Hace algunos años escuché por casualidad una frase que me gustó y que dice que las mujeres somos un mar profundo de secretos. Y yo estaba muy segura de que moriría con mi mar bien guardadito, pero ahora sé que ya no será así. Parece que mi mar está a punto de desbordarse.
En días recientes, mientras mi esposo me estaba cogiendo, hice la travesura más grande que he hecho hasta ahora: le confesé que se me antoja otra verga, que quiero que otro me coja. Y lo más interesante de todo, es que lejos de enojarse conmigo, su verga se puso tan dura que acabó dándome una de las cogidas más ricas que recuerdo. En cuanto le dije que quiero coger con otro, lo primero que quiso saber es con quien. Yo habría esperado que me diera una cachetada o que dejara de cogerme, pero el muy cabrón se excitó al saberlo. Pude sentir claramente como su verga se puso más dura de lo que estaba y eso me animó a seguirle contando y saber lo que piensa. Ni yo misma lo podía creer, pero con mi confesión descubrí una parte no explorada de mi esposo. Y eso echó a volar mi mente.
De inmediato recordé que, en el pasado, antes de casarme, alguna que otra vez jugaba con mis novios para provocarlos y saber su reacción, pues normalmente tenía al menos dos o tres novios al mismo tiempo. Claro está que ellos nunca se dieron cuenta, o si lo hicieron nunca me dijeron nada. Por eso, a mí me gustaba tantearlos para saber que harían en caso de que me descubrieran. Y el momento que yo creía más conveniente para preguntarles era cuando estábamos cogiendo. En el punto de más excitación les soltaba la pregunta: ¿Mi amor, que me harías si alguna vez supieras que ando o me encontraras cogiendo con otro? En todos los casos, en mayor o menor medida su reacción era siempre insultarme, cachetearme y decirme que si lo hacía me mandarían a la verga. Y eso era excitante. Verlos como sentían celos, como se enojaban y como me cacheteaban diciéndome que ni se me ocurriera, que me querían solo para ellos era delicioso y excitante. Cada cachetada que me daban la sentía como un pequeño castigo a mi putería. De alguna manera me hacía sentir liberada de culpa y era como si con eso ya tuviera su permiso para seguir zorreando. Y claro está que luego yo me mostraba sumisa y les decía que todo era una broma, que ellos eran los únicos, les aseguraba que nunca lo haría y toda esa morbosa situación me provocaba unos deliciosos orgasmos.
Pero esta vez fue diferente. Debo decirte que llevo cinco años de casada y salvo alguna que otra vez con mi vecino y con alguno que otro trabajador que ha venido a la casa a arreglar desperfectos, durante estos años casi no he cogido con otros. Por decirlo de alguna manera, me he comportado como toda una “señora decente”. Y es que yo provengo de una familia muy tradicional donde se valora mucho la fidelidad, el respeto hacia el marido, las buenas costumbres y el recato. Por eso, mis padres me inculcaron comportarme siempre como una mujer decente. Pero quizá por eso, por haber crecido tan reprimida, desde que salí a estudiar la Universidad lejos de mi casa, comencé a vestirme muy putita, con blusas escotadas o cortas que resaltaran mis tetas y con minifaldas, vestidos o pantalones ajustados que resaltaran mis nalgas redondas y paradas. Y es que siempre me ha gustado llamar la atención de los caballeros que encuentro a mi paso. Por eso hoy en día, a pesar de estar casada, me gusta todavía vestirme así. Sin embargo, debo admitir que mi forma de vestir no ha estado libre de problemas pues en varias ocasiones mi papá me ha dicho que eso no está bien, que yo debo vestirme como toda una señora casada. Pero mi marido opina lo contrario, así que yo estoy encantada con él.
Volviendo al tema que te estaba contando, debo decirte que disfruto mucho el sexo con mi esposo. Su verga, que tiene buen tamaño, me saca siempre unos orgasmos tan deliciosos, que acabo casi siempre gritándole que soy su putita de tan intensos que son. Pero de un tiempo para acá he comenzado a extrañar mi vida de soltera, sobre todo la época en que cogía con hasta tres hombres el mismo día. Y de las orgías en que llegué a participar ni te cuento. Debo confesarte que, desde que la probé, siempre me ha gustado la verga, que la mayoría de los novios o amantes que he tenido, que son cerca de 50, siempre me han tratado como una zorra, como una perrita o como una puta barata. Y la verdad es que eso me encanta. Sin embargo, durante estos cinco años que llevo de casada he hecho todo lo necesario para comportarme como toda una señora decente y creo que más o menos lo he logrado. Pero siento que esa no soy yo. Pienso que estoy tratando de aparentar algo que no soy, y muy en el fondo he llegado a la conclusión de que lo puta no se quita. He comprendido que esta panochita, este culo y esta boquita que tengo, no son para una sola verga. Y la verdad es que quiero más.
