Ahora
La casa había empezado su andadura en los años 20 del siglo pasado y terminó deshabitada en medio de los 90 del mismo. Ahora era poco más que una ruina cochambrosa. En muchos rincones de ella la nieve que se acumulaba cada año para luego desvanecerse en los cortos veranos de Montana, había hecho mella en su estructura y había provocado pequeñas caídas de tejas y grietas en la madera, por la que se colaba la temperatura gélida del invierno, haciendo prácticamente inhabitable, excepto para alimañas. La pintura y las decoraciones del lugar estaban destrozadas o reemplazadas por pintadas de gamberros locales, dando un colorido que año tras año se desvanece para ser renovado junto a otra generación de grafiteros.
Otra ruina del pueblo en donde la casa se encontraba, otra víctima del fin del boom de la industria maderera por la deslocalización de empleos, el aumento de las drogas y depresivos, y finalmente de las riñas internas… La familia se mudó buscando esperanza, quizás la encontró en otro lugar. Ahora esta morada era poco más que una ruina a la espera de hundirse y que nadie compraba para no tener que pagar los gastos del derribo. Pero durante tres semanas ha estado siendo habitada y no precisamente por buenos vecinos.
La casa se había llenado de “cosas”, en el sentido más pernicioso de la palabra. Ellas habían arrastrado tras de sí a parte de la población infantil de los pueblos de los alrededores, sus padres y la policía les habían estado buscando, incluso habían registrado la casa pasando por al lado de los niños pero sin encontrarlos. Sus víctimas esperan su momento de formar parte del sustento de esas abominaciones. Algunos niños se encuentran sentados mirando el aire con una sonrisa estúpida en la boca, balbuceando para sí en discusiones imaginarias, otros se están haciendo daño golpeándose ligeramente la cabeza contra las paredes rítmicamente, mientras que la sangre que corre por su frente se congela tras un tiempo en el aire gélido, pronto desfallecerán y caerán al suelo, algunos mastican basura con complacencia dañando sus dientes y boca, sus vidas se acortan mordisco a mordisco. Los que aún tenían menos suerte habían caído desfallecidos en el suelo, convulsionando ligeramente… Los que ya no les quedaba suerte simplemente habían dejado de moverse.
Rodeado del silencio que solo puede ofrecer un paisaje completamente nevado, está había sido la estampa de los días anteriores, con los niños quizás algo más "vivarachos" dentro de lo que posibilitaba su trance… Pero ahora un sonido diferente está sucediendo en el desván de la casa.
Iluminada por la luz que proviene de una claraboya rota, una escena llena de vicio y depravación se puede contemplar desde allí. Una mujer joven de cabellos blancos como la nieve que se había acumulado en el exterior y ojos de un color azul ligeramente desvaído, se encuentra a cuatro patas sobre un colchón viejo con un olor poderoso a abandono… Al que se ha añadido el de fluidos corporales tanto suyos como ajenos. El colchón que ya estaba bastante dañado, gime ante su peso y el de sus acompañantes.
Su piel inmaculadamente clara se expone de cintura para abajo excepto por dos calcetines de color añil, ya que sus pantalones y bragas de color negro que sin duda acentuaban aún más ese contraste con su piel nívea, andan tirados de cualquier manera en un rincón, junto a uno de esos inconscientes observadores inocentes. Mueve su cuerpo al son del ritmo marcado por su montador, ya que no se le podría llamar amante, que masajea con manos grotescamente deformadas el culo respingón de la golfa que se menea cada vez que mueve su pelvis para empujar más adentro su miembro erecto en el coño mojado de la mujer.
Parece encantado de verla excitada, aunque de vez en cuando juega en hacerle otra ligera línea roja con una de sus uñas especialmente afiladas, cuya sangre colorea el culo de ella para luego quedar coagulada. La mujer gracias a que tiene la boca ocupada por otra criatura similar no puede gemir ni tampoco quejarse del dolor… Pero no precisamente por ganas. Su mente intenta quedarse en blanco, esperando su momento, pero el placer y la culpa le hace costar mantener esa mente calmada que puede sacarla de esta situación.
