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Lo que comenzó con un vibrador terminó con el jardinero
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Era un día de mucho calor y Juana acababa de llegar con la compra de la semana. Sentía cómo la espalda de su vestido estaba húmeda, y las gotas de sudor caían por su frente. Entró a la casa y prendió el aire acondicionado, mientras comenzaba a ordenar los productos que acababa de comprar. Mientras acomodaba prolijamente las cosas, pensaba en todo lo que debía hacer aquella mañana. Tenía que cocinar para cuando llegaran sus hijos del colegio, planchar el traje que su marido le había encargado para una cena laboral muy importante de esa noche, arreglar la cortina del living que se había roto, ir a comprar comida para el perro que ya se estaba terminando…

Su vida era rutinaria y aburrida hacía ya muchos años. Era ama de casa y vivía para su familia, y a pesar de que los amaba, a veces fantaseaba con otra realidad alejada a la suya.

Mientras en su cabeza llovían los ítems de esta lista de deberes, sonó el timbre. Se acercó a abrir la puerta y era Jorge, el jardinero. Se había olvidado completamente de que tenía que venir como cada jueves.

– Jorge, cómo estás? – dijo Juana al abrir la puerta

– Buenos días, Juana. Muy bien por suerte. Qué calor está haciendo.

– Sí, impresionante. Pasá, pasá. Ya me había olvidado de que venías. Querés algo fresco para tomar?

– Sí, por favor.

Juana le sirvió un vaso bien frío de limonada con bastante hielo y Jorge se lo bebió todo inmediatamente.

– Muchas gracias, voy yendo para el jardín si le parece bien.

– Sí, por supuesto. Cualquier cosa que necesites me avisás.

Mientras el jardinero hacía su trabajo en el inmenso parque, Juana se puso a cocinar. Preparó un pastel de papa, y lo metió al horno para que estuviera hecho cuando sus hijos llegaran.

Tenía un rato hasta que la comida estuviera lista, así que se fue a la habitación a recostarse un rato, ya que se encontraba muy cansada por las corridas de aquella mañana y las altas temperaturas.

Se acostó en la cama vestida, por encima del cubrecama, y cerró sus ojos. No quería dormirse ya que tenía la comida en el horno, y además Jorge podía necesitar algo. Estaba tan cómoda. Se sentía tan bien descansar un poco el cuerpo y la mente. De repente, ya relajada y disfrutando de ese rato de soledad y tranquilidad, sintió un impulso y llevó su mano derecha a su entrepierna. Comenzó a acariciarse por encima del vestido, suavemente, frotando su sexo. Se sentía tan bien. Respiraba profundamente, y comenzó a percibir la humedad entre sus piernas.

Abrió el cajón de su mesa de luz y sacó su vibrador violeta. Ese aparatito era su fiel servidor. Lo encendió y comenzó a frotarlo en su entrepierna, por arriba de la ropa, lentamente, gozando ese momento exclusivamente suyo. Bajó su ropa interior sin quitarse el vestido, y abrió más sus piernas. Siguió estimulando su clítoris, sus labios, la entrada de su vagina. Cada vez se agitaba más y más, al mismo tiempo que sus fluidos aumentaban.

Estaba tan sumida en su momento, que no escuchó que Jorge la buscaba.

Jorge había sentido olor a quemado y había entrado a la cocina, pero no había encontrado a dueña de casa. Se tomó el atrevimiento de apagar el horno, y comenzó a buscarla. Al pasar por la habitación vio que la puerta estaba entreabierta, por lo que supuso que la mujer estaba allí.

– Juana? – dijo elevando un poco la voz, pero nadie respondió.

Se acercó cuidadosamente a la puerta, y escuchó los gemidos. Abrió muy lentamente la puerta, como para darle a Juana la posibilidad de evitar su entrada. Pero ella no lo hizo. Al abrir la vio allí, recostada, transpirando agitada, masturbándose con su vibrador. De repente sintió cómo su verga palpitaba, y cómo sus latidos se aceleraban por la tensión de encontrarla en esa situación.

