Conocí a Lázaro cuando su familia se mudó para mi calle. Ese año se había graduado de jurista y trabajaba en un reconocido bufete de abogados, gracias a las influencias de su padre. Desde la primera vez que lo vi me impresionó gratamente. Otro vecino nos presentó a mí y a mi esposa y comenzó, desde ese instante, una relación muy cordial, nos visitábamos mutuamente y compartíamos en parejas con él y su novia, una estudiante de medicina.
Ellos estaban esperando que ella se graduara para casarse. Se veían muy enamorados y él se desvivía en atenciones a su joven novia. Desde el primer momento sentí que ambos sentíamos una cierta atracción física. Yo era unos años mayor, ya había cumplido 29 y él tenía 24. De complexión atlética, piel bronceada, pelo muy negro y unos ojos azules que enamoraban a cualquier mortal del sexo que fuera. Yo solo había conocido a otro chico, un adolescente de unos 16 años, de piel trigueña y ojos azules, bellísimo también, pero nunca tuvimos nada que ver.
Unos meses después, Lázaro viene a verme y me dice muy contrariado que a su novia le han concedido una beca para especializarse, en una importante clínica de la ciudad de Houston. Yo le doy ánimo y le digo que a lo mejor se pueden casar e ir a vivir juntos a aquella ciudad y él cree que eso no podrá ser posible pues no puede renunciar a su futuro prometedor en aquel bufete.
–Pero Lázaro, no puedes ser pesimista. Mira yo, Paula está haciendo su postgrado y es cierto que estaremos un año separados, pero cada vez que pueda, y que la economía me lo permita iré a verla y a pasar algún fin de semana juntos.
–¡Qué va!, no es lo mismo, Alejandro. Tres años es mucho tiempo –lo miro y noto que un par de lágrimas están corriendo por sus mejillas. Estamos de pie y le paso el brazo sobre sus hombros y le trato de dar ánimos. Él me abraza llorando desconsolado, siento en ese momento una mezcla de pena, pero también de deseo. Correspondo a su abrazo y lo estrecho fuerte contra mí, solloza. Poco a poco se va calmando y yo intentando reprimir unas fantasías sexuales, que he tenido con él en los últimos días, pues considero sería muy oportunista de mi parte, si me aprovechara de la situación. No obstante si me deleito con el olor de su pelo y se lo acaricio suavemente. A pesar de los esfuerzos, no puedo evitar que comience a tener una erección y siento que él la está teniendo también, entonces disimulo y me separo de él y nos sentamos. Estoy un poco confundido, pero creo que él lo está más. Le propongo tomarnos un trago y lo acepta.
–¿Qué prefieres?
–Lo dejo a tu elección –Me levanto, voy al bar y preparo dos vasos con whisky escocés, con agua y cubitos de hielo. Se lo alcanzó.
–Perdóname –me dice y se lleva el vaso a los labios, bebiendo un buen sorbo de la bebida, –ha sido un momento de debilidad. –Se sonríe nervioso y levanta el vaso para brindar.
–¡Por nuestra amistad! –choco mi vaso con el suyo y repito su brindis:
–¡Por nuestra amistad! –Ambos dejamos los vasos vacíos. Él se pone de pie y se excusa, pues tiene que salir. Lo acompaño a la puerta y le doy unas palmadas en el hombro.
–Y no te preocupes que tus debilidades están a buen recaudo conmigo.
–Las tuyas conmigo también. –Se sonríe con picardía y me guiña un ojo y se marcha.
Me ha dejado muy ilusionado, no puedo evitar pensar una y otra vez en Lázaro y soñar cómo planear un nuevo encuentro, más íntimo, más sexy, más pleno de pasión. ¿Y si me equivoco? ¿Y si me hice ideas que no se corresponden con la realidad? Lo más sensato es no forzar las cosas. Si se va a dar la oportunidad, ya se dará.
