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Lo raro de este mundo (capítulo dos): Luis
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Tiempo de lectura: 13 minutos

A Luis lo conocí cuando ya había pasado unos meses y yo había comenzado a trabajar en una fábrica de tabaco en mi pueblo, no había muchas opciones de trabajo y mucho menos siendo un conocido maricón porque entre William, la historia con Raúl y de nuevo en manos de William, la gente ya lo sabía todo, eso sí, me habían dejado ya bastante tranquilo, había pasado formar parte del paisaje exótico del lugar. Luis vivía en La Lisa, regresaba yo de una de esas andanzas por la capital cuando en la parada pasó él con su perrita. Nos miramos, me llamó la atención aquel bigote gris muy a pesar de su panza. Cuando vino mi guagua la dejé ir, cosa que él aprobó sonriendo y se me acercó.

—¡Vaya chico, se te fue la última guagua!

—¡Sí, ahora pues ni sé qué hacer!

Me invitó a su casa, vivía bajando hacia el río en los altos de una casa de dos pisos. Me mostró la casa, muy chula, muy ordenada y limpia. En un momento me abrazo y me besó, besaba muy rico y sabía muy bien lo que hacía. Caímos en la cama enlazados, besándonos mutuamente. Yo sentía su paquete abultado sobre el mío. Separándose y mirándome a los ojos me dijo.

—¡Solo hay dos cosas que hay que tener claro, una que soy activo y otra que tengo una pinga muy gorda!

Le respondí que no había problemas, que las dos cosas me iban bien. Le agradó aquella respuesta y a mí aquella franqueza ante todo. Después nos dedicamos a satisfacer nuestra sed mutua, era cierto había dicho de su pinga, gruesa, no larga pero muy gruesa. Costaba incluso trabajo tratar de tragarla, por lo que opté por lamerla como si fuera un helado, terminé humedeciendo todo para poder sentarme sobre ella. Traté, pero me era imposible, aquel trozo no entraba. Luis sacó de la mesita de noche un tubo de crema y la unté bien, después de dos intentos me senté hasta atrás sobre él que cerraba los ojos de placer.

—¡Cojones qué culito, me vas a sacar la leche así!

Esa exclamación de Luis me hizo recordar aquella frase que William me repetía "ese culo es para dar placer a los machos y sacar leche". Me sentí bien, sabía que singaríamos bien y así fue, Luis resultó una máquina singando. Era un remolino porque cambiaba de posición muchas veces, saltábamos de la cama al suelo o en el borde de la cama con mis piernas en alto, en la sala sobre el sofá, en la cocina. Me hacía caminar de un lado a otro sin salirse de mí, tenía maestría para ello. Al principio me resultaba torpe el erguirme y caminar clavado, pero me guio bien, como digo ahora él fue quien me enseñó ese juego que muchas veces después dejé sorprendidos a muchos de mis amantes. Me hizo que me viniera primero, me arrastró al baño para que la leche cayera al suelo, después regresamos al cuarto y me tiro sobre la cama.

—¡Ahora aguanta que quiero darte mi leche!

De verdad que tuve que aguantar un poco, porque me singó a lo bestia. Se vino y cayó desplomado sobre mí, besándome la nuca. Aquella si había sido una buena singada, yo me sentía bien y él mucho mejor, antes de dormir y después de ducharnos, me dijo que tenía compromiso, pero que no podía singarse a su amigo porque él tenía problemas con las hemorroides. Dormimos abrazados, y al amanecer antes de que se fuera al trabajo me volvió a poseer, diciendo que hacía tiempo que no singaba tan rico.

Quedamos en que yo pasaría por su casa al día siguiente. Así fue como empecé a convertirme en el amante de Luis, el segundo amante porque él tenía uno oficial. Estuve frecuentando su casa, dormía siempre con él y casi había dejado a William y sus cosas a un lado. Un día pasaba yo por una de las calles detrás de la iglesia cuando William me llamó, me acerqué para saludarlo y me invitó a pasar.

—¡Entra, chico, estamos aquí hablando!

Traté de decirle que no, pero raro aunque decía que no, ya estaba yo en la sala y mientras William me presentaba a los demás.

