Era evidente el interés de ella por mí y el mío por ella, así que nuestros encuentros sexuales se iban a repetir en más de una ocasión. Pero siempre íbamos a contar con la dificultad del dónde: en su apartamento existía el peligro de ser descubiertos por sus hermanas o su hermano, en mi casa estaban mis padres, con lo incómodo que puede ser follar teniéndolos en el cuarto del lado.
Agotamos rápidamente la opción de los moteles, pues como universitarios carecíamos de unos ingresos que nos permitieran ir de motel en motel. Además de la exposición que implica ir a estos sitios. También agotamos la posibilidad de hacerlo en sitios públicos, pues para ese entonces nos ganaba el pánico de ser descubiertos, luego eso iba a cambiar, iba a ser ponderante el deseo y el morbo de hacerlo en un lugar público por sobre cualquier otra cosa.
No nos quedaba más opción que seguir buscando los momentos indicados para hacerlo en su apartamento. De todas formas no es que se tratara de algo tortuoso, pues tanto a ella como a mí nos generaba adrenalina el hecho de poder ser descubiertos por su familia, y siempre salir airosos.
Aunque tanta dicha iba a llegar a su fin algún día. Ocurrió una mañana de sábado. Yo había llegado en la noche del viernes a su apartamento para compartir unas cervezas con Camilo. Para el día siguiente Camilo y Diana tenían previsto ir a un concesionario para elegir un auto que sus padres habían prometido les iban a regalar. El plan de Camilo era que yo le acompañara y le diera mi opinión sobre cuál elegir, pero al día siguiente yo fingiría sufrir un fuerte dolor de estómago para no ir con él. Alexandra tampoco estaba, pues había ido a pasar el fin de semana casa de su novio.
Todo estaba servido para pasar una mañana de placer con Katherine, a quien tampoco le resultaría muy difícil esquivar el compromiso de ir al concesionario. Su pretexto fue un fuerte dolor abdominal a causa de su periodo, razón que Diana comprendió por completo.
Yo permanecía sentado en la sala, agarrando mi estómago por el supuesto dolor, cuando Camilo y Diana salieron del apartamento. Una vez que la puerta se cerró, salí al balcón a fumar un cigarro y a esperar para verlos salir del edificio y dar por hecho que el camino estaba despejado.
Terminé el cigarro y me dirigí al cuarto de Katherine, que para ese momento seguía durmiendo. Empecé a deslizar hacia abajo y muy despacito el pantaloncito corto que usaba como pijama.
A pesar de que su vagina quedó expuesta ante mis ojos, no me dirigí directamente a esta sino que empecé a besar y acariciar sus piernas. No tenía apuro alguno, ya que era prácticamente imposible que Camilo y Diana regresaran antes del mediodía. Pasé mis dedos por sobre su coño estableciendo el contacto apenas necesario para sentirlo.
Uno de mis grandes placeres era darle sexo oral a Katherine. Me excitaba sobremanera lo bien cuidada que tenía su vagina, siempre suave, siempre depilada, prácticamente al ras, sintiéndose apenas esos pelitos nacientes tan característicos de las zonas íntimas. Pero lo que más me ponía de darle sexo oral a Katherine era la facilidad con que su vagina se humedecía.
Empecé a pasear mi lengua sobre sus labios vaginales, y ella, aún entre sueños disfrutaba de lo que sentía, por momentos se retorcía, por momentos dejaba escapar suspiros y murmuraba mi nombre en medio de la inconsciencia onírica. Su coño delataba su alto estado de excitación, pues ardía a pesar de no haber pasado más que unos minutos de mi sesión de sexo oral.
Cuando despertó se vio sorprendida de encontrarme ahí, con mi cara metida en medio de sus piernas. No porque no se lo esperara, pues era algo que habíamos charlado, sino porque no esperaba que nuestro encuentro fuera a empezar tan temprano.