Hay cinco figuras rodeándola. Si las vieras a cierta distancia por su estatura podías intentar compararlas a chicos entre 10 a 12 años, con ropas algo anticuadas y raídas… Pero cuando dieras unos pocos pasos para acercarte te fijarías en sus manos. Aunque se podría señalar que sería más correcto hablar de zarpas. Y si aún no has huido como alma que persigue el diablo, acercándote unos metros más, te percatarías con horror de sus rostros…
Imaginad rostros alterados por un programa de modificación de imágenes, agranda la cabeza, achata los ojos hasta que sean poco más que ranuras, deja solo mechones de lo que antes había sido un cabello espeso, pero suficientemente largo como para dar un aire aún más feral y añade dientes afilados al conjunto.
Todos ellos están sin la parte de debajo de su ropa, añadidas al montón donde andan las cosas de la mujer, fuesen pantalones o falda en un caso. Con sus sexos expuestos y rígidos por la excitación o en el caso de la "muchacha" con el coño bien húmedo frente a la cara de la mujer que es obligada a "comer", aunque su lengua se mueve de forma experimentada movida por el morbo, y por el ruido de chapoteo que provoca al recibir la polla de esa cosa en su sexo, aunque mirase con odio hacia las criaturas no podía decir que sus bajos instintos no estuvieran trabajando para humillarla aún más.
Las otras figuras la rodean riéndose con unos tonos guturales, con su pollas en sus manos, masturbándose a punto de correrse. La chaqueta de la mujer evidenciaba que no era la primera vez que lo hacían, los goterones de semen corrían por la chaqueta de color púrpura. La criatura que la empotra en cierto momento se agarra a su cintura y deja caer su cuerpo encima de ella, mientras la mujer grita: —No te corra… —Pero la criatura femenina la obliga de nuevo a comer y al poco, esta también se corre como su compañero, aunque esta vez en la cara de la mujer. Tras un momento en silencio, otros dos seres reemplazan a los dos descargados y los gemidos de la mujer vuelven a empezar, mientras masculla un “joder, parad” antes de que la polla de uno de esos seres que es mayor de lo que debería ser para alguien de su tamaño se adentra en su garganta.
A un lado de la habitación está el bolso preparado de la investigadora de lo paranormal, ahora derrotada y usada en grupo. Odiaba a esas cosas, había hecho planes durante años para cazarlos. Pero había algo con lo que no contó. Y este algo sube por las escaleras raídas que llegan desván con una pesada hacha en las manos. Los ojos de Amanda se llenaron de lágrimas al ver la sonrisa feliz en el rostro del recién llegado.
Hace tres horas en la comisaría del pueblo Big Timber, Montana
El sheriff del pueblo donde Amanda había arribado hace un par de horas, es un hombre robusto entrando tanto en años como en carnes, y que ahora mismo se encuentra sentado frente a su escritorio. Había estado jugueteando impaciente con los informes, había hecho preguntas a los hilos que había podido mover. Y tenía poca información de la mujer con la que se tenía que encontrar. Una cosa está clara. Siempre se la llamaba cuando algo se había filtrado por las rendijas. Eso es argot policial es la referencia a casos raros, de esos que te hielan el sudor. Los que te hacen preguntarte cosas incomodas en tus largas horas insomnes en la comisaría. Sí había tenido algunos de ellos, pero al final alguien se ocupaba… Con el tiempo. Pero eso no era algo que se podía permitir esta vez.
