Llevaba un vestido azul de tirantes. La falda del vestido no sobrepasaba la altura de sus rodillas, por lo que observé que tenía unas pantorrillas carnosas. Imaginé que, más arriba, sus muslos debían ser también carnosos y en proporción a su culo, el cual se apretaba bajo la tela de su vestido. Calzaba unas sandalias de una tira, con el dedo gordo del pie sujeto a su vez por otra tira, ambas adornadas con bisutería; las uñas pintadas de azul, a juego con su vestido. Quise fijarme en sus tetas, quise valorarlas; así que me situé para verlas de perfil. Bien: ni demasiado gordas ni demasiado pequeñas. Ahora me la quiero follar. Claro que, en fin, estábamos en un autobús público. Entonces sucedió lo imprevisto: hubo un brusco frenazo resultado del cual ella se precipitó sobre mí, quedando pegados nuestros cuerpos. "Uy, perdona", me dijo mirándome de cerca a la cara; "No hay nada que perdonar", contesté, acercando mi paquete a su pubis; "Qué dureza es la que siento", preguntó; "Qué te imaginas", pregunté.
Ni que decirse tiene que esa misma tarde, Aurora y yo nos enrollamos. Fue en su casa, que estaba más cerca que la mía. Abrió Aurora la puerta. Yo la cerré detrás de mí y, después, agarré a Aurora por la cintura con mis brazos y la besé largamente en la boca. Aurora, audiblemente excitada, su respiración agitadísima, se arrodilló delante de mí y hurgó en mi entrepierna hasta sacar mi polla de los pantalones; luego se la metió en la boca y comenzó a chupar. Ah, qué bien me lo hacía. La humedad de su boca refrescaba mi calentura, se diría que la aliviaba, aun sabiendo que lo siguiente que iba a pasar es que yo me correría en su boca próximamente. "Mmm, mmm, mmm", gemía dulcemente Aurora mientras mamaba. "Sigue, nena, así, así", la animaba yo, "sigue que ya mismo viene". "Mmm, oh, sí, córrete, amor, lo estoy deseando", dijo Aurora durante un intervalo en el que dejó de chupar para mirarme a la cara, luego siguió, "mmm". "Uff, Aurora, uff, oohh, me voy, me vo-yhh". Mi descarga de semen sorprendió a Aurora: una parte la tragó y otra manchó sus labios y su barbilla; ella, todavía agachada, me guiñó un ojo y se relamió.
Cuando se incorporó, alargó un brazo hasta un paquete de toallitas que había sobre la cómoda que estaba en el vestíbulo y se limpió la cara a conciencia con una de ellas. "Bueno", se me ocurrió decirle, "¿quieres que te coma lo tuyo?"; "¿Cómo?", me preguntó desorientada; "Que si quieres que te chupe el chocho"; "No, ya, si te entendí a la primera, mi sorpresa es que pretendas conmigo hacerte el machote, como si yo para tener un orgasmo necesite de ti"; "Bueno, yo… yo sólo me ofrecí"; "No, tú y yo hemos tenido lo que necesitábamos…, tú, un buen polvo, yo, una nueva polla a la que satisfacer, porque siempre la de mi marido, en fin"; "Ah, estás casada"; "Sí y, por cierto, debes irte, son casi las siete de la tarde y mi marido estará al caer"; "Vale, sí, me voy"; "Debo prepararme, porque en cuanto llega, me folla", me dijo risueña.
Salí a la calle y, mientras paseaba, me iba imaginando a Aurora vestida con un pareo, sin nada debajo, esperando a su maridito despatarrada sobre la cama de matrimonio; la llegada de él, su entrada a la alcoba con la polla sacada y enhiesta por encima de los calzones; la exacta penetración y posteriores sacudidas del pubis de él sobre el de ella, los gritos y gemidos superpuestos unos sobre otros, graves y agudos; la consumación del coito: la paz conyugal.
Llegué a mi casa. Por la noche me acosté y dormí plácidamente. El ruido, a esas horas de la mañana, serían las ocho, ensordecedor del timbre me despertó de mi sueño. "Voy", grité de mal humor a pocos pasos de la puerta. Al acercarme al picaporte, oí sus chanclas, al asomarme a la mirilla, vi su cabeza. "Daniela, es muy temprano", dije desde detrás de la puerta; "Ay Toni, abre, porfi". Abrí. Mi vecina Daniela entró vestida con un bikini de color verde. Pasó al saloncito. "¿Qué quieres, Daniela?"; "Mira, Toni, no sé qué tengo, estoy… estoy echa un manojo de nervios desde que me levanté esta mañana a las siete". Mientras esto me decía, Daniela se iba sacando las tetas de las copas del bikini, unas tetas carnosas, diríanse que jugosas, algo caídas propias de una mujer que pasaba la cincuentena. "Toni, por favor, por detrás, te lo pido". Dicho esto, Daniela inclinó su torso, apoyó las manos sobre una pared y sobresacó su grueso culo. Yo me empalmé rápidamente. Me agarré a Daniela por su cintura con ambas manos y, hurgando con mi polla por debajo de sus nalgas, habiendo antes retirado la telita del bañador que me impedía penetrarla, la hinqué en sus humedades y empecé a follar a Daniela. Oía los jadeos de Daniela expandiéndose por toda la casa, rebotando de pared en pared: eran los jadeos de un animal herido de muerte; eran el producto de mi excepcional cacería. Ahí la tenía, jabalí herida que por su muerte suspiraba. "Aahh, Toni, aahh", gritaba Daniela, "acábame, venga, Toni, no te pares". Yo no debía mirar abajo para aguantar sin correrme; así que me distraía mirando su melena negra, sus femeninos hombros, sus dedos crispados y blancos sobre la pintura. "Uf, Daniela, me quiero correr ya", le dije, pues me estaba cansando; "Sí, Toni, hazlo, échame tu semen dentro, sí". Daniela no podía ya concebir, yo sabía que podía correrme dentro. Seguramente me dijo esa frase para imitar a Krystal Swift en uno de sus vídeos porno. Además, Daniela se parecía a esta actriz tanto… Miré entonces su culo vibrando ante mis empujes, mi polla entrando y saliendo de su coño y grité de placer cuando me corrí.