No cruzamos palabra. Yo alcancé a levantar un poco la mirada y a verla sonreír antes de que me enroscara con sus piernas, metiendo de lleno mi rostro contra su coño.
Yo seguí jugando con mi lengua en su vagina, pero ahora me ayudaba de mis manos para acariciar su torso. Para ese momento ella no hacía algo diferente a disfrutar. Su vagina ya no ardía únicamente, sino que se había convertido en un pozo. La mitad de mi cara y parte de mi cuello estaban empapados con sus fluidos.
Pero nuestra sesión de placer se vio interrumpida de repente. Alexandra estaba parada bajo el marco de la puerta de la habitación, estaba viendo todo, quién sabe desde hace cuánto, pues había permanecido en silencio. Nos interrumpió a la vez que nos pegó un susto absurdo. “¿Qué es lo que está pasando aquí?”, dijo.
Ambos dirigimos la mirada hacia la puerta y la vimos allí parada, sin saber qué hacer o qué explicación darle. ¿Pero qué explicación podíamos dar? Era más que evidente lo que hacíamos.
Katherine, arrinconada por la situación, empezó a contarle toda la verdad a Alexandra. Le contó desde nuestro primer encuentro sexual hasta lo que estábamos haciendo esa mañana. Le pidió guardar el secreto, pues sabía que Camilo se molestaría conmigo en caso de enterarse. También creía que Diana no vería con buenos ojos que yo fornicara con su pequeña hermana.
Alexandra tranquilizó a Katherine, accedió a guardar silencio pero bajo una condición: Me miro y dijo “quiero que me hagas lo que le estabas haciendo a ella”.
Quedé helado, me parecía absurda la petición de Alexandra. Pero Katherine aceptó de inmediato. Me miró y sin decir palabra alguna, solo con sus gestos, me envió a cumplir la misión de satisfacer a su hermana para comprar su silencio.
Debo admitir que dar sexo oral es uno de mis pasatiempos favoritos, tanto así que mis amigos más cercanos me habían bautizado como “el lamechochas profesional”. El hecho de poder excitar tanto a una mujer con mi lengua y mis manos me parecía algo espectacular.
El coño de Alexandra no era una novedad para mí, pero si lo iba a ser el sexo oral con este. Nunca le había dado sexo oral a ella porque me parecía el polo opuesto a Katherine: no le daba la atención suficiente a su zona íntima, ni siquiera se tomaba el trabajo de depilarla.
Pero no tenía otra opción. Era un acuerdo establecido entre los tres para conservar el perfil bajo de nuestra relación con Katherine. Tampoco se trataba de una tortura, así que me puse manos a la obra para cumplir con lo pactado.
Alexandra se sacó el pantalón y luego sus calzones, que en esa ocasión eran unos cacheteros con encaje. Su vagina estaba tal y como la recordaba, oculta bajo una densa capa de bello.
La acosté en la cama y procedí a consentirla con la lengua mientras Katherine veía todo. Supongo que para ella fue incómodo, para mí no dejó de ser supremamente excitante.
Claro que esa sensación de calentura se disipaba al sentir el sabor del coño de Alexandra, pues era bastante fuerte; impedía concentrarse en dar un buen sexo oral.
Aunque poco a poco me fui acostumbrando y pude tolerarlo. De todas formas no tenía otra opción, pues romper el acuerdo implicaba no poder contar con su silencio.
Alexandra disfrutaba bastante de la sesión de sexo oral. Su vagina estaba lejos de producir la cantidad fluidos que lograba la de su hermana menor, pero su aumento de temperatura la dejaba en evidencia.
También el accionar de sus manos, que poco a poco fueron ejerciendo más presión sobre mi cabeza contra su pelvis.
Teniendo mi rostro hundido entre su humanidad, me era imposible ver la reacción de Katherine, que todavía seguía a un costado, observándolo todo.
Alexandra gozó tanto de la situación que se dejó llevar y empezó a pedirme que la follara. Cuando eso ocurrió, Katherine reaccionó diciendo: “No más, ha sido suficiente”.
