-Hace tiempo que no salimos a tomar algo y bailar. Podríamos hacerlo mañana viernes. Si querés les pregunto a Lía y Luis si quieren sumarse.
Esas reuniones ya las habíamos hecho en otras oportunidades y lo pasamos bien. Era una manera de salir de nuestra rutinaria vida. Me llamo Javier, 42 años, tengo un trabajo muy bien remunerado y estoy en pareja con Bea con 30 llevados espectacularmente. Cuando quedó sin ocupación hablé a un amigo, con quien conservo una relación entrañable, y él le dio trabajo en su empresa. Allí conoció a los dos con quienes de tanto en tanto nos juntábamos.
Él es un tipo común, tanto en su físico cuanto en su preparación, por lo que nuestras charlas eran superficiales y poco atrayentes. Con Lía la cosa era distinta. Con el mismo o menor nivel de estudio que Luis, su madurez y sentido común le aportaban sabor a la conversación. Ambos en la treintena.
Ese viernes fuimos al lugar que ya conocíamos.
Si bien no me desagrada el baile no puedo decir que sea un devoto de él, en cambio Luis, Lía y Bea verdaderamente lo disfrutan. Pasado un rato, Bea le pidió a Luis que la llevara a bailar cosa que ya había sucedido otras veces cuando yo no demostraba ganas de hacerlo.
Así el bailarín alternó mi compañera con la suya supliendo mi escasa participación. Cuando Lía me pidió salir a la pista lo hice más que nada por no desairarla. Justo empezaron las piezas lentas, y como el volumen era aceptable pudimos también charlar preguntándole, por simple curiosidad, cuanto tiempo llevaba en pareja con Luis.
– “Seis meses, pero a vos te voy a decir la verdad, solo te ruego reserva. No somos pareja. Tenemos una simple relación de conveniencia. Él me da techo y comida y yo le retribuyo con las tareas de la casa y sexo. La razón es simple, no tengo dónde caerme muerta. Casi todo lo que gano se lo mando a mi madre, que está sola, tiene una pensión miserable y cría a mi hijo de cuatro años. Te consta que mi vestuario habitual son pantalones vaqueros, con alguna remera o camisa. Más aun, ni siquiera compartimos la cama, él duerme en la suya y yo en el sofá cama del comedor. Es libre de traer una mujer a la casa pues no hay compromiso. Te pido disculpas por estas confidencias, no hay razón para perturbar este momento de distracción, pero no tengo quien me escuche y vos me prestás atención, lo cual te agradezco”
Bajó la vista en el momento en que dos lágrimas bajaban por las mejillas y pegó su cara a mi pecho. Yo apreté un poco el abrazo y le di un suave beso en la frente. Bailamos un poco más y luego nos sentamos. En eso miro por un claro qué se hace en la pista y los veo a Luis y Bea bien pegados, ella con los brazos al cuello de él y él con las manos en las nalgas de ella. Fue un momento corto pues en seguida otros los taparon.
– “Me parece que nuestras parejas están muy entusiasmadas”
– “Si también los vi. Quizá te arruine la noche, pero no merecés esto. Luis y Bea están muy calientes entre ellos y por eso me dijeron que tratara de seducirte, que te excitara como para que te sorprendieran intimando conmigo y de esa manera, al sentirte culpable, consintieras lo de ellos. Por favor no me vayas a descubrir”
– “Por qué lo aceptás”
– “Me puede echar a la calle”
– “Y cuánto hace que vienen calmando la calentura”
– “Mas o menos unos tres meses. Casi todos los lunes y jueves, a la salida del trabajo, Bea viene con nosotros a casa y se encierran en el dormitorio”
– “Justo los días que yo tengo reunión de socios y llego más tarde. ¿Quisieras venir a vivir a casa?, te ofrezco habitación con baño y comida, sin pago de ninguna especie”
– “Disculpame la respuesta, pero vos sabés que cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía, ¿cuál es la trampa?”
– “No hay”
– “Y por qué lo hacés”.
– “Hay cuatro buenas razones igualmente importantes, primero me saco a Bea de encima, en segundo lugar te ayudo porque vos merecés que te ayuden, en tercer lugar me puedo vengar de Bea y si es posible de Luis, y en cuarto lugar, si bien no me puedo quitar los cuernos, por lo menos detengo su crecimiento. Te animás a vivir conmigo?”
– “Encantada, acepto”
– “Bien, luego combinamos los detalles”.
