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Locktober. Disfruto mientras mi sumiso está en castidad
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Es curioso como muchas veces los sueños pueden hacerse realidad. Otras, vamos construyendo esos sueños ladrillo a ladrillo, conjuntando deseos propios y ajenos, aquí y allá. La historia que os voy a contar comenzó un 10 de octubre de 2024. Y para más detalles, comenzó en un sueño que tuve.

Estaba a punto de cumplir un mes en castidad para mi ama, y a pesar de que aún me quedaban por delante otros 21 días para terminar el famoso mes de octubre (Locktober si le das un toquecito picante al asunto), estaba feliz y orgulloso de llevar 30 días sin correrme, de entregarle a mi Dueña mis orgasmos.

Llevaba tres o cuatro días más puta de lo normal. Quizás el hecho de que las últimas 36 horas hubiera estado con una jaula de castidad, y que toda mi jornada laboral del miércoles la pasara con un plug anal dentro de mí, con el que mi dueña jugaba a distancia (bendita tecnología que nos acerca cuando físicamente estamos lejos, ¿verdad?).

El caso es que esa noche me fui a dormir bastante cansado y antes de dormir, me puse crema en mi ridícula pollita, tal y como mi dueña me había ordenado, ya que había estado un periodo prolongado encerrada, y como ella siempre cuida de mí, no quería que mi piel sufriera ninguna laceración por la presión contra el metal.

Me puse el pijama, empecé a escuchar la radio, y me quedé dormido casi inmediatamente… todo lo que viene ahora, no es sino la descripción de lo que soñé en algún momento entre las doce de la noche y las seis y cuarto de la mañana. Así que, allá va mi sueño, o lo que recuerdo del mismo.

Yo estaba en la oficina, trabajando, mientras tú te habías quedado en un piso que habías alquilado a escasos 300 m para “tenerme siempre a mano”. Todavía no vivíamos juntos, así que no podía despertarte como era tu deseo lamiendo tus pies y subiendo lentamente a tu precioso y depilado coño. Por contra, tuve que llevar a los niños al colegio, llegar a la oficina, aparcar en la plaza y, en vez de subir a mi despacho, volver a salir del edificio para llamar al timbre del piso que habías alquilado.

Tuve que llamar varias veces, e incluso probé llamándote por teléfono, pero no contestabas. Después de un buen rato intentándolo, y cuando estaba a punto de rendirme y volver a la oficina pensando que te habrías quedado completamente dormida, escuché tu voz en el telefonillo.

“Perdona, cariño… me estaba duchando, sube”

No tuve que decir una palabra más. Empujé la puerta y me metí en el ascensor que llevaba hasta la quinta planta. Al salir al descansillo, tu puerta estaba entreabierta. Empujé y pasé dentro. Recorrí el pasillo buscándote y al llegar al salón te encontré desnuda, con un bote de crema hidratante en la mano.

“Pasa mi amor. Llegas justo a tiempo para aplicarme la crema. Ponte de rodillas y hazlo bien, bonita”

No cogí la crema, y agarrándote suavemente del cuello, te acerqué a mí y te besé, diciéndote:

“Se dice buenos días, ¿no mi amor?”

“Ja ja ja… tienes toda la razón, mi chico. Soy una maleducada. O quizás estaba pensando en otras cosas y me he descentrado”

Sin prestarle atención a tus palabras volví a besarte hasta que me apartaste suavemente y me dijiste:

“Pedro, no me líes que nos conocemos. Tú tienes una reunión dentro de una hora y yo tengo cositas que hacer. Ponte de rodillas y encárgate de la crema”.

Sin dudar un instante y ya excitado por el beso que acabábamos de darnos y por ponerme de rodillas ante la mujer de mi vida y el Ama de mis sueños, comencé a aplicarte la crema por todo el cuerpo, con mucho mimo. Aprovechaba la mínima ocasión para excitarte. Al pasar mis manos por tu entrepierna, al rozarte con el dorso de mi mano tu precioso coño, o al acariciar descaradamente tus tetas, con los pezones mirando al cielo, señal inequívoca de que estabas excitada.

Estuve más de diez minutos disfrutando de ese momento tan sensual. Tu cuerpo es tan bonito… y yo… estoy tan enamorado de ti, que no puedo creerme que tenga la suerte de pertenecerte. De ser tuyo para el resto de nuestras vidas. Debí quedarme medio “empanao”, porque en un momento dado me dijiste:

“Pedro, cariño… que te vas a quedar dormido de rodillas. Levántate y vete a prepararme el desayuno mientras me voy vistiendo”

Me puse de pie y antes de darme la vuelta y dirigirme a la cocina dijiste:

“Espera, espera… no tan rápido. ¿Qué es esto que tienes aquí?” dijiste agarrándome la polla por fuera del pantalón de pinzas.

