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Las casadas son honradas hasta que las desatienden
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Tenía dieciocho años cuando llegué a Inglaterra. Era enero y desde el taxi que me llevaba del aeropuerto de Heathrow a mi lugar de trabajo vi todo nevado. Sonreía cómo un tonto al ver todo blanco, y nunca mejor dicho lo de tonto, ya que un mes después estaba hasta los cojones de tanta nieve.

Iba a perfeccionar mi inglés y de paso a ganar algún dinero. Pasé de un colegio a un hospital y luego a otro hospital pensando que iba a trabajar menos. En el segundo hospital un español cincuentón al que le conté lo de los anteriores trabajos, me dijo:

-A pico y pala te quería ver yo para que supieras lo que es trabajar.

Ya no me moví de allí hasta que regresé a España, con una mano delante y la otra detrás, o sea, regresé cómo fui, ya que lo que gané me lo gasté en comer, en cerveza, en vino, que era malísimo, y después de abrir los ojos en invitar a beber a mujeres. Por cierto, allí si pagabas una ronda el ligue de turno pagaba la otra.

Había alquilado una habitación en la casa de un español que se casara con una inglesa. Los dos trabajaban de enfermeros, él en el turno de noche y ella, al igual que yo, en el de día. Hacían esto debido a que tenían que cuidar a una niña de tres años. Me tenían prohibido meter mujeres en mi habitación, pero eso me la sudaba, ya que los primeros meses el inglés se me atragantó, o sea, sabía leerlo y escribirlo, pero hablarlo y pronunciarlo bien ya era otra cosa.

La casa tenía un pequeño jardín delante y se entraba por una puerta lateral. Al entrar en la casa te encontrabas con unas escaleras alfombradas que llevaban a los tres dormitorios del piso de arriba, uno que daba a la carretera y otro que hacía esquina con el pasillo que llevaba al tercer dormitorio. Tenía unas escalerillas también alfombradas que llevaban al trastero. En el piso de abajo, al entrar en casa, a mano derecha estaba el comedor y a la izquierda la sala de estar, a continuación de esta estaba la cocina y de la cocina se pasaba al baño. La cocina tenía una puerta que llevaba al garaje, al lado del garaje estaba la lavadora, un pilón y más allá un pequeño huerto trasero. Toda la casa tenía las paredes cubiertas de papel pintado, menos la cocina y el baño.

Llevaba algo más de un mes viviendo allí. Aquella noche, Abby, la dueña de la casa, que tenía 20 años, hacía una suplencia y su suegra quedara al cuidado de la niña.

Estaba sentado a la mesa de la cocina cenando chicken and chips (pollo con patatas fritas.) y bebiendo una skol en lata cuando Sara, la madre de la dueña de la casa, salió del baño con una toalla cómo única ropa que la cubría. Traía a su nieta de la mano. La niña estaba vestida. Al verme le tiró de la toalla a la abuela y miró hacia arriba para decirle algo. La toalla cayó al piso y Sara quedó totalmente desnuda. Vi sus delgadas piernas, sus tetas medianas, sus anchas caderas y su coño rodeado de vello negro. Se dio la vuelta para coger la toalla, se inclinó y me enseñó su culo gordo y su coño, coño con labios abultados que tenía una buena raja. Se me puso la polla dura. Sara volvió a taparse con la toalla, y le dijo a la niña:

-Mala.

La niña no sabía lo que significaba la desnudez de su abuela delante de mí, y le dijo:

-Yaya, guapa.

Luego la niña vino a mi lado y quedó mirando para el plato. Eso era lo que le quería decir a la abuela, que quería comer. Le puse el plato delante, cogió una patata frita y después le volvió a dar la mano a la abuela. Solo quería una patata, y por una patata la había montado gorda, bueno, gorda, lo que se dice gorda quedó mi polla.

Como si nada hubiese ocurrido, me dijo Sara:

-Buenas noches, Enrique.

Debí decirle que lo eran, que eran muy buenas y que aún serían mejores si echábamos un polvo, pero le dije:

-Buenas noches señora Sara.

Sara y su nieta se fueron.

Sara era un poco más alta que yo, debía andar en los cuarenta años. Su cabello era corto y negro, sus labios gruesos, sus ojos marrones y de cara era del montón.

