No sé en qué momento se quedó dormida. Me dio pena despertarla y la llevé en brazos a la cama. Me dormí abrazando su cintura. Aún en sueños debió haber sentido mi erección. Cuando abrí los ojos no estaba a mi lado. La encontré preparando el desayuno. Se había puesto el cullote rojo y una remera blanca. Su pelo aún estaba húmedo, demostrando que se había duchado. Sin tener la sensualidad de la vestimenta de la noche la encontré igualmente excitante. Yo estaba vestido con una camiseta de dormir y boxers. Me acerqué y la rodeé con mis brazos. Le di los buenos días besando su cuello y apoyando mi ya morcillón paquete entre sus nalgas
-Gracias por llevarme a la cama bebé –se giró para verme– fuiste muy dulce en no despertarme –me dio un beso corto– espero que no te moleste que me haya bañado.
-Para nada –respondí agarrando sus pechos sobre la remera.
-Mmmmm veo que seguís motivado –hablaba como si no me hubiera dejado con las ganas la noche anterior– pero tengo hambre y el desayuno casi está listo. Comamos algo y después podemos pasar toda la mañana en la cama.
Ya habiendo aguantado una noche, esperar unos minutos más no me pareció tan terrible. Había preparado café con leche y pan tostado. Comimos con ganas y sin prisas. Cuando terminamos Analía recogió la mesa y llevó todo a la cocina, meneando su cola mientras caminaba. Apenas apoyó los platos en la pileta me abalancé sobre ella. La abracé por la cintura y pegué mi paquete a su cola mientras le besaba el cuello.
-Dejame lavar que sino después se pega todo –dijo entre risas– aunque sea bajá el ritmo para que no rompa nada.
Accedí a su último pedido, dedicándome a besar despacio su cuello y abrazándola con delicadeza. En cuanto dejó la última taza en el secaplatos se dio la vuelta, me rodeó el cuello con sus brazos y me comió la boca. Llevé mis manos a su cola al mismo tiempo que ella se colgó de mi cuerpo. Sin dejar de besarnos la fui cargando hasta el sillón; no creía que hubiera llegado a la cama.
Ya sentados le saqué la remera y me lancé a chupar sus tetas. Sus pezones negros estaban grandes y duros. Mientras succionaba con ganas su seno derecho, amasaba el izquierdo con una mano. “Si bebé son tuyas” me incentivó Analía entre jadeos. Ella me dejaba hacer apretándome suavemente contra su pecho.
Después de un tiempo empecé a besarla, dirigiéndome al valle entre sus dos pequeños senos. Al llegar al centro me tomó de los hombros y empezó a pararse. La fui besando a medida que ganaba altura, intercalando cortas lamidas. Cuando su entrepierna alcanzó el nivel de mi rostro dejó de ascender. Tomó mi cabeza y me acercó a ella. Di un beso sobre su ropa interior y a continuación bajé ese cullote que tantas veces me había imaginado.
Lamí el contorno de su conchita para después introducirle mi lengua. Me agarraba de sus nalgas mientras ella sostenía mi cabeza. Sin dejar de apretarle el culo recorrí todo su interior, tragando los jugos que iba juntando. “mmmm bebé, me vas a hacer adicta a tu lengua” escuché que alcanzó a decirme gimiendo.
Se separó unos centímetros de mí y acariciando mi cara me guio para que la viera. Estaba parada con una pierna a cada lado de mi cuerpo. Cuando mis ojos conectaron con los suyos puso sus manos en jarra. Sus ojos brillaban y sonreía. Ambos supimos en ese instante que estaba a su merced.
Sin mediar palabra se bajó del sillón y se dirigió a la habitación. Mientras caminaba extendió su mano hacia atrás. La miraba tan embobado que no me dé cuenta que se detuvo. Con su penetrante mirada clavada en mi excitado aparato me dijo “Vamos Santi, ¿o ya no querés cogerme”.
Su voz me sacó de mi ensoñación y, aún algo atontado, tomé la mano que me ofrecía. Ya en la habitación volvió a besarme mientras me desnudaba. Sacó primero mi remera. Después recorrió mi torso con sus manos. Yo la abrazaba por la cintura. Empezó a descender por mi cuerpo dándome suaves besos o mordiscos. Cuando estuvo frente a mis calzoncillos los bajó despacio. Dio un beso en la punta y se la metió con lentitud. La sacó a la misma velocidad. Mi hiperestimulado pene sintió como su lengua se deleitaba con él. Después se paró, dejándome agitado. Me atrajo hacia ella tomando de la nuca y me besó.
