Loverboy
Hace muchos años, para prevenir la degeneración extrema de la sociedad, los líderes del mundo, decidieron tomar medidas drásticas para salvar a la gente. Vieron al sexo como la causa de todos los problemas de la sociedad, quedando penalizado por ley y sin excepciones. Para ello crearon una fuerza policial especial para erradicar todos los "delitos contra la obscenidad", toda la libertad sexual se había terminado. La nueva policía de la obscenidad, los “Sex-Arrest” como se llamaban, eran muy eficaces. Pronto, todo lo rastro y conocimiento del placer sexualidad fue borrado del mundo. Sin pornografía, ni masturbación, y especialmente sin coito. Incluso los adolescentes, famosos por sus necesidades de sexo imparables, se dejaron reprimir. En un mundo insatisfecho y reprimido la delincuencia, la inseguridad y los hechos más morbosos y aberrantes tomaron el lugar que el sexo había dejado. De la misma manera que nuevos héroes surgieron.
Capítulo 1: El surgimiento de Loverboy
Una cegadora luz verde iluminó el rostro del joven Troy Singer. Un objeto desconocido golpeó de lleno su cabeza dejándolo inconsciente a un costado de la desolada carreta por la que todas las tardes corría diez kilómetros como parte de su habitual entrenamiento. Luego de varias horas, y ya de noche, despertó con fuerte dolor en todo su cuerpo y un agudo mareo brotando desde sus sienes.
Algo había sucedido, su cuerpo se percibía diferente. A pesar de su mediana a baja estatura, Troy tenía un cuerpo armónico, esbelto y bien formado, un estilo atlético de joven adolecente delgado. Pero ahora todo era distinto: se veía y se sentía mucho más voluminoso. Todo su cuerpo se había convertido en un conjunto de músculos hinchados y rígidos. Su cintura continuaba siendo de talla pequeña (incluso se había angostado un poco), pero no así el resto de su complexión.
Hasta su vestimenta había cambiado. De pronto estaba prácticamente desnudo, cubierto con un antifaz de látex, unas botas largas hasta las rodillas, un arnés contorneando sus abultados pectorales recientemente formados y un firme braguero de cuero endurecido que presionaba su entrepierna como un cinturón de castidad. Las correas se ceñían contra sus recientemente adquiridos inmensos glúteos redondos, forzándolos a separarse entre sí, exponiendo su grieta.
Todo el atuendo se lucía en un rosa chillón muy difícil de disimular en la oscuridad –¿Qué mierda es toda esta mariconada?- Se preguntó Troy mientras recorría su nuevo aspecto de pies a cabeza.
Sin dudas el cambio más significativo que Troy Singer pudo advertir no fue ni el físico, ni el uniforme. El veinteañero muchacho de blanca piel lechosa, notó una inusual energía irradiando desde el interior de su endurecido sector abdominal. Sintió que esta nueva fuerza controlaba cada uno de sus impulsos y estímulos. Sin motivo aparente y de a saltos agigantados, se sumergió entre las copas del espeso bosque lindante a la carreta que lo vio desfallecer apenas horas atrás.
Disfrutando sus nuevas habilidades, brincaba a zancadas descomunales y sin rumbo por la espesura del bosque, aquella extraordinaria vitalidad se convirtió en un calor que lo colmaba de pies a cabeza de su esculpido nuevo cuerpo. Pronto la arboleda finalizó y continuó brincando por los techos de las bajas casas e intercalando entre las grandes las ramas de los envejecidos robles que decoraban las calles de “Seemly City”.
Troy no podía cree lo que estaba viviendo. Miles de preguntas venían a su mente pero no le importaba contestarse ninguna de ellas, al menos por ahora, sino solo le importaba disfrutar de sus nuevas habilidades.
Exhausto, pero satisfecho de comenzar a controlar sus nuevos poderes, Troy tomó un breve descanso sobre un alto muro de un sombrío y desolado callejón. La oscuridad de la noche y una tenue bombilla de luz lo mantenían en las sombras y a salvo de ser visto. Su escaso y escandaloso atuendo era razón más que suficiente para ser denunciado por los habitantes o incluso arrestado por los temidos “Sex-Arrest”.