“Eso es tu pollita, ama”

“Ya lo sé, zorra. ¿Crees que soy tonta? Y ¿qué es lo que pasa? ¿Mi pollita se alegra de verme?

“Siempre se alegra de verte, cariño. Vive pendiente de ti”.

“Genial, cariño… me encanta que lo esté, pero hoy va a pasar el día enjaulada, así que antes de preparar el desayuno, saca de la mochila la jaula de castidad y póntela”

Agaché la mirada siendo consciente de que estabas excitada, y que me quedaban 20 minutos para estar en una ridícula reunión que no tenía ganas de tener, y encima no tendría sexo contigo antes de irme, como ocurría muchos días desde que te habías mudado a Madrid.

Cogí la jaula de la mochila y me la puse. Me dirigí a la cocina y al pasar por tu habitación vi que te habías puesto unos leggins de látex negros que estabas subiéndote en el preciso instante que pasé al lado de la puerta. Pude ver un tanga negro de encaje. El mismo tanga negro que me habías enviado por correo con tu humedad el día que te follaste al fisio en Galicia. Pero eso es otra historia.

El caso es que mientras te preparaba las tortitas y el café, mi mente no dejaba de pensar que algo tenías en mente. Sentí el olor del café recién hecho mezclarse con mi humillación. Era amarga, pero contrastaba con el dulzor de las tortitas con dulce de leche que te estaba preparando. El ying y el yang. La humillación y el placer. Siempre tan cerca, siempre tan lejos.

Entraste en la cocina y solo pude quedarme quieto mirándote. Llevabas los leggins negros de látex que te había visto ponerte, unos zapatos de tacón de aguja que estilizaban tu figura, y una camisa blanca semitransparente. Era obvio que no llevabas sujetador, porque tus pezones estaban muy marcados. Llevabas el pelo rizado, algo húmedo, y te habías maquillado perfecto, como lo hace siempre. Puff… eres tan guapa!! No me puedo creer que me hayas elegido a mí para pasar el resto de tu vida. Me siento un afortunado.

“¿Qué pasa cariño? ¿Por qué me miras así? No es la primera vez que me pongo esta ropa. ¿Ocurre algo?

Te conozco muy bien, y fui plenamente consciente de que me estabas tentando. De que querías que sacara lo que tenía en mente. Pero mi orgullo entró en juego y se negó a darte ese placer:

“No mi amor. Simplemente observo lo preciosa que eres, y lo espectacular que te sientan esos leggins con esa camisa y mis zapatos de tacón favoritos. Estás increíble, mi amor. Como siempre, por otro lado”

Me miraste y te mordiste los labios. Soy perfectamente capaz de saber tu nivel de excitación simplemente observándote. Tu lenguaje no verbal es demoledor, y soy capaz de interpretar tus pensamientos a kilómetros de distancia. Pero me callé y serví tu desayuno, retirándote la silla para invitarte a tomar asiento.

Nada más sentarte, miraste a la mesa y me dijiste:

“Cariño, solo hay un café. Prepara otro anda”

“No mi amor, ando con prisa y apenas quedan 10 minutos para mi reunión. Hoy no puedo acompañarte, mi niña. De hecho, debería irme ya, si das tu permiso”

“Ja, ja, ja. Eres una puta orgullosa, mi amor. Sabes perfectamente que el café que vas a prepararme ahora mismo no es para ti, sino para Pablo, aquel chulito gaditano tan gracioso con el que estuvimos hablando una temporada. Me contactó ayer por Skype, y voy a invitarle a desayunar. ¿Te parece bien, bonita?”

Apretando la mandíbula, me di la vuelta para tratar de ocultar mi expresión, y te dije que me parecía perfecto. Preparé el café con leche para tu juguete y lo coloqué en la mesa. Saqué otro plato y lo coloqué en la mesa, junto a unos cubiertos y una servilleta de papel para tu invitado, pero sonriendo, dijiste.

“No mi amor. No te preocupes porque Pablo no va a desayunar en la mesa. Coloca tu bol de perro en el suelo y vierte el café y una tortita. Hoy será otro quién desayune a mis pies”.

“Sí, ama, como desees” contesté agachando la mirada al suelo y colocando las cosas tal y como habías indicado.

