Yo seguía frecuentando el apartamento de Camilo, pero ya no había la maliciosa intención de follar con Alexandra, así se diera la oportunidad. Iba allí sencillamente porque Camilo era mi amigo y siempre era un buen plan ir a su hogar, siempre había algo para hacer, o la sencilla oportunidad de conversar y compartir como buenos amigos.
Evidentemente yo iba con la ilusión de coincidir con una esporádica visita de su hermana más pequeña, Katherine, que para ese entonces me había causado una obsesión, todavía más porque, a pesar de la ausencia, mantenía el deseo vivo enviándome fotos suyas, con y sin ropa. Sin embargo, siempre me llevaba decepciones, pues nunca la encontraba.
Tampoco desaprovechaba las ocasiones en que estaba su hermana mayor, Diana, a quien siempre vi con ojos de lujuria. Pero mis oportunidades para deleitarme con su cuerpo eran limitadas ya que ella casi nunca estaba en casa.
Como bien lo dije antes, Alexandra ya no me calentaba de gran manera. El sentimiento era mutuo, pues ella tampoco demostraba mayor interés en volver a follar conmigo. De todas formas, seguimos llevándonos bien, compartiendo noches de trasnocho en esas épocas de exámenes, trabajos, entregas y parciales.
Mi larga espera por volver a ver a Katherine iba a terminar al año siguiente, en el que ella empezaría sus estudios universitarios acá, en Bogotá.
Yo estaba dichoso porque al fin la tendría cerca para repetir lo de aquella lujuriosa noche en que la conocí. Aunque no iba a ser fácil, pues todo debía ser clandestino ya que ni Camilo ni sus hermanas podían enterarse.
Viviendo todos en el mismo apartamento iba a ser una misión difícil de cumplir. Sabía que entre más visitará este apartamento, más opciones tendría para que se diera tal oportunidad.
Obviamente, en medio de la espera por la ocasión perfecta, debía cruzarme con ella y afrontar sus insinuaciones, pues a ella parecía no importarle nada. De hecho era bastante desinhibida para demostrar que me deseaba; me agarraba el culo o la entrepierna si nos cruzábamos por algún pasillo del apartamento, me buscaba en mis momentos de soledad en el balcón mientras fumaba, o sencillamente me hacía gestos provocativos, incluso, en presencia de Camilo y sus hermanas, claro está, sin que ellos lo notaran.
Quizá la vez más arriesgada fue un día en que Diana cocinó para todos los que estábamos en el apartamento. Estaba obviamente Camilo y Diana, Alexandra y su novio, y Katherine y yo.
Katherine se sentó junto a mí en la cena, recuerdo que en frente mío estaban Alexandra y su novio, mientras que en las cabeceras de la mesa estaban Camilo y Diana.
Esa vez, en medio de la cena, Katherine tomó mi mano izquierda, y la posó sobre una de sus piernas. Ella llevaba una falda puesta, así que el contacto fue piel con piel.
Pensé en quitar mi mano de ahí, pero sabía que ella estaba gozando con la situación y no quería romperle la ilusión, tampoco quedar como un aguevado, así que dejé mi mano sobre su pierna. Poco a poco ella la fue deslizando hasta llevarla por debajo de su falda. Palpe su coño por sobre su ropa interior, y aun así se sentía el ardor. A la vez moría del pánico por la posibilidad de ser descubiertos, pero afortunadamente eso no pasó. Terminé de cenar, me puse de pie y pedí permiso para retirarme a fumar al balcón.
Allí, solo, con la fuerte brisa que se siente y con la panorámica que brinda el estar en un décimo piso, pensaba en lo que acababa de pasar. Mi calentura era total. Tenía en mente rematar esa noche con un buen polvo con Katherine a pesar de la presencia de Camilo y sus hermanas. Evidentemente tenía que ser precavido, tenía que cumplir mis deseos pero sin ponerme en riesgo.
Era una misión difícil y arriesgada, pues por más que lo pensaba, no encontraba la forma de follar con Katherine bajo el mismo techo que su hermano y sus hermanas, sin ponernos en evidencia.
Pero de repente se me ocurrió que no tendría que ser necesariamente allí, en ese apartamento. Es más, tampoco tendríamos que alejarnos demasiado, era cuestión de dar correcto uso a todos los espacios disponibles. Afuera del apartamento, justo en lado quedaba el cuarto de basuras de ese piso. Era una zona común y por ende podía ser más arriesgado, pues en caso de ser atrapados el escándalo podría ser mayor. Aunque a altas horas de la noche era difícil que alguien fuera a ese lugar.