“Comeme de vuelta el culo” me pidió poniéndose a cuatro patas sobre la cama. Sin dudarlo me acomodé sobre ella y empecé a besarla desde los hombros. Di un suave mordisco cuando alcancé a su final y seguí mordiendo su nalga derecha. Analía ronroneaba y se retorcía. Al llegar a su entrepierna di una larga lamida en su vagina antes de separar sus cachetes. La chica de limpieza gimió sorprendida y se le escapó una risa. Con su cola abierta lamí su interior. Daba lamidas largas para luego incorporarme y volver a pasar por su chochito antes de seguir hacia su ano. A medida que los gemidos se intensificaban fui sacando menos mi lengua y lamiendo más alrededor de su agujerito trasero.
Sacando la cola y apoyada con una mano y su cabeza en el colchón Analía empezó a masturbarse frenéticamente. Sus gritos y movimientos me motivaron a centrarme más ella. Penetré su culo y movía la lengua dentro de ella todo lo que podía. Cuando estaba por explotar en un tremendo orgasmo me alejó y me dio un preservativo.
“Metémela ya” dijo mirándome con fuego en sus ojos. Apenas la penetré Analía gritó como poseída. Empezó a batir su cola mientras me agarraba de sus cachetes y trataba de acompasar nuestros movimientos. La atraía y alejaba sin soltarla. Sus nalgas botaban de arriba abajo a toda velocidad. Me fue imposible seguirle el ritmo, con lo que me limité a sujetarme y evitar que mi pene se saliera de su vagina. Libre de mi presión se empezó a mover aún más rápido.
“Meteme un dedo en el culo” me rogó ronca de excitación. La fuerza de mi pulgar ingresando en su agujero trasero fue lo que terminó de llevarla al clímax. Durante un minuto gritó, gimió y aulló de forma salvaje sin dejar de subir y bajar su cola. Creí que me la iba a arrancar de la fuerza que hacía para que no se saliera. Cuando su orgasmo se estaba apagando apaciguó un poco el ritmo.
Empezó a moverse adelante y atrás. Yo me sostuve de sus caderas y también comencé a empujar. El comienzo de mi eyaculación le dio un último espasmo de placer. Yo bufaba y expulsaba leche como no recordaba desde mi adolescencia. Cuando se la saqué caí rendido a su lado. Nos miramos sonrientes sin poder hablar. Nos abrazamos mientras nos recuperábamos. El día recién iniciaba.
Estuvimos acostados unos minutos. Solo dándonos cariño. Besos, abrazos y caricias. En ese rato pensé en la grata sorpresa que había resultado Analía. Era inteligente, divertida, buena y además de linda muy sexy.
-¿En qué pensás? –me sacó de mi mundo sonriente.
-En vos.
-Tonto –me golpeó en forma jocosa.
-En serio. Pienso en lo linda que sos. En todo sentido.
-¿Solo linda? –preguntó mordiéndose una uña.
-Linda, inteligente, divertida, buena, dulce y muy sexy –la última palabra dibujó una gran sonrisa en su rostro.
-¿En serio te parezco sexy? –Se arrodilló encima de mí. Tenía sus tetas colgando y sonreía. Cuando sintió que mi pene despertaba descendió para rozarlo con sus nalgas.
-Si, muy ¿no sentís como me pusiste con poco más que un pucherito? –Un dulce gemido salió de entre sus labios cuando empezó a balancearse.
-Si bebé –me miró a los ojos como si quisiera traspasarlos y ver mi interior a través de estos– y me encanta ponerte así –Se estiró sobre la mesa de luz para buscar un nuevo preservativo. Sus tetas rozaron mi pecho terminando de ponerme duro. Me besó antes de volver a incorporarse– No sabía que te caliento tanto.
-Uf Ani. Muchísimo. Más si te ponés encima mío como ahora.
-Mmmmm –gimió levantándose para ponerme el forro– ¿te gusta estar abajo mío?
-No sabés cuanto.
-Lo noto –dijo sonriendo y pajeándome despacio antes de penetrarse.
-Me excita que estés sobre mí y decidas lo que puedo o no hacer –me observó con una mezcla de sorpresa e incredulidad, como si no me hubiera entendido– que decidas si querés o no que te abrace o apriete tu culo o tus tetas –la comprensión de mi idea la estimuló mucho más de lo que imaginé y empezó a moverse en círculos más rápidos
-¿Te gustaría que te ate?
-No –respondí tajante, sorprendiéndola nuevamente– quiero poder moverme sin limitaciones físicas. Que tus actos me digan lo que puedo o no hacer. No luchar, aún sabiéndome más fuerte que vos –su cara se iluminó, confirmándome que ahora si había interpretado correctamente mis deseos.
