Todo empezó en el comienzo de cursada del primer cuatrimestre. Rocío se dedicaba a continuar su secundario. Todo empezó normal, compañeros de diferentes edades, profesores de edad regular, todo común.
Las clases empezaron con Informática, la hora siguiente era de Lengua y Literatura. El primer mes lo comenzó una profesora que por motivos personales dejó de dictar clases. Luego de varios días sin profesor, llegó Sebastián. Joven, buen mozo y soltero.
Rocío se sentaba en la tercera fila en el segundo banco, tenía la vista justa en dirección al profesor. Miradas iban y venían constantemente.
Rocío, de 26 años medía 1,67, curvas marcadas, y un poco de panza que para nada le molestaba, más bien sabía disfrutarla con cualquiera con el que estuviera, pelo castaño, unos 95 de tetas que no tenía nada que envidiarle a nadie y un culo que más de uno disfrutó de darle unas buenas nalgadas.
Sebastián rondaba los 38 años, medía no más que Rocío, flaco, con unos ojos marrones que cautivaban a cualquiera, y una verga que se llevaba más de un suspiro cuando la veían.
Un día el profesor pidió le recordaran el llevar un libro, fue una buena oportunidad para Rocío de entablar una conversación con él fuera de clases. El mensaje llegó, y el con un corto “gracias” respondió. Rocío notó que tal vez no era lo que imaginaba.
Pasaron los días y Sebastián se encargaba de avisarle a ella por medio de un mensaje todas las cosas relacionadas con la clase, le pedía a Rocío que se encargue de todos los asuntos que requerían ayuda. Ya sea el sacar fotocopias, avisar al resto si él faltaba. Y cuando ella participaba en clases, el resaltaba sus logros más que al resto.
Cuando Rocío le conto a sus amigas, estas le dieron a entender que era obvio que algo más pasaba. Ella empezó a arreglarse, maquillarse y cada que podía le mandaba un mensaje a Sebastián con cualquier recordatorio tonto sólo para tener una excusa para hablarle.
Un día casi finalizando la cursada, y el favor del profesor para con los alumnos dando permiso de estudiar para otras materias en su hora, notó a Rocío fuera de su clase, junto con otros compañeros, estudiando algo nerviosos.
Sebastián salió para el baño, en ese mismo momento Rocío recibió un mensaje con una sola palabra, “SEGUIME”. Disimuló como pudo y dejando el papel que estudiaba en el banco, fue en dirección de él.
Llegó a uno de los baños clausurados y él la esperaba en la puerta, sin decir nada se metió y Rocío con los nervios normales fue detrás de él. Volvió a cerrar la puerta, el baño no era grande ya que era para que sólo una persona se metiera dentro.
Rocío lo miro, y siendo obvia su pregunta pero queriendo disimular, le preguntó porque estaban ahí.
– Creo que ambos sabemos lo que pasa, ¿O me equivoco, Rocío? -Dijo y ella un tanto anonadada lo miró.
– Si, pero creo que acá no puede pasar nada, podría entrar alguien profe, sabe que es arriesgado.
– Tuteame, Rocío. No me trates más de usted. -Exclamó Sebastián al mismo tiempo que hablaba, llevaba su mano a la cintura de ella.
No le dio el tiempo a responder, se acercó a Rocío que en ese momento, ella se sentía como una niña, le temblaban las piernas y apenas podía respirar, la besó. Ambos continuaron el beso mientras Rocío rodeaba la espalda de él con sus manos. Sebastián no lo dudó y bajó sus besos a su cuello mientras Rocío tomó el botón del jean y lo desabrochó, al mismo tiempo él le sacó la remera, ella con su mano le acariciaba por encima del bóxer su verga que para ese momento se encontraba a media asta y él le basaba las tetas corriéndole el corpiño como podía.
En el primer momento de lucidez, ella pidió parar. -Date vuelta y cerrá la boca. -Gimió el mientras colaboraba en darla vuelta y bajando su pantalón junto con la tanga de un tirón, escupió su mano y mojó su verga. Para ese momento la concha de Rocío ya estaba más que húmeda, con una mano guio los 20 cm de verga a su agujero y con la otra le tapaba la boca. Rocío empezó a sentir las estocadas cada vez más violentas y no dejaba de gemir notando como sus piernas se le aflojaban. Él continuando el mete y saca llevó la otra mano al cuello y lo apretaba, mientras que con la mano, antes en su boca, comenzaba a darle nalgadas en ambos cachetes del orto. Tirados sobre el lavatorio, Sebastián no dejaba de decirle que él iba a ser el encargado de sacarle cualquier tipo de nervios que sintiera.
