo, hoy no tengo ganas de discutir.- Su voz se mezclaba con el ruido de la ducha.

-Ósea, mi mujer se va un día entero… ¿es que acaso no puedo preguntar? ¿Soy tu marido? ¡Joder!- Mi voz retumbó en el camarote, seguramente si pasaba alguien por el pasillo lo oiría todo, pero me daba igual, Lola permaneció en silencio hasta que salió.

– Si, eres mi marido, pero estoy cansada de que controles mi vida, mírate, no te reconozco Carlos, estás haciendo que me vuelva loca, ¿cómo puedes seguir con esto?

– ¿Con qué Lola? – Sentía como mis venas se iban hinchando.

-¡Con tus malditos celos!, no te das cuenta del daño que me haces.- Lola era un mar de lágrimas, pero ni siquiera la veía, si aquella vez me hubiera contenido…

Hubo unos segundos de silencio, nos mirábamos sin decir nada.

– ¿Dónde has estado?- Mi voz sonó amenazante, Lola estaba de pie mirándome sin creer lo que veía, las lágrimas le inundaban sus ojos, se las limpiaba con una mano mientras que con la otra sujetaba la toalla anudada por encima de sus pechos.

– ¿Qué te está pasando Carlos?

– A mí nada, ¿y a ti?, pero ya lo veo, igual tengo que preguntarles a los dos de ayer, seguramente con un par de cervezas me den detalles, ¿cómo fue? ¿primero uno o ya directamente con los dos?- sentía como escupía las palabras intentando darle lo más fuerte posible, ni siquiera lo pensaba o tal vez dentro de mí había algo que me empujaba, venganza, ira… celos.

-Creo que será mejor que en Roma tomé un avión a Barcelona, no puedo seguir así.- Lola tomó ropa limpia y volvió a encerrarse en el lavabo.

– ¡Si huye! después dirás que también me imagino las cosas, supongo que has quedado con ellos ¿No? -Había perdido el control.

Lola salió hecha una furia y sin previo aviso me cruzó la cara, me miró con los ojos enrojecidos y salió del camarote haciendo que la puerta temblara del golpe.

******************

-¿Mi propia historia?, te pasas un día entero sin aparecer, eran las tres de la madrugada Lola y tú no estabas por ningún lado, ¿Qué querías que pensara? -Dije enderezándose en la silla.

-Siempre pensando en ti… veo que no vas a cambiar nunca.

Lola sacó su móvil de uno de sus mini bolsillos para perderse durante unos segundos en el, aproveché para poder mirarla sin ser descubierto, descubrí que unas mini argollas colgaban de su collar, no me gustaban pero tenía que admitir que le esterilizaban su cuello, no me creía que se hubiera cortado de aquella manera su hermoso pelo, el color granate de sus uñas hacía juego con su pinta labios, continuaba en silencio repasando su móvil aquello era la campana del primer asalto y sin duda ella iba ganando por muchos puntos, repasé su cuerpo deteniéndose en aquellos maravillosos pechos igual que el joven camarero, podía entender que se sintiera atraído por ella, echaba la vista atrás recordándola desnuda en la cama parecía mentira que aquella mujer se había entregado a mí sin condiciones.

– Creo que por hoy ya hemos tenido bastante, me tengo que ir, he quedado.- Dijo levantando la vista del teléfono.

-No podemos dejarlo así.-No podía dejar que se fuera de esa manera.

– No sé Carlos, no sé si vale la pena todo esto, simplemente nos vamos a hacer más daño y la verdad… -Lola se me quedó mirando mientras negaba con la cabeza.

– Por favor, podemos quedar otro día, solo te pido un día más.- Le había agarrado sus manos sin pensarlo, no me di cuenta en qué momento lo hice, las tenía frías como de costumbre, ese acto tan normal entre nosotros se volvió en algo extraño, algo que nuestros cuerpos tenían en la memoria pero no lo reconocía, era tocarla como si fuera la primera vez, Lola se quedó mirando nuestras manos; unas lágrimas asomaron en sus ojos por un segundo me vi vencedor.