Suspirando cogió la foto de su nieta, y su gesto se crispó. No, sin duda no podía esperar. Cuando escuchó como llamaban a la puerta, se puso ligeramente nervioso como si fuera un novato y carraspeando dijo "adelante, pase". Intentó parecer todo lo profesional posible ante la mujer que se abría paso en la oficina y tras un breve saludo se sentó frente a él. Dios sabe que estaba casado con una gran mujer a la que apreciaba, pero la curvas de la recién llegada y su particular presencia despertaba ciertas necesidades, incluso con la tensión que sufría. Intentó mantener su mirada a los ojos, aunque le resultan algo inquietantes —No sé cuánto le habrán informado…
Amanda le siguió la frase: —Por encima, aun así, prefiero conocer todos los detalles de sus propias palabras. La información es vital en una investigación, tanto en su campo como en el mío. —Parafraseó lo que sabía: —Las desapariciones de chicos han sucedido recientemente, edades entre los 5 a los 12 años, primero un goteo, ahora veinticinco casos confirmados. Estos empezaron hace unas tres semanas, con la llegada de la época más cruda del invierno y cada fin de semana, se encuentran algunos de sus cuerpos abandonados en diferentes zonas… No ha confiado en el gobierno, porque el caso le atañe personalmente, por eso estoy aquí. Mi tarifa ya ha sido redactada y has aceptado los términos, incluido un plus según imprevistos. —No cambió el tono, llanamente profesionalidad. Si lo que le habían dicho era verdad, está segura que el hombre que tiene frente a si tiene bastantes preocupaciones. Aunque le jodía que le hubieran llamado casi un mes después. Podía haber salvado a más niños si lo hubiera hecho.
Carraspeando él comienza: —Miré, señorita Amanda. Esté es un pueblo puede que ya grande, pero al final todos nos conocemos a todos. No hay grandes crímenes y la vida pasa entre pleitos entre vecinos, multas impagadas y algún marido con la mano larga… Pero lo de estas semanas está a otro nivel. —Abrió el expediente que tiene en la mesa, llena de fotos de niños sonrientes, mapas y demás: —No solo afecta a este pueblo, sino a otros dos cercanos, entre los tres llegamos a esa horrible cifra… Sabemos quien es el culpable… O al menos las cámaras han mostrado algo. Una furgoneta de trabajo con los cristales tintados, con imágenes de Star Trek en sus lados.
Enfadado pegó un puñetazo en la mesa que no hizo pestañear a Amanda, comprendía como se sentía: —¡Esa maldita cosa debería ser un puta sirena! Todos deberían recordar si ven algo así. Pero NADIE, y digo NADIE, la vio, según las cámaras ha estado paseándose por el pueblo, aparcando en los lugares donde ocurrieron las desapariciones. No se ve al conductor, solo se ven a los niños entrando en ella. Y luego marchándose, pero cuando llega a la carretera que se aleja del pueblo se le pierde la vista. Ninguna cámara la graba —Negó con la cabeza: —¿Y sabe? Varias veces estuve allí en el momento y en la zona donde aparcó la furgoneta, pero no la vi tampoco. —Señala a cierto frame de un vídeo sacado en papel. Ahí está la furgoneta, tan cliché que solo le falta poner un letrero de secuestrador arriba… Pero no dejó de fijarse en como se distorsiona ligeramente la imagen ¿Un encantamiento?
Amanda empezó a descartar opciones, y las opciones que le quedaban no eran precisamente halagüeñas. —Continué por favor. —Viendo la taza de café y como la tenía el hombre vacía, le pregunta: —¿Quiere que se la rellene?
Este pequeño gesto parece distender un poco la situación y por primera vez el sheriff ofrece una pequeña sonrisa: —Si, gracias. —Tras la pequeña pausa donde Amanda le rellenó la taza y se sentó frente a él de nuevo. Continuo el hombre algo más calmado tras un pequeño sorbo a la taza: —Triangulamos la zona, pero la búsqueda no daba resultado ninguno, entonces es cuando empezaron a aparecer los cadáveres. Tirados en el hielo, con la misma ropa con la que salieron de sus casas o del colegio. Pero supimos que algo iba muy mal cuando nuestro forense, se percató de un extraño hematoma en el cuerpo de una de las niñas. Pedimos permiso a sus padres y las buenas almas nos lo permitieron. Sus órganos eran como los de un viejo, el pobre Charles me miraba como un loco cuando me lo dijo.