Pensó que al notar su presencia iba a intimidarse y taparse, pero sin embargo ella lo miró fijamente y continuó estimulándose. Sus gemidos se intensificaron, un poco porque la calentaba la presencia del jardinero, y otro poco porque le encantaba el morbo de saber que él se excitaría con esa vista. Juana se levantó aún más el vestido, para que el hombre viera bien cómo entraba y salía el vibrador de su cuerpo, y cómo los fluidos empapaban el enorme juguete.

Jorge era un hombre de unos 42 años, de piel oscura, curtida por trabajar bajo el sol. Se veía fornido, tenía unos brazos grandes y musculosos de tanto hacer fuerza. Juana tenía 50 años, era de baja estatura y complexión robusta. Sin embargo, a pesar de no poseer una juventud y una belleza culturalmente admirables, era muy atractiva, tenía unas tetas grandes y unas caderas exuberantes.

Ella nunca había pensado en él como alguien especialmente deseable, pero en ese momento sintió un magnetismo. Lo vio por primera vez con otros ojos. Unos ojos de fuego.

Jorge, parado inmóvil en la puerta, sin saber si irse o quedarse, la contempló unos segundos mientras ella gozaba. Le encantaba ver a una mujer haciéndose cargo de su propio placer, sin tabúes de usar un juguete o de que un hombre que no fuera su marido la mirara. Luego de unos momentos, viendo que Juana no dejaba de masturbarse, se acercó a ella, sin parar de contemplarla, y sintió su miembro bien duro.

– Te gusta lo que ves? – preguntó Juana

Jorge no respondió, se acercó más a ella y comenzó a tocarla mientras ella continuaba pasándose el vibrador. Sus dedos se empapaban, y él recorría todo su sexo, mientras ella disfrutaba. Esa doble estimulación la volvía loca. Él se acomodó y se agachó a sus pies, le quitó completamente la ropa interior, y comenzó a pasar su lengua por toda la zona. Juana comenzó a gemir más fuerte. Él chupaba con dedicación, acariciando su clítoris, pasando la lengua por sus labios, por su entrada vaginal. Ella soltó el vibrador y lo dejó apoyado en la cama, y con sus manos tomó la cabeza de Jorge, extasiada. Él comenzó a penetrarla con su lengua, cada vez con mayor velocidad, y ella empezó a gritar, sintiendo que estaba por venirse. Él continuó metiendo y sacando su lengua empapada de sus líquidos, mientras con su mano no dejaba de frotar con intensidad su clítoris. De repente escuchó un grito ahogado de Juana y sintió los espasmos del orgasmo en su boca. Él se tomó sus jugos.

Ella lo arrastró hacia la cama y lo recostó boca arriba sin mediar palabra. No hacía falta, sus cuerpos se entendían a la perfección, y los dos disfrutaban de ese pecado compartido.

Juana desabrochó el pantalón de Jorge, bajó un poco sus prendas, y tomó con su mano la verga gorda y venosa del jardinero. Jamás se había imaginado su miembro, pero le encantaba lo que veía. Le gustaba habérsela puesto así de dura sin siquiera tocarlo antes. Comenzó a masturbarlo, y él entrecerró los ojos, agitado de placer. Ella comenzó a pasar su lengua por sus testículos y luego a subir hasta el glande, mirándolo a la cara, disfrutando de verlo así. Dejó caer su saliva humedeciendo toda la verga de Jorge, y se la metió en la boca. Escuchó un gemido en el momento en que la ingresó hasta el fondo en la húmeda cavidad.

Juana la chupó con excelencia, subiendo y bajando sobre ella, ingresándola hasta la garganta mientras con su mano lo masturbaba por momentos. Oír a Jorge gozar la ponía al 100. Sacaba la pija llena de líquido preseminal y baba, y se sentía como en una película pornográfica en la que una caliente ama de casa terminaba en la cama con el jardinero.