Cuando se disponía a seguir con su derroche de energía por la negrura de la noche, algo llamó poderosamente su atención: un hombre estaba parado fumando un cigarrillo en una esquina del luctuoso callejón. Apoyaba su espalda contra el mismo muro donde metros a lo alto era observado por curvilíneo adolescente.
-¿Por qué llamará tanto mi atención un simple hombre fumando? – Se preguntó Troy.
Algo lo obligaba a quedarse observando. Comenzó a sentir un tintineante hormigueo en su músculo pubocoxígeo. Al principio creyó que se trataban de las correas de su apretado suspensor de cuero rosa, pero cuando sus dedos exploraron la zona en busca de una justificación, abrió los ojos enormes por lo que había encontrado. Su ano estaba caliente, muy hinchado y despidiendo una inusitada sustancia viscosa.
-¿Que mierda es esto? –Se preguntó asustado, mientras hurgaba delicadamente entre los labios de su salida rectal.
Palpó la misteriosa adherencia con sus dedos, notando que era transparente y muy densa. La acercó a su nariz advirtiendo un concentrado aroma cautivante y al mismo tiempo embriagador, que casi lo hace caer del angosto muro de ladillos, y llevado por el trance del aroma estuvo a segundos de probar su sabor cuando fue interrumpido por una voz procedente del callejón.
-Imagino que tú eres Dion –Se acercaba un extraño hombre, avanzado en años, al fumador del fondo del pasadizo.
-¡Te he repetido mil veces que no digas mi nombre! –fue la respuesta colérica de Dion.
-Como digas… Entrégame mi mercancía quiero salir de este callejón lo más rápido posible. Aquí se percibe un olor que me está comenzando a aturdir – Apuró el hombre recién llegado.
-Sí, yo también lo estoy sintiendo. Es realmente incómodo – Dijo Dion mientras entregaba un paquete envuelto a su interlocutor.
-Quiero creer que está pesado correctamente y que es de la pureza por la que estoy pagando – Manifestó el comprador al tiempo que traspasaba un sobre abultado al vendedor.
Mientras Troy era testigo de aquélla ilícita transacción con drogas, comprendió que el hedor provenía de la enigmática sustancia que emanaba de su esfínter. En posición de cuclillas las gotas caían continuamente al otro lado del muro desde donde se estaba dando el mal habido negocio, mientras crecía en el joven musculoso un impulso desenfrenado por detener el turbio intercambio. Era una sensación de hacer justicia que nunca había sentido antes.
-Imagino que no vas a llevar el paquete así por la calle – Le advirtió Dion a su comprador de manera desafiante.
-No tengo donde llevarlo – Contestó con aspereza el viejo comprador.
Dion resopló con fastidio y se quitó la remera arrojándosela a su cliente.
-Cúbrelo con esto, ahora vete y me la devuelves en la próxima – Lo espetó dejándolo ir.
El hombre entrado en años se retiró del callejón sin mediar más palabras, mientras Dion contaba el dinero recibido y encendía otro cigarrillo, nuestro vigoroso héroe se debatía entre intervenir y saciar su necesidad de justicia, o no hacerlo y preservarse de ser visto mostrando su nuevo cuerpo de manera tan obscena.
Cuando Troy advirtió que el traficante se preparaba para marcharse dejó que sus impulsos decidan por él y sin pensar se eyectó en un acrobático giro por sobre la cabeza de Dion cayendo de frente a este en la postura cliché del típico superhéroe: con la pierna izquierda extendida hacia un costado, la otra flexionada hacia adelante tocando su voluminoso pectoral, el puño contra el piso mugriento y mirando fijamente hacia el suelo.
-¡¿Quién carajos eres tú?! – Vociferó Dion con cara de incertidumbre.
En el preciso instante en el que Troy Singer levantó su mirada para desafiar a su contrincante todo su cuerpo se estremeció. Con la boca entreabierta observó lo que desde lo alto del muro no podía apreciar en detalle: un escultural moreno de cuerpo trabajado, anchas espaldas, prominentes hombros y cintura angosta lo estaba observando con cara de pocos amigos esperando una respuesta. El joven adolescente trataba de concentrarse en no ser tan evidente como lo estaba siendo. La altura y el tamaño del atezado traficante de drogas sin su remera lo estaba haciendo sentir bastante excitado.