– “Seguime el juego, no voy a abusar de vos ni te voy a perjudicar, vamos a bailar de nuevo”
Salimos a la pista y aprovechando las piezas lentas nos pegamos un poco mientras los buscábamos. Queríamos que nos vieran como disfrutando del contacto sin el consentimiento y a espaldas de ellos. Primero los vi yo. Estaban quietos, sin llevar el ritmo de la música, besándose ardorosamente en un movimiento de labios que cesaba transitoriamente cuando, mirándose a los ojos, se apretaban dando la sensación de estar en plena cópula, pues ella abría las piernas para recibir el empuje de él, ambos con la cara desencajada por el deseo. Dentro de la bronca que da el ver cómo te crecen los cuernos, no me asombró la expresión de Bea, pues cuando está bien dispuesta es capaz de correrse con el roce de su conchita sobre la pija del que la aprieta. Ya le había pasado conmigo. Giré dándoles la espalda y le pedí a Lía que me guiara para no perderlos de vista y fuera contándome qué hacían. Buscaba que ellos no se dieran cuenta que los había visto pues si era Lía quien los veía no habría consecuencias. El relato solo contribuyó a aumentar el dolor. Escuchar que Bea mostraba las convulsiones del orgasmo, que tenía los ojos en blanco y la boca abierta como si le faltara el aire, que casi se cae de no ser sostenida por Luís, que al fin permanece inerme con los ojos cerrados y apoyada la cabeza en el hombro del macho que la había hecho gozar, se transformó en un fuego que me abrazaba por dentro, me desencajaba las facciones y el odio me nublaba la vista.
Cuando Lía, que me hablaba mirando hacia los amantes, vio mi cara se asustó (según me dijo después) y poniéndose en punta de pies, me apretó contra ella dándome un beso en la mejilla diciéndome en un tono de voz cariñoso y consolador:
– “No les hagás caso, no valen la pena, enfriá el corazón para que tu mente trabaje tranquila y la venganza sea lo más efectiva posible. Voy a estar a tu lado ayudándote en todo lo que esté a mi alcance”
Todavía no puedo creer el alivio casi instantáneo que sentí y que me hizo abrazarla con agradecimiento y afecto. Así pegados seguimos bailando hasta que una mano me tocó el hombro, era Bea, que con expresión de suma inocencia se dirigía a Lía.
– “Francamente te debo felicitar por lograr que Javier baile, es todo un acontecimiento. Eso sí, ojo con propasarse que los vamos a vigilar de cerca”.
Las manos de Lía, clavándose en mis hombros a modo de garras, impidieron que, cediendo al odio, la tomara del cuello y con un solo movimiento se lo quebrara. Sacando fuerzas de no sé dónde la miré con una sonrisa forzada y no le contesté.
– “Si querés que esto funcione tenemos que fingir, arriba el ánimo, no soy tan linda como Bea pero el esfuerzo va dar buen resultado”, me dijo Lía.
– “Bea no es más linda que vos, simplemente es más voluptuosa, más sensual. Es verdad que nos conocemos poco, hemos compartido solo cinco o seis salidas, pero si tuviera que caracterizarlas en dos palabras diría que vos sos una hermosa mujer mientras que Bea es una linda hembra. Creo que esta tarea de fingir me va a ser altamente gratificante”.
En plan de fingir, fingimos bien, su boca era una delicia, el movimiento de sus labios y de su lengua semejaba una caricia, sus ojos cerrados denotaban una entrega no simulada. De pronto se separa y mirándome a los ojos me preguntó
– “Esto duro que siento cuando me aprieto es lo que pienso?”
– “Sin duda, mi cuerpo reacciona como el de cualquier hombre en contacto con una mujer deseable”
Reanudamos el beso y en eso estábamos cuando escuchamos
– “Epa, epa, que pasa acá que mi hombre está besándose con mi amiga”, era Bea mostrando asombro.
Simplemente la miramos.
– “Sigan, que nosotros seguiremos bailando, pero no vengan con reclamos”.
– “Querida compañera de complot démosles tiempo suficiente para avanzar en el contacto”.
Buscamos entre los que bailaban y al no verlos en la pista seguimos la búsqueda por los alrededores y los encontramos al costado de un pasillo en un sector poco transitado. Ella estaba de espaldas a la pared con los brazos en el cuello de él, besándose, mientras las manos de Luís se ocupaban de sus nalgas. Si bien podía esperarlo por lo visto anteriormente, ese espectáculo me impactó. Cuando terminó el beso se separaron un poco como para dar espacio a las manos, ella palpando el bulto que mostraba el pantalón mientras él metía su mano derecha bajo la pollera buscando una conchita seguramente empapada, y la mano izquierda oprimiendo una teta. Que la mano de Luís estaba en su objetivo y los dedos habían entrado profundamente en la vagina se hizo evidente cuando Bea abrió súbitamente la boca y tiró la cabeza hacia atrás.
A partir de ese momento el movimiento de entrada y salida se volvió frenético, ella con la mirada fija en los ojos de él, le agarró con las dos manos la muñeca acompañando el vaivén, como si Luís no tuviera la fuerza suficiente para introducir bien adentro los dedos. De pronto ella paró el movimiento manteniendo la mano apretada firmemente contra su entrepierna, puso los ojos en blanco y comenzó la convulsión típica del orgasmo donde los músculos alcanzan su máxima tensión y pasan luego a distenderse. Eso hizo que Bea se fuera deslizando, pegada a la pared, para quedar sentada, con los ojos cerrados, la cabeza ladeada hacia un hombro y la pollera en la cintura.