Poco después en la cama de mi habitación, desnudo y con la música de la radio muy bajita, empecé a hacer una paja pensando en ella. Sara estaba durmiendo con su nieta en la habitación de invitados, que era la que estaba a lado de la mía haciendo esquina en el pasillo. Tres veces sentí como se movía en su cama mientras la meneaba. Me pregunté si ella también estaría sintiendo los ruidos que hacían los muelles de mi cama al acelerar los movimientos de muñeca. Me excité aún más pensando que los escuchaba… Pasado un tiempo e imaginando que mi polla se clavaba en su coño me corrí cómo un lobo. Solo me faltó aullar.

Al acabar me quedé quieto sobre la cama, boca arriba, tirando del aliento y con leche en mi mano derecha, en mi pubis y en mis huevos.

Voy a decir cómo era yo por aquel entonces. Medía un metro setenta y no era guapo ni feo, tenía una melena de cabello negro que me llegaba a los hombros y patillas muy largas. Tenía buenos pectorales, bíceps, tríceps… Tenía cuerpo de gimnasio, aunque nunca lo pisara ni tuviera tableta cómo los que van a él, pero si añadimos a lo de antes que era ancho de espaldas y que tenía un culo redondo y duro, pues no estaba mal.

Pero volvamos al turrón.

Sentí pasos bajando las escaleras, después sentí ponerle el seguro y la cadena a la puerta de la casa. Los pasos volvieron a subir. Se abrió la puerta de mi habitación, habitación que al tener las cortinas sin correr se iluminaba con la luz de la calle. Apareció Sara en el umbral de la puerta vestida con una combinación de seda, larga y transparente. En el umbral de la puerta cogió una asa del camisón, me miró y me peguntó:

-¿Lo quitó?

-Quita.

Quitó el camisón y desnuda caminó contoneando las caderas hasta llegar a mi cama. Vio la leche de mi corrida en mi pubis y metiéndose en cama, dijo:

-¿Eso lo provoqué yo?

-Sí.

Me cogió la polla, que se había empalmado al verla desnuda, y meneándola lamió la leche de mi pubis, de mis huevos, de mi mano y después me mamó la polla. Mamaba de miedo y al ratito me corrí en su boca. Sara gemía mientras se tragaba mi leche. Al acabar de tragar, me besó y me dijo:

-Cómeme el coño.

Yo ya había comido varios coño, coños de mujeres casadas, de una tía, de varias primas y de unas cuantas chavalas de mi pueblo y sabía que a las casadas les gustaban los virguitos, a más de una se lo dijera sin serlo para que fuera ella la que me trabajara a mí, así que le dije:

-No sé cómo hacerlo.

Me miro con extrañeza.

-¡¿Es tu primera vez con una mujer?!?

-Sí.

-Así que aún eres virgen.

Bajé la cabeza, fingiendo que tenía vergüenza, y le dije:

-Sí, tú eres la primera mujer con la que estoy.

Su actitud de vampiresa cambió y cómo yo esperaba tomó la iniciativa. Me acaricio una mejilla, luego el cabello, me dio un pico y después me dijo:

-Echa la lengua fuera cómo si me estuvieras haciendo burla.

La eché, me la lamió de abajo a arriba, hacia los lados y alrededor, me la chupó y después, antes de echar la suya fuera, me dijo:

-Hazme lo que te hice.

Le hice lo mismo, luego me metió la lengua en la boca, levantó mi lengua con la suya, me la lamió, me la chupó… Hizo filigranas con ella dentro de mi boca.

-Así se besa a una mujer, bésame.

La besé cómo me había besado ella… Comiéndonos las bocas se oyó en la radio la canción “Sexy Thing” de Hot Chocolate. Se levantó de la cama, estiró los brazos hacia mí y dijo:

-Ven a bailar conmigo.

No me podía creer lo que me acababa de decir. Le pregunté:

-¡¿Ahora?!

-Sí, es una fantasía que tengo.

En aquel momento me pareció que era muy rara. ¿Quién prefiere bailar a follar? Pero si había que bailar se bailaba.

-Tú mandas.

Salí de la cama, me echó los brazos alrededor del cuello, yo la atraje hacia mí echándole las manos al culo. Nuestras bocas se juntaron. Mi polla se metió entre sus piernas y comenzamos a bailar. Ella bailaba moviendo las caderas hacia los lados y su pelvis hacia delante y hacia atrás. Mi polla se rozaba con sus labios vaginales mojados y sus tetas se frotaban con mi pecho. Se puso de puntillas y mi polla entro en su coño. Siguió besándome y moviendo las caderas… Terminando la canción me corrí como un pajarito. Sara sintiendo mi cuerpo estremecerse junto al suyo y sintiendo mi leche dentro de su coño, me besó con dulzura, después me miró a los ojos, y me dijo:

-Cosita bonita.