Lo que en un primer momento era un goteo intermitente procedente del culo del voluminoso Troy, se había transformado en un constante hilo, que por momentos corría por sus curvilíneas piernas torneadas y por momentos lo unía al inmundo pavimento del callejón como una cuerda gelatinosa.
-Soy T… Tro… Loverboy y vengo a terminar con tu comercio ilegal de drogas – Pronunció Troy estúpidamente, asociando su nombre a una compulsiva necesidad de sexo.
-Mira chico… no vendas clases de moralidad con ese conjunto que llevas puesto – Rebatió Dion –Además no tengo tiempo para los juegos de un crío sobrepasado de hormonas de crecimiento- Se burló mientras se acercaba a largas zancadas hasta donde estaba Troy.
Pudo haber sucedido que el moreno corpulento era un hombre veloz, pero lo cierto es que nuestro novato devenido héroe, quedó embobado con el movimiento de la prominente entrepierna que se insinuaba por debajo de los pantalones de Dion por lo que no advirtió el grotesco golpe de un puño contra su cara. Troy calló contra el sucio pavimento.
No conforme con su primer arrebato de violencia, el traficante tomó del arnés rosado al retaco Troy Singer, levantándolo por el aire para luego arrojarlo hacia el fondo callejón donde aterrizó boca abajo en un montículo de desperdicios amontonados contra el muro de ladillos.
-Eso te enseñará a no meterte en lo que no te importa…- Aleccionó arrogantemente mientras se encaminaba hacia la salida del pasaje, no sin antes contemplar de soslayo a Loverboy tumbado en la basura.
Justo en ese momento una aguda pestilencia llegó a su nariz. Un hipnótico hedor que invadió todo su ser y se inyectó en su cabeza. El mismo olor que desde que llegó al callejón no podía dejar de olfatear, pero esta vez mucho más fuerte y penetrante. Volvió a mirar al derribado musculoso y reparó en sus montañosas nalgas separadas por correas de cuero rosado y precisamente entre medio de su grieta, un hinchado y chorreante ojete abierto como la boca de un pez pidiendo comida.
Ante tal escenario, Dion no pudo contener años de restricción sexual canalizados por la venta de droga y se echó a la carrera en un embate colérico mientras desabrochaba su pantalón.
Loverboy comenzaba a recuperar el conocimiento luego de la trompada. Utilizando sus fornidos brazos comenzó a tratar de erguirse cuando sintió un desmesurado peso contra sus espaldas que lo regresó a su posición inicial. El atlético y alto traficante se había tumbado sobre su lomo y tomándolo con fuerza por las muñecas clavando sus 23 centímetros de verga dentro del húmedo y necesitado culo del muchacho.
Sorprendentemente Dion sintió como las cavernosas y calientes entrañas del robusto adolescente no oponían ninguna resistencia a la invasión de su garrote. Luego de una vida entera de prohibiciones sexuales, por fin podía descargar su apetito sexual en las firmes carnes del inexperto héroe. Si al fin y al cabo ya era un consumado personaje del mundo de la ilegalidad, porque no deleitarse con la cálida recibida que se le ofrecía en esos momentos.
-¡Oh mi Dios! – Gritó nuestro paladín con un amplio gesto de gusto en su rostro, cuando experimentó por primera vez su culo colmado por la oscura verga de su contraparte. Por fin, encontraba la fuente de aquella intensa picazón que sentía en sus entrañas que, en aquellos momentos, estaba siendo frotada y calmada.
Con la respiración contenida torció su cabeza y se encontró con el rostro de Dion. Los dos hombres, nariz con nariz, se tomaron unos segundos para sentir los jadeos del otro. Incluso el mancebo adolescente, llevado por la ebriedad del momento, busco besar los labios del atezado traficante a lo que este último alejó su semblante.