Esos eran mis pensamientos cuando uno de estos días acompañé a mi esposo a un evento de su trabajo, en el que al final hubo una comida para los asistentes. Y resultó que uno de los participantes llamó mi atención. Físicamente era un hombre normal, pero sobre el pantalón se le adivinaba un rico paquete, que hizo que mi panochita se moviera con vida propia. Y es que cuando una verga me llama la atención sobre el pantalón, es porque está de buen tamaño. Y hasta ahora nunca me he equivocado ji, ji. Durante la comida cruzamos miradas en más de una ocasión cuidando que mi esposo no se diera cuenta. Al final de la comida pasó a despedirse de mi esposo, con quien se había conocido ese mismo día y también de mí de una forma muy respetuosa. Pero yo no estaba tranquila. Algo dentro de mí me decía que debía hablar con ese hombre a solas, así que de inmediato pensé en un plan. Esperé dos o tres minutos y le dije a mi esposo que necesitaba ir a nuestro auto, que se encontraba estacionado en la calle, cerca de donde fue el evento. Mi esposo, que estaba platicando con unas personas, sin sospechar nada, me entregó las llaves y yo salí de inmediato.
Para mi buena suerte, al salir a la calle vi al objeto de mi deseo platicando con otras personas y mi panochita volvió a palpitar. Aparentando la mayor indiferencia posible pasé a un lado de él asegurándome de que me viera y luego caminé por la calle moviendo mis nalgas más que de costumbre. Llegué al auto, entré, hice como que buscaba algo, pero en realidad solo estaba viendo a través del cristal para ver si me había seguido. Cuando lo vi que venía caminando en la dirección en que yo estaba, salí del auto y comencé a caminar en sentido contrario, para que nuestro encuentro pareciera totalmente casual.
Todos esos recuerdos estaban viniendo a mí mente en el momento en que mi esposo me tenía ensartada, así que no me pude contener y le dije:
― Mi amor, ¿qué me dirías o que me harías si te dijera que se me antoja coger con otro? De inmediato pude sentir como su verga se ponía más dura que de costumbre.
― Te diría que eres muy putita. ¿De verdad se te antoja coger con otro?
― Si mi rey. Pude ver como su respiración se aceleró y sus ojos brillaban de excitación.
― ¿De quién se trata? ¿Es alguien que yo conozco?
― ¿Recuerdas el evento al que te acompañé hace unos días?
― Si, ¿por qué? me contestó.
― ¿Te digo algo y no te enojas?
― Dime.
― ¿Recuerdas que te pedí las llaves para ir a nuestro auto? Pues resulta que tu nuevo amigo me abordó en la calle y me pido mi teléfono. Creo que me quería coger, bueno… más bien, ¡me quiere coger!
― Hija de la chingada. ¿Y cómo sabes que te quiere coger? Me preguntó.
― Yo venía de nuestro coche y cuando lo encontré me saludó muy atento y me dijo que se le había olvidado pedirte tu número de teléfono, que si se lo podía dar. Le dije que no me lo sabía y que tampoco llevaba mi teléfono, que mejor él me apuntara el suyo. Me dijo que si, pero me pidió que lo acompañara a su auto por un papel.
― Y tú qué hiciste?
― Pues tuve que acompañarlo mi rey. Pero me pasó algo extraño porque cuando íbamos caminando mi panochita comenzó a palpitar con vida propia, imaginando que podría pasar algo más. Cuando llegamos a donde estaba su coche él abrió la puerta para entrar y yo, que estaba detrás de él, con una mano le detuve la puerta para que pudiera entrar más cómodamente y con la otra le toqué la espalda con el pretexto de que la puerta no le fuera a pegar. Eso hizo que tu amigo se pusiera nervioso. Con toda la intención de provocarlo, mientras él buscaba un papel yo me mantuve siempre detrás y por momentos nuestros cuerpos se tocaron. Cuando él se dio la vuelta pude notar que tenía la verga bien parada y se adivinaba que era grande y gruesa. En ese momento los dos estábamos muy cerca y sin duda él se dio cuenta que yo tenía ganas de coger, porque no podía evitar mirar su verga de vez en cuando. Entonces me pidió que nos viéramos otro día y yo le dije que le escribiría después para ponernos de acuerdo. Mientras hablábamos me estuvo mirando a la cara con mucha atención y eso me excitó aún más. Hubiera querido tocarle la verga por encima del pantalón, pero no lo hice para no parecer demasiado putita y urgida.
En el momento que dije esto último, pude sentir como la verga de mi marido se puso todavía más dura, lo que hizo darme cuenta de que había ido demasiado lejos con mi confesión. Para comprobar que iba por buen camino le dije:
―Bueno, pero ahora mismo, no sé porque te estoy contando todo esto.
― ¿Te lo quieres coger? me preguntó mi esposo. Y percibiendo que con su pregunta me estaba dando permiso, le contesté que sí. Y luego me descaré completamente y le pregunté:
― ¿Quieres que me lo coja? ¿Quieres que le escriba?
Por toda respuesta mi marido comenzó a embestirme de una forma salvaje pero rica y en pocos segundos pude sentir como mi panocha se inundaba con su rica y abundante lechita, como prueba de que le había provocado un intenso orgasmo.
Así que, no lo sé, pero parece que a partir de ese día, soy una putita con permiso de mi marido. Y creo que no sé lo que haré ji, ji. ¿Alguna sugerencia?