– Hablamos otro día, pero te llamo yo.- Volvió a vestirse de aquella coraza, su voz sonó autoritaria dejando claro que sería ella quien marcaría los tiempos.

Al salir del bar sentí un escalofrío, mi cuerpo se negaba a dejarla ir, Lola se giró para darme dos fríos besos, sentía que la perdía definitivamente, ya estaba fuera de mi alcance, se me pasó por la cabeza preguntarle con quien había quedado, pero aquello hubiera sido peor y quizás el detonante de otra situación violenta, no podía permitir que una maldita frase hiciera que Lola se echará atrás y desapareciera definitivamente de mi vida.

Se perdió entre los transeúntes, podía admirar sus caderas moviéndose con libertad, mientras, me quedaba abandonado en mitad de la calle, vacío, esa sería la palabra que definiera mi estado, me sentía un fantasma buscando mi camino, decidí volver a mi pequeño apartamento caminando, las Ramblas continuaba llena de turistas a cada cual más contento, veía sus caras llenas de alegría mientras un extraño frío invadía mi cuerpo, yo no era nadie… simplemente nadie.

**************

Mi vida cambió drásticamente con la separación, dicen que hay varias etapas hasta poder superarla: la fase de la negación y aislamiento, la fase de la ira, la depresión y aceptación, creo que hice un cóctel con todas ellas.

En aquel camarote rompimos la cuerda que nos unía, fui yo el que soltó amarras sin pensar que la corriente sería demasiado fuerte.

Volvimos juntos desde Roma, encontramos pasajes pero en dos aviones diferentes, yo salí a las doce mientras que Lola saldría dos horas más tarde, durante el vuelo mi cabeza no dejaba de darle vueltas a lo sucedido, ¿qué había pasado?, justo hacía dos días que habían disfrutado de un día maravilloso en Mónaco y al otro día no podíamos ni vernos.

Llegué sobre las tres de la tarde a casa, al entrar me derrumbé, tres días, solo hacía tres días que había salido de aquella casa sujetando a Lola por la cintura, sintiendo sus caderas moverse en mi mano e incluso me vino a la mente haberle dado un azote cariñoso en ellas notándose firmes como piedras, sus treinta y cinco años no habían hecho mella en su cuerpo, a pesar que ella decía que sus pechos comenzaban a caer, aunque para mí cada día estaban mejor.

Lola no llegó hasta las siete de la tarde, no quise preguntar por el retraso, pues yo calculé que debiera haber llegado una hora antes, esa tarde cada uno estuvo a lo suyo, yo la miraba de reojo mientras ella deshacía las maletas, el ambiente se podía cortar con un cuchillo, llegó la noche sin haber probado bocado, cuando iba a entrar en el dormitorio Lola salió con su almohada y sin decir nada entró en la habitación pequeña, está la teníamos por si venía alguien y se tenía que quedar a dormir, ni siquiera pregunté, me dije a mí mismo que tal vez fuera mejor dormir separados esa noche, me sentía indignado, no era posible que me tratara de aquella manera, había sido ella la que provocó todo aquello; ¿o es que acaso fui yo el que desapareció todo un día? no, no era yo el que había provocado aquella situación, pasé una noche dando vueltas en la cama, parece mentira que aunque uno tenga la cama completamente para él siempre guarde el espacio de su pareja, es como territorio prohibido que jamás ocupa aun sabiendo que puede invadirlo.

A la mañana siguiente la encontré en la cocina, se podía notar que ella tampoco había pasado una buena noche, llevaba su pijama de verano, su melena caía sobre su hombro derecho, sujetaba una taza de café mientras su mirada se perdía dentro de esta, me quede mirándola desde la puerta.

– He hablado con Andrés, mañana me incorporo a la universidad.- Dijo al descubrir mi presencia, en ningún momento perdió de vista su taza.

– Las clases no comienzan hasta septiembre.