Loverboy concluyó que su nombre se originaba en algo más profundo que unos simples ganas de ser amado. Sintió un inmenso placer al ver el rostro de satisfacción del traficante, se sintió poderoso al brindar su cuerpo para que aquel hombre pueda canalizar la ira contenida por la proscripción del sexo. En definitiva él había surgido para demostrar que la sexualidad no puede ser prohibida.
Mientras Dion continuaba cogiendo aquel tierno ojete, nuestro sometido héroe gemía afligidamente con cada embestida.
-Así que esto era lo que realmente buscabas. ¿No es así? – Preguntó entrecortadamente el turbio comerciante.
-¡Si…! ¡Si…! ¡Si…!-Respondió el muchacho en notable estado de éxtasis mientras sentía la presión de su verga erecta contra el sólido suspensor de cuero rosado. Aquel estrujamiento, aquel dolor, tenía un seductor atractivo. Era como si potenciara sus anales sensaciones internas.
Cada embestida propinada al menudo y fornido veinteañero incitaba un hondo gemido de placer como salido desde sus mismas entrañas. Era tal el delirio en el que se estaba sumiendo, que nunca le importó la basura derramada de aquellas bolsas que rasgaba con la punta de sus dedos.
Los 23 centímetros de Dion se zambullían cruelmente entre los blandos labios del agujero de Loverboy. Sus duras y firmes nalgas eran la única resistencia que el traficante encontraba para seguir avanzando, además, cada choque del moreno malhechor hacían que estas reboten contra sus angostas caderas mientras su hoyo anunciaba cada entrada de aquella verga con un estruendoso sonido producido por el inusual fluido espeso que no paraba de surgir del interior de su trasero.
En un enajenado arrebato de voracidad, Dion liberó las muñecas del joven adolescente y lo tomó con firmeza de sus caderas. Se irguió sobre sus piernas remolcando a Loverboy por entre los despojos de inmundicia, dejando al chico casi pendinedo y apenas sujetado a algunas bolsas.
-¡Tu culo no puede ser más delicioso, pequeña perra pervertida!- Gritó Dion mientras golpeaba fuertemente las entrañas de nuestro entregado héroe.
El haber sido tratado en femenino despertó en el joven Loverboy un fascinante y delicioso estado de sumisión. Sabía que estaba siendo dominado por un perturbado delincuente y sin embargo adoraba la adrenalina que ello le producía. Girando su torso observó el rostro desencajado de su opresor con un gesto de súplica en el suyo. Los golpes del traficante se enfatizaban cada vez más y su carnoso mástil se sentía cada vez más ancho. Como a punto de explotar.
-Ahora verás lo que siente estar realmente lleno- adelantó el moreno agresor.
Dicho esto, un chorro abundante y pastoso de semen llenó las vísceras del corpulento y dominado Loverboy. Al contacto con el misterioso fluido secretado por el chico originó una caliente efervescencia caustica.
-¡Arde! ¡Arde mucho! – comenzó a gritar el joven paladín tomándose de sus musculosos glúteos intentado separarlos más entre sí, al tiempo que Dion retiraba el erguido pedazo de su culo.
Una espuma blanquecina comenzó a borbotear de aquél montañoso trasero.
Mientras Loverboy se retorcía sobre las bolsas de basura con sus nalgas levantadas hacia el nocturno cielo, Dion retrocedía horrorizado, como escapando rápidamente ante aquel extraño acontecimiento. Olvidando que traía sus pantalones bajos, trastabilló cayendo de espaldas contra el roñoso pavimento. Tal impacto dejó sedado al traficante unos instantes en el suelo.
El intenso ardor se apaciguó rápidamente dentro de las entrañas del musculoso joven. Aquella volcánica sensación se desvaneció dejando un cálido hormigueo mucho más placentero y Loverboy recuperó un poco del juicio perdido luego de la lujuriosa embestida recibida por el maleante. Con la respiración entrecortada, transpirado y aun sintiéndose algo desorientado, finalmente se puso de pie. Trató de aflojar su braguero rosado para descomprimir la presión al que su miembro y sus bolas estaban siendo sometidos, pero le fue imposible. Estaba muy ceñido a su entrepierna. Sintió la calidez de la espumante mezcla de semen y fluido bajar por sus muslos interiores y su músculo puborrectal ensanchado y palpitante. Giró su torso buscando a su agresor, para encontrarlo abatido en el suelo con la verga aún erecta apuntado hacia el firmamento estrellado.
