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Las apariencias engañan (1)
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Tiempo de lectura: 12 minutos

Bajita. Pelo lacio, castaño oscuro. Largo hasta los hombros. Nariz y boca pequeñas. Sonrisa tímida. Cara de no haber roto nunca un plato. Esa es la apariencia que muestra a los demás Analía. A mí me mira distinto. Sus ojos negros, inexpresivos la mayor parte del tiempo (a tono con lo que insinúa a casi todo el mundo), se encienden en cuanto quedamos solos. Solo con ver el brillo de sus ojos mi pene se pone a vibrar, anticipando el placer al que me va a someter. A pesar de llevarle más de una cabeza me mira con superioridad, sabiéndome suyo. Me tiene a sus pies desde hace poco más de un año, aunque lleva algo más provocando cosquilleos en mi entrepierna y mis pensamientos.

Al principio me atrajo lo superficial; la imagen dulce y tímida que proyecta para ocultar su verdadero ser. Sin destacar nada en particular el todo me resultaba (y aún resulta) sumamente atractivo.

Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que la vi; estaba ojeando mi celular sin demasiado interés después del almuerzo cuando pasó delante de mí en dirección al baño. Como casi todos los hombres la miré de arriba abajo, aprovechando que me estaba dando la espalda, aunque ignorando el espejo que desde siempre colgaba de la pared unos metros más allá. Posé mi vista principalmente en la parte superior del pantalón de jean ajustado que llevaba puesto y en las redondas nalgas que resaltaba; pocas prendas hacen lucir mejor a una cola que pantalones ajustados.

Cuando salió de los sanitarios me miró un segundo a los ojos, pudiendo notar los suyos levemente brillantes (aunque durante un tiempo pensé que eso había sido producto de mi imaginación) luego bajó su vista al piso. Al llegar a mi lado sus mejillas estaban aun levemente ruborizadas. A pesar de ya tener puesto su uniforme se presentó ante mi indicando que era la nueva empleada de limpieza de la oficina, repitiendo el proceso ante todos mis compañeros a medida que regresaban de su descanso.

Desde el primer momento fui el único que la trató con respeto, recibiendo solamente mi respuesta ante su presentación. Si bien depende orgánicamente del dueño de la empresa y de su secretaria todos en la oficina la tratan como una subordinada y en más de una ocasión le piden que realice tareas que no corresponden con sus funciones. Es común encontrarla esperando una impresión al lado de la fotocopiadora o verla llevando carpetas de un cubículo a otro.

En las ocasiones en que volvía más temprano del almuerzo intercambiábamos unas pocas palabras de cortesía, antes de que comenzara su jornada de trabajo. En esas ocasiones no perdía oportunidad de mirarle el culo, creyendo que Analía no lo notaba. El trato diferencial que recibía de mi parte hizo que pronto me ganara su simpatía. De todas formas, nuestra relación no pasaba de la formalidad, pero solo a mí me dedicaba su tímida sonrisa.

De a poco fuimos agarrando confianza y después de un tiempo empecé a comer una o dos veces por semana dentro de la oficina para hablar con ella. Analía seguía mostrándose reservada, pero lentamente se iba soltando conmigo. Generalmente cuando comía en su compañía solía irse a cambiar antes que alguien regresara, de manera de evitar chismes o comentarios incómodos por parte de nuestros compañeros.

Empecé a verla de otra manera cuando haciendo mi rutinario escaneo de su parte trasera pude ver el borde de un culotte de encaje rojo sobresaliendo de su pantalón. A partir de ese día no podía parar de imaginar la ropa interior que tendría puesta y trataba diariamente de observarla. Por algunas jornadas no tuve suerte, pero luego de una semana se repitió la escena, encontrando que llevaba esa vez una prenda similar, pero en color negro.

Al día siguiente, mientras almorzábamos, pude notar por primera vez con certeza la chispa de sus ojos. Estaba sonriendo de una forma mucho más segura de la que siempre le había visto. Sin darme tiempo a indagar me preguntó sin apartarme la mirada “¿Te gustó más el rojo o el negro?”.