—Mira este es Paco, Lázaro, su gente Mario, Berto y yo, claro. ¡Caballeros, este uno de los mejores culos del pueblo!

Así fue como me presentó, yo conocía a algunos de vista pero nunca había tratado con ellos. Bebían ron, me dieron mi trago, al parecer como la conversación ocurría en la sala no habría singueta y era solo ideas mías que siempre asociaba a William con cualquier orgía. Hablaban de todo y de nada a la vez, al rato llegó Hugo, al parecer quien esperaban porque tras él la puerta y la ventana quedaron cerradas. Yo quise irme, no sé, no me sentía como en mi sopa.

—¡Coño, chico, qué vas a irte ahora!

Me atajó William abrazándome, pasamos a una pequeña terraza donde ya algunos se desnudaban. William me susurró al oído.

—¡Nos reunimos para singarnos a Mario, así que no te preocupes, solo si él no puede, tú puedes poner ese culito!

Berto, ayudando a Mario a subirse en una mesa dijo como dirigiendo la escena.

—¡A ver, caballeros, Mario es el culo y entonces tú, pones la boca! ¿Qué opinan?

Claro que todos se apuntaron al igual que Mario. Berto me hizo arrodillarme en el centro y me vendó los ojos, era un juego, escuché que a Mario también se lo vendaban, consistía en que después teníamos que adivinar quién era quién. Por delante de mí pasaron todos poniendo su pinga en mi cara, dando a que oliera, rozara y probara. En total cinco, de todos los tamaños y diámetros, después me quitaron la venda y estaban allí todos desnudos, primero Mario y después yo fuimos ahora mirando bien diciendo que número eran, es decir en qué orden habían pasado cuando teníamos las vendas. Mario acertó dos, yo tres por lo que gané yo el derecho a comenzar la tanda de mamadas. Quise elegir a otro, pero elegí a William, sabía que le iba a gustar.

—¡Ya lo dije yo, este es maricón de pura cepa! —dijo William acercando su pinga para que yo me la tragara delante de todos.

Berto se había puesto a mamar el culo de Mario que había vuelto a ocupar su lugar en la mesa. Siendo yo el que mamaba, era como quien preparaba a quien se singaría a Mario, por lo que William fue el primero, yo elegí a Paco después porque tenía una pinga de esas de cabeza grande, bueno, tenía el nombrete de mandarria. Él estuvo satisfecho de que yo lo hubiera elegido de segundo. A partir de aquel momento fue una locura yo ya ni sabía qué pasaba y lo mismo supongo que Mario que gemía desde su mesa. Hugo me hizo levantar mientras me tragaba la pinga de Lázaro y me ensalivó para singarme, nadie dijo nada y estaba claro que aquello de uno era boca y el otro culo se había terminado. Por suerte solo Hugo y Berto se turnaron en mi culo, hasta que William se adueño de mí, agarrado de mis nalgas y no dejó sitio a nadie más. William se sentó y yo encima de él, clavado, y mirando a Mario como se lo singaban.

—¡Algún día cuando quieras te podemos hacer como a Mario!, me murmuró William al oído. ¡Solo tienes que pedirlo y todos se apuntan!

No sé, viendo a Mario allí y su culo rosado e hinchado, no sé. Me imaginé que las veces que había participado en alguna orgía pues era igual y mi ojete quedaba así. Mario se incorporó satisfecho, sonreía y besaba a su amado quizá por aquel regalo. Se fueron yendo poco a poco, Berto nos dijo que nos quedáramos así que quería vernos, regresó y se quedó delante de nosotros mirando, después se agachó para ver como la pinga de William estaba en mi culo, dijo que William me sostuviera para ver mejor. Tocaba con sus dedos el borde de mi culo y la pinga de William, repetía que le gustaba vernos así, era como en una foto y se sorprendía de que William tenía la pinga dura todavía después de estar tanto rato sin moverse dentro de mí, solo así.

—¡Macho, ya te lo dije este es el mejor culo del pueblo! Nada más que se la meto, me pone a mil y te digo una cosa, este tiene aguante.