– Daré clases de refuerzo, esta tarde comienzo.- Se levantó de la mesa sin mirarme.

Lola cada vez estaba más tiempo fuera de casa, yo comencé a trabajar en mi pequeña empresa de instalaciones, nos dedicamos a montar los riegos automáticos para jardines, la empresa la creó mi padre que al jubilarse me la traspasó, no teníamos trabajadores simplemente los contrataba cuando entraba faena, así me evitaba las nóminas fijas, no es que ganara mucho dinero, pero no me podía quejar, mi mayor ingreso eran los mantenimientos, tenía clientes a los cuales los trataba como amigos.

Una tarde de sábado Lola comenzó a arreglarse, llevábamos un mes como dos desconocidos ocupando un mismo espacio, dos caras de la misma moneda condenados a no poder mirarse de frente.

Oía el secador de pelo en el cuarto de baño, he de reconocer que sentí… celos, si eran celos, no sabía dónde iba o peor aún con quién, al rato apareció en el comedor vestida con unos tejanos rotos que se pegaban a su cuerpo, un suéter ancho que le caía sobre su hombro y sus zapatos rojos de tacón, mis preferidos, intenté memorizar su cuerpo, parecía una diosa.

– Volveré tarde. -Su voz sonó firme a la vez que cortante.

– ¿Dónde vas? -Dije mirándola.

– Ni lo sueñes, ya se acabaron las explicaciones, no pienso justificarme más, estoy harta… piensa lo que quieras… me da lo mismo.

No dio opción lo siguiente que escuché fueron sus tacones antes de salir por la puerta de casa, se hizo el silencio, decidí bajar al taller, la casa se estaba empezado a caer sobre mi cabeza, tenía el taller justo debajo simplemente salía del portal y entraba en el taller, levanté la persiana hasta la mitad de la puerta, pasé toda la tarde repasando el material, por mucho que lo intenté no pude concentrarme, mi mente giraba dando vueltas alrededor de Lola, se acumulaban las preguntas, a las nueve subí a cenar, un poco de fiambre junto a tres cervezas, era como si mi estómago se hubiera cerrado no permitiendo que ingiriera ningún sólido, a las doce decidí irme a la cama, intentaría dormir tal vez fuera mejor dejar atrás otro maldito día.

A la mañana oí ruidos en casa, supuse que Lola se había levantado con ganas de hacer faena, me quede quieto escuchando sus pasos sin atreverme a salir, tenía miedo de volver a enfrentarme a ella, dentro de mí una voz que me pedía paz, al cabo de unos minutos decidí afrontar otro día.

Me quede parado, habían cajas en medio del pasillo, Lola iba de un lado para otro sin detenerse, llevaba sus mallas y una camiseta corta, podía ver aquel maravilloso ombligo que tantas veces me había perdido en él.

– ¿Qué haces Lola? -Dije una vez que vi fotos y objetos en aquellas cajas.

– Me voy Carlos.- Dijo deteniéndose.- Creo que será mejor que nos demos un tiempo.- Su voz estaba rota.

-¿Qué quieres decir?- Sabía perfectamente lo que quería decir; me abandonaba.

– Carlos… me voy, no puedo más… lo intenté con todas mis fuerzas.

– Podemos hablarlo.- Dije sujetándola por la cintura, coloqué mi cuerpo delante de ella obligándola a mirarme a los ojos.

– No… Creo que es mejor darnos tiempo y reflexionar, necesito mi espacio para pensar si de verdad sigo queriéndote, y aquí me es imposible… tanto tú como yo lo sabemos.- Su voz temblaba, mientras que sus ojos se hacían los huidizos.

Lola besó dulcemente mis labios, intenté aferrarme pero ella se separó de mí si darme tiempo.

– ¿Dónde iras?

– Estaré en casa de Cristina, luego… no se ya veré.- Ese "ya veré" me heló la sangre, "ya veré "¿qué significaba?- Viene a buscarme en dos horas.

– ¿Tan pronto?, yo podría haberte llevado.

