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Lola y Ana historia de dos mejores amigas de pechos grandes
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Lola y Ana eran inseparables desde que se conocieron en la universidad. Ambas compartían el sueño de ser escritoras, pero también la dificultad de relacionarse con los demás. Por eso, cuando terminaron sus estudios, decidieron mudarse juntas a una casa pequeña en los suburbios. La casa era encantadora, con una fachada de ladrillos a la vista y un techo de tejas rojas. En su interior, tenía solo dos habitaciones y un estudio pequeño para cada una, lo que las hacía sentir cómodas y acogidas. El pequeño patio estaba lleno de plantas de distintos colores y aromas, que refrescaban el ambiente y daban vida al lugar. Pero, sin duda, la cocina era el corazón de la casa.

Con una amplia mesa de madera en el centro y estantes llenos de libros de cocina y novelas, era el lugar donde Lola y Ana pasaban la mayor parte de su tiempo. Allí compartían sus ideas, preparaban comidas juntas y discutían sobre sus escritos, mientras el aroma de las especias y las hierbas inundaba el aire. Era un hogar pequeño, pero lleno de encanto y personalidad, el lugar perfecto para dos escritoras en busca de inspiración.

La vida de Lola y Ana era sencilla y tranquila. Se repartían las tareas del hogar, se apoyaban mutuamente en sus proyectos literarios y disfrutaban de las pequeñas cosas: ver películas, leer libros, pasear por el parque. Lola era correctora en una editorial pequeña y Ana todavía seguía recibiendo dinero de rentas de unos departamentos de sus padres. Ambas tenían 26 años.

Lola era de estatura media, algunos pocos kilos de más, pechos grandes y redondos, tez blanca, de cabello rojizo casi anaranjado, con algunos bucles. Usaba polleras de todo tipo y vestidos floreados. Siempre se vestía con discreción y modestia. No le gustaba llamar la atención ni mostrar demasiado su cuerpo. Prefería los colores neutros y las prendas cómodas y prácticas y siempre agregaba algo de color. Su armario estaba lleno de camisas, faldas y vestidos de corte clásico y tejidos naturales. Su único accesorio era un collar de plata con un colgante en forma de pluma, que le había regalado Ana por su cumpleaños. Lola se sentía segura y elegante con su estilo conservador, que reflejaba su personalidad tímida y reservada.

Ana era levemente más baja que Lola y era de cuerpo normal. Su tez era blanca algo cobriza. Sus pechos eran muy grandes, descomunales, más que los de Lola y su cabello negro. Sus facciones de rasgos finos. Solía vestirse de forma muy parecida a Lola, con ropa sencilla y sobria. Sin embargo, desde hacía un tiempo, había empezado a experimentar con algunos cambios en su vestuario. Se había comprado algunas blusas con estampados florales, algunos escotes, unos pantalones de colores vivos y unos zapatos de tacón bajo. También se había animado a usar algunos perfumes muy suaves y delicados, que le daban un toque de frescura y feminidad. Ana no quería renunciar a su estilo conservador, pero tampoco quería dejar de expresar su personalidad alegre y creativa.

Lola tenía una sensibilidad especial para la poesía romántica. Se inspiraba en los versos de Becker, uno de sus poetas favoritos, y componía poemas de arte menor, con rima y ritmo cuidados. Sus poemas se estructuraban en tres estrofas, que expresaban sus sentimientos sobre el amor y el romance, y su anhelo de ser amada. Lola había terminado su primer manuscrito, una colección de sus mejores poemas, y estaba lista para enviarlo a un editor. Escondido había un poema en el que secretamente lo había escrito para Ana.

Ambas eran heterosexuales pero por su educación aun sin experiencia alguna en hombres.

Ana tenía una pasión por la novela de misterio. Le gustaba crear historias que mantuvieran al lector en vilo, con intrigas, secretos y sorpresas. Pero también le servía para hacer catarsis sobre todos sus miedos. Ana era una persona muy temerosa, que se asustaba con facilidad. En su novela, podía enfrentarse a sus propios fantasmas, y darles un sentido y una solución. Ana estaba terminando su primera novela, un thriller psicológico que narraba la investigación de un asesinato en un pequeño pueblo. Estaba muy orgullosa de su trabajo, y esperaba poder publicarlo pronto.

