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Le comí el coño a la mujer de un amigo
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Desde hace muchísimo tiempo la mujer de un amigo siempre me ha puesto cardíaco, me atrae un montón y llevo años deseándola desde un día en que un roce mágico e inolvidable de sus preciosas tetas con mi brazo se prolongó eternamente durante unos minutos sin apartarnos el uno del otro disimuladamente para que su novio por entonces (también presente en aquella fiesta) no se percatara.

Por las tímidas miradas cómplices y por las sonrisas picaronas que hay siempre entre nosotros dos cada vez que coincidimos todos los amigos quiero pensar que la atracción es recíproca y que ella también me tiene las mismas ganas que le tengo yo a ella.

Jamás deseé tanto a una mujer como deseo a María José y es que la persuasión que me transmite hace que un hormigueo me recorra por todo el cuerpo cada vez que nuestras fijas miradas se cruzan. Parece que por momentos el tiempo se detiene unos instantes, y viciosamente nuestros ojos se quedan fijados los del uno en el otro tonteando disimuladamente como adolescentes, pero la intensidad que se percibe es la de dos personas maduras que a escondidas se desean con pasión.

Llevamos años jugando a este peligroso juego que nos atrae a los dos, es como si nuestras cómplices miradas fueran las que ponen los cuernos a nuestras parejas, nos excitáramos con las miradas, y esperamos a ver quién aguanta más hasta esquivar la del otro, es como si folláramos con la mirada, podríamos hasta decir que nuestras miradas son en cierto modo adúlteras. Y así han ido pasando los años, entre roces disimulados pero buscados, entre fijas miradas y sonrisas dedicadas y picaronas.

No hace mucho, aquella noche la velada había transcurrido como siempre, con una cena con anécdotas mil veces ya relatadas y luego con las copas de rigor, y como siempre con María José y yo buscándonos y encontrándonos intermitentemente con la mirada, pero como siempre con disimulo.

Después de las dos primeras copas un poco tranquilas algunos de los amigos decidieron irse a casa mientras que los demás optamos por cambiar de garito a uno que estuviera algo más animado. El camino hasta el otro garito era de unos diez minutos andando, así que los dos vagos (uno de ellos el marido de María José) decidieron mover el coche hasta un lugar más próximo al nuevo lugar. Al comenzar el trayecto María José y yo íbamos andando charlando juntos, sin darnos cuenta en la noche perdimos a los que iban delante nuestro y en una pequeña placita apartada sucedió lo que algún día tenía que suceder.

MJ: Creo que los hemos perdido

Y: Pues va a ser que sí, habrán tomado otro camino

MJ: Pues me duelen un poco los pies, ceo que los zapatos me han hecho una herida

Y: A ver, déjame ver (y agachándome le quite uno de los zapatos que llevaba)

Se apoyó sobre la pared del zaguán de un portalillo y la tomé el pie delicadamente con la mano y acariciándoselo levemente le dije después de vérselo

Y: Pues tienes una pequeña rozadura en el talón, ¿te molesta?

MJ: Si, y me escuece un poco

Y: Pues como no tengas una tirita en el bolso… (mientras seguía acariciándola el pie)

MJ: Pues no tengo… pero… aaah… lo que me estás haciendo, sí que me calma

Y: Creo que no es plan quedarme aquí así toda la noche (sonriendo y mirándola a los ojos fijamente desde abajo)

MJ: Pues a mí no me importaría nada (sonriéndome, aunque otro tipo de sonrisa bastante más cómplice y como queriendo transmitir algo más)

Yo me incorpore paulatinamente después de volverle a colocar el zapato en su pie sin dejar de mirarla a los ojos y la introduje un poco más adentro del pequeño zaguán a oscuras y a resguardo de posibles transeúntes y me fui acercando muy poco a poco a ella hasta que pegándome a su cuerpo nuestros labios que acercaron muy lentamente para fundirnos en un ardiente y apasionado beso en el que rápidamente nuestras lenguas se entrecruzaron mientras mis manos rodeaban su cuerpo acariciándola por la espalda y los costados, deslicé entonces mi lengua hasta su cuello, lamiéndole lascivamente el mismo mientras ella no cesaba ni un momento de jadear y gemir continuamente.

