Salí huyendo de casa del hermano de Coque, tratando de poner distancia entre ellos. Yo deseaba que Coque hubiera salido detrás de mí, alcanzándome y convenciéndome regresar pero no logró hacerlo o no habrá salido. No lo supe porque salí como una bala y girando a diestra y siniestra para que no me viera. No me importaba caminar más o alejarme de la parada de guagua. Me daba lo mismo. Al doblar una esquina, di de narices con una guagua que paraba en la parada y me metí sin pensarlo dos veces y sin siquiera saber adónde iba la misma.
Me bajé en La Habana Vieja y por casualidad vi que me había bajado casi en la puerta de aquella casa donde había estado con Ramiro cierta vez y se me ocurrió que podía meterme allí. Claro que no era tan ingenuo como para tratar de ir a tocar a la puerta, busqué un teléfono público y llamé a Ramiro, le conté un poco de algo y le dije que estaba allí, en los bajos de aquella casa y que me gustaría entrar de nuevo. Me contestó que le diera unos minutos y que lo volviera a llamar. Me di un paseo, compré un helado y regresé para llamar.
– ¡Oye, esto me lo tendrás que agradecer! – me dijo con sorna.
– Ya sabes que soy muy agradecido. – le respondí.
– ¡Mira, quédate ahí al lado del teléfono! Llamo ahora de nuevo y alguien irá a buscarte. Ya les hablé de ti, así que entras con buena recomendación…, ah, no me des las gracias y agradécemelo ya sabes cómo.
– ¡Bien, papo, te llamo!
– ¡Bueno, nene, ya cuelgo y llamo! ¡Qué te den por donde te gusta! – fue la despedida que me dio.
No esperé mucho tiempo, vino un hombre mayor, calvo y bigotón que me preguntó si yo era el amiguito de Ramiro, me llamó la atención que habló sin que se cayera el cigarrillo de los labios. Subimos las escaleras sin que mediara palabra entre nosotros, en la entrada estaba el dueño, lo recuerdo por lo amanerado que era. Vino y me dio un beso, le dio las gracias al que me trajo y apartando la cortina entramos en la sala.
– ¡Oye, maricón, que te habías perdido! Pero lo mejor es que ya conoces el camino, ya te daré mi teléfono para que estés en comunicación directa conmigo. – yo sonreí acertando. – Eso sí, me gustaría tener alguna manera de localizarte porque ya sabes, esto aquí a veces es por rachas.
Yo miraba alrededor, había gente, algunos se besaban y manoseaban, otros conversaban simplemente.
– ¡Mira, éste es Andreas, un italiano que parla un poco de espangolo! -dijo con gracia y nos dejó. – Bueno, ya sabes…
Andreas era un tipo alto, bastante fuerte aunque tenía su panza, llevaba un bigote que ya blanqueaba de las canas.
– ¡Ciao, chico…! Mucho gusto…
– ¡Hola! – le sonreí yo, al menos era simpático de físico.
– ¡Io cerca compañía! ¡Tú eres molto simpático! Me place… – me dijo mientras pasaba su mano por mi nuca.
– Pues aquí estoy para hacerte la compañía que quieras. – le respondí coqueto.
– ¿Ma podemos andiare in privato? – me susurró al oído.
Se levantó y con su mano sobre mi hombro nos dirigimos hacia las habitaciones. Él ya sabía cuál era porque ni le dijo nada la dueño que la pasar nos sonrió. En la habitación al cerrar la puerta se abalanzó a mí para besarme mientras agarraba mis nalgas. Me gustaba la manera en que lo hacía, no era brusco y sí muy pasional. Tenía un aliento suave y un buen olor.
– ¡Caro, amigo! – me dijo sosteniéndome en sus brazos.- Io tengo un problema, il mio cazzo è troppo grande…, grande pinga…, ¿comprendes?
Yo miré como se le marcaba y de verdad que era grande, aunque no como para asustarse con aquello. Fui bajando hasta arrodillarme y quedar con mi cara a la altura de su paquete. Lo besé y le dije.
– ¡A mí me gusta bien grande!
Él sin quitarme la vista de los ojos empezó a desabrochar los botones del pantalón, el cinto y por último sacó su pinga para blandirla delante de mí. Efectivamente, era grande y gorda, de cabeza pequeña pero hermosa y estaba tan tiesa que parecía que iba a explotar. Me encargué de lamerla, de besarla, de tratar de mamarla aunque con bastante trabajo porque no entraba toda en la boca. Andreas gozaba, decía cosas en su lengua y trataba de meter la pinga en mi boca.