Tras beber un momento y con Amanda prestando atención continuó —Esos niños no habían muerto de golpes, ni de hambre o frío, sino de muerte natural. Un colapso de su cuerpecito, por tener demasiada edad. Así se encontraron en más cuerpos… Entonces es cuando hablamos con los federales. Pero mi hombre se cogió la jubilación anticipada y cuando le llamé me dijo que jamás le preguntara, que no quería meter a su familia en problemas. Los cadáveres pasaron a ser investigados por el estado y aquí no ha pasado nada ¿Entiende?
Amanda asintió, y no le gustó como pinta el asunto. Han sido unos meses muy flojos, pero no quiere volver a tener nada que ver con el gobierno. El hombre volvía a estar cada vez más cabreado. —Ellos encontraron a un tipo, que al parecer si que había secuestrado a unos niños. Un copycat y dejaron todo cerrado. Se habló con las familias sobre como habían disuelto los cuerpos de los niños que todavía no habían aparecido en ácido. Indemnizaciones, silencios…
Amanda intervino preguntando: —Pero todavía desaparecen niños ¿No? —El sheriff asintió y tras levantarse y mirar por la ventana a un pequeño descampado donde los chavales están jugando a tirarse bolas de nieve ante la atenta (y algo asustada) mirada de sus padres. —Si. Además hubo algo. Uno de los chicos escapó de su captor y volvió a su casa. No vivió mucho más, tuvo un maldito ataque del corazón de puro viejo… Le contó a sus padres donde estuvo encerrado, algo sobre un hombre grande que les traía comida, mientras jugaban en una casa donde siempre es verano y donde había niños muy extraños con los que podían jugar… Pero que una vez acompañó al hombre grande sin que él se diera cuenta a la salida. Se dio cuenta de que había pasado mucho tiempo y que tenía que volver a casa… Pobre crío —El sheriff volvió la cabeza retando a Amanda a burlarse.
No, Amanda no sé burla, sino que aprieta los puños hasta que sus nudillos se ponen blancos y se hace daño "No, ellos no. Cuantos más debo cazar para que esto no se repita". Al final dijo con mucha seriedad, intentando mantener sus emociones a raya —¿Sabe dónde es esa casa? —El Sheriff le contesta, mientras que mueve los papeles y al final saca las imágenes de una casa antigua de campo de dos plantas: —Sí, la peinamos una y otra vez, pero no hay nada, NADA… Y aun así. —Calló un momento y continuó: —Mi nieta ha desaparecido, es un angelito de tan solo seis años. Mi hijo me implora que la encuentre… Pero te juro por Dios, que oí la risa de mi pequeña Angélica en ese lugar. —A pesar de ser un hombre bastante duro, sus ojos estaban a punto de llorar. Amanda se decidió y recogió la foto. El sheriff no lo veía, pero ella si se fijó en las caras deformadas que miran desde las ventanas.
Hace una hora, en las afueras de la antigua residencia de los Thompson
Amanda se calienta las manos ligeramente frotándoselas entre ellas. Seguro que tendría que cuidárselas cuando terminara el caso. Sin duda, una buena ducha caliente le vendría bien. Por mucho que quiera, las salvaguardas no podían hacerse con guantes. Por lo que entre el frío y la necesidad de precisión en la colocación de dibujos y artefactos, ahí ha estado un buen rato rodeando la casa. Sus presas no se habían percatado de su presencia. Ya tenía unos cuantos amuletos para ello.
Gracias a una serie de precauciones ha podido someter el glamour, la ilusión que oculta las auténticas actividades del lugar en un grado inferior y así podría encontrar a los chicos… No es que tuviera muchas esperanzas de que pudieran ser salvados. Ha sido mucho tiempo. Lo único que podía esperar es que las criaturas no hayan sido muy glotonas.
Pero la tarea de rodear de salvaguardas el lugar es necesaria. No pretendía alejar a las criaturas y rescatar a los niños… No, pretendía eliminar cualquier rastro de la existencia de esas cosas y como secundario rescatarlos. Sino este problema se mudaría a otra población. Nada molesta más a Amanda que las hadas, y de entre ellas, los ladrones de los días, son las criaturas que más odia de todas. Particularmente porque había tenido un encontronazo en su niñez, que prefería no olvidar, solamente para no dejar apagado el fuego de la venganza.