William me poseyó allí delante de Berto, que miraba y a veces decía algo. Quizá por haberse ya venido o por cansancio, William dejó de singarme e invitó a Berto si deseaba, claro que deseó y metió su pinga diciendo cosas sobre el mi culo caliente. William hizo lo que siempre hacía se fue dejándome allí con Berto que se apoderó de mí, me hizo suyo con cariño, como si estuviera enamorado. Cuando terminó, nos quedamos abrazos en el sofá de la terraza, ya oscurecía pero no teníamos apuro para nada. Por suerte hablando con Berto supe de que tenía pareja, que estaba en casa de sus familiares. Estaba claro que aquello si se repetía era cuando no estuviera su pareja.

Seguí yo con mis encuentros con Luis, él de La Lisa, que de la misma manera llevaba esa doble vida. Un día Luis me dijo que quería presentarme a su pareja, se llamaba Evelio. Mi pregunta fue directa ¿para qué? Según Luis, él no tenía secretos con su pareja y la había contado desde nuestro encuentro hasta las veces que habíamos dormido juntos. No me gustaba la idea como tal, me sonaba algo infantil aquella presentarnos y suponer que todo marcharía bien.

_No creo que sea una buena idea eso de conocer a tu compromiso.

Luis no quiso escuchar, me convenció que al menos era como dar a nuestros encuentros un tono casi oficial, que así era mejor y su pareja se sentiría seguro de que él estaba conmigo, una persona que conocía bien. Así fue como conocí a Evelio, un tipo esbelto y de pelo negro aunque me pareció que era teñido, porque era demasiado negro, artificialmente negro. Desde el primer estrechón de mano sentí el peso de su mirada, esa mirada que mira a un usurpador. ¡Bonita cosa!, de pronto yo me había visto en vuelto en ese triángulo amoroso del peor corte telenovela. Claro que no fue una confrontación abierta, solo fue la primera impresión porque Evelio era muy educado, demasiado por lo que ya viendo a ambos juntos comprendí claro la esencia de Luis y la de su pareja, además supe en ese momento que tanto Evelio como yo nos habíamos rendido al juego de Luis o vulgarmente dicho, nos habíamos rendido a su pinga gorda y a cómo singaba.

Comimos en el comedor, con toda la vajilla, una comida sabrosa y bien hecha. Luis sabía cocinar de maravilla, bebimos cerveza fría. Claro en un país como Cuba aquello era un lujo impensable, pero teniendo en cuenta que ambos trabajaban en turismo, pues estaba claro que podían tener una vida que a todo el mundo estaba vedada. Después de la comida, vimos algo de tele y bueno a la cama bajo la batuta de Luis. Nos desnudamos y tuve que lidiar entre las dos pingas mientras ellos se besaban. Me gustaba de todas maneras, no perdía yo nada y tampoco me molestaba porque ya había tenido ese tipo de experiencia. Después Luis se ocupó de llenar mi ojete con su pinga, estuvo bastante rato dándome caña mientras yo chupaba la pinga de Evelio. Cuando se vino Luis, le ordeno a su pareja que me singara, este no estaba muy animado a hacerlo. Luis insistió hasta que logró que al menos introdujera su pinga pero nada más, Evelio era completamente pasivo. Yo que estaba a mil como siempre, Luis me dijo que si quería singarme a Evelio.

—¡Mira, papo, la pinga de él no es tan grade y gorda!¡No te va a doler!, le dijo a su pareja que se puso en cuatro para que yo me lo singara.

Fue Luis quien me adentró en ese rol de activo, fue su pareja el primer macho que me singaba porque hasta aquel entonces yo había sido siempre pasivo, desde entonces eso de universal o versátil pasó a ser mi carta de presentación aunque en realidad me gustaba que me dieran pinga. Al principio no me sentía seguro metiendo mi pinga en el culo del otro, pero poco a poco y con la ayuda de Luis que me guiaba fui comprendiendo que podía sentir placer también, que el calor que rodeaba mi pinga era del culo del otro, que mientras más me movía mejor me parecía y lograba que Evelio gimiera de goce. Recuerdo que no estuve mucho tiempo singando a la pareja de Luis y más cuando éste empezó a juguetear con sus dedos en mi ojete ya dilatado, me vine casi gritando. Evelio cuando se vio libre de mí se fue corriendo al baño, era muy limpio según me dijo Luis, que además le costaba mucho meterse una pinga y que al menos conmigo había logrado vencer su pánico.