Cuando sus gemidos de placer fueron en aumento introduje la mano por debajo de su falda hasta llegar a las bragas, sintiendo a través de la fina tela el vello púbico de su coño, enseguida introduje la mano por dentro de las bragas y casi me corro de gusto al sentir el delicado tacto de su coño en mi mano, abrí los labios de su coño y la comencé a masturbar delicadamente mientras ella no dejaba de gimotear y jadear

MJ: Aaaah, Siii, sigue así por favor… No pares, no pares (decía entrecortada)

Y: Aaaah… María José… ¡Cuanto he deseado esto siempre!

MJ: ¡Y yo…! ¡Yo también! ¡Aaaa, que bien me tocas cabrón!

Aquel cabrón que me dijo me animó y agachándome de golpe, la cogí una de las piernas se la levanté un poco y apartándole las bragas hacia un lado con la otra mano empecé a lamerle y a comerle el coño sin cesar. Mi lengua recorría sin cesar los labios de su coño de arriba abajo y al revés, para finalmente detenerme en el clítoris y con la punta de mi lengua recorrerlo y lametearlo todo sin parar y tintineando continuamente donde ella ya casi a gritos reclamaba

MJ: ¡Si, si, si, si sigue ahí, sigue ahí cabron no pares, no pares que me corro, me cooorro, me cooorro, ah aaaah diooos ¡cómo me comes el coño! (Soltando un chillido final que se al tuvo que oír en las viviendas de arriba)

Yo creo que me corrí solo de oírla gemir y jadear de placer hasta llegar al orgasmo, y que además había tenido en mi boca en plena calle y en menos de tres minutos, había sido excitante y me había puesto cachondo como nunca, mi polla estaba durísima y húmeda a la vez por el líquido preseminal, me la hubiera follado allí mismo, pero aunque fuera la mujer que más había deseado en mi vida había que ser fríos y pensar con la cabeza, no teníamos tiempo, debíamos de irnos o la gente, y peor aún, su marido, podrían sospechar cualquier cosa, y eso los dos lo sabíamos porque ella tenía tantas ganas como yo de que la dejara bien follada. Al incorporarme nos besamos de nuevo, yo con todo su sabor y aroma aun en mi boca, ella no lo rechazó y cuando aquel ardiente y prolongado beso se acabó me dijo al oído:

MJ: ¡Jamás me habían comido el coño así!, espero que no sea la única vez que lo hagas.

Y: Dios María José…, ya sabes las ganas que te he tenido siempre…, no sabes las ganas con las que me quedo de…

M.J.: ¡Dios…! (tapándome la boca)… las mismas con las que me quedo yo amor mío

Se reclino levemente sobre uno de sus costados apoyándose sobre mi hombro y para mi sorpresa se bajó lentamente las preciosas bragas negras de encaje que llevaba puestas hasta los tobillos, y agachándose un poco se las quitó con delicadeza del todo, las tomo en una mano y cogiéndome la mía las dejo con suavidad sobre ella. Aquello me sorprendió porque no me imaginaba a María José tan salida como yo, y con lentitud me las acerque a la nariz para olerlas profundamente delante de ella misma.

M.J.: Toma, para que tengas un recuerdo inolvidable de este momento

Y: Las guardaré como como oro en paño, para que sepas que me voy a acordar de ti y de este instante inolvidable

MJ: ¡Como me gustas y como me pones cabrón…! (sonriéndome y dándome un pequeño pico de nuevo)

Nos pusimos en marcha otra vez y andando como dos tortolitos, que acabábamos de hacer algo malo pero muy bueno, fuimos gran parte del camino agarrados de la mano, incluso solo el roce con su mano me producía excitación. Cuando llegamos al garito solo habían llegado los que iban delante de nosotros que claro está nos dijeron que dónde narices nos habíamos metido. Yo enseguida contesté que nos habían entretenido charlando unos amigos míos con los que nos habíamos cruzado en el trayecto. Después de un buen rato llegaron su marido y el otro amigo después de que encontraron sitio para aparcar, lo que no sabía es que a su mujer le habían comido el coño en la calle pero bien mientras él conducía, desde luego ella se lo merecía.

El resto de la noche me lo pasé empalmado por lo que había sucedido y también por el hecho de saber María José no llevaba bragas porque las tenía yo ahora en mi bolsillo impregnadas de su aroma. Las miradas y las sonrisas cómplices continuaron como siempre, pero ahora si cabe con más deseo por ambas partes después de la comida de coño que le había dado y que seguro jamás ya va a olvidar.

Continuará…

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