– Es mejor así.

– ¿Me llamarás? – no me di cuenta que la estaba perdiendo, que ese día sería el último que la viera salir de casa.

– Tengo que acabar de meter algunas cosas.- Dijo sin contestar mi pregunta.- Cristina llegará pronto y aún me queda por empaquetar.

Creo que fueron las dos horas más cortas de mi vida, cada vez que metía una prenda en la maleta era como si se llevará un trozo de mi vida, unos pantalones negros de vestir que compramos juntos el año anterior, una camiseta comprada en Ibiza hacía dos años, la cual se ponía muchas noches para calentarme, era tan corta que sus pechos asomaban por debajo haciendo que me pusiera a mil, veía como Lola intentaba no llorar mientras metía sus cosas, le era tan difícil como a mí, eran diez años los que estaba guardando, diez años de una vida compartida.

– Hola Carlos.- Cristina entró en casa con cara de circunstancia, sabiendo que era un momento difícil, nos conocíamos bien, Cristina era la mejor amiga de Lola, habían estudiado en la misma universidad, Cristina ejercía de abogada en una ONG, su carácter siempre fue liberal, siendo una activista de derechos humanos, pelirroja y una cara inundada de pecas acompañado de dos maravillosos pechos, incluso más grandes que los de Lola, siempre sonriente a pesar de las desgracias que veía todos los días.

Les ayudé a cargar el viejo todoterreno de Cristina mientras Lola intentaba esquivar mis ojos; llegó el momento de la partida.

– ¿Me llamarás?- Volví a preguntar luchando con el nudo de mi garganta.

– Ya hablaremos Carlos. -Dijo a través de la ventanilla.

Cuando perdí de vista el todo terreno me invadió el miedo, no sabía lo que era estar sin ella hasta ese momento.

Volví a casa sintiéndome solo, los cajones del armario estaban vacíos, tres fotos que siempre estaban en el tocador habían desaparecido en alguna de aquellas cajas, me tumbé en la cama sintiendo las lágrimas correr por mis mejillas.

La primera semana después que Lola abandonó la casa pasó entre pensamientos de culpa, comencé a trabajar cosa que me ayudó, hacía que mi mente se distrajera, aunque no dejaba de mirar el móvil cada dos por tres, deseaba encontrar una llamada perdida o un mensaje, cualquier cosa.

Llego el mes sin noticias de Lola, dos o tres veces estuve por ser yo el que llamara, pero Lola había dicho que nos teníamos que dar tiempo así que me convencía a mí mismo de desistir en llamar, aunque esa situación me estaba matando, cada día bebía más, y lo peor era que prácticamente no comía, algún que otro bocadillo era mi menú diario.

Un domingo llamó mi hermana Helena, estuve a punto de no cogerlo, me daba miedo enfrentarme al hecho de tener que explicar lo sucedido por Lola, pero decidí avanzar.

– Hola hermano ¿Cómo estás?

– Bien y vosotros.- El tono de mi voz no pasó desapercibido para ella.

– Se lo vuestro Carlos y lo siento mucho.- Helena era muy amiga de Lola, a veces creía que las hermanas eran ellas, seguramente habrían hablado.

– Bueno… si… no se Helena… -No sabía qué decir, hablar con alguien de nosotros no resultaba fácil, me venían un torrente de emociones que hacían que me ahogara.

– Tienes que ser fuerte, no te hundas y tómalo como una oportunidad para pensar y recapacitar.- Incluso mi hermana me acusaba de ser yo el culpable.- Xavier se junta este sábado con sus amigos, me ha dicho que podrías ir con ellos para despejarte, ¿cómo lo ves?

-No se Helena, no sé si…

-Vamos, y así me lo vigilas.- Dijo con tono cariñoso. -Hazme el favor, le digo que pasen a buscarte ¿sí?

-Helena… no sé. -No sabía cómo salir de aquella conversación.

-Estate preparado sobre las diez.- No se dio por vencida.- Te quiero Carlos. -Dijo después de un incómodo silencio.