Una fría noche de invierno Ana se despertó de madrugada por el sonido de sollozos que venían de la habitación de Lola, y se levantó de inmediato para ver qué estaba pasando. Golpeó suavemente la puerta y preguntó si todo estaba bien, pero no hubo respuesta. La habitación estaba en silencio, pero Ana seguía oyendo los sollozos.

Decidió abrir la puerta lentamente, y lo que vio la sorprendió. Lola estaba hecha un bollito en su cama, con las sábanas y las almohadas abrazadas a ella, llorando inconsolablemente. Ana se acercó lentamente y se sentó en la cama junto a ella. No dijo nada, simplemente la abrazó con fuerza, dejando que su amiga se desahogara y llorara todo lo que necesitara.

Después de un rato, Lola dejó de llorar y se quedó dormida. Ana permaneció a su lado toda la noche, asegurándose de que estuviera cómoda y tranquila. Al día siguiente, las dos chicas se levantaron como si nada hubiera pasado. No se habló de lo sucedido.

Una semana después de la primera vez que encontró a Lola llorando, Ana se despertó de nuevo en medio de la noche por los sollozos de su amiga. Sabiendo que algo andaba mal, fue rápidamente a la habitación de Lola y la encontró hecha un bollito en su cama, temblando de miedo y con mucha tensión en su cuerpo.

Lola usaba un pantalón pijama gigante y una camisa de dormir. Ana tenia tan solo su camisón de algodón que le llegaba casi a las rodillas.

Ana se sentó a su lado y la abrazó con ternura, tratando de calmarla. Después de unos minutos, las lágrimas comenzaron a disminuir y Ana decidió que era momento de hablar sobre lo que estaba sucediendo.

Ana: Lola, ¿qué está pasando? Estoy preocupada por ti. ¿Estás bien?

Lola: (temblando) No lo sé, Ana. Tengo mucho miedo y siento mucha tensión en mi cuerpo.

Ana: ¿Por qué tienes miedo? ¿Hay algo que te haya asustado?

Lola: (suspirando) No lo sé, Ana. Siento que algo malo va a pasar, pero no sé a qué se debe.

Ana: (tomándole la mano) Lo siento mucho, Lola. Pero recuerda que no estás sola. Puedes contar conmigo para lo que necesites.

Lola: (sollozando) Gracias, Ana. Me siento tan vulnerable y asustada.

Después de esa conversación, Ana y Lola hablaron durante horas sobre lo que estaba sucediendo en su mente y en su cuerpo.

A partir de ese día trabajaron juntas para encontrar formas de manejar el miedo y la tensión que sentía Lola. Un día Lola se animó a hacerle a Ana un pedido:

– Ana, tengo que pedirte algo y no sé como lo vas a tomar

– Dime lo que quieras, no quiero verte más así, ya no escribes como antes, no cantas como antes, hasta la casa está más triste

– recuerdas la noche en que dormiste conmigo?

– claro que sí

– Me gustaría que te quedaras a dormir conmigo también esta noche

Así fue como a la noche Ana se pasó a la cama de su amiga. Hablaron hasta que se quedaron dormidas y a la mañana ante de levantarse Ana le dio un beso en la frente a su amiga.

A medida que pasaban las noches se acostumbraron a dormir juntas y Lola dormía muy bien. De hecho a veces se despertaron abrazadas con mucha ternura. Ana usaba para dormir ropa más cómoda, que consistía en un camisón de algodón color rosa pastel y tenía mangas largas, perfecto para las noches más frescas. La tela era suave y liviana se ajustaba a su cuerpo, sin apretar ni incomodar. El cuello redondo y amplio le permitía respirar libremente y el diseño sencillo y minimalista le daba un toque elegante y sofisticado. En la parte trasera del camisón había un pequeño detalle de encaje que lo hacía aún más hermoso y femenino.

A Lola le encantaba que Ana usara esa ropa para dormir y sobre todo oler el perfume de Ana. Era un perfume floral, de algo de intensidad pero suave y discreto. Esa fragancia dialogaba de manera perfecta con el perfume acuático de Lola, una fragancia fresca y limpia que a ambas le evocaba una cabaña que el abuelo de Lola tenía en el mar y al que ambas habían ido más de una vez.

Una noche que Lola se sentía especialmente triste le pidió que Ana que se acercara más que quería oler su perfume y Ana estiró su cuello. Fue la primera experiencia sumamente tensa entre ambas. No se dieron cuenta en ese momento, pero la ternura dio paso a algo de otro carácter. Lola apoyó su cara en el cuello de Ana e inhaló profundo. Luego lo volvió a hacer. Mientras Ana comenzó a acariciar su cabello. Y así quedaron dormidas.