Al rato se separó para despojarse de las ropas, yo hice lo mismo y sabiendo lo que podría gustarle, me giré apoyando las manos en la pared para que él pudiera ver mis nalgas. Su reacción fue la que yo esperaba, se lanzó a mis nalgas a lamerlas y besarlas, abriendo con su manos mis nalgas empezó a lamer mi culo. Después sentí el frío lubricante y como empezaba a meter su pinga. Creo que si no hubiera tenido aquel tiempo con el negro de Coque, pues me hubiera dolido algo. Pero eso sí, se sentía. Cuando la tuvo dentro y empezó a singarme no dejaba de decir: “mío amore, mío amore”.
Fue una singada larga, muy pasional, estuvimos de pie bastante rato, después me llevó a la cama pero sin sacar su pinga de mi culo. Allí boca abajo me singó a su antojo, besándome sin parar, acariciándome. Fue una singada como si hubiéramos sido amantes. Después nos tumbamos de costado, él levantando una de mis piernas para seguir singando. Cuando se vino y sacó su pinga, comprobamos que se había roto el preservativo.
– ¡Oh, mi scusi!
Se veía que estaba algo apenado, yo lo besé y le dije que era un accidente. Fue a lavarse, yo a evacuar el semen y lavarme, volvimos a la cama para abrazarnos. Lo besé, me gustaba su boca, la manera que besaba.
– ¡Oh, caldo cubano! ¡Caliente!
Repetía mientras acariciaba mi espalda, mis nalgas. Su pinga no había perdido del todo la dureza por lo que al rato ya estaba bien dura de nuevo. Yo me senté sobre él, escupí mi mano y me preparé el culo para sentarme en su pinga, esta vez sin condón ya que con el anterior, toda precaución había quedado en la nada. Andreas no cabía en su asombro cuando me senté sobre su pinga y me la fui metiendo lentamente mientras lo miraba. Cuando llegué a sentir que estaba bien clavado, me encorvé y lo besé.
– ¡Mi amor, mi amor!
Él solo exclamaba aquello mientras yo era quien se movía sobre él.
– ¡Oh, qué maricone cubano! ¡Oh, me gusta, me piache!
Yo seguía dando placer a aquel macho y aunque hacía poco que lo conocía, habíamos compenetrado bien, bueno, él me había penetrado mejor. Al rato tomó las riendas Andreas, me hizo notar que quien llevaba la batuta era él. Me tumbó en la cama y me hizo ponerme a lo perrito para seguir dando pinga hasta que se vino dando empujones para meter más adentro su pinga. Quedamos agotados allí, abrazados y unidos hasta que la pinga se empezó a poner floja. Fue a lavarse, después yo. Antes de salir nos dimos muchos besos y me decía muchas cosas que no lograba comprender.
Salimos complacidos, abrazados. El dueño nos recibió con una sonrisa de oreja a oreja. Acompañó al italiano hasta la puerta y regresó.
– ¡Oye, de verdad que eres el mejor porque a ese no hay quien se lo singue! Es mucho ¿no?
– Bueno, sí… pero singa de maravilla. – le dije yo.
¡Mira, tú no te me vayas a perder ahora, ya hablaremos! Andreas se fue porque tiene asuntos de trabajo pero me dijo que regresaría y que quería contigo pasar toda la noche.
Me fui a la sala, no conocía a nadie de los que estaban allí. Pero no estuve mucho tiempo solo, el dueño vino con un mexicano.
– Mira, este es lo mejor que hay. – le dijo refiriéndose a mí. – ¿qué? ¿Le conviene?
– Pos sí, tiene buenos labios… – fue lo único que dijo aquel ser pequeño de estatura y de rasgos aindiados.
– Él viene a por una buena mamada, nada de singar…así, que ya sabes…-y dirigiéndose al extranjero. – Dígame dónde desea, ya sabe que un privado es más caro…
– ¡Yo quiero aquí!