Tratando de mantener la compostura e intentando que la humillación que estaba sintiendo no saliera demasiado a la luz, miré apresuradamente el reloj y te dije:

“Joder, se me ha pasado el tiempo volando, mi amor. Tengo que salir pitando. Disfruta del desayuno y de Pablo, cariño. Vamos hablando”

“Espera puta. ¿Dónde crees que vas sin darme un beso?”

Volví sobre mis pasos apresuradamente y te besé. Me agarraste del cuello y me demostraste tu excitación con un beso increíble. Justo antes de dejarme ir, bajaste una mano a tu entrepierna y mojando tus dedos en tu coño, los pusiste en mi boca y dijiste:

“Chupa, zorra. Chupa esta humedad y esta excitación que va a disfrutar otro. Y ahora, vete… y ten cuidado al salir no vayas a encontrarte con Pablo, que debe estar al caer”

Salí con la cabeza llena de pensamientos. Estuve a punto de cancelar la reunión de las 10, pero era con la matriz de Tailandia y no se me ocurrió una buena excusa. Además, conociéndote… perfectamente podrías haberme dicho que si había cancelado era cosa mía… que tú estarías bastante ocupada toda la mañana.

A paso ligero salí del edificio y me dirigí a la oficina. Ni rastro de Pablo en los 300 m que tuve que recorrer. Me quité la americana, conecté el portátil y me conecté a la conference call. Pero no le presté demasiada atención a lo que ocurría. No paraba de entrar en Skype y en WhatsApp por si tenía algún mensaje tuyo. Pero de vuelta, lo único que encontraba era tu ausencia, y un reloj que, de forma inmisericorde, avanzaba lentamente diciéndome:

“Última conexión hace 58 minutos”

Al terminar la reunión y volver a comprobar que no tenía señales de ti, resignado me levanté a por un café. Me encontré con un par de compañeros que me entretuvieron un poco, y diez o quince minutos después, estaba sentado en mi despacho. Abrí Skype y vi un mensaje tuyo:

“No sabes qué buena lengua tiene Pablo, cariño. Acabo de pedirle que vaya a por mi strapon para follármelo y he querido venir a decirte que te quiero muchísimo, y que soy muy feliz de que seas mi puta. Ah por cierto, apunta 6 orgasmos en el Excel, ¿vale? Luego te actualizo la cifra. Que tengas una buena mañana mi amor. Te quiero.”

Mierda. Justo me habías escrito cuando no estaba. Joder, qué rabia. Me hubiera encantado poder hablar contigo. A toda prisa, y con poca esperanza, contesté:

“Hola mi amor. Ahora mismo incluyo tus 6 orgasmos. ¿Disfrutaste el desayuno, bonita?”

Pero no hubo respuesta, salvo la del famoso relojito de Skype:

“Última conexión hace 6 minutos”

La mañana pasó entre reunión y reunión. No era capaz de estar concentrado. No quería estar en la oficina, pero sé perfectamente que tampoco podría llamar a tu puerta y esperar a que me abrieras, porque tus instrucciones a ese respecto son clarísimas. Estaré cuando tú quieras, no cuando a mí me gustaría.

No sé cuántas veces abrí Skype esa mañana. No sé las veces que puede mirar el puto mensajito con la hora a la que te habías conectado por última vez. Y no podía dejar de pensar que era otro el que estaba disfrutando a tus pies. El que te estaba haciendo disfrutar y correrte una y otra vez. Mi corazón estaba desbocado, pero por otro lado, cada vez que lo pensaba, mi ridícula polla de 11 cm empujaba fuerte contra el metal de la jaula que la aprisionaba por expreso deseo tuyo.

Esa mezcla de humillación y placer no me estaba dejando concentrarme. Escribí varios mensajes en Skype y en tu WhatsApp, pero no obtuve respuesta. Por fin, alrededor de la una de la tarde, apareció un mensaje tuyo en mi pantalla:

“Pedro, mi amor. Llevamos toda la mañana follando y tenemos muchísima hambre. Encarga algo de comida y haz que nos la manden por Glovo. Hazlo ahora. Ah, por cierto, cuando lo hayas hecho quiero que vayas al baño y te quites la jaula. Te haces una foto de tu pollita y me la mandas. Pablo no se cree que tengas una polla tan ridícula… y no me extraña, porque la suya puede ser perfectamente el doble que la tuya… de larga y de ancha. Estoy bien, bonita. No te preocupes por mí y no lo pases muy mal. Soy tuya. No se te olvide jamás, ¿vale?”