En sí, las criaturas no son peligrosas, menos fuertes que un ser humano. Si tienen garras y dientes, pero lo dicho a no ser que hubiese un grupo grande de ellas no son un peligro físico. Por lo que aprendió de sus tutores, sabe que estas criaturas son los recuerdos de niños perdidos, sí, como Peter Pan. Hadas que se alimentan de juventud, aunque por lo que sabía era tanto por el alimento como por la compañía, les gustan los niños. Vamos como si criaras un cerdo vietnamita para luego preparar una parrillada con él. Por eso los atraían, como niños nuevos guays que siempre tienen lo que otros niños quieren y que con sus fantasías, les engatusan para que se vayan a su lugar especial. Un lugar donde jamás deja de ser verano. Putos monstruos asquerosos, pensó Amanda, mientras termina la última salvaguarda.
Pero aparte de sus habilidades extraordinarias con el glamour, lo que tenía que tener en cuenta es su protector. Usualmente un adolescente o adulto que les hace los recados, compra la comida real para los niños, atiende sus necesidades de caza, llevándolos en vehículos que ocultan con su glamour, los protegen (aunque que usualmente están tan comidos por las fantasías que les ofrecen, que son bastante lentos y estúpidos) y funciona como un "padre" para ellos. Y es que estos seres conseguían dinero sacrificando parte de si mismos, su sangre es un rejuvenecedor real, aunque temporal, claro está. Los "padres" recogían sangre de las criaturas y las vendían a "Houdinis" sin escrúpulos. Gente importante utiliza esta sustancia y les es tan necesaria, como para dar carpetazo a investigaciones policíacas, sobornos a padres, compras de niños y en algunos casos sonados en el mundo mágico, crear algo parecido a granjas de engorde. Aunque en esos casos sí que suele entrar el gobierno a sangre y fuego.
Había preparado una pistola normal y otra cargada de balas de hierro puro, además de varios medallones contra el glamour. No quería acabar como una zombi mirando a la pared pegando cabezazos o jugando a las casitas con esos engendros. Además había dejado mensajes de precaución a varios conocidos… Aunque espera que no los necesitase, ya había cazado a estos seres durante años, conocía muy bien sus comportamientos. No quería volver a pasar por lo mismo que con el caso de la cripta Matheson y Thomas había estado especialmente toca narices desde entonces. Y había terminado cediendo para una cenar y… Habían follado habían estado un par de semanas que si, que no y al final… Lo volvió a mandar a la mierda. Bufff prefería no recordarlo.
El caso es que seguro que esas cosas están a punto de irse. Una comida y pueden vegetar unos años en alguno de sus refugios dejados de la mano de dios, con sus cuidadores, dejados en un éxtasis de los que se levantan solo cuando hay cacería, aunque manteniendo el ritmo de envejecimiento. Por lo que se puso una pesada chaqueta donde podía tener todo el material consigo y empezó la cacería. Dio unos pasos en dirección a la casa intentando no hacer demasiado ruido, aunque no le preocupaba mucho.
Los ladrones de días son bastante descuidados, como la inmensa mayoría no puede verlos y son alejados por el glamour no piensan en lo que hacen. Son tan vocingleros y revolucionados como los niños de los que se alimentan. Los niños los ven como los chicos más molones y simpáticos que se han encontrado jamás. Para Amanda (como a todos los adultos protegidos contra el glamour), sus rostros siempre le hacían recordar a algo que podía bien salir en una mala pesadilla… Al menos agradecía que como tenían mentes aniñadas, jamás habían tenido apetencias sobre ella. Pero la razón de su odio, viene de hace años, cuando ya había pasado un par de años en su nuevo hogar tras la disolución de la secta, llegaron a engañarla a ella. Ella solo tenía nueve años, camino a diez. Y por su culpa desapareció su hermanastro de 13 años de edad.