Esa noche, más o menos sobre las 12, todos se habían ido a sus respectivos cuartos. Yo estaba en el sofacama destinado al invitado, que de tantas veces que me había quedado allí, creo que ya tenía mi olor.
Empecé a enviarle mensajes por whatsapp a Katherine. Le invitaba a escapar un ratito de su cuarto, que al mismo tiempo compartía con Diana. No fue muy difícil convencerla, pues para esa época parecía que la obsesión de ella por mí era superior a la mía por ella, o por lo menos similar.
Una vez que se reunió conmigo allí en la sala, le pregunté si había vuelto a fumar marihuana y si le gustaría volver a fumar un porrillo conmigo. Ella accedió sin obstáculo alguno. Salimos al balcón, lo encendimos y lo fumamos en medio del silencio. Luego empecé a besarla y a preguntarle si me había extrañado. La fui llevando contra la pared a medida que nos besábamos y subía la tensión. Fui sintiendo una vez más sus carnes entre mis manos, su pubis contra el mío, y su deseo por mí más vivo que nunca. Pero decidí detenerme, pues ese no era el plan.
La tomé de una mano y la llevé hacia la entrada del apartamento, abrí la puerta con total sigilo, y salimos. Luego entramos al cuarto de basuras, que en este caso no es de aquellos que tiene cubos llenos de residuos, sino un ducto por el que se arrojan. Era un espacio bastante pequeño, pero lo suficientemente amplio para los planes que tenía.
Volví a besarla, y poco a poco fui pasando a su cuello. Al mismo tiempo la acariciaba con ambas manos, aunque rápidamente una de ellas iría a parar bajo su ropa interior.
Mientras levantaba su camisa y le besaba sus pequeños senos, acariciaba su vagina que empezaba a emanar una alta temperatura a pesar del poco tiempo que llevábamos dándonos cariño.
Esta vez ella parecía entregada completamente a mis caprichos. Estaba completamente sumisa, entregándome toda la iniciativa.
Le saqué su camisa y la colgué de la perilla de la puerta. Sus delicados senos quedaron al aire, a mi completa disposición. Una vez más estaba cara a cara con esos pequeños pezones rosa. Los besé por un tiempo corto, pues ese no era el premio mayor.
Bajé lentamente por su abdomen con mi lengua mientras con mis manos trataba de desapuntar su falda. Debo confesar que hubo cierta torpeza de mi parte, pues ella tuvo que intervenir para abrir el cierre y así poder quitársela y hacerla a un lado.
Una vez que quedó solamente en ropa interior, que para esa noche eran cacheteros, mi excitación era total. Aunque del afán no queda sino el cansancio, así que no me precipité para follar con ella, sino que me encargué de hacer que esta fuera otra noche memorable, tanto para mí como para ella.
Me arrodillé y empecé a pasear mis manos por su abdomen, por sus caderas, por sobre su vagina, que aún permanecía cubierta; por sus piernas, por su culo.
Era muy delicado al hacerlo, pues era el trato que una figura como la de Katherine le exigía a mi mente. Empecé a besar la cara interna de sus piernas, también a pasar lentamente mi lengua hasta subir a su pubis. Baje sus cacheteros y me puse una vez más cara a cara con su vagina.
Comencé a chuparla, a lamerla y a besarla sin dejar de acariciar su abdomen, sus piernas y sus caderas. Era notorio que ella lo disfrutaba, pues para ese momento ya empezaba a soltar unos pequeños jadeos.
Ocasionalmente levantaba la mirada para verle su cara, para ver sus gestos de placer. Ella estaba con sus ojitos cerrados y la cabeza ligeramente reclinada hacia atrás.
Su vagina se humedeció rápidamente, Pero esto no hizo que me detuviera, pues a pesar de que el sabor de sus fluidos era horroroso, estos se convertían en un manjar al saber que eran fruto de su disfrute.
Ella me agarraba fuertemente del pelo para evitar que mi cara se apartara de su coño. No era necesario que lo hiciera, pues yo aún estaba lejos de terminar con la sesión de sexo oral que tenía preparada para ella.
Continuaba acariciando su cuerpo, pero esta vez mis caricias iban acompañadas de ligeros y suaves rasguños por su espalda. Era tal su excitación que sus fluidos fueron escurriéndose por la cara interna de sus muslos.
Ocasionalmente me ayudé con los dedos para acariciar su vulva, que para ese momento ardía. Sus jadeos pasaron a ser gemidos y posteriormente pasaron a ser pedidos para que la follara.