-Yo también Helena.- Eso es lo que tiene la familia, me di cuenta que después de haberles hecho daño con mis comportamiento seguían a mi lado.

A las diez sonó el timbre de casa, cogí una fina americana y salí por la puerta después de haberme asegurado que la batería de mi móvil estaba completa, Xavier y yo no es que fuéramos muy amigos pero lo suficiente para entendernos sin hablar, al salir de casa me estaba esperando de pie fumando un cigarro, yo hacía dos años que no fumaba pero no me molestaba el humo del tabaco.

-Hola Carlos. -Dijo al verme.- Siento lo de… ya sabes.- Se le notaba que no sabía cómo afrontar la situación.

-No te preocupes Xavier, gracias ¿dónde están tus amigos? -Dije comprobando que venía solo.

-He quedado con ellos en un bar.- Dijo lanzando su colilla.- Vamos sube que si no estos están borrachos cuando lleguemos.

Durante el trayecto permanecimos callados, Xavier no sabía qué decir, seguramente mi hermana le había obligado a recogerme como si fuera un niño pequeño, fuimos hasta el barrio gótico, cosa que hizo el aparcar una misión imposible, el gótico es un laberinto de calles estrechas que la mayoría son peatonales con lo cual nos desplazamos hasta prácticamente el paseo marítimo, allí no se lo pensó dos veces y lo aparcó en un parking al lado de la playa.

-No sé qué decir Carlos…- Dijo Xavier una vez salimos a la calle.

– Tranquilo, yo soy el que me tengo que disculpar, creo que me pasé de la raya.- Dije dándole una palmada en la espalda. -Bueno ¿y quiénes son tus amigos? -Intente romper el hielo.

-Pedro y Manuel, los dos se… – Se quedó cortado.

-¿Separados? -Acabé la frase.

-Te juro que no es lo que parece, los conozco desde el colegio y ha dado la casualidad.- El pobre se había metido en un jardín y no sabía cómo salir.

-Tranquilo.- Dije sonriendo falsamente.- no pasa nada, además no nos hemos separado, simplemente nos hemos dado un poco de espacio.- Eso era lo que me decía todo el tiempo "solo un poco de espacio".

A medida que nos metemos en el Gótico me envolvían los recuerdos, Lola y yo solíamos pasear por ese barrio, ella siempre decía que la transportaba a la Edad Media, sus calles, fachadas y pórticos hacían que te sintieras viajar en el tiempo, muchas noches de verano solíamos acudir al Timbalet, un bar de copas que disponía de una terraza interior, sobre el suelo ponían alfombras con un mar de cojines, podías pasarte horas enteras oyendo Jazz, horas enteras… horas enteras… en aquel momento hubiera dado cualquier cosa por diez minutos con ella, me parecía una pesadilla caminar por aquellas calles sin ella, en cada rincón de la calle, amagada en la oscuridad, esperaba que apareciera de entre las sombras; me sonriera y volviéramos a casa cogidos de la mano, pero en vez de eso solo encontré un vacío que amenazaba con estrangularme.

Algunas noches después de salir del Timbalet algo bebidos andábamos abrazados sintiéndonos como si fuéramos uno, Lola le excitaba aquellas calles llenas de recovecos, lugares escondidos donde nos dejábamos ir, alguna vez alguna pareja había tenido la misma idea descubriéndonos semidesnudos, en esas situaciones no se cortaba e incluso creo que la subía de tono, después nos íbamos riendo de la cara que habían puesto los tortolitos al descubrirnos, en aquel momento sentía como si alguien me estuviera apretando el corazón.

Xavier guiaba la marcha sin decir nada, sentí un vuelco en el corazón al pasar por delante del Timbalet, inconscientemente miré hacia el interior, la estaba buscando, por un momento creí que podía estar allí, la barra del bar estaba completa, también podía estar en la terraza, pero era imposible Lola jamás iría a ese lugar sin mi, era nuestro templo, no era posible…

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