Casi me atraganto cuando la oí. Después tartamudeé una respuesta poco coherente. Analía me penetraba con sus ojos negros y seguía sonriendo “No te hagas el tonto, que sé desde el primer día que me mirás la cola cada vez que podés. Puedo ver tu cara en el espejo”. Nunca sentí tanta vergüenza en mi vida. Debía estar pálido. Trataba torpemente de disculparme, pero no era capaz de emitir palabra. Su actitud, lejos de tranquilizarme, me ponía más nervioso. Parecía incluso disfrutar con mi turbación. No dejaba de sonreír ni me quitaba los ojos de encima. Se paró despacio, manteniendo el contacto visual y se colocó en cuclillas a mi lado. Mi corazón latía a toda velocidad.

-Sos diferente al resto Santi –me susurró unos instantes después, viendo que ya no iba a contestarle– Nunca pierdas eso –colocó sus manos sobre las mías– Me gustas. Mucho. De dónde vengo es mejor pasar desapercibida –hablaba en voz baja y calmada, pero su tono era seguro– Ser segura, pero mostrarse inofensiva –Se paró y empezó a caminar hacia el baño, pero se detuvo a los pocos pasos– Si querés puedo ayudarte a recordar mis bombachas, para que me digas cual te gustó más. Pero eso va a costarte. Pensalo y me lo decís mañana, que parece que hoy te comieron la lengua los ratones.

Dicho esto, se dirigió ahora si al baño. Yo estaba totalmente perdido. Mi cerebro se hacía una pregunta tras otra sin llegar a responder ninguna. Analía no me resultaba indiferente, pero nunca había pensado en ella de esa forma. Sus palabras me halagaban y si bien respondían algunas de las preguntas que siempre me hice sobre ella también me hacían dudar de cuanto de lo que me había mostrado era real. Tampoco puedo negar que había despertado mi curiosidad y que quería descubrirlo. Descubrir cuanto era cierto de lo que había visto y cuanto estaba dispuesta a mostrarme para convencerme.

Durante la tarde no pude sacármela de la cabeza. Para peor ella me ignoraba completamente. Pasaba de rememorar la conversación, analizando excesivamente cada palabra, a recordar los detalles de sus culottes. Pensaba en lo que creía saber de ella y en su trasero resaltando en sus pantalones. Al llegar a mi hogar la cosa no fue mejor. Con la seguridad que me brindan mis cuatro paredes los pensamientos fueron más dedicados a su cuerpo. Imaginaba como se vería su culo libre de ropas.

Sin darme cuenta empecé a fantasear con arrodillarme ante esas nalgas que tanto había apreciado y besarlas, recibiendo como respuesta un gemido de gozo de la chica de limpieza y sus manos apretando mi cabeza contra ella. Mientras en mi mente introducía mi lengua cada vez con mayor profundidad entre sus cachetes en mi hogar mi mano desabrochó mi pantalón y se metió dentro de mi calzoncillo. La intensidad con la que le comía el culo en mi sueño era la misma con la que me masturbaba en la realidad. La veía acariciar su cuerpo mientras hundía mi nariz y mi lengua dentro suyo.

Me rogaba con voz ronca que no parara mientras sostenía mi nuca con la mano que no estaba usando en ella misma. Cuando mi cerebro hizo que se corriera tuve uno de los orgasmos más potentes de mi vida. Jalaba mi miembro con fuerza mientras gemía y eyaculaba como un animal. No sé cómo no me arranqué la pija de la fuerza que hice.

Dos certezas me asaltaron una vez que estuve más tranquilo: Iba a pagar el precio que me cobrara con tal de ver de nuevo su ropa interior y la nueva Analía que había conocido ese día definitivamente me gustaba. Con ese conocimiento pude relajarme un poco, aunque lo que podría suceder al día siguiente me tenía algo ansioso.