Luís la dejó descansar un momento y luego la ayudó a incorporarse. Ya repuesta llevó sus brazos al cuello juntándose nuevamente los labios de ambos, sin la urgencia anterior, ella saboreando la lengua de él y como agradeciéndole el placer recibido. El beso terminó cuando las manos de Luís la dieron vuelta haciendo que se apoyara en la pared y parara la cola mientras le bajaba la bombacha hasta mitad de los muslos. Luego sacó la pija arrimándose y buscando la entrada. Al encontrarla se la enterró de un solo golpe, comenzando el vaivén de entrada y salida, que ella acompañaba con quejidos de placer. Cuando sentí que él empezaba emitir ronquidos y abría la boca preanunciando la corrida tomé a Lía de la mano.
– “Vamos, esto me supera. Cuando vuelvas a tu casa ordená bien todo y solo lo que sea de tu propiedad, de manera que el traslado sea sin demoras. De vos necesito un favor, el próximo lunes cuando ella llegue mándame un mensaje. Yo te avisaré cuando esté frente a tu puerta para que silenciosamente me abras”.
Volvimos a la mesa y con la ayuda de Lía disimule aceptablemente mi malestar hasta que fue hora de regresar a casa. Los dos días siguientes, cada vez que Bea se insinuó para tener intimidad, la mantuve a distancia con cualquier excusa. El lunes, ya en el estudio, la llamé para avisarle que llegaría más tarde de lo habitual por un caso nuevo que debíamos analizar.
A las cinco y cuarto de la tarde recibí el mensaje de Lía avisándome que ya estaban en su casa. Cancelé todas obligaciones pendientes y salí para allá, demorando unos treinta minutos. Cuando estaba frente a la puerta de entrada le avisé, ella me abrió y entré sin hacer ruido. En ese momento se escuchó la voz de Luís.
– “¿Quién es?”
– “Nadie, me pareció que habían tocado la puerta”, contestó Lía y me hizo señas, indicando que estaban en el dormitorio.
Evidentemente estaban tranquilos pues ni se habían molestado en cerrar la puerta, por lo cual sus voces se escuchaban perfectamente desde el comedor ubicado pared de por medio.
– “Cómo aprieta tu culito tesoro”
– “Seguí, seguí”
– “Quién te coge mejor, el cornudo de Javier o yo”
– “Vos papito, vos, métela bien adentro”,
– “Ya, ya, te estoy llenando el culito de leche”.
– “Sí mi amor siento palpitar tu pija con cada chorro que suelta”
– “Espero que el cornudo no se dé cuenta del orificio de dos pulgadas que te voy a dejar”.
– “No te preocupés que hace días que está desganado”
– “Con razón venías ardiendo”
No suelo fumar, pero algunos momentos son especiales para calmarse echando humo, así que encendí un cigarrillo. A la tercera pitada se escuchó la voz de Luís aproximándose.
– “Lía te dije que no fumaras adentro”
Lo esperé al lado de la puerta, y apenas asomó desnudo le di un puñetazo en el estómago, el segundo, mientras caía fue en la cara. Bea al escuchar el ruido y los lamentos se asomó, también desnuda, y me vio. Digno de verse el gesto de sorpresa y la palidez de su cara antes de dar media vuelta y entrar nuevamente al dormitorio. Con Luís tirado en el piso, Lía ocupando un sillón, y Bea en la habitación, me senté y encendí otro cigarrillo. Cuando el apaleado intentó pararse lo frené.
– “No te muevas, porque de lo contrario estos dos golpes te van a parecer caricias comparado con lo que vas a recibir”.
En eso apareció Bea ya vestida. Por sus mejillas bajaban lágrimas mientras con la cabeza gacha ocupó el asiento libre.
– “Bea, si antes de las nueve de la noche no has sacado todas tus cosas de casa yo las pongo en la vereda y mañana lo veo al dueño de la empresa donde trabajan para que los despida a ambos”.
– “Perdoname, perdoname, estoy arrepentida, fue solamente sexo, te quiero sólo a vos”
– “No te preocupés que no hay cambios, hasta ahora vos me querías y cogías con Luís, a partir de hoy me seguís queriendo y seguís cogiendo con Luís. Y a vos basura, esto que te pasó no es porque le hayas metido a Bea doscientos kilómetros de pija por la concha y el culo, tampoco es porque le hayas hecho tragar cien litros de esperma, esto es por insultarme, por referirte a mí despreciativamente como el cornudo mientras yo te tenía por amigo. Lía, si estás lista te ayudo a sacar tus cosas para irnos a tu nuevo hogar.