Me quedé sentado donde estaba, el mexicano arrogante se plantó delante de mí y sacó su pinga de color oscuro para que yo me la metiera en la boca. En ese momento si me sentí humillado, el dueño viendo mi confusión, me susurró al oído, “esto es paga doble para ti, no te preocupes”. Todos los de la sala pusieron su vista en lo que estaba pasando. Casi no tuve tiempo de nada, ni de pensar porque ya tenía en mis labios su pinga. Se la mamé, se la mamé allí delante de todos. Algunos se acercaron para ver, otros se sentaron en otros sitios para tener mejor vista. Por suerte mi tortura duró poco, el muy pendejo se vino en nada agarrando mi cabeza para llenarme la garganta. Fue mi triunfo sobre él, me tragué su leche y le limpié la pinga y se la guardé. Él se largó sin decir nada. Yo me fui al lavabo.
Estando en el lavabo entró el señor que había ido a buscarme, era quien cambiaba las ropas de cama de las tres habitaciones que había.
– ¡Veo que desde que llegaste no has parado!
– Maldito idiota de mierda… – murmuré yo.
– ¡Bah, no lo tomes a mal! Es un tonto porque pudiendo singar, mira lo que ha hecho…, es un payaso pero es un cliente fijo y ya sabes, el negocio es el negocio.
Al pasar por detrás de mí se me pegó diciéndome.
– ¡Oye! ¿Y a los que trabajamos aquí no nos da un chancecito?
Me sorprendió aquello que me había dicho, lo miré desde el espejo.
– ¿Qué? ¿Quieres que te la mame?
– No, nene, me conformó con que me dejes darte lengua en ese culito… -vio mi confusión. – Mira, después de la singada del italiano, pues que te den lengua te aliviara bastante.
Me dejé hacer, me bajó los pantalones y arrodillándose detrás de mí, abriendo mis nalgas, empezó a lamer mi ojete. Me hizo volver a sentir, a ser el de antes, a desear singar.
-Me dejas que te eche el lechazo en el ojete, después te lo limpio. – me dijo, yo asentí deseando sentir su semen caliente en mis nalgas.
Cuando se iba a venir se levantó y lo que realmente hizo fue meterme la pinga. El muy cabrón estaba bien armado. Se vino y al sacarla, pues volvió a lamerme el culo. Después me subió los pantalones y besándome en la nuca, me dijo.
– ¡Coño, que si fuera yo más joven…, te sacaría de esta vida y me casaría contigo!
Así fue como empezó mi relación con Juanca, es decir Juan Carlos, así se llamaba el señor, que tenía 57 años, calvo y bigotudo, algo sexy y buen singador. Ese día estuve con dos más que me singaron, y las dos veces nos metimos en el baño para que Juanca me aliviara mi ojete. Me fui con él, me fui a su casa que vivía cerca.
– Mira, ven conmigo, yo no soy joven, tengo casi sesenta pero sé dar pinga y lengua…, yo antes era de los bugarrones de la casa, pero ya el tiempo ha pasado. No te voy a prohibir que sigas singando allí, tú eres joven y necesitas mantenimiento.
Fue sincero conmigo y así empezamos a vivir juntos. Yo no iba todos los días a la casa a singar, me pusieron miércoles, viernes y sábado, el resto estaba en la casa esperando a que llegara mi nuevo marido. Al dueño le pareció bien aquello, aunque finalmente descubrí que todo había sido un complot para que no me perdiera. Él mismo me lo dijo como a los dos días. No les guardé rencor a ninguno de los dos, ni al dueño ni a Juanca.
– Mi niño, déjame que te dé pinga ahora… – me despertó por la mañana.
Yo me volví para dejarle, pero él me hizo volverme y me dijo.
– Quiero singarte de frente, a ver, te la meto y bajas los pies, te voy a singar de frente para que veas lo que es singar como lo hacen los cheos.
Efectivamente, me sorprendió aquella manera, primero me penetró y después me hizo bajar las piernas, él quedó sobre mí y como tenía una pinga larga pues al menos la mitad me quedaba dentro. Singamos con pasión, era mejor de lo que parecía, besaba muy rico. Cuando se vino me dijo.
– Quiero hacerte mi mujer.
Así fue, me convertí en la pareja de Juanca. Los días que no trabajaba, me ocupaba de la casa y de esperarlo. Los días en que trabajábamos juntos, pues regresábamos juntos. El italiano no regresó porque nada supe de él. Me sentía bien, supe que Coque me estaba buscando y hasta había ido a mi casa, pero con había tenido la preocupación de no decir a nadie nada. Me sentía bien, tranquilo con mi nueva vida.
Un día Ramiro pasó por allí, por suerte estaba yo. Nos alegramos ambos de vernos.
– ¡Ya me enteré que le has cogido el gusto a esto! – me dijo dándome un sonado beso.