Al acabar de correrme quité la polla. Me cogió la mano y me la llevó al coño. Empapé la palma de la mano con mi leche y sus jugos. Me dijo:

-Así queda el coño de una mujer después de correrse una polla dentro.

Llevó mi mano a su boca y lamió la leche y los jugos de la palma. Los dedos, los chupó uno por uno, para acto seguido besarme. No me dio asco, no era la primera vez que cataba mi leche, luego me separó los dedos medio y anular de la mano derecha y los metió dentro de su coño.

-Mete y saca presionando hacia delante.

Se oía la canción “Sailing” de Rod Stewart, cuando comencé a follar su coño con mis dedos mientras nos comíamos las bocas. En un momento dado se me quedó mirando y me dijo:

-¡Qué lindo eres!

Yo le dije:

-Nunca pensé que podría estar así contigo. Te veía tan…

Me leyó el pensamiento.

-Las casadas somos honradas hasta que nos desatienden. Mete y saca los dedos más aprisa y aprieta hacia delante con más fuerza.

Hice lo que me dijo y poco después sus piernas se apretaron una contra la otra y comenzaron a temblar. Su coño apretó mis dedos y mirándome con los ojos vidriosos, me dijo:

-Me estoy corriendo.

Sentí su coño apretar y soltar mis dedos mientras se corría. Su cabeza estaba echada haca atrás y jadeaba cómo una perrita. Fue muy dulce ver cómo disfrutaba.

Al acabar de correrse me besó con ternura, luego volvió a la cama. Me eché a su lado. Boca arriba, me dijo:

-Ya sabes masturbar a una mujer. Ahora te voy a aprender a jugar con mis tetas y a comerlas -agarró las tetas por debajo-. Las agarras y las aprietas sin fuerza -las apretó-, luego lames los pezones, las areolas y después las chupas.

Cogí sus tetas medianas y blandas con areolas rosadas y pezones pequeños, las sujeté, las magreé y luego mi lengua luchó con sus pezones. Estuve jugando con ellos un par de minutos, o algo más, dejé de hacerlo cuando me dijo:

-Lame las areolas.

Lamí las areolas hasta que me dijo:

-Ahora magrea las tetas y mama.

Me harté de comer tetas, ya que me hizo dar varios repasos para que aprendiera bien la lección.

-Ya estoy otra vez cómo una moto -dijo… Ahora te voy a enseñar a comer un coño. Mete tu cabeza entre mis piernas.

Me puse en posición. Abrió el coño con dos dedos y vi flujos en cantidad.

-Lame de abajo a arriba y trágate mis jugos.

Lamí y me quedó la boca pastosa. Tragué los jugos y volví a lamer hasta que quitó los dedos y me dijo:

-Abre tú mi coño cómo hice yo.

Le abrí el coño con dos dedos, ella señaló un labio vaginal con un dedo.

-Lame este labio.

Se lo lamí hasta que me señaló el otro. No hizo falta que me dijera nada. Le lamí el otro labio, hasta que me dijo:

-Lame los dos juntos.

Sus palabras eran órdenes para mí. Lamí los labios cómo si estuviera lamiendo un helado, y cómo un helado comenzó a derretirse entre gemidos, y entre gemidos, me dijo:

-Ahora mete y saca la lengua de mi coño.

Se la metí y se la saque hasta que me dijo:

-Ahora mete y saca tu lengua en mi coño y después lame los labios hasta que yo te diga.

Le metí la lengua en el coño varias veces, le besaba un labio unas cuantas veces, le volvía a meter a lengua varias veces, le lamía el otro labio, le volvía meter a lengua varias veces, le lamía los dos labios al mismo tiempo, le volvía a meter la lengua en el coño… Al rato, entre gemidos, señaló con un dedo el clítoris, y me dijo:

-Lame aquí con la punta de la lengua de abajo a arriba y sin presionar.

Lamí cómo me dijo.

-Ahora posa la lengua sobre él, y después aprieta y sigue lamiendo.

Hice lo que me dijo, al ratito me dijo:

-Lame con la lengua plana y presionando hacia los lados… De abajo a arriba… Alrededor… ¡Uyuyuy!

Dejé de lamer y me hice el inocente.

-¿Te hice daño?

-No, lo que pasó es que casi me corro. El clítoris es la parte más sensible de la mujer.

Se dio la vuelta, se puso a cuatro patas y me dijo:

-Cómeme el culo. Primero se lame el ojete y después se folla con la lengua.

Le lamí el ojete y sentí como se abría y se cerraba. Después se lo follé… Su ojete al cerrarse quería atrapar la punta de mi lengua y la lengua se le escurría.