Rocío se dio la vuelta y terminando de sacarse el pantalón se sentó sobre el lavatorio, abriendo lo más que pudo sus piernas, el profesor introdujo su verga caliente nuevamente en la conchita húmeda de ella sintiendo como se acercaba el primer orgasmo.
-Profe no aguanto, me vengo. -Dijo ella mientras las primeras gotas aparecían. Entre medio de jadeos incesantes, Sebastián la siguió penetrando con más fuerza, cuando notó que ella empezó a chorrear, sacó su pene y llevó su mano al clítoris masajeando este con fervor logrando que Rocío llegara al clímax por completo, mojando con su eyaculación parte del pecho y de la verga del profesor.
A Sebastián le gustaba ser violento, a Rocío eso le calentaba. La bajó del lava manos tomándola de la colita del pelo y de un tirón la arrodilló en el suelo.
– Te dije que de acá no te vas hasta no haberme sacado las ganas que te tuve desde el primer día, putita. -Reclamó dándole un azote en el trasero que hizo dar un pequeño grito de dolor a Rocío.
Sacó del bolsillo del pantalón un gel lubricante a bolilla y comenzó a pasárselo por el agujero del culo, Rocío suspiró por el frío de este líquido y se asustó por lo que venía, sin contemplación alguna metió su verga en el agujero del culo, automáticamente cubrió su boca para no gritar sintiendo como se perforaba todo su esfínter. -¡Para, me duele, duele mucho, detente! -Sebastián haciendo oídos sordos, siguió penetrando hasta ver como la concha de Rocío volvió a largar chorros de eyaculación. Llevó las manos a sus tetas para apretar estas mientras certeros manotazos iban dirigidos a su rostro. Rocío gemía ante tanta calentura, las piernas le temblaban.
Él sacaba la verga del agujero del culo para penetrar su concha, y así a cada rato.
– ¡AH, AH, SI, ASÍ! Como aprieta mi verga esa conchita, que rica sos Rocío, ¡Dios!. -Exclamó sintiendo que se estaba por correr.
– Date vuelta y chupame la pija. -Ella sin negarse en absoluto, se dio vuelta y al momento que estaba por engullir esa tremenda caña, él la tomó de la cabeza y sin darle tiempo a nadie se la metió hasta el fondo.
Rocío tosía sin poder frenarlo, sentía como perforaba su garganta y como le faltaba el aíre. La tomo de la coleta que tenía hecha y la hizo subirse al lavamanos de nuevo. Esta vez hizo que pusiera las piernas sobre el espejo y quedando con la cabeza en el aire, tomó con sus manos su rostro y le introdujo su verga otra vez, le penetraba la boca sin ninguna clemencia, Rocío respiraba como podía, las arcadas eran más fuertes, la saliva corría por su cara, por sus ojos. Mientras Sebastián no hacía más que darle cachetadas en las tetas mientras seguía follándole la boca. Cuando no aguantó más, penetró lo más profundo que pudo la boca de esta y se quedó allí vaciando su verga dentro de la garganta de ella, Rocío sin más tragó como pudo toda la leche caliente que el depositó, y mientras intentaba recuperar el aire lamía todo el miembro de él.
– ¡Que delicia! Me encanta, me encanta que te portes así de trola.
Rocío bajó de donde estaba para poder lavarse, y vio que él seguía frotándose la pija. Cuando abrió la canilla para limpiarse, el de un tirón la hizo arrodillarse.
– ¡Ay! ¡¿Qué haces!? -Exclamó algo confundida cuando Sebastián apuntó su falo hacia aquel rostro lleno de restos y comenzó a orinarle la cara, la boca y deslizándose por las tetas de esta. Rocío con algo de asco pero caliente por el morbo de la situación recibió gustosa todo.
Cortó la meada de golpe y la dio vuelta.
– Abrite bien la conchita pendeja. – Dijo esperando la reacción de ella que no tardó ni dos segundos que ella predispuesta llevó sus manos a su cajeta y la abrió lo más que pudo, él sin aguantar y tomándola de la cintura para que no se moviera la ensartó lo más profundo que pudo y empezó a largar el resto de meo dentro de su conchita. Rocío gimió por el calor que sintió y cuando terminó de humillarla, sacó la verga y ella relajó el cuerpo largando por su vagina y con gemidos de por medio, la orina caliente que el profesor le había depositado.
Cayó rendida al suelo a causa de tanto manoseo, él cambiándose y dejando unas cosas en el lavabo le pidió que se limpiara y volviera a la clase. Sin poder creerlo, Rocío se acomodó lo más que pudo y cuando todo estaba en orden salió a escondidas del baño y llegando a la clase se sentó como si nada hubiera pasado.
Ahora ambos sabían que esas miradas escondían una complicidad que iba más allá de lo prohibido, que iban más allá de un simple profesor y su alumna.