– Bueno, lo paso bien… – fue mi respuesta porque en realidad sabía a qué se refería.
– ¡Mira, que no te de pena, yo también me doy mi vuelta por aquí! – me dijo a modo de confesión. – ¡A los dos nos gusta esto! ¡Claro a ti dar culo y yo a dar pinga!
Yo le conté algo de lo que había pasado y de que al menos, me mantenía algo alejado de aquel torbellino en que me había metido con Coque. Aunque eso sí, Ramiro me recomendó hablar con él porque la gente hablando se entendía. Al rato dejamos de hablar porque Ramiro se fue con un ligue, yo estuve un rato hablando, después me fui a hablar con Juanca porque me aburría allí.
– ¡Oye, vete al último cuarto que te están esperando! – me dijo el dueño de la casa que había ido a buscarme. – Son gente especial, así que ya sabes…
– ¿Son? Es decir…
– ¡Sí, sí, son dos tipos que vienen por aquí a veces!
Allá fui, cuando entré en la cama estaba uno de ellos, grande y corpulento, moreno con barba y rapada la cabeza. Fumaba un puro recién encendido. El otro estaba en el baño, de espalda lo vi, era muy blanco, de pelo rojizo, se volvió para saludarme.
– ¡Come here! – me dijo el rapado apartando la toalla que le cubría la pinga.
Me quité la ropa mirando cómo se excitaba poco a poco. Me subí a la cama y me incliné sobre él acariciando su pinga dura.
– ¡Suck my dick!
Era comprensible lo que me pedía y yo lo complací al momento. Gimió cuando engullí la cabezota de su pinga. En ese momento sentí que el otro me acariciaba las nalgas con su pinga. Con una mano la toqué, era gorda, muy gorda. Mientras yo le mamaba al barbudo, el otro me lamía el culo y metía sus dedos. Al rato, un buen rato largo, se tumbó en la cama para que yo le mamara también, el de la barba me dio un condón para que se lo pusiera. Era un condón de color negro, él mismo se echó lubricante y se puso detrás de mí para clavarme la pinga sin consideración.
Gemí bajo aquella embestida brutal. Mira que había singado yo, pero aquella clavada de repente me dejó como muerto y sin aire. Él ni se dio por enterado o quizá viendo mi sufrimiento, se excitó más, porque empezó a singarme con bastante fuerza. El otro me puso en la boca su pinga para que se la mamara, me costaba trabajo por lo gruesa y solo podía chupar la cabeza. El otro exclamaba a veces “good ass” y seguía. Al rato sacó su pinga y tiró el condón a un lado, se acostó para que yo me ocupara de su pinga mientras el otro ocupaba el sitio. Por suerte ya estaba bien dilatado mi ojete y no sentí mucho. Cuando cambiamos de pose, me di cuenta que me estaba singando sin condón. Al ver mi cara de desagrado me dijo.
– Condón no sirve, condón chico.
Quise huir al ver su intención de seguir singando sin condón. Pero el de la barba empezó a decirme “relax, relax”, mientras me sujetaba para que el otro pudiera singarme. Después me tumbaron en la cama para singarme los dos por turno, se turnaban entre sí. No niego que lo gozara y que pronto se me pasara aquello de singar sin condón con dos extranjeros. Eso sí uno se vino en mis nalgas pero el barbudo me clavó la pinga hasta la garganta para venirse y llenarme de leche. Vi en su cara que le gustó aquello que había hecho. Estuvimos un rato descansando pero no mucho porque a los muy cabrones no se le bajaba la pinga y de nuevo me vi recibiendo pinga de aquellos dos animales. La segunda venida si la recibí en el maltratado culo. El del pelo rojizo sacó su pinga, se masturbó y disparó su leche en mi culo y después metió su pinga, el barbudo hizo lo mismo. Me gustó verlo como me singaba con el puro en la boca, como se masturbó sin quitárselo de la boca.
Me dejaron molido, me quedé en la cama mientras ellos se ducharon, se vistieron y salieron sin antes decirme un “good maricón”. Al rato Juanca entró, me besó y abrió mis piernas para ver el ojete.
– Mi niño te lo han dejado bien rojo…, oye, ¿te singaron sin condón? – le conté lo que había pasado. – Pero no debes dejarte singar así, estos son extranjeros…, papi, tienes que tener cuidado. ¿Te duele?