La calma obtenida, de todas formas, no fue suficiente para poder dormirme. Mientras daba vueltas en mi cama la imagen de Analía volvió a mi mente. Esta vez estaba desnuda encima de mí. Se movía despacio y tenía los ojos cerrados. Respiraba entre gemidos por la boca. Sus pechos se bamboleaban al ritmo de su cadera. Mantenía mis manos sobre el colchón presionando con suavidad mis muñecas. Cuando intentaba llevar mis manos a su cintura o a sus senos me apretaba más fuerte, obligándome a quedarme quieto.

De a poco fue aumentando su velocidad, lo que hizo que aumentara el volumen de sus gemidos y la rapidez de mi mano sobre mi aparato. Cuando ella alcanzó su clímax yo llegué al mío. Luego de lo cual me quedé dormido.

La mañana se me hizo eterna. Mientras más se acercaba la hora del almuerzo más lento parecía moverse mi reloj. Al llegar a la oficina se acercó sonriendo a mi cubículo. Me saludó con un beso en la mejilla y después me preguntó

-¿Ya pensaste cual te gustó más o necesitas que te ayude a recordarlos? –dudé un segundo en contestar y mostrándome inseguro respondí

-Necesitaría volver a verlos para asegurarme. ¿Cuánto me va a costar tu ayuda?

-No mucho esta vez –dijo visiblemente alegre– solo vas a tener que invitarme a cenar. A un lugar lindo –completó sin dudarlo, lo que me confirmó que ya tenía pensado el precio desde antes de hacerme la pregunta el día anterior– Igualmente dije que iba a ayudarte a recordarlas, no que te las iba a mostrar –mi cara de sorpresa debió ser mucho peor que la del otro día, por lo que sin poder evitar reírse continuó– Tranquilo, que de todas formas pensaba mostrártelo.

-Me parece bien –respondí en tono neutro

Sin darme tiempo a decir algo más se fue a cambiar, moviendo exageradamente sus caderas mientras se dirigía al baño. Antes de cruzar la puerta me dedicó una última mirada seductora, que me puso los pelos de punta y despertó a mi entrepierna.

Acordamos encontrarnos ese viernes en una zona de bares y restaurantes. Desconocía la variedad de su guardarropas y no quería que se sintiera fuera de lugar. Yo me vestí con una camisa negra y pantalón claro. Llegué puntual a la cita. A los 5 minutos de haber arribado me escribió diciéndome que estaba atrasada.

Apareció cerca de media hora más tarde, pero valió la pena la espera; estaba deslumbrante. Maquillaje suave en sus ojos y mejillas, labios pintados de rosa, pelo suelto. Remera animal print y calza oscura, todo perfectamente ajustado a su figura. Por el bamboleo de sus pechos parecía que no llevaba corpiño.

-Guau –exclamé cuando se acercó a mi– estás hermosa

-Gracias Santi –me besó en la comisura de los labios– vos también te ves muy bien ¿A dónde me querés llevar? -“a mi casa” respondí para mí mismo.

-¿Quéres ir a comer o vamos a tomar algo? –dije tratando de que la sangre volviera a mi cerebro, pero sin dejar de mirarla

-Me prometiste cena –entornó los ojos coqueta– Además tengo hambre – completó observándome de arriba abajo.

-¿Algo que te guste mucho o que quieras comer en particular? –me miró a los ojos y después a mi entrepierna antes de contestar.

– Tengo ganas de pizza y cerveza.

Fuimos a una pizzería a dos cuadras del lugar de encuentro. En el camino pude notar que algunos hombres se dieron vuelta a mirar a Analía, lo cual me hizo sentir orgulloso y molesto por igual. Pedimos una pizza grande y una cerveza de un litro.

-¿Cuántos tipos crees que me miraron mientras caminábamos? –preguntó apenas se retiró el mozo que nos tomó el pedido.