Bart era un chico grande, demasiado, incluso para su edad y su corazón era igual de grande, siempre amable con ella, cuidadoso con los vecinos y atento a lo que decía su padre. A pesar de todo solía entrar en peleas, los chicos de más edad lo tenían por una amenaza, aun así jamás lo hacían solos. Temían a Bart… Y ella con sus nueve años veía al chico como su troll grande y fuerte, no agraciado, pero no le importaba, para Amanda era su caballero. Antes de ser una mujer digamos, atrayente, había sido solo una niña albina, flacucha con tendencia a ensuciarse y a hablar de cosas raras. No le gustaban los cuentos de Disney y prefería los anti cuentos como Shrek. Para ella, Bart era su mejor amigo, su apoyo y en cierto modo, su primer "algo" que una niña de su edad no podía definir por completo.
Pero Bart, a veces le daba miedo cuando se alteraba, usualmente porque alguien se metía con ella. La primera vez que Bart la vio, una pequeña niñita asustada que se escondía detrás de las piernas del único mayor de la sala. A Bart le pareció la niña más bonita y adorable del mundo. Su padre entonces le dijo una frase que mantendría a viento y marea "un hermano mayor siempre tiene que proteger a su hermana pequeña, aunque le duela"… Y eso lo hacía de una forma bastante expeditiva. Los niños nunca se metían con Amanda, porque si Bart se enteraba, entonces Bart les hacía daño, MUCHO daño.
Por lo que muchas veces terminaba castigado en su cuarto. Amanda se sentía muy sola aquel día de invierno y entonces apareció ese niño tan lindo, con un traje que le recordaba a esas películas antiguas de lores y damas. Se hacía llamar "emperador", un apodo tonto, pero tenía tanta gracia que ella le seguía la broma. Y lo mejor, a pesar de que ella era diferente quería jugar, le hacía reír por sus contestaciones ante los problemas que tenía Amanda y durante unos días siguió apareciendo hasta que ella aceptó irse a su casa a jugar… Amanda no llegó a vivir el eterno verano, porque Bart, hizo lo que siempre hacía cuando su hermana estaba en problemas. Salir a proteger a su hermana pequeña.
La siguió hasta la casa, he hizo daño al "padre". Amanda arrugó el gesto, al recordar como el hombre se llevó la mano al cuello cuando el cuchillo de caza de su padre se hundió hasta el pomo en su garganta y poco después cayó al suelo. Y Bart terminó enzarzándose con varios de los ladrones de días, dando el tiempo suficiente como para que Amanda pudiera escapar. Cuando su padre le hizo caso al anochecer al ver que Bart no aparecía (ya que no creía en los cuentos de "hadas" de Amanda) fue demasiado tarde… Ya se habían marchado, quedaba solo el cadáver del hombre en el suelo, y jamás se encontró a Bart. Desde entonces las ocasionales copas de su padrastro fueron a más… No es que dejara de ser cariñoso con ella, pero ya nunca fue la misma persona.
Alejando los recuerdos, ya que tenía que estar atenta ya que está al lado de la puerta principal, observa a su alrededor. No había visto al "padre" por ninguna parte, ni tampoco la furgoneta, por lo que presuponía que está de compras o de cacería. En cualquier caso, eso haría mucho más fácil terminar con esas cosas. Una casa de verano, solía consistir. En unos tres o cuatro ladrones de días y el "padre". En cuanto disparase a uno de ellos, el resto o moriría al intentar atacarla o intentaría escapar y se estamparían contra la salvaguarda inmovilizándolos y quemándolos hasta la muerte. Sencillo.
Al entrar le llegó el olor a polvo y sus bragas empezaron a mojarse (eso siempre le molestaba, especialmente con estos seres a los que tanto despreciaba), sin duda ahí están esas criaturas. Gracias a los medallones, también le llegó el olor a sudor y excrementos, ya no era camuflado por el glamour. A su vez también se podía escuchar los murmullos de los niños y de las criaturas que los rondaban. Tenía que tener cuidado porque sobre su cabeza había agujeros que daban al piso de arriba. Podían ser usados para que las criaturas se lanzasen sobre ella, si le quitan los medallones podía estar en auténticos problemas.