Nunca entendí en que se basaba la unión casi matrimonial de ellos dos sino tenían casi relación, claro que era algo ingenuo yo, porque en realidad Evelio sí singaba y Luis también, quizá cada uno por su lado o simplemente yo había asistido a un teatro orquestado por y para ellos mimos donde yo era o simple actor o decorado. No me molestaba el haber llegado a semejante conclusión, simplemente comprobaba que el mundo era más complejo de lo que pensaba y que la mentira, el engaño o la infidelidad era el pan nuestro de cada día.

No se volvió a repetir aquel trío con ellos, seguí visitando a Luis, quedándome con mucha frecuencia en su casa y satisfaciendo su apetito sexual al igual que el mío. Singábamos ya sin experimentar, tengo que aceptar que me había acostumbrado a su pinga, a su grosor y que ya no costaba trabajo la penetración. Usábamos a veces crema pero ya se iba haciendo común la saliva, había leído en libros sobre sexología que el recto se adaptaba a un miembro y por lo tanto el acto sexual llegaba no ser violento. Era cierto, aunque supongo que ya me había adaptado a la manera de Luis y había cogido confianza en él.

A Berto lo volví a ver un día que pasaba por su casa, me hizo entrar, su amigo no estaba y claro él quería fiesta. La infidelidad estaba a la orden del día. Pero como no era yo de nadie ni tenía pareja eso no me preocupaba. Ese día nos fuimos directo a la ducha, primero porque había calor y segundo porque le dije que no me había bañado y claro, él me invitó directo. Ya desnudos bajo el chorro de agua empezamos besándonos, acariciándonos. Berto estaba que parecía iba a explotar, su pinga estaba dura y la movía contrayendo sus músculos. Estuvimos jugueteando mucho tiempo, yo me arrodillaba y me comía su sexo, él después a mí, hasta que me dijo.

—¡Quiero singarte ahora!

Me hizo poner mis manos en la pared de la ducha, después me abrió los pies y empezó a meterme caña. Decía palabrotas, me llamaba maricón, puta, hembra; mi culo era tanto un chocho como un culo como un túnel o pozo. No me preocupaba por aquellos comentarios mientras no fueran ofensivos, era más me agradaba porque maricón lo era, puta lo había sido cuando pasé de macho en macho aunque sin ganar nada, hembra lo era por el rol que tenía con él y bueno, que mi culo fuera chocho o pozo, tampoco me preocupaba por el contrario me sentía bien. Cuando se vino, me preguntó si me iba a venir yo o no, como de costumbre empecé a hacerme la paja, pero aquí Berto me sorprendió pidiéndome que me lo singara. Eso hice, se encorvó y le metí caña, me lo singué bien hasta que me vine. No soy de los que habla mucho pero Berto seguía diciendo cosas, ahora él me decía que lo había hecho mujer, que ahora él era el maricón. Parecía una comedia pero lo principal es que ambos quedamos satisfechos.

Esta nueva noticia llegó a oídos de William, en pueblo chiquito, ruido grande y más tratándose de ese cerrado mundo homosexual, donde la promiscuidad imperaba. Yo le dije que el de La Lisa me enseñó a coger culos también, se lo dije más por darle rabia que otra cosa. Pero William nunca se dejaba vencer, me arrastró al baño del parque y sacando su pinga me dijo que se la mamara. Primero me opuse, pero viendo aquello no me resistí y agachándome me puse a mamar su pinga. No era el lugar más ideal para ello, primero los olores a orina, mezclados con el cloro y naftalina, la presión de que alguien pudiera entrar y descubrirnos, pero tomé aquello como una prueba más. Al rato alguien entró, me quedé helado con la pinga de William en las narices, él con su mano me la puso en la boca. No veía quien había entrado, escuché el chorro del meado caer y después llegó hasta los lavamanos y echó una ojeada a la cabina donde estábamos, yo traté de ocultar mi cara detrás de William. Yo quedé con el corazón en la boca, aunque lo que tenía en la boca era el pingón de William. El desconocido se acercó.