-Tres seguro

-Yo pude contar nueve. En mi barrio si voy así es muy posible que me violen. Así que pasar desapercibida es una cuestión de supervivencia. Me maquillé en el colectivo y en mi bolso tengo un buzo con el que taparme –Si bien empatizaba con lo que me estaba diciendo no entendía el motivo por el que lo hacía– Espero que sepas apreciar el riesgo y que haya valido la pena –Concluyó con un dejo de tristeza

– Claro que lo aprecio y yo también espero que valga la pena.

Estuvimos en silencio hasta que llegó la comida. Esto cambió su humor y la cena fue amena. Reímos hablando mal de la gente de la oficina. Pude conocerla más. Entender mejor lo difícil que era su vida. Casi olvido que habíamos salido para que me mostrara sus culottes de encaje. Lo recordé cuando se paró y volví a ver su cola enfundada en sus calzas, pero preferí ignorar el tema; no quería que sintiera que había salido con ella solo para ver su ropa interior.

La acompañé a la parada del colectivo. Cuando llegó se despidió con un beso, que me sorprendió, pero correspondí. Al rato de llegar a mi casa recibí un mensaje suyo agradeciéndome la cena y diciendo que le gustaría repetir y que la próxima vez esperaba que no fuera a cambio de ver sus bombachas. Le contesté que si bien era un buen incentivo no fue por eso que salí con ella y que ni siquiera me las había mostrado. Me contestó “Ya sé, por eso te dije que sos distinto. Cualquier otro me lo habría pedido apenas nos saludamos”

A los pocos minutos recibí una foto, con los dos cullotes estirados sobre una cama y el texto “Soy una mujer de palabra. Espero que ahora te puedas decidir”.

Si bien ambas prendas eran muy sexys e imaginaba lo bien que le quedarían me atrajo mucho más el colorado. Creía, además, que se luciría más en su piel oscura. Después de pensar bien mi respuesta le escribí “Creo que me gusta más el rojo, pero para estar seguro tendría que verte bien con los dos”. “Eso te va a costar mucho más que una cena” respondió casi de inmediato, añadiendo un emoji de diablito. No sé bien porque, pero su respuesta me dio un escalofrío. Estaba siendo directa y seductora, lo cual es algo que en una mujer me atrae, pero esto en Analía me ponía nervioso.

Decidí contestarle al otro día. Había sido una semana agotadora y necesitaba descansar. Dormí hasta cerca del mediodía. Lo primero que hice al levantarme fue consultarle si había llegado bien a su hogar. Me agradeció la preocupación e intercambiábamos algunos mensajes más. Finalmente me armé de valor y le pregunté cuánto me costaría verla con los dos cullotes. “mmmm” contestó como si pensara “me gustaría verte en calzoncillos, para que estemos a mano”.

Sin dudarlo ni un segundo me quedé en bóxer y saqué algunas fotos. A pesar de la vergüenza estaba también excitado, por lo cual mi miembro se marcaba dentro del calzoncillo. Envié la foto que pensé que era la mejor, apurado por no arrepentirme

-Guau –escuché enseguida en un audio– no creí que te ibas a animar –hablaba con ronquera de sensualidad– espero que pensarías en mi cuando sacaste la foto –La vergüenza tiñó mis mejillas de colorado. No tuve el valor de grabarle, pero le escribí que si y que era reciente

-Yo no me animo a tanto –siguió en otro mensaje– pero voy a cumplir y va a valer la pena. Ahora tengo que dejarte que me surgió algo urgente para mmmm hacer. Seguí pensando en mí. Te mando un besito.

La insinuación de que se iba a masturbar con mi foto en su cabeza terminó de calentarme y también me dediqué a autosatisfacerme. Me la imaginé con la ropa que tenía la noche anterior, frotando su entrepierna con mi erecto pene. El roce la excitaba mucho más a ella que a mí, pero la situación de todas maneras me tenía estimulado. Empezó a gemir con fuerza y a moverse más rápido, teniendo que agarrarse de mis manos para no perder el equilibrio. Un largo gemido escapó de su boca, seguido de cortos gritos de placer. Cuando comenzaron a menguar me ordenó que acabara. Mi miembro dejó escapar borbotones de esperma en incontables espasmos de placer.