No había mucha conclusión que sacar: Loverboy necesitaba más de aquella vara carnosa y Dion se la estaba regalando. Como un felino acechando a su presa, una abstraída masa de músculos veinteañeros se acercó al alto moreno adormecido. No podía apartar la mirada de aquella rígida estaca inflamada, venosa y oscura. La cabeza y el tronco aún se mantenían perfectamente lubricados por la emulsión resultante del primer orgasmo.
El retaco adolescente contempló unos segundos a su somnoliento oponente parado y con sus pies a cada lado de sus caderas. La respiración del muchacho se agitaba más a cada segundo, podía sentir como el obsceno jugo caía a chorros pulsantes desde el interior de su esfínter. Mordiéndose el labio inferior comenzó a bajar su redondo culo directamente hacia la brillante y gruesa cabeza de la verga de Dion. A pesar que hacía apenas unos minutos que finalizaba de ser duramente follado, Loverboy aún sentía una incontrolable necesidad de montar aquel mástil. Y así lo hizo: agachado sobre el moreno traficante, el imponente trasero del musculoso veinteañero recibía lentamente la pulposa barra de carne en sus humedecidas tripas, mientras sus ojos apuntaban al ennegrecido cielo nocturno y los dedos de sus manos sostenían sus firmes muslos internos muy cerca de braguero de cuero.
Dion recobró la lucidez con una sedosa sensación cálida alrededor de su tiesa verga. El joven justiciero enmascarado estaba cabalgando sobre él de una manera pausada. Desde su perspectiva, podía ver al fornido muchacho retorcido de placer subiendo y bajando por la envergadura de su miembro. Podía ver sus gigantescos pechos esculpidos, terminados cada uno en unos increíblemente picudos pezones amarronados y contorneados por un arnés chistosamente rosa, rebotando contrarios a sus movimientos. Podía oír sus entrecortados gemidos agudos, como los de una jovencita mientras era desvirgada, solo que este caso “la jovencita” no era más que un delicadamente blanquecino chico musculoso deseoso de llenar sus entrañas.
-¿Así que esta es tu manera de detener el delito, marica?- Preguntó sarcásticamente Dion.
El chico bajó la mirada que tenía puesta en el espacio y se percató que su oponente había recobrado el conocimiento. Tenía sus forzudos brazos morenos cruzados por detrás de la cabeza mirándolo socarronamente.
Loverboy no respondió la irónica pregunta, no tenía mucho que responder y además estaba muy absorto en la punzante sensación que le brindaba aquel erecto falo venoso dentro de sus entrañas.
Los dos hombres se miraron fijamente. El curvilíneo adolescente extendió sus brazos para tomar las muñecas del moreno traficante y nuevamente, sus bocas quedaron a escasos centímetros pero ninguno amagó a disminuir aún más aquel insignificante espacio, se podían sentir sus agitadas respiraciones mientras el joven subía y bajaba muy lentamente, contrayendo su esfínter y degustando cada vena de la verga de su contrincante. Sus gemidos no mermaban, dejando en claro que el musculoso joven disfrutaba increíblemente de aquél flagelo autoimpuesto.
Por su parte Dion no oponía ninguna resistencia, ni siquiera parecía cansado luego del primer lechazo que había disparado dentro del culo musculoso del heroico novato. Solo dejaba que Loverboy se satisficiera con su oscuro pedazo de carne. Era una delicia ver al torneado joven justiciero totalmente doblegado a su palpitante verga.
Del interior de las entrañas del chico, aún continuaba emanando borbotones de su misterioso fluido viscoso, que se escurría a lo largo del moreno falo erecto, lustrando sus gigantescas y lampiñas pelotas, para terminar en el descuidado suelo y formando un gran charco del que parecían no prestar atención ninguno de los dos.