Unas semanas después, acababa yo de salir del baño, envuelto en una toalla y con otra secándome el cabello, cuando tocan a la puerta. Miro el reloj, son pasadas las 7:00 pm. Entreabro la puerta y veo con sorpresa que se trata de Lázaro, con una botella envuelta en una bolsa de papel de estraza. No puedo ocultar mi alegría al verlo.
–¡Bienvenido! Pasa por favor, y perdona la facha –le digo.
–No, perdóname tú a mí por aparecerme sin avisar, pero quería darte la sorpresa.
–Y de veras me has sorprendido, y muy gratamente. No te imaginas lo solo que me he sentido en estos días.
–Pues qué bueno que llego tan oportunamente –y muestra una bella sonrisa.
–Siéntate que me visto enseguida, ponte cómodo –le digo, mientras busco qué ponerme. Vivo en un estudio, muy elegante y amplio, pero sigue siendo una sola pieza con cocina-pantry y baño.
–Oye, que no hay apuro, te puedes vestir después, si quieres –y se ríe.
Yo también me reí, pero de complicidad y sana malicia, mal contenida. Selecciono los calzoncillos que me voy a poner, son rojos con ribetes negros, escogidos nada al azar. Él se dirige al bar y comienza a preparar dos tragos y me pregunta:
–Alejandro ¿Te apetece un whisky con agua? Chico, ¿no te puedo llamar Alex? Es que Aaalejandro es muy largo.
–Y a ti no te gustan las cosas largas, no? –Se ríe.
–No quise decir eso, no tergiverses mis intenciones –se vuelve a reír.
–Pues me puedes llamar como tú quieras.
–Perfecto Alex. ¿Quieres un whisky?
–Ah, ya. ¿Me preguntas después que te la estás sacudiendo ya, no?
Ambos reímos a carcajadas. El ambiente está más distendido. Dudo si me desnudo allí mismo y él, que lo nota, me dispara a boca de jarro, provocativo:
–Si lo prefieres, puedo voltearme.
–No, para nada. No tengo ningún complejo ni pudor contigo. –Y acto seguido desaté el nudo de la toalla, que dejo caer al piso, dejando mi instrumento en exhibición por un instante, un poco prolongado, eso sí, a propósito, y parece que le agradó la vista, pues no dejó de mirármela hasta que me la guardé, disfrutando al acomodarla, que ya estaba en un avanzado estado de insubordinación. No sé si fue real o imaginaciones mías, pero me pareció que él suspiró.
–Y el trago, ¿para cuándo Lázaro? –él, turbado, me alcanza el vaso, se excusa por la demora:
–Perdón Alex, no sé por qué me entretuve –Yo si sabía muy bien, y él también, por supuesto, cuál había sido el motivo de su distracción. Me hice «el sueco» y choqué mi vaso con el suyo y le disparé al rostro:
–Que este sea un día inolvidable para los dos.
–¡Ojalá! –me dice.
–¡Te lo prometo! Y yo siempre cumplo, que conste. –le afirmé.
–Por cierto, qué te pasó que vi que tienes un golpe ahí debajo de la cintura?
–Ah, esto? –Y me bajo un poco el calzón o un poco bastante, que se vea mi vello púbico y le muestro. –Es que me di un golpe con la esquina de un buró en la oficina.
–¿Y no te duele? Debías darte un masaje para que no se te haga un hematoma.
–Sí, pero tendría que ir a consulta y ya sabes. A lo mejor se cura solo. Además, ya no puedo contar con Rebeca, después que Uds. se separaron.
–Pero yo te puedo ayudar, siempre se aprende algo al lado de una doctora. –sonríe– ¿Tú no crees?
–Pues la verdad, verdad, no estoy muy seguro. Yo tuve una novia pianista y te juro que no sé tocar ni el Do, Re, Mi.
–¡Eres tremendo embustero! Eso te lo acabas de inventar, ¡Tramposo! –Los dos reímos a carcajadas.
–¿Y qué necesitas para curarme? –Le pregunto, todavía riéndome de la broma.
–Un poco de gel lubricante y que te acuestes en la cama y te bajes un poco los calzoncillos.