– No sé…, me lo siento adormecido…
– Pero, nene, no te dejes singar así…
Él vio que sus palabras me hacían sentir mal, y decidió calmarme. Empezó a lamerme mi culo, el culo lleno de semen de los otros dos. Su pinga se quería salir.
– ¿Me vas a singar? -le pregunté.
– Si me lo pides, lo hago porque ya sabes que me gustas mucho. – fue su respuesta.
– ¡Sí, Juanca, sí, síngame tú ahora! Al menos contigo lo hago porque me gustas… – él se levantó, cerró la puerta por dentro y vino a meter su pinga en mi culo dilatado y chorreante de semen. – ¡Qué culito más caliente tiene mi nene! ¿Te duele?
– ¡No, papo, no, síngame!
Juanca me singó como él sabía hacerlo, con pasión, con amor, preguntándome cómo me sentía, si quería así o más lento, o más rápido. Cuando se vino se quedó quieto y me susurró al oído.
– El último lechazo es el que vale. Quiero que te vayas pa´la casa con mi leche adentro. – esperó a que me hiciera la paja y me viniera. Se bebió mi leche.
Cumplí con lo que me había dicho, le prometí que me quedaría con su leche porque él era mi macho. Llegué a la casa a dormir porque me sentía cansado. Cuando llegó se acostó a mi lado diciéndome.
– ¡Quiero que dejes de ser puta en esa casa! – yo lo abracé y besé. -Ya he hablado y no tienes que ir más, quiero que seas mío, solo mío.
– ¿De verdad que lo quieres?
– Sí, mi niño, sí…, yo tengo para darte lo que tú quieres y estoy de acuerdo, de vez en cuando, de que te eches a otros. Tengo a otros amigos bugarrones que con solo llamarlos, estarían aquí para darte gusto.
Así empezó la nueva vida, no tuve que ir más a la casa aquella. Con Juanca estaba bien, nos queríamos, nos dábamos placer mutuo. Como a las dos semanas me dijo.
– Mi niño, hoy viene un amigo mío, quiero presentártelo y bueno, podemos singar los tres si quieres.
– Estoy bien contigo, créeme. – le dije.
– Lo sé, mi niño, lo sé, pero tú eres más joven que yo y estás acostumbrado a que te den caña. Lo sé, cuando te conocí lo sabía y bueno, yo te lo busco y te lo traigo aquí a nuestra casa.
Vino su amigo que se presentó como Berto, era un tipo rudo, con barba y pelo muy rizado. Me apretó la mano fuerte a lo macho mientras me miraba fijamente.
– ¡Oye, asere, pues no parece tan maricón como me dijiste! – le comentó a Juanca a modo de introducción.
– ¡Ya lo verás, no te preocupes que esta cosita rica sabe lo que hace! – le dijo Juanca abrazándome.
Juanca puso la tele con la pelota, como estaba el campeonato pues era casi obligado en cada sitio, yo no seguía ese deporte, pero con él lo veía. Nada que nos sentamos los tres en el sofá a ver el juego, bebiendo cerveza y ellos dos fumando. Al rato Berto sin ningún disimulo y muy directo metió su mano por el pantalón en busca de mi culo, metió su dedo y se inclinó a mí oído para decirme.
– ¿Sabes que te voy a dar pinga hasta que me canse?
– ¡Oye, no me lo asustes! – salió en mi defensa Juanca. – ¡Bueno, no creas, que a mi niño le gusta que le den sus buenas tandas!
Entre el manoseo y besos, me fueron desnudando porque Berto se quedó con los pantalones puestos, aunque con la pinga afuera.
– ¡Mi nene, Berto quiere darte primero por culo! – me dijo Juanca – Como le había contado lo rico que lo tienes, pues ya sabes…, además es la visita.
Yo muy obediente me puse a lo perrito para que el amiguete de Juanca materializara su deseo. Sentí como escupió mi culo y puso su pinga en mi ojete para empezar a empujar. Me la metió de un golpe, casi a secas, gemí, jadeé porque muy a pesar de la costumbre y el entrenamiento que tenía, aquella manera brusca pues dolía algo. Berto no se dio por enterado, cuando sintió que me había clavado su pinga hasta los cojones, empezó a singarme sin piedad alguna. Juanca miraba, se tocaba su pinga, se veía que gozaba de la escena. No sé cuánto tiempo estuvimos singando, al rato le dije que cambiáramos de pose. Me lanzó al sofá y continuó como si nada. Opté por quedarme quieto y dejarlo hacer, cuando se dio cuenta me dijo al oído.
