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Llegó al fin el día
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Metí los dedos de los pies en esas pantimedias negras. Dudé. Estaba nervioso y temblaba con respiración agitada.  Tragué saliva. Levanté la vista al espejo que tenía enfrente y me vi sentado sobre la cama, desnudo, a punto de travestirme como una nena por vez primera para un hombre. Ya muchas veces me había vestido de mujer. Pero esta era la primera que lo hacía sabiendo que alguien me vería.

Por un momento pensé en rendirme y olvidar todo. Pero sentí la sensación suave y apretada de las pantimedias en la punta de mis pies, vi en el suelo las sandalias de suela delgada, tacón alto y apenas unas correas, que me invitaban a calzarlas; en la pared, junto al espejo, un vestido corto de campana a cuadros, y, sobre la cama, la peluca rubia larga y el brasier con botón de cierre al frente me gritaban que no diera vuelta atrás.

Respiré hondo y deslicé la pantimedia por mis pies, pantorrillas y hasta llegar arriba de la rodilla. Luego, el otro pie. Me paré, ajusté la pantimedia hasta la cintura y noté como levantó mi trasero, apretándolo y dándole forma redonda y deseable. Me coloqué el brasier. Instintivamente sabía cómo hacerlo. Levanté los brazos y me enfundé el vestido. Lo cerré por el lado derecho. Esquivé mi mirada del espejo. ¿Qué sucedería si simplemente miraba a un hombre sin gracia vestido con ropa de mujer? No quería defraudarme. Me senté y me puse la primera sandalia. Qué delicia sentirla. Apenas tenía una cinta que cruzaba de lado a lado sobre los dedos, otra tras el talón y otra que sujetaba el tobillo hacia el talón. Sentí el aire correr entre la media y mis pies. Me puse la otra sandalia y la sensación fue aún más placentera.

Me paré, puse un pie adelante recto y otro detrás a un lado, formando una “T”. Tomé la peluca y me la coloqué en la cabeza. La peiné. Levanté la mirada y allí estaba yo, hermosa, con unas piernas torneadas, un excelente gusto y una sensación de libertad.

Caminé hacia mi closet. Saqué un perfume de fragancia indudablemente femenil y lo apliqué en muñecas, cuello, atrás de las orejas y busto.

La transformación era fantástica. Tocaron a la puerta de mi cuarto y mi corazón desbordó emoción. Tenía tanto miedo.

-Puedo entrar –dijo mi hermano

-Estoy… -estaba muy nervioso, pero proseguí:- … Lista.

Abrió la puerta. Mi hermano estaba totalmente desnudo. Entró. Me vio de pies a cabeza. Su miembro flácido comenzó a hincharse y a pararse.

Se acercó a mí. Me abrazó. Me pegó a su cuerpo. Aun con tacones él era más alto. Me acarició. Su verga ahora estaba como una roca.

Cualquier travesti de closet como yo siempre sueña este momento.

-Mámala -Ordenó mientras me daba un beso con su lengua caliente.

Me puse de rodillas. Sentí como las tiras de mis sandalias se estiraban en mis pies. Restregué su pene por toda mi cara. Era mi sueño. Lamí aquel trozo de carne. Lo descapoté con la mano y comencé a mamarlo. Era un poco salado, pero se quitó rápidamente el sabor para convertirse en más delicioso.

Buen tiempo pasé dándole placer con la lengua. Luego se agachó un poco y me levantó por los brazos.

-Quieres que te meta mi verga? –me preguntó.

-Soy tuya, quiero que me hagas mujer, te lo ruego -le dije respirando muy nervioso y viéndolo a los ojos, descubriendo mis más profundos deseos de una buena vez.

Mientras me besaba caminó empujándome hasta que llegamos a la cama. Me desató las sandalias y me quitó las pantimedias.

Me puso sus piernas en sus hombros mientras mi espalda descansaba sobre la cama. Tomó de su saliva y la untó en su miembro. Cerré los ojos.

-Hey! -Me dijo– abre los ojos, quiero que me mires a los ojos cuando te haga mía. Nunca olvidarás mi verga.

Lo vi fijamente a los ojos. Yo estaba muy caliente. Con miedo, pero al fin libre. Por fin alguien me miraba como una mujer.

Sentí como la punta de su verga caliente buscó mi ano. Lo encontró y lo enfocó. Se acercó para besarme, poniendo sus manos a mis lados. Me miró fijamente y sentí de golpe y profundamente ese dolor delicioso abriéndome el culo.

Mi micropene se escondió humillado mientras su gran miembro dentro de mí entró hasta el fondo. Se detuvo, lo sentí hincharse. Lo sacó y sentí un gran vacío.

El dolor era intolerable, pero mis deseos carnales eran mayores.

-Por favor métemela, te lo suplico, no la saques –imploré.

La metió una vez más y otra y otra. Lo abracé. Aún estaba con mi vestido a cuadros, el perfume y el brasier. Tomó ritmo. Sus embestidas eran cada vez más intensas.

-Qué rico cogerte por el culo -me dijo.

-Tengo tantos años de desearlo -le respondí mientras veía como se arqueaba para darme verga una y otra vez.

Sentí enloquecer. Gemí incontrolablemente mientras mi agujero se expandía cada vez más para recibir ese miembro a punto de estallar.

¡No pude más!

-Me corro, me corro -le dije mientras me acerqué a entregarle mi lengua fuera de sí, en su boca jadeante. Salió un chorro de leche y otro y uno más y finalmente unas gotas viscosas completaron mi orgasmo sobre mi ombligo y pecho.

Él, visiblemente complacido por haberme dado el mayor de los placeres, comenzó a embestirme más rápido y más y más, hasta que su mandíbula se contrajo en un gran grito, a la vez que sentí un chorro quemante de semen dentro de mi culo, mientras con su verga me dio cinco fuertes y profundas embestidas más, acompañadas cada una por otro disparo de leche.

Se recostó en mí. Lo abracé con mis brazos y piernas. Intentó infructuosamente sacar su miembro.

-¡No! -le supliqué– Por favor déjalo adentro -y lo besé como toda una novia enamorada.

-¡Que deliciosa y rica tu verga! -Le dije y lo besé. Añadí- Soy tu esclava, soy Genoveva. Haz de mi lo que quieras y cuando quieras.

-Sí, eres mi esclava. Eres mi Genoveva -Me dijo, cerrando los ojos y comenzándome a coger, deliciosamente, de nuevo.

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