–Oye, eso me resulta bastante excitante, no crees? –Le digo mientras le alcanzó el frasco de gel y me coloco bocarriba en la cama, mostrando la rigidez fálica que me ha provocado. Ya no oculto las inmensas ganas que tengo de singármelo. Él se sienta en la cama frente a mí y vierte unas goticas de gel en el lugar del golpe, comienza un masaje muy suave con la punta de sus dedos. Me echa más gel y me pide que me baje un poco más los calzones para no mancharlos.
–Mira chamo, bájalos tú mismo de acuerdo a tus necesidades. Tú eres el que sabe –Ya yo estaba a millón, la pinga semejaba un mástil de una carpa de circo.
–Si tú lo prefieres así… –y acto seguido me bajó por completo los calzoncillos y mi verga, como un resorte o una serpiente, se liberó del encierro y apuntó al cielo. Lázaro la apresó en sus manos y la acarició brevemente.
Hambriento se la metió toda en la boca y la mamaba intensamente y me producía un placer inmenso. Se desnudó y se acostó a mi lado dándome sus nalgas bellas para que las disfrutara mientras no dejaba de chupar mi pingona. Se acomodó y me puso en mis labios su tremenda tranca tiesa. Ni siquiera podía imaginarme que aquel bello chico tuviera aquella maravilla de falo enorme para ofrecer. Me la metí casi toda en la boca, imposible más. Corría el riesgo de asfixiarme.
Lázaro siguió mamándome la verga con deleite. Me pasaba su lengua por mis huevos y levantando un poco mi pierna, alcanzó a besuquearme el culo y lentamente me fue volteando y de momento estaba yo bocabajo y con mi culo al aire. Utilizó el gel para lubricarse los dedos y metérmelos por el culo. No sé si tres o cuatro, qué sé yo. Lo único que sí sé es que en menos de lo que canta un gallo, me tenía sometido a sus antojos.
–Tengo unas ganas de metértela por el culo, que ni siquiera te imaginas –me susurra al oído mientras retoza con su glande entre mis nalgas.
–Si, métemela toda papi, quiero que me violes. Quiero ser tuya –Ni siquiera me reconocía a mí mismo con aquél desparpajo lujurioso de puta en cuaresma.
–Ya tú verás cuando te ensarte que vas a trepar por la pared sin ser araña. –Sin darme tiempo a nada, apuntó y me embistió con aquella arma letal y pegué un grito del dolor que sentí. Él se quedó quieto dentro de mí y la fue sacando despacio, yo le rogué que no la sacará y así lo hizo pero ahora volviendo a meterla y besándome el cuello, las orejas.
–¿Te gusta así mami?
–Sí, me gusta mucho papi.
–Ahora cuando yo te vaya penetrando tu pujas y cuando la vaya sacando tu contraes el culo. ¿Está bien?
–Sí papi, como tú digas. –le digo.
–Ya tú vas a ver que no vas a encontrar en el mundo una pingona como la mía, ni un macho que te haga tan feliz. –Me siguió dando cintura hasta que no pudo más –me vengo, me vengo, ahhh, ahhh, qué rico cojones, qué cosa tan rica, ahhh, ahhh –sentí cómo su semen me llenaba el interior de mi recto. Se quedó inmóvil por un rato, desplomado encima de mí. Entonces quiso sacarla y que cagara toda la leche que tenía dentro sobre la toalla, así lo hice.
–Mastúrbate, que quiero tomarme tú lechita, –cuando ya notó que me iba a correr acercó sus labios y mamó como un ternero, chupándome toda la pinga.
Después que gozáramos muchísimo ambos, nos quedamos tumbados, exhaustos sobre la cama, nos fuimos después de un rato a la ducha y refrescamos nuestros cuerpos con agua muy fría. Lázaro se vistió y me dio un beso muy dulce.
–He pasado una noche inolvidable. –me susurró al oído.
–Yo me he sentido muy a gusto contigo Lázaro. Eres un semental.
–Nos veremos muy pronto Alex.
–¡Seguro! y prepara bien tu culito que donde hay desquite no hay agravio –Nos reímos y él se marchó.