Para que resultase efectiva la alimentación, los ladrones de días deben estar al lado de sus víctimas para poder devorar su tiempo. Pisar cada tabla de madera provoca un pequeño ruido, que delata la posición de Amanda, aunque espera que los atolondrados monstruos no se percaten de ella hasta que sea demasiado tarde.
Ahí vio al primero de ellos frente a un niño. Apoyando cabeza con cabeza, parecen murmurar entre sí, mientras el niño tiene una mirada vacía y una sonrisa estúpida de felicidad en la cara. Amanda se tomó su tiempo en apuntar para disparar, y la bala no erró en la cabezota de la criatura que ni siquiera dio un grito de alarma antes de caer a plomo.
Otra de esas cosas vino alarmada desde una habitación contigua y cuando vio a Amanda empezó a canturrear para sí misma. Sin duda utilizando el glamour para calmarla y tenerla bajo su poder. Los colgantes de Amanda vibraron mientras le dan protección y Amanda se giró hacía él. Sorprendido, intentó escapar, lo que significó un agujero en su fea cabezota cuando Amanda utilizó la munición de hierro frío sobre él.
La siguiente criatura ni siquiera se lo pensó y salió corriendo hacia el exterior. Es entonces cuando las salvaguardas se activaron. El ladrón de los días se estrelló contra una barrera invisible que empezó a calcinarlo hasta la muerte, mientras pegaba grandes chillidos casi humanos al agonizar, que puso a toda la casa sobre aviso. Aunque Amanda contó con ese tres, no quería llevarse ninguna sorpresa. Casi podía acariciar ese baño caliente de recompensa por un trabajo bien hecho. Todavía tenía esa inquietud y sensación de excitación, por lo que suponía que al menos hay un superviviente, y se preparó para cazarlo.
Es entonces cuando escuchó el sonido de un motor acercándose. Amanda había sido lo suficientemente inteligente como para ocultar su coche y haber venido andando hasta la casa. Y sus disparos, aunque sonoros, al tener silenciador no creía que los hubiese escuchado. Solo tenía que hacer una emboscada al "padre". Había hablado con el Sheriff sobre sus sospechas y le preguntó que como debía responder en este caso, él no dudo en decir que no pondría cargos por un disparo en "defensa propia". Por lo que guardo su arma especial y amartilló su revolver clásico, un Cold Phyton. Un regalo, no le había fallado nunca y cuidaba como si fuera un hijo. Pegaba como una mula por su retroceso, pero Amanda no era precisamente una hermanita de la caridad.
Se puso a un lado de la puerta, escondida a la espera que llegará el sujeto y apuntó en dirección al pecho, no sabía bien la altura, pero un tiro al estómago era suficiente como para que se plantearan entre agarrarse las tripas o pelear. Usualmente se quedan con lo primero y al poco están débiles para lo segundo. Los pasos se acercan, mientras escucha los siseos de los ladrones de los días escondidos en las habitaciones "Con que había más, parece que he encontrado una pequeña granja". Las criaturas restantes, cinco de ellas, observan atemorizadas. Saben que si informan al "padre" sería asesinado antes de que hiciera nada y si seguían así, también moriría. Por pura desesperación tres de ellos corrieron hacia Amanda lo más rápido posible para intentar placarla.
Pero no fueron ellos los que provocaron que Amanda cayera derrotada, sino la sorpresa de quien ha entrado por la puerta. La figura es la de un hombre alto, quizás rondando el metro noventa y bastante rollizo, con un pelo demasiado largo apenas cuidado y una barba igualmente tupida, aún mantenía el brillo de sus ojos y la brecha en la frente de cuando intentó defenderla de un chico con un bate de beisbol. Su dedo se congeló en el gatillo justo antes de disparar y solo pudo decir —¿Bart? Qué… —antes de que las criaturas empujaran sus piernas por detrás desestabilizándola, no habría sido demasiado problema reponerse, pero su cabeza golpeó uno de los pocos muebles que quedan en la casa, haciendo que perdiera por completo el control, cayendo.
Continuará.