Hice caso a su petición pues ya era hora de sentirla nuevamente. Allí, de pie y frente a frente la penetré. Acompañé ese momento con unos tiernos besos. La follaba con relativa calma, sin apuro alguno, aunque sentía que pronto debía cambiar esa actitud, pues del primer encuentro había aprendido que a esta chica le gustaba el sexo duro.
Tomaba entre mis manos y apretaba sus nalgas a medida que la penetraba con más fuerza. Ella no decía nada. Por ratos me miraba directamente a los ojos, con la boquita abierta, para luego pasar a cerrar sus ojos y reclinar su cabeza mientras soltaba uno que otro gemido. Yo la besaba con frecuencia, pues sus labios eran un gran factor de sensualidad. También su manera de besar, ya que Katherine gustaba de morder cuando lo hacía, y a mí eso me volvía loco. Cuando lo hacía, yo parecía detener mis movimientos, para luego reanudarlos con mayor fortaleza.
La humedad de su vagina podía sentirla ya en mis pubis, al igual que sentía sus senos chocar contra mi pecho con cada una de mis embestidas. Y así como yo agarraba sus nalgas en ese coito en pie recostados contra una pared, ella agarraba las mías enterrando sus uñas.
De todas formas, mantenernos en esa posición fue algo agotador, así que con el pasar de los minutos nos “desenganchamos”, le di vuelta, la apoyé contra la pared y la penetré. La rodeaba con uno de mis brazos por su abdomen mientras que con la otra mano la tomaba, por ratos de uno de sus hombros, por ratos de su pelo, y por ratos de su cara para girarla y continuar besándola.
El volumen de sus gemidos fue en aumento, aunque eran realmente esporádicos. Yo trataba de ser silencioso, pues a pesar de no estar al interior del apartamento, sentía que de todas formas estábamos corriendo un riesgo.
Me encargaba de penetrarla a profundidad pero si agresividad, tratando de evitar hacer ruido con nuestros cuerpos al chocar. Tampoco me apetecía follarla con dureza, a menos de que ella lo quisiera, pero nunca lo manifestó.
Más bien guardaba silencio, ocasionalmente dejaba escapar sus gemidos, que en medio de la oscuridad de ese cuarto me resultaban bastante lujuriosos.
Este, a diferencia del primer polvo, fue bastante largo. Seguramente porque ninguno de los dos sintió la amenaza o el temor de aquella primera vez en que corrimos el riesgo de ser descubiertos. Pero aunque yo hubiese querido que durara para siempre, su apretado coño iba a cumplir con la función de generarme un orgasmo. Fui lo suficientemente previsivo y ágil para sacarlo y terminar corriéndome sobre su espalda y sobre su culo.
Cuando terminamos no pensamos en encender la luz por lo menos en un comienzo. Pero ella soltó un pequeño grito seguido de una risa nerviosa. Lo hizo porque había pisado un charco en el suelo, un charco que ella había creado con sus fluidos.
En un comienzo yo no entendí el porqué de su reacción, encendí la luz y vi el charco, ella aún en medio de su risa nerviosa se disculpó.
– Ay, oye, perdóname, la verdad que no lo controlé, dijo la avergonzada chica
– No te preocupes…
– Yo no sé tú qué sentiste, yo sentí rico así que me dejé llevar, dijo ella interrumpiendo mi respuesta
– Tranquila, yo ni me di cuenta
– Jejeje, nunca me había pasado, de verdad discúlpame
– No te preocupes, es algo completamente natural, no tienes de que avergonzarte
Ver el pequeño charco de fluido allí en el suelo, no solamente me calentó un poco, sino que despertó en mi un sentimiento de compasión, quizás enamoramiento, por la vulnerabilidad y nobleza expresada por Katherine.
La besé antes de que se vistiera, acaricié su mejilla y le expresé lo mucho que me alegraba su llegada a la ciudad y su aparición en mi vida. Nos vestimos y entramos de nuevo a su apartamento. Nos besamos nuevamente y luego la vi partir hacia su habitación mientras yo tenía el deseo de compartir la noche entera con ella.
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Capítulo 6: infragantis
Era evidente el interés de ella por mí y el mío por ella, así que nuestros encuentros sexuales se iban a repetir en más de una ocasión. Pero siempre íbamos a contar con la dificultad del dónde: en su apartamento existía el peligro de ser descubiertos por sus hermanas o su hermano, en mi casa estaban mis padres, con lo incómodo que puede ser follar teniéndolos en el cuarto del lado…