—¡Cojones, qué trozo de maricón! ¿Mama rico?

William le respondió dándole el lugar.

—¡Prueba tú mismo que yo vigilo!

El desconocido se puso en el sitio de William y sacó su pinga que ya estaba poniéndose dura. El sabor salado del orine al principio me molestó algo, hasta ese momento había mamado pingas limpias, pero esta no. El desconocido agarró mi cabeza y me empezó a singar por la boca. Yo hacía arqueadas, pero él era una máquina y no paró hasta que se vino, me lleno la garganta de leche, uso mi cara para limpiarse la pinga por lo que me dejó embarrado todo de semen el bigote y las mejillas. Cuando se fue dijo.

—¡Buen maricón!

William regresó a la cabina y me puso su pinga de nuevo delante para que continuara. Quise protestar pero fue imposible y continué lamiendo su pinga con el sabor y el olor del semen de aquel tipo.

—¡Hoy te vas a convertir en el limpia pinga de este baño!

Era William así con sus locuras todas relacionadas con el sexo, yo me apuntaba a sus cosas, iba comprendiendo que me gustaba y me sentía bien. Entraron dos reclutas a los que William llamó enseguida.

—¡Eh, reclutas, aquí hay un maricón pidiendo pinga! ¡Así que aprovechen!

Se repitió lo mismo que con el desconocido, le mamé por turno la pinga a los dos reclutas, tenía las mandíbulas que se me querían caer, la cara embarrada de semen de tres machos. Olía yo a semen, mi camisa tenía manchas de semen y hasta en el pelo porque uno de los reclutas se limpió su pinga en mi cabeza. William sabía cómo humillarme, como usarme, como hacerme sentir un ser sin voluntad.

—¡No puedo más, me duelen las quijadas!

—¡Bueno, pues te queda el culo!

Salimos al parque, nos sentamos en uno de los bancos oscuros, William a fumar y yo a descansar algo. La noche fresca, la parada tenía algunas personas, pero como de costumbre la calle vacía.

—¡Mira, los maricones tienen dos cosas, uno el culo y otra, la boca! ¡Cuando no puede con uno, pues con lo otro y sino con la mano! ¿O se te olvidó lo que te dije? ¡Tú eres maricón para satisfacer a los machos y ya!

Era así la filosofía de William, yo callaba, no le iba a ir a la contraria. Pasó un tipo rumbo al baño, nos miró antes de entrar. Y William me indicó con un movimiento de cabeza que fuera, yo me resistí.

—¡A ver, ve y haz lo que tú sabes hacer bien!

Era una orden, creo que estaba yo embrujado, porque me levanté y entré en el baño. El hombre estaba en el meadero, yo fui y disimulé que meaba también. Le eché un vistazo a la pinga flácida que tenía en las manos. Él se dio cuenta y me dijo.

—¿Qué? ¿Te gusta?

No le respondí, me turbé, fui al lavamanos y me lavé las manos. El tipo se dirigió a la última cabina y me llamó con un gesto. Me acerqué y me dijo.

—¡Vamos, maricón, es tuya, hazlo rápido que estoy apurado!

Se había cumplido lo dicho por William, yo estaba allí moviendo mi cabeza tratando de que se viniera rápido. Cosa que logré también usando mi mano, se vino en silencio y agarrando mi cabeza. Se fue como una bala, salió y yo después. William estaba en el banco, y para que viera escupí la leche al piso. William me dijo que así se hacía, que en ese pueblo todos estaban dispuestos a dar pinga.

—¡Bueno, ahora hay que buscar quien te singue el culo!

Me dijo y nos levantamos, cogimos rumbo a la línea del tren para llegar a unos almacenes. Alguien lo saludó y fuimos hasta la puerta.

—¡Mira, Teto, este culo quiere pinga! ¿Le haces el favor?