Hablamos bastante durante el fin de semana. Cuando nos despedimos el domingo me pidió que el lunes no almorzara en la oficina, ya que no quería que nadie sospechara nada. La explicación me pareció razonable y cumplí con su pedido. Al regresar al trabajo vi uno de los cajones de mi escritorio apenas abierto. Lo abrí completamente encontrándome con un sobre marrón y el texto “abrilo cuando estes solo”. En ese instante volvieron varios de mis compañeros, con lo que no pude escabullirme al baño inmediatamente. Esperé el momento durante 10 minutos, hasta que estuve seguro que nadie me vería.

Dentro del sobre había una hoja impresa a color con dos fotos de Analía muy similares: ella de espaldas mirando sobre su hombro (en una foto para cada lado) y con los cullotes como única prenda. Sobre las fotos decía “Sorpresa” al lado de un corazón dibujado a mano. Debajo de las imágenes me pedía que dejara todo como lo había encontrado y que no podía fotografiar la impresión.

“Definitivamente el rojo” le escribí cuando volví a mi puesto, con una erección que me costó disimular. En cuanto estuvo cerca de mí me miró a los ojos con los suyos brillantes y sonrió, para después seguir trabajando como si nada.

No recibí otra respuesta ni comentarios de su parte, con lo que a la hora de salir (ella trabaja hasta una hora más tarde) le escribí en el sobre “¿Qué me vas a cobrar para verte así en persona?”. A los pocos minutos recibí una foto de mi carta junto al texto “regalame algunas cosas lindas estos días y el viernes te digo si es suficiente”.

Al otro día tampoco almorcé con ella. Decidí que le dejaría el primer regalo en mi escritorio en el mismo cajón que ella me había dado el suyo y le dejé una flor plástica. Al regresar la llevaba contenta entre su pelo, con lo que supuse que le había gustado. El miércoles repetí el proceso, esta vez dejándole un chocolate.

Para el jueves tenía el regalo más osado: un tanga plateado con elástico blanco. De nuevo decidí comer afuera de la oficina. Cuando volví supe que le había agradado solo viéndola a los ojos.

Antes de llegar a mi casa recibí un mensaje suyo: “estas seguro que querés verme con el rojo y no con lo que me regalaste?”. Contesté que seguro se veía espectacular con ambos y que con cualquiera de los dos que eligiera iba a estar bien. “Mañana en tu casa después del trabajo. Pasame la dirección y esperame ahí” pude leer a los pocos minutos.

Durante esos días nuestra comunicación fue solo fuera del trabajo. Nos hablábamos o mensajeábamos durante la noche, pero durante el día solo intercambiábamos miradas disimuladas. El suponer que tenía alguna de las dos prendas íntimas que me había mostrado hizo que cada vez que llegaba me fuera difícil ser sutil.

Apenas salí fui corriendo a mi departamento a dejar todo limpio y ordenado. Acababa de terminar de vestirme cuando escuché el timbre. Tenía puesta la ropa con la que iba a trabajar.

Nos besamos con las ganas contenidas de una semana sin estar juntos. Después de siete días de masturbarme a diario con ella quería además tenerla en directo cuanto antes. Sus planes sin embargo eran otros; me pidió pasar al baño para poder cambiarse. Le serví una cerveza y agarré otra para mi mientras la esperaba. Salió con un top ajustado rosado, que dejaba su ombligo a la vista, y un pantalón blanco. Casi me atraganto y se me salen los ojos cuando la vi

-¿Estoy linda? –preguntó mordiéndose una uña y poniendo voz inocente.

-Uf –alcancé a decir– linda se queda corto

-Gracias –Se acercó a paso firme y me besó– Me gustaron mucho tus regalos –Se me iluminó la cara, sabiendo lo que eso significaba– sentate –ordenó empujándome despacio hacia el sillón– y disfrutá.

