Disfrutaba estar con mi pareja y siempre llegaba al orgasmo. Eran chorros de líquidos, sin exagerar. Hacíamos el amor y disfrutaba del auto toque, ver su cara cuando yo me tocaba era demasiado excitante. Tocaba el clítoris y humedecía mis dedos con los restos que quedaban de un orgasmo, los pasaba por mis labios superiores, los chupaba como un ternero hambriento, guiñaba el ojo, mordía mis labios y rociaba mis pezones que ya estaban duros. Inclinaba mi cabeza hacia atrás, dejando el mentón arriba. Despegaba la espalda de la cama y el cuerpo quedaba en forma de arco. Cerraba un poco los ojos y salían alaridos.
Juan acudía a manuela, mientras disfrutaba el show. Verlo halándose la polla me calentaba más. Y ¿qué puede ser más ardiente que ver a alguien disfrutar y que tú seas el motivo? Confieso que nunca me masturbaba estando sola, no encontraba gusto a empelotarme y luego tocar. Intenté muchas veces tocando el clítoris y por más que lo froté nunca lo logré. Metía un dedo, luego dos y no sentía. Metía tres y me frustré. Jamás volví a intentar.
Siempre dormía desnuda, abría los brazos y las piernas para sentirme libre. Un domingo me levanté y me coloqué una bata blanca. Veía una serie en el portátil mientras preparaba el desayuno, de repente una mujer con personalidad tosca, colocó su mano en el mentón de otra chica con carácter frágil, se le acercó, y sus bocas estaban a milímetros de distancia, le susurró algo al oído y le dio un sutil beso, se apartó y la otra chica le pasó la mano por el cuello, respondiendo con un beso apasionado.
Quedé perpleja con esta escena inmoral. Demasiado lascivo ante mi vista. Sentí cómo algo pegachento bajaba por mis piernas, pensé que me había llegado la regla, alcé la bata y era un líquido transparente, toqué mi vulva y estaba entumecida, el clítoris rígido y caliente, los labios inferiores se contraían de adentro, hacia afuera, la frecuencia cardiaca aumentó y mis labios superiores estaban resecos. Eran las reacciones que manifestaba cuando lujuriosa.
Un poco asustada e impresionada, devolví la cinta a la grotesca escena. Subí al mesón de la cocina, abrí las piernas y empecé a acariciar mi cuerpo, es tan delicado y sensible, suave como algodón, dulce como la miel y caliente como una hoguera. Pasé mis dedos por el vehemente rio que acompañaba el volcán hallado entre mis zancas, erosionaban brazas por culpa de esas dos sinvergüenzas. Busqué una película pornográfica donde hubiese dos femeninas, apreciando la coquetería y sensualidad de esas indecentes empecé a disfrutar cada milímetro de mi piel.
Me paré y fui a la habitación por un consolador, volví a la cocina y me subí a la barra. Repetí la escena, siendo mis piernas el telón de ese espectáculo. Una vez más mi cuerpo reaccionó, prendí el consolador y lo coloqué en la vagina. Escuchaba sus jadeos y sentía ser una de ellas, percibía que una de esas vulgares me estaba acariciando, bajaba con su lengua y la metía por el orificio de mi montaña, rociaba sus pezones en mi abdomen y sus finas manos las pasaba por mi boca. Se me entumecieron los pies y casi ahogaba sin respiración, mi mente estaba en blanco o negro, no sé. Pero mi volcán explotó y fui testigo de un estallido frondoso. Desde luego me masturbo cuando estoy sola disfrutando escenas de esas pinches damas.
Esta historia es inspirada en la vida de Aileen mar.