-Dame cachetes en el culo.

Le di sin fuerza.

-Plas, plas.

-Más fuerte y más veces.

-Ahora lame mi ojete y mete y saca tu lengua en él.

Se lo lamí y se lo follé mientras ella se nalgueaba el culo, una nalga primero y la otra después.

Mi polla latía descontrolada y soltaba cantidad de aguadilla. No me pude resistir. Le acerqué al ojete. Ella movió el culo alrededor invitándome a que se la metiese. Le clavé la cabeza y ya me corrí dentro de su culo. Sara empujó y la metió hasta que mis huevos chocaron con su coño mojado. Al acabar de llenarle el culo de leche, me preguntó:

-¿Te gustó por el culo?

-Mucho.

-¡Dame duro!

Le di a romper y poco después se corrió sin tocarse el clítoris, sin meter los dedos dentro del coño, sin nada. Estaba muy necesitada, y era muy guarra, ya que al sacarle la polla del coño, se dio la vuelta, me la cogió y me la mamó. Después se echó encima de mí, metió la polla en el coño encharcado, me cogió las muñecas con sus manos y me folló sin tregua.

-¡Te voy a follar hasta que me muera de placer!

Sus tetas iban de delante hacia atrás y de atrás hacia delante mientras me besaba y me follaba. Sintió cómo me empezaba a correr dentro de su coño, me puso una teta en la boca, y me dijo:

-¡Lléname, campeón!

Siguió cabalgando mientras le llenaba el coño de leche… Me cabalgó hasta que gritó:

-¡¡Me corro!!

No paró para descansar. Estaba cómo loca sin medicación. Siguió follándome, lento, aprisa… Me folló a su aire. Tiempo después, al volver a llenarle el coño de leche, se volvió a correr.

-¡Me corro contigo, Enrique!

Me corrí dentro de su coño con una fuerza brutal mientras ella jadeaba y se movía debajo de mí cómo una serpiente.

Al acabar de corrernos, tumbados boca arriba, me dijo:

-Ya fue suficiente por esta noche.

A mí me supo a poco. Así que le pregunté:

-¿No quieres acabar corriéndote en mi boca?

Despertó la niña y llamó por ella:

-¡Yaya!

Salió a toda prisa con la combinación en la mano, no fuese que la niña viniese a mi habitación.

Poco después, cuando la niña se quedara dormida, volvió, se quitó la la combinación y me dijo:

-¿No querías comerme el coño?

No le respondí, metí mi cabeza entre sus piernas y le abrí el coño con dos dedos. No se había limpiado. Aquel coño estaba perdido, Lamí. Un gemido salió de su garganta. Después de tragarme aquellos jugos pastosos, lamí un labio, lamí el otro y le metí y saqué la lengua en el coño varias veces, ella me cogió una mano y la llevó a su teta derecha. Le eché las manos a las dos tetas y magreándolas lamí los labios y enterré mi lengua en su coño muchas veces antes de lamer su clítoris con la punta de mi lengua en todos los sentidos. Sentí que cuanto más apretaba la lengua contra el clítoris y cuanto más aprisa lamía más aprisa gemía ella. Sabía que se iba a correr. Con la lengua plana muy apretada sobre su clítoris aceleré a tope lamiendo de abajo a arriba, hacia los lados, alrededor… Sara hizo un arco con su cuerpo y dijo:

-¡¡Me corro, Enrique!!

Se corrió en mi boca mientras jadeaba y se retorcía. Me encantaba ver cómo disfrutaba.

Cuando dejó de retorcerse y de gemir, subí encima de ella, le metí la polla, apoyé mis manos sobre la cama y le di caña hasta que le llené el coño de leche. Corriéndome cerró las piernas, me agarró el culo, me besó y dijo:

-Sigue.

Mientras me corría no podía ni moverme con el gustazo que sentía. Después le volví a dar a mazo. Sara me besó en la boca, besó y lamió mi cuello y mordió mis orejas por los lóbulos. Eso me dijo que quería que se lo hiciera a ella, y se lo hice. Lamiendo su cuello levantó su pelvis y me dijo:

-¡Qué bueno estás! Dame tu leche, dame tu leche, dame tu leche. ¡Oooh! ¡¡me corro!!

Clavó las diez uñas en mis nalgas y me corrí con ella. Creo que si no fue el mejor polvo de mi vida fue uno de los mejores.

Al ratito volvió a despertar la niña y se acabó la fiesta.

No la volví a ver delante.

Quique.

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