– Quiero esta verga venosa dentro de mí -le dijo mientras se incorporaba y se acomodaba encima de Jorge para montarlo

– Nada que objetar – respondió él con cierta picardía

Ella se sentó sobre el jardinero y metió lentamente su miembro dentro de ella. Emitió un gemido al sentir su gran verga dentro. Juana comenzó a cabalgarlo lentamente al principio, y luego aumento el ritmo. Los dos gemían y transpiraban.

Ella todavía llevaba el vestido puesto y Jorge bajó sus breteles liberando los enormes pechos de Juana. Comenzó a apretarlos desquiciadamente, a chuparlos, succionarlos. Eran tan grandes que podía enterrar su cara en ellos y eso lo calentaba terriblemente.

– Apretalos – dijo ella.

El obedeció. Comenzó a apretar sus pezones y notó lo mucho que ella disfrutaba. En un impulso, con su mano abierta golpeó su enorme teta y vio que ella gemía mientras seguía disfrutando de la verga de Jorge dentro de ella. Él llevó las manos al culo de Juana y lo amasó, apretó, rasguñó. Comenzó a estimular su ano y vio que ella gozaba y aprobaba ese acercamiento.

La tomó de la cintura y la dio vuelta, dejándola a ella sobre la cama de espaldas. Contempló su culo y comenzó a chuparlo.

– Uffff Jorge, cómo me gusta que me comas el culo.

Jorge chupaba con devoción, estimulando con su dedo también. A Juana la tenía loca. Él se masturbaba por momentos con su mano libre, tenía la verga a punto de explotar.

Tomó el vibrador que estaba sobre la cama y comenzó a estimular el ano de Juana con él. Ella gemía, y casi como un ruego le dijo:

– Quiero que metas ese vibrador en mi culo mientras me cogés.

Tenía sentido su pedido, ya que el vibrador (aunque bastante grande) era de mucho menor tamaño que el pene de su amante. Jorge, obediente, acomodó la punta del aparato y suavemente lo metió en el ano de Juana. Lo hizo lentamente, dándole tiempo a que su esfínter se fuera dilatando. Lo lubricaba con los propios fluidos de la mujer, y sin demasiada dificultad el vibrador se hacía lugar en su culo. Se notaba que era una mujer acostumbrada a la penetración anal.

Ella gritaba de placer, y comenzó a gritar aún más cuando Jorge lo encendió. El jardinero empezó a moverlo dentro de ella, y vio como de su vagina caía cada vez más líquido. Mientras jugaba en su culo con el juguete, comenzó a embestirla por la vagina con su verga de piedra. Le dio con fuerza y velocidad, tomándola fuerte del cabello con la mano libre.

– Decime cuánto te gusta – dijo agitado

– Me volvés loca, me voy a venir otra vez.

Al oír esto Jorge la embistió con más violencia, metiendo y sacando el juguete vibrando de su culo. Y ella alcanzó el orgasmo más fuerte de los últimos años. Emitió un grito fuerte, ahogado, desesperado. La cama estaba empapada. Jorge quitó el vibrador del culo de Juana y en su culo todavía abierto y bien lubricado, metió su pene ancho y duro de un solo movimiento. Juana gritó, y él comenzó a embestirla con furia mientras tomaba con toda la palma de su mano la garganta de la mujer. A ella le encantaba escuchar los gemidos extasiados del jardinero y sus movimientos bruscos.

– Llename el culo – dijo.

Luego de unas cuantas embestidas acompañadas de rugidos a su espalda, Juana oyó un grito ahogado y sintió los espasmos del orgasmo dentro su culo.

El semen rebalsaba por su ano. Jorge quitó su miembro de su interior y se quedó contemplando cómo caía la leche caliente desde su interior. Le dio una cachetada amistosa en la nalga y se recostó a su lado, extenuado. Se quedaron en silencio unos segundos mientras recobraban el aliento. Luego él le dijo:

– Vine a avisarte que tu almuerzo se estaba quemando y que me tomé el atrevimiento de apagar tu horno.

Ella lo miró y rio, ante lo absurdo de la situación.

– Te agradezco el atrevimiento de apagar el horno. – respondió y comenzaron a vestirse antes de que alguien llegara.

[email protected] // instagram: damecandelarelatos.

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