Llevó sus manos a mi abdomen y comenzó a subirlas de a poco. Al mismo tiempo se concentró en subir y bajar en forma lenta. Cambió sus movimientos de verticales a horizontales. Después puso una mano en mi pierna izquierda y la otra sobre mi pecho. Arqueó su espalda, haciendo que sus senos se vieran mayores. Me incorporé a intentar chuparlos, agarrando la mano que apretaba mi cuerpo. Me empujó despacio sin decir una palabra. Me dejé caer sobre el colchón sin soltar su mano. Después la acerqué a mi boca y le chupé sus dedos mirándola hacia arriba.
La comprobación del poder que tenía sobre mí terminó de encender su lujuria. Se movía rápido en círculos mientras subía y bajaba casi saltando. Yo intenté elevar y bajar mi cadera siguiéndole el ritmo. Analía gemía y gemía. Mientras mayor era el volumen de su voz más fuerza hacía sobre mi pierna. En el momento más álgido de su placer me clavó sus uñas.
El dolor recibido (insuficiente para hacerme gritar, pero suficiente para distraerme) junto a la reciente eyaculación evitaron que acabara cuando ella experimentaba su clímax. Cuando su orgasmo empezó a disminuir calmó su ritmo y me besó sin salirse de mí. Hacía movimientos lentos ascendentes y descendentes sin dejar de besarme. La tomé de la cintura. Cuando mis manos iniciaron su descenso separó sus labios y las recolocó sonriendo.
La soltura y naturalidad con que manejaba la situación terminaron de volver a ponerme a tope. Puso sus dos manos en mis mejillas y volvió a besarme, acostándose encima de mí. Empezamos a mover nuestras caderas arriba y abajo sincronizadas. Gemimos uno en la boca del otro cuando sus pezones me rozaron. A medida que me acercaba al punto de no retorno fui bajando inconscientemente mis manos. Cuando me aferré a sus dos nalgas gimió de gusto. Su reacción me dio un mensaje importante: no había zonas prohibidas, solo momentos prohibidos.
Asido firmemente a su trasero empecé a balancearme con más potencia. Analía me gritaba que no parara. Mi pene salía hasta la mitad rápidamente para volver a introducirse igual de veloz. La fricción de su vagina en mi miembro y el suave bamboleo de sus pechos en mi piel me tenían al borde del orgasmo.
-Seguí bebé –me incentivaba entre jadeos– dame duro
-Estoy a punto.
-Mmmm si mi amor dale. Dame toda tu lechita
Esas palabras me hicieron cruzar el límite. Empecé a echar borbotones de leche mientras gritaba guturalmente y me aferraba con todas mis fuerzas a su trasero. Cuando creía que no me quedaba más para dar sentí su vagina comprimiendo mi miembro. Un dulce y largo gemido escapó de entre los labios de la chica de limpieza antes de que colapsara sobre mí. Apenas pudo desacoplarse y casi no tuve fuerzas de sacarme el preservativo antes de que nos quedáramos dormidos.
Como empezaba a ser costumbre, cuando me desperté Analía estaba en la cocina. Tenía la misma ropa que en la mañana. Nuevamente me acerqué por su espalda, la rodeé con mis brazos y empecé a besarle el cuello. Al mismo tiempo la chica de limpieza podía notar mi pene poniéndose duro entre sus nalgas.
-Algún día me la vas a meter mientras yo cocino como si nada –dijo entre risas.
-¿Pero no va a ser hoy?
-¿No valió la pena esperar una noche más para cogerme?
-Cada segundo de espera –se dio vuelta para besarme.
-Ya deberías saber confiar en mis tiempos entonces.
-Es que me calentás mucho Ani
-Y parte de lo que te calienta es que no me abra de piernas cada vez –asentí en silencio– Estar listo y aguantarte las ganas hasta que yo quiera –se dio vuelta y apoyó en la mesada– Ya sé todo lo que te caliento. Vos también me ponés muy caliente. Pero haciendo las cosas a mi manera todo está resultando muy bien, ¿no?
-Perfectamente bien –me rodeó con sus brazos y me besó intensamente, aumentando mi excitación. Gimió cuando mi creciente pene tocó su vagina.
-Excelente –sonrió al separarse de mí– Comamos algo liviano que a la tarde quiero cumplir una de mis fantasías.
Ninguno dijo nada, pero ambos supimos lo que habíamos acordado tácitamente. Analía me tenía vuelto loco y haría lo que ella quisiera. La sola mención de una fantasía suya me tuvo excitado todo el almuerzo. Por más que intenté que me diera detalles no logré sacarle ni una palabra de lo que planeaba, pero aun así cada evasiva respuesta me ponía más duro.