Se paró a un metro de mí y me dio la espalda. Empezó a menear su cola. Mis ojos la seguían hipnóticos. Giró su cabeza, asegurándose que estaba mirando donde ella quería y que a mi pene también le agradaba el espectáculo. Sonrió antes de darse vuelta para desabrochar el pantalón.

-Decime –preguntó volviendo a mirarme- ¿qué te imaginabas cuando pensabas en mi ropa interior o en mi culo?

-Me imaginaba –contesté sin pensarlo– agachado detrás tuyo besando tu cola –mi corazón se aceleró, pero no podía dejar de confesarle mis fantasías– que me agarrabas la cabeza y empezabas a gemir, mientras metía más y más la lengua entre tus nalgas…

-Elegí bien entonces –me interrumpió bajándose el pantalón y mostrándome que traía el tanga que le había regalado.

Me arrodillé con cuidado detrás suyo y la tomé con delicadeza de la cintura. Di un beso en la parte baja de su espalda y sin separar mis labios bajé a su cachete izquierdo. Mordisqueé despacio, escuchando el primer gemido de aprobación de Analía. Seguí mordiendo, besando y chupando mientras recorría esa parte de su cuerpo que tantas veces había imaginado en los últimos días. Analía gemía cada vez más agitada. En un momento corrió su bombacha a la derecha. Interpretando la señal fui llevando mis labios hacia su rayita. A medida que me acercaba el olor de su excitación era más fuerte y me estimulaba a seguir.

Mordí suavemente el punto donde su espalda y sus dos nalgas se unen. Después separé los cachetes con mis manos. Mis dientes apretaban cada vez más adentro. Ella ronroneaba de placer. De a poco empecé a introducir mi lengua. En ese momento me tomó de la cabeza y empujó hacia adentro. Mi pene ya estaba muy duro y había dejado escapar unas gotas de líquido pre seminal. Yo la lamía cada vez más íntimamente y a mayor velocidad, lo que aumentaba sus gemidos.

“Ufff”. El grito escapó de entre sus labios cuando mi lengua rozó su ano. Eso me estimuló a intentar meterla más. Mientras tanto Analía empezó a rozarse sobre su tanga. Antes que pudiera meter su mano sucedió algo que no había considerado en mi fantasía: Perdió el equilibrio. Rápidamente divisó el sofá y se arrodilló sobre el mismo, dejando su cola afuera. Volví a lamerla de a poco, introduciéndome despacio. Otro grito de placer salió de su boca cuando alcancé de nuevo su agujerito. “seguí bebé” ordenó entre gemidos al tiempo que me atrapaba con una mano y tocaba su entrepierna con la otra, ya dentro de su bombacha.

Desde ese momento todo fueron gemidos y gritos, intercalados con frases cortas indicándome que no parara. Yo estaba agarrado a sus dos nalgas, abriéndolas todo lo que podía, con mi lengua estirada rozando sus entrañas y mi nariz atrapada entre sus dos glúteos. Pero sobre todo estaba más caliente de lo que recuerdo haber estado. Aun así mi único objetivo era seguir lamiendo el culo de la chica de limpieza.

“Voy a acabar bebé” me avisó entre gruñidos “Seguí bebé. No pares. Que rico me comés el culo”. Yo continuaba esforzándome en llegar más adentro suyo ante cada una de sus palabras, lo que la acercaba más a su orgasmo. Finalmente se frotó con fuerza y empezó a gemir como poseída. Cuando su corrida estaba menguando me apretó fuerte con sus dos manos. Yo desaceleré el ritmo de mis lamidas hasta que dejó de oprimir mi cabeza y me separé de ella despacio.

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El otro yo
El otro yo
Hay un yo que es reservado, callado, tímido. Y está el otro yo. El que nadie conoce e invito a que conozcan a través de mis escritos Soy un escritor de relatos eróticos. Intento que mis escritos sean realistas y me gusta dar un marco a lo que creo. Mis historias suelen ser largas, con una primera parte de introducción y presentación de los personajes.

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