Al otro día hablaron de lo sucedido a la noche. Empezó Lola:

– Ana… tenemos que hablar

– Sí, lo sé

– lo que pasó ayer…

– lo sé

– ¿qué es lo que sabes?

– que fue raro

– somos amigas, nos queremos… nos acompañamos

– sí, pero a ambas nos gustan los hombres

– exacto

– es que me duele verte triste

– y a mi me relaja tanto dormir juntas, tu perfume

– te propongo que no nos preocupemos y veamos como nos sentimos

A la noche siguiente Ana se puso otro perfume. Uno todavía más intenso y poderoso. Se dio una ducha muy larga y recorrió todo su cuerpo. Además usó un camisón un poquito más corto y con un escote más amplio. Cuando entró a la habitación estaba a oscuras. Lola tenía su camisa abierta y nada debajo, pero Ana no pudo advertirlo porque la oscuridad era total. Hablaron largamente y entonces Lola le dijo que tenía mucho sueño.

– creo que es hora de dormir

– sí, ya es hora

– tengo mucho sueño

– acércate así dormis… me gusta que duermas relajada

Lola se acercó al cuello de Ana y empezó a olerlo. Pero ya no con esa ternura tan especial sino ahora directamente respiraba en su cuello. Cada vez más. Ana empezó a suspirar y Lola se animó a pasar su lengua por el cuello de su amiga, que se movió. Lola le dijo si podía seguir y Ana le dijo que por supuesto. Entonces Lola sin preguntar se subió encima de Ana y apoyó su cabeza sobre su hombro. Ana sintió los enormes pechos de su amiga sobre su cuerpo y no dijo nada. Finalmente los corazones comenzaron a latir al mismo ritmo y con el paso de los minutos llegó el sueño. Al salir el sol de la mañana Ana despertó con los pechos de Lola casi sobre sus labios. Blancos, hermosos, de pezones redondos. Se levantó y fue a la ducha. No pudo tocarse.

Al salir de la ducha rumbo a su habitación la vio a Lola boca abajo masturbándose. Se movía muy suavemente. Su cola perfecta levemente levantada, con movimientos circulares. Le dio pena verla sola y quiso ayudarla pero no se animó. Además se sintió muy nerviosa por la escena, nunca había visto algo así. Menos a su amiga. Decidió que era mejor no pensar.

– Lola, cómo te sentiste ayer?

– la verdad que muy bien, espero que no te haya molestado…

– que hayas dormido con la camisa abierta?

– si, no sabía si hacerlo. Pero estaba oscuro… y quería estar cómoda…

– te parece que hoy a la noche yo haga lo mismo?

– me pone algo nerviosa… pero podríamos probar.

A la noche se repitió la misma escena pero esta vez Ana ingresó y se sacó su camisón. Quedó solamente con su ropa interior blanca de algodón. Sus pechos enormes ocupaban toda la situación. Eran el centro de la escena. Había una tenue luz de una vela aromatizante que Lola había dejado encendida. Al ver los pechos de su amiga Lola se sintió mucho más nerviosa. Esos pechos la encendían pero a la vez le daban mucha timidez. Tersos, suaves, de esa piel cobriza hermosa, que no llegaba a ser totalmente blanca. Ana se acomodó en la cama y comenzaron a charlar de lo que sea.

– Nunca estuve desnuda con alguien en la cama y pensé que la primera vez sería con un hombre, dijo Ana

– si, yo pensé lo mismo

– Dime algo de mis pechos, no te gustan?

– claro que me gustan, son hermosos, me duele que estén tapados pero me da vergüenza verlos

– entiendo… dijo Ana y se los destapó de a poco.

– creo que es hora de dormir, dijo Lola

– Creo lo mismo, dijo Ana

Entonces lola comenzó a olerle el cuello a su amiga, luego abrió la boca y le paso la lengua y luego lo besó con mucho cariño. Puso una mano en el pecho de Ana y sin saber por qué, comenzó a Llorar. Fuerte, desconsoladamente.

– Lola, hermosa, que pasa?

– no sé qué me pasa

– lloras porque me quieres?

– no lo sé

– porque me odias?

– no lo sé

– por mi?