Yo levanté mi cabeza, anonadado aún por lo que había escuchado. Ella siguió hablando, “prefiero contarles yo a permitirte que te tires a mi novio”. Luego me tomó de la mano, me hizo poner en pie, y empezó a besarme; sin importar el inminente sabor a coño impregnado en mis labios y en general en mi cara.
Yo sabía que no había alternativa, o se destapaba todo porque Alexandra lo contaba, o porque nosotros lo hacíamos, pero no había escapatoria, había llegado el momento de confesar a Camilo que me estaba tirando a una de sus hermanas.
– Cálmate, que no me interesa tu novio. Solo quería saber por qué disfrutabas tanto, dijo Alexandra tratando de tranquilizar a Katherine
– ¡Vete a la mierda!, respondió Katherine a su aprovechada hermana
Sin soltarme la mano, Katherine me llevó hacia uno de los baños para rematar la faena que su hermana había interrumpido. Sería el último polvo que echaríamos con el desconocimiento de su familia. Seguramente sería el último que tendríamos de forma clandestina, escondidos, como si hiciéramos algo malo, aunque eso dependía de la reacción que tuvieran Camilo y Diana una vez que se enteraran de lo nuestro.
Katherine se sacó la camiseta que cubría su torso y rápidamente entró a la ducha. Yo tardé un poco más, pues entre lengüetazo y lengüetazo no me había dado tiempo de quitarme la ropa.
Una vez que me desvestí e ingresé, la encontré allí tirada en el suelo, recostada contra una de las paredes, con sus piernas abiertas y haciéndome señas de que rematara el cunnilingus que había empezado minutos atrás.
Lo hice con gusto. Para mí la vagina de Katherine era como un delicioso postre, no por su sabor, que también podía llegar a ser desagradable como el de cualquier vagina, sino por el efecto placer que producía a Katherine. Aunque a esa altura de la mañana ya era más que justo y necesario penetrarla. Me lo había ganado, había hecho méritos suficientes, y ella lo entendió así.
Salimos de la ducha y nos sentamos sobre el inodoro. Bueno, ella no, ella se sentó encima de mí y empezó a darme una cabalgata brutal, utilizando mi miembro erecto como su consolador ideal. Yo la dejé moverse a su gusto, no utilicé mis manos para guiar su movimiento en ningún momento. Lo que si hice fue jugar con sus pequeños y tiernos senos entre mis manos y entre mi boca. También le metí un dedo por el ojete, más concretamente el índice de la mano derecha, era algo que venía anhelando y que hasta ahora no me había dado el gusto de cumplir.
Lo hice sin ser muy intrusivo, con mucha delicadeza y sin apuro. Ella no me reprochó en ningún momento. Solo clavaba sus ojos en mi rostro, abriendo y cerrando su boquita al mismo ritmo que gemía. Ocasionalmente me besaba y ocasionalmente me enterraba las uñas en la espalda.
Cuando mi excitación llegó a su cúspide, se lo hice saber, pues ya era una costumbre descargar mis orgasmos en su rostro.
Ella tuvo que volver a bañarse, pues el coito le había puesto a sudar su coñito, además que su rostro había quedado cubierto de semen.
Mientras ella estaba en la ducha, yo permanecí sentado en el váter, pensando cómo le iba a explicar a Camilo que me estaba follando a su hermana, a la menor de todas.
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Capítulo 7: Entrando por el garaje
La excitación del polvo mañanero y sabatino había pasado. Ahora caminaba de lado a lado en ese apartamento, pensando en la reacción que iba a tener mi mejor amigo. También entendiendo que si Katherine estaba dispuesta a revelar esto a su familia, era porque consideraba que yo era su pareja. Ella y yo veníamos follando desde hace unos meses, pero nunca charlamos acerca de nosotros, ni salimos en plan de novios, ni nada parecido, hasta ahora se había tratado de sexo ocasional…
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