Ana es bastante más joven que yo. Acostumbrado a liarme con mujeres maduras, esto es, de mi edad, Ana me parecía un regalo caído del cielo. Pero del cielo no calló: fue más bien una cosa intelectual lo que nos hizo coincidir un día. Ana recitaba poemas en un bar del centro histórico y yo estaba allí. Ana llevaba un vestido celeste largo de tirantes y calzaba unas sandalias blancas de las que sobresalían unos dedos blancos finísimos que, noté, movía nerviosamente cada vez que acababa un verso. Ana no era ni guapa ni fea: su cara era redondita, resaltando en ella unos labios carnosos que ella había pintado con carmín. Ana era bajita y de figura delgada. La abordé cuando se bajó de la tarima, después de que ella hubo saludado a sus conocidos, en la barra del bar, donde se había acodado para pedir una consumición. "Hola", le dije, "me han gustado tus poemas". Ana me miró de abajo a arriba. "Perdona, no te conozco", dijo, "¿eres amigo de mis padres?, no te he visto con ellos, están allí sentados", señaló Ana; "No, he venido solo"; "Ah, pues…, no sé, ven, te presentaré a mis padres". Ana me llevó e hizo las presentaciones. Pronto me uní a la conversación; no obstante, yo no le quitaba el ojo a Ana, que se reía con unas amigas esquinada en la sala. Creo que su padre se dio cuenta, porque me soltó: "Oye, Toni, mi hija podría ser tu hija"; "¡Cómo!", solté; "Bueno, veo que te gusta…, nosotros, sus padres, somos personas muy liberales, ejem, como tú, ejem, supongo, y comprendemos las cosas del amor, pero no quisiera que mi hija sufriera a causa tuya"; "No, no, no, por supuesto, yo sólo querría echarle un polvo"; "Ah, vale, está bien, siempre que ella quiera…, toma, ten las llaves de mi coche, está aparcado en la acera de enfrente…, este barrio está muy deshabitado, podréis follar sin que os interrumpan". Lo demás fue fácil: Ana era muy accesible y se vino conmigo. Nada más sentarnos en los asientos traseros, Ana me sacó la polla del pantalón y me la masajeó hasta que quedó muy empalmada; luego, se levantó la falda hasta la cintura y se sentó a horcajadas sobre mi regazo, metiéndose mi polla en su coñito con facilidad.
"Oh, si, sí, sí", gime Ana de placer cuando la estoy follando. Sus tetitas, que ella ha sacado del vestido, se balancean al ritmo que yo le doy. "Sí, sí, sí, oh, aah", gime Ana. Beso sus tetitas, las muerdo ya fuera de mí, a punto de correrme. "Ana", grito, "te quiero". Y eyaculo abundantemente. Ana me da muchos besos, en los labios, en los ojos, en las mejillas, en el cuello y descabalga despacio. "Oye", me dice, "lo hemos hecho sin condón, y estoy en un momento que…, me has debido dejar preñada"; "Te he dicho que te quiero, Ana"; "Y dices que las llaves te las dio mi padre…, ¿en qué trabajas?".
La pregunta quedó respondida. Ahora bien, Ana, con los años se ha puesto más guapa. Vive conmigo y ha publicado varios poemarios, los cuales han tenido una buena aceptación, y por ende, un buena venta, gracias a mi influencia, ni qué decirse tiene.
Esta noche se tragará todo mi semen, me lo ha prometido. Estoy deseando llegar a casa después de la reunión del partido. Ah, esas reuniones…, las odio, pero, en fin, son los gajes de mi oficio. Ana me ha esperado despierta. Yo me he duchado y me he acostado desnudo a su vera visiblemente excitado. Ana, también desnuda, ha tirado de las sábanas hacia abajo y se ha vuelto de costado sobre mí apoyándose en un codo. Admiro su belleza, ansío el tacto de sus labios. "Toni", suspira Ana, y deja caer su cabeza sobre mi vientre. Noto sus caricias, siento como su lengua acaricia mi glande. Lánguidamente, atrae mi polla hasta su boca y la chupa. "Así, Ana", la animo, "despacio y con mimo, piensa que mi polla es tu juguete". Ana saliva el tronco para deslizarse mejor, Ana ronronea. Lleva ya más de cinco minutos chupando cuando le digo que aumente la velocidad. Entonces, Ana cabecea enérgicamente, una, dos, tres, cuatro, cinco veces y el semen sale disparado inundando su boca, colmando sus muelas. Ana levanta la cabeza; tiene los ojos semicerrados y una expresión extática. "Oh, Toni", únicamente acierta a decir.