– no lo sé, realmente no lo sé. No creo que tenga que ver con vos o nosotras. No sé con qué tiene que ver. Lola siguió llorando y Ana la abrazó. De repente se quedaron dormidas.

A la mañana Ana se despertó con la boca de Lola en su pecho. Tomaba la teta como si fuera que la estaba amantando. Era la escena más hermosa que podía imaginar. Verla a Lola a los ojos, mirarla, sentir su pezón calentito, lleno de la lengua de su amiga.

– Lola… esto me encanta

– mmmm si? y así te gusta? (Lola dio vueltas circulares sobre el pezón de su amiga)

– mmm si… dijo Ana mientras llevó una de sus manos al pecho de su amiga

– Quieres probar los míos?

– Sí, por favor

Entonces ahora Lola le dio su pecho a Ana, que lo saboreó dulcemente. No se cansó de sorber de ambas tetas blancas de su amiga pelirroja. Así se quedó largo rato. Ambas sabían que ya era hora de besarse. Ana la miró a Lola. Tenía la boca llena del pecho de su amiga. Suavemente lo soltó y se acercó a su boca. Sacó su lengua que fue recibida por la de Lola. Un beso mágico. La suave brisa de la mañana entraba por el costadito de la ventana y acariciaba sus rostros, mientras ellas se perdían en ese abrazo apasionado que las hacía sentir únicas y eternas.

Era un beso también poderoso y sexual. Ana era la más combativa, su lengua iba en busca de la cara de Lola. A la vez que le daba un beso le lamía la cara completamente. Sabía que posiblemente no pasaría más esa mañana y estaba decidida a darse todos los gustos. Lola se dejaba hacer y bajó su mano a su entrepierna y empezó a tocarse. Ana estaba decidida y bajó hasta la mano de su amiga y la corrió. Comenzó a lamerle la concha que estaba depilada y emanaba un hermoso perfume. Le abrió los labios y posó su lengua para darle el beso más profundo que pudo. Con su lengua acarició su clítoris y allí se quedó. Lola le dijo que por favor siga y que no cambie nada. La miraba a Ana hacer, desesperada por comer su hermosa conchita. Hasta que explotó en un orgasmo amoroso, sus piernas se estiraron y su cuerpo tembló. Ana la besó solo un poco más y se acercó a ella.

Entonces fue el turno de Lola que bajó hasta los pechos de su amiga y allí se detuvo, entre esas dos montañas tersas y preciosas. Siguió un poco más y Ana le pidió que le diga que era su puta. Nunca habían hablado así. Hasta ahora era todo "corazón" o "princesa" o "amor". Lola le dijo:

– soy tu puta, soy tu puta para siempre

– mi putita

– tu putita

Lola siguió lamiendo y le metió los dedos. Con la lengua acariciaba el clítoris y con los dedos la concha. Al meter el dedo índice noto algo más rugoso y Ana le pidió que frote allí. Acabó enseguida. Lola subió y se abrazó a su amiga.

Eran las 6 de la mañana del sábado. Durmieron hasta las 11 h. Se despertaron por segunda vez y desayunaron juntas. Todo había cambiado pero nada había cambiado. Emocionadas, pensaron juntas que lo mejor era volver a repetirlo cuando lo quisieran. Ambas querían.

La tranquilidad de la pequeña casa era palpable en cada rincón. No había ruido alguno, excepto el suave canto de los pájaros que se escuchaba desde el jardín. El aire era fresco y perfumado, y entraba por las ventanas abiertas con una brisa suave y acogedora.

En aquella pequeña casa, el tiempo pareció detenerse, y las preocupaciones desvanecerse. Cada suspiro se convertía en un momento de tranquilidad, y cada mirada en un momento de contemplación. Lola se sintió mucho más relajada desde ese día.

La serenidad envolvía todo lo que la rodeaba, y creaba un ambiente de paz y armonía. Ana había decidido nunca más usar corpiño estando adentro. Y Lola había decidido tomar de las tetas de su amiga cada vez que lo quisiera. Por eso ya por la tarde, cuando Ana se sentó en el sillón, ella se puso en su regazo y le pidió la teta a su mejor amiga, que la colocó en su boca y la vio sorber.

Mi mail es [email protected] me encantaría recibir sus comentarios y/o anécdotas para recrear en relatos. Y quien pueda valorar y comentar el relato lo agradezco.

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