De pronto y sin hacer mucha fuerza, el moreno titán soltó las muñecas que mantenía sostenidas de nuestro heroico joven, incorporó solamente su torso, obligando a Loverboy a aferrarse de su cuello para no caer al suelo. Su verga, ensanchaba el agujero del paladín con un efecto de palanca provocando un hondo y extenso gemido en un tono aún más agudo. Rodeó con sus fuertes brazos la cintura del chico y, cerrando los ojos, simplemente apoyó sus gruesos labios en la boca del joven.
Loverboy se sintió aún mas vulnerable. Dejó de rebotar sobre el macizo tronco oscuro, dejando que se hunda completamente dentro de sí hasta donde sea posible. Era la primera vez que era besado por un hombre, y si mal no recordaba, era la primera vez que era besado.
Ambos hombres se miraron fijamente, otra vez. La agitación de ambas respiraciones se entremezclaba en el corto espacio que quedaba entre los labios de los individuos.
Para Loverboy aquel instante duró una eternidad, principalmente tratando de adivinar los pensamientos del moreno traficante, quizás buscando algo más en aquella mirada lujuriosa.
Pero la eternidad concluyó enseguida.
-¡Quietos! ¡Quedan detenidos en el nombre de ley!- Se oyó proveniente del principio del lúgubre y estrecho callejón. Dos Sex-Arrest se aproximaban corriendo velozmente hacia el abandonado espacio que había reunido a los hambrientos amantes.
Sin dudarlo un instante, Loverboy quitó la enorme verga que invadía el interior de sus entrañas, se puso de pie ante la mirada atónita del musculoso traficante de color, e instintivamente dio un salto hacia atrás en una gimnástica demostración de sus nuevas cualidades de héroe. Dion observaba sorprendido mientras el curvilíneo adolescente se alejaba de él y de su verga perfectamente erecta con aquella atlética pirueta, mientras era irrigado por los copiosos jugos viscosos que arrojaba el héroe en la inercia del giro. Desde el pecho hasta su rostro, era salpicado por la pestilente sustancia de nuestro heroico muchacho.
Los gruesos muslos de Loverboy se tensaron fuertemente cuando sus pies hicieron contacto con el suelo, y continuó flexionando sus rodillas para amortiguar la caída. A medida que descendía y sus perfectos glúteos se abrían, un gran torrente de su néctar interior caía formando un charco translúcido en el mugriento piso. Tras tomar impulso, dio nuevamente un segundo salto pero esta vez descendió ágilmente en la estrecha cornisa de la muralla de ladrillos.
Resguardado en la oscuridad de las sombras, desde lo alto del murallón, observó como los “Sex-Arrest” detenían al anonadado traficante aún con su miembro erecto. Tirado en el suelo, le colocaron cuatro grilletes cromados: dos en las muñecas y dos más en sus tobillos. Una poderosa fuerza magnética se activó repentinamente, inmovilizándolo por completo.
-¿El otro delincuente logró escapar, Capitán?- Preguntó el más menudo y regordete Sex-Arrest.
El Capitán se arrodilló frente al charco gelatinoso expulsado del interior de las entrañas sobre-excitadas de Loverboy. Tomó una muestra con sus dedos enfundados en unos guantes negros de cuero brillante y luego de examinar la consistencia, olió la pestilente sustancia. El fuerte olor no provocó ni una muesca en su anguloso y ancho rostro. Simplemente se irguió mirando hacía la profunda oscuridad de la noche, justo en dirección desde lo observaba el heroico musculoso.
– Si, Teniente, logró escapar. Pero algo me dice que pronto tendremos noticias de él – Respondió desafiante el Capitán Ruttenford.
Paralizado por una sensación de intimidación ante aquel Capitán e incapaz de reaccionar, Loverboy observó cómo se llevaban a Dion suspendido en el aire gracias a la acción de los grilletes, por el angosto y lúgubre pasillo que los dirigía hacia la transitada avenida. El regordete Teniente caminaba detrás del levitado cuerpo mientras que el Capitán Ruttenford no quitaba la mirada de la oscuridad que albergaba a nuestro macizo héroe. Parecía como si ambos se estuviesen mirando directamente. Por un instante Loverboy dudaba si realmente estaba siendo visto o no por el Capitán.
Continuará…