Ni siquiera me molesté en contestar. La rabia y la frustración me estaban devorando por dentro. Cogí el teléfono y encargué algo de comer para que os llegase a los dos en la siguiente media hora, y me bajé a comer solo al japonés que hay en la plaza debajo de mi oficina.

Ni que decir tiene que me pasé la comida mirando el móvil, pero no tuve señales de ti. Lo único que supe fue que el pedido había sido entregado en la dirección, lo cual me pareció paradójico. Yo comiendo solo un plato de ramen, y tú follándote a Pablo desde las 10 de la mañana, y comiendo con él a menos de 300m de mí. Notaba un vacío en el estómago, aderezado por mi propia excitación. Estaba volviéndome loco de celos, pero a la vez, me encantaba saber que estabas disfrutando, y que daba igual con quién estuvieras, porque yo siempre seguiría contigo, a tu lado… a tus pies.

La tarde estuvo llena de reuniones, pero a las 5.30 terminé la última. Seguía sin tener señales de ti y me preocupé un poco. Miré la pantalla de Skype y parecía un monólogo de frases cortas por mi parte y silencios por el tuyo. Mis frases no decían nada. Eran simples ganchos para tener alguna respuesta por tu parte. Estaban escritas una tras otra, con descansos a veces de 5 minutos, a veces de 12… pero me puse a contar y había más de 35 frases sin respuesta. Tenía claro que no pasaba nada. Simplemente estabas disfrutando con otro hombre, como habías hecho cientos de veces. Pero daba igual cuándo. Daba igual cómo, y daba igual con quién.

La dualidad de querer compartirte y odiar hacerlo era absolutamente intrínseca a nuestra relación. Ambos disfrutábamos de ello, pero a veces me tocaba apretar la mandíbula más fuerte de lo normal, justo a la vez que tu coño se contraía en otro orgasmo más.

Te dejé un mensaje diciéndote que tenía pensado marcharme sobre las 6.30. Todavía quedaban 45 minutos para esa hora, pero tenía ganas de verte. Nada cambió en Skype, y yo sentía que me iba a volver loco. Por fin, vi que estabas escribiendo:

“Genial, cariño. Pasa buena tarde. Nosotros nos quedaremos follando un rato más y después quiere invitarme a cenar en un sitio muy chulo de comida oriental. Deja Skype, no quiero que vuelvas a conectarte ni una sola vez más hasta mañana por la mañana. Estoy y estaré bien. Estoy disfrutando mucho cuando entro en Skype y veo decenas de mensajes tuyos. Amo lo frustrada y humillada que te sientes ahora, cariño. Me excita muchísimo… y tú quieres que esté excitada y que disfrute, ¿verdad? Si no es así, dímelo y le diré a Pablo que se vaya a su hotel”

Leí el mensaje dos o tres veces. Tuve tentación de decirte que le podías ir despidiendo. Pero apreté una vez más la mandíbula y tragándome toneladas de orgullo, escribí:

“Sí, ama. Siempre quiero tu placer, y yo soy tu placer. Si no te importa, recuérdale a Pablito que está allí, entre tus piernas, porque yo se lo permito. Apagaré Skype cuando me vaya de la oficina, mi amor. Te quiero muchísimo. Disfruta y no dejes de pensar en mí, ¿vale?”

“Pedro, mi amor… en cada uno de los más de 25 orgasmos de hoy, eres tú quien está en mi mente. Eres tú quien está lamiendo mis orgasmos aunque sea su lengua la que lo hace. Eres tú mi placer, bonita. No se te olvide a ti”

“Gracias mi dueña. Te amo infinito. Disfruta mucho”

“Lo haré, zorra… tenlo por seguro. Ah por cierto, apunta los 25 orgasmos y mañana, cuando vengas a casa a las 9 para prepararme el desayuno, te cuento qué tal y te vuelvo a actualizar el número final. Como no tienes reuniones, mañana vas a teletrabajar aquí, conmigo. ¿Te apetece, bonita?

“Sí, ama… me muero de ganas de estar contigo. Disfruta mucho, por favor. Te amo”

Apoyé mi espalda contra el respaldo de la silla y sentí el fuego subir desde mi estómago hasta mi cabeza. Cerré Skype y después cerré la sesión del portátil. Bajé al parking y me fui a casa masticando mi humillación, y siendo consciente de lo que soy. Tu puta obediente y complaciente. Para todo lo que quieras hacer conmigo. Para siempre.

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