Fue la presentación de William, él otro aceptó enseguida y sin miramientos. Teto un gordo grande, yo no lo hubiera ni mirado en la calle pero estaba bajo el embrujo de William. Teto dejó a William en la puerta y me llevó adentro, me dijo que me bajara los pantalones y en un abrir y cerrar de ojos estaba yo singado. No sé, no hubo ni preludio ni caricias ni besos ni mamadas, me singó así, de una manera fría y torpe. Se vino, sacó su pinga y se la guardó en el pantalón instándome a subirme el pantalón. Cuando salimos, William me contó que Teto no era bujarrón, pero que a falta de carne pues pescado, que a veces él venía a singarse a alguien y Teto lo dejaba entrar y miraba, habían hablado que algún día le traería a alguien para que se singara. Ese había sido yo.

Después de aquel día loco, tuve mi receso, dejé de ir por La Lisa y evitaba caer en las garras de William. En uno de mis regresos a casa en Santiago de las Vegas me encontré con Roberto, no lo conocí de lo desmejorado que se veía. Nos sentamos a hablar, me contó que había pedido irse del país y cómo era médico no lo dejaban, que estaba sin trabajo, porque lo expulsaron y que no tenía ni un peso. Yo le pregunté por qué estaba tan desmejorado, era diabético y le faltaba la medicina. En fin que terminé dándole diez pesos, me dio lastima. Me dijo que pasara por su casa algún día, pero que estaba a punto de irse del país. No lo vi nunca más, al parecer se fue porque cuando pasé un día por la cuartería estaba sellada la puerta y ni pregunté, me fui sin preguntarle a nadie. Con Roberto había perdido el contacto con su amigo Julio. Me fui a casa de Luis, no estaba, cosa que me pareció rara porque él siempre estaba a esas horas. Nada, tomé rumbo a la parada pero al pasar unas de las esquinas vi que Luis iba rumbo a su casa, claro que no iba solo. No tuve celos, pero me pareció raro. Los seguí y cuando iban a entrar doblé la esquina, Luis se turbó algo y más el otro.

—¡Mira, este…te presento a mi primo!

Bueno, podría serlo, podría pero estaba muy claro, el chico era muy joven y muy afeminado, al no ser que todas en la familia fuera maricones. Le dijo al chico convertido en primo que subiera, a mí me dijo que no podía quedarme porque estaba el primo. Yo me despedí sin dar muestras que sería la última vez que me iba a ver. Así fue, no me lo encontré más, me perdí de su casa. Lo más cómico que como a la semana y pico en la parada de Carlos III me encontré a Evelio que paseaba con un perrito parecido al de Luis, nos saludamos, yo bromeé que si ese era el Rambi, pero no, eran diferentes. De regreso del paseo, Evelio se me acercó para hablar.

Empezó por contarme que al principio tenía muchos celos de mí, que pensaba que Luis se iba a separar para quedarse conmigo, pero que después se calmó cuando me conoció, que estaba muy contento de que yo estuviera con su Luis porque así éste no se dedicaba a buscar por ahí. La venganza es dulce como decía aquella mala canción, le comenté que ya hacía como tres semanas que no veía a Luis y que tampoco lo vería. El dardo envenenado cayó en la diana, Evelio se sorprendió, yo le conté que me había alejado porque no me gustaban los cuentos chinos y le conté aquella escena del llamado primo. Evelio empezó a rabiar y a echar pestes contra Luis, porque en realidad no había primos ni nada y aquel jovenzuelo era uno más de sus conquistas. Él que estaba tan seguro conmigo y de pronto todo había comenzado de nuevo. Yo le dije que lo sentía, que también me había sentido mal, porque aunque sabía que ellos eran pareja y después de las cosas que me había contado de ellos dos, pues me consideraba como una persona cercana. Evelio me dijo que sí, que lo era, pero los asombros llovían, Evelio me confesó que hacía dos días no había ido por su casa porque estaba conmigo. En fin, me imagino que cuando Luis fuera a su casa habría tenido un buen concierto, lo tuvo porque un amigo común me contó que se enfadaron y todo.

En resumen, había puesto yo punto final a aquella aventura con Luis, me sentía contento y liberado de todo. Era lo más conveniente porque era una relación de estar y no estar, de ser y no ser, con exigencias sólo por una parte.

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