– ¡Así no me vas a sacar la leche!
Comprendí lo que quería y era lo normal, comencé a moverme, a dar cintura para tratar de que Berto se sintiera el más macho del mundo. Volvía mi cabeza para tratar de mirarlo, con una mano tocaba mi culo y su pinga que se movía como una máquina. Me quejaba, gemía y le decía que me singara duro, que quería su leche.
– ¡Eso es, mamita rica, ya ves cómo te tengo clavá! – me decía con vicio.- ¡Juanca, mira cómo le doy pinga a tu jeva!- remataba orgulloso.
– ¡Papi, dame pinga, hazme tu puta! – le decía yo.
– ¡Oye, brother!, ¿estás oyendo lo que me dice? – deteniéndose, me murmuró al oído – ¡Te vas a enviciar con esta morronga!¡Vas a pedirla a gritos! – Sacó su pinga rápido y me dijo – ¡Vamos, chupa ahora, maricón!
Me dejó el culo ardiendo y con esa sensación de vacío al sacarla de pronto y sin aviso. Sabía lo que quería el muy cabrón, era venirse en mi boca. Mi ojete no descansó ni un minuto porque Juanca ya se había acomodado para singarme.
– ¡Mami, estás cómo te gusta, recibiendo pinga por todos los lados! -comentó Juanca aunque me pareció que hablaba más con el amigo que conmigo que estaba bien ensartado.
Cosas del destino, Juanca se vino primero, llenando mi culo de leche y diciéndome que me había dejado preñado. Berto siguió singando mi boca, que tenía llena de baba y mocos porque con tanta singada, ni respirar podía. Hice algunas arcadas que casi se me escapa un vómito, sacando su pinga, le rogué.
– ¡Sígame el culo, papo, ya no puedo más!
Para mi asombró, me hizo caso, yo pensaba que me torturaría más, pero simplemente cambió a mi culo y continuó como si nada. Berto tenía agallas de buen bugarrón porque daba pinga y no se le caía nada y no se venía. Juanca se fue a la cocina dejándonos a nosotros singando.
– ¿Oye, no te gusto?- le pregunté de golpe.
– ¿Qué tú crees, mami? ¿Acaso lo dudas?
– ¿Por qué no me das leche?
– ¿De verdad que quieres mi leche? – se detuvo en sus movimientos.
– ¡Sí, quiero que me llenes el culo de leche!
– ¡Ya lo tienes lleno de leche de Juanca!
– ¡Quiero la tuya ahora! ¡Dame leche, papo!… te lo pido… dame leche.
– Mira, mariconcito, a ver, te voy a singar un rato más y cuando me vaya a venir, te la meto en esa boca rica que tienes para ver como tragas leche de macho… ¿Sí?
Así mismo fue, me singó un rato bastante largo hasta que sacó la pinga y me di la vuelta para recibir en mi boca sus chorros de leche porque el muy cabrón aparte de ser buen singador, buen bugarrón, tener buena pinga, era lechero. Explotó en mi boca camino a mi garganta adonde quería llegar con su pinga mientras se aferraba a mi cabeza. No miento, el semen se me salió hasta por la nariz y hubiera salido hasta por los ojos. ¡Qué manera de echar leche! Me dio la impresión que meaba en lugar de venirse de la cantidad y mira que yo había corrido mundo.
Berto quedó bien satisfecho, Juanca contento y yo molido de la singueta porque de verdad había sido mucho, aquel tipo era una máquina singando, y echando leche era lo mismo. Berto se fue despidiéndose con “hasta la próxima, mariconcito”. Cuando nos quedamos solos, Juanca me abrazó como tratando de darme cariño.
– ¿La pasaste bien?, mi niño.
– Bueno, sí, pero ese tipo es una máquina singando…
– Mi vida pero tú eres el mejor, le sacaste la leche y eso no lo hace todo el mundo.- se franqueó. – Yo lo conozco desde hace mucho y es de dar pinga y no venirse. Te lo digo, antes los pasivos le huían porque empezaba a singar y no terminaba nunca.
– Entonces hoy me he ganado un premio. – bromeé.
– ¡Sí, mi vida! – dijo besándome – Yo ya ni sabía si lo ibas a lograr o no, te lo digo, hubo un momento que pensé lo contrario…, pero eres el mejor.
– ¡Oye, y echa leche a chorro! – Juanca se rio bastante con aquello.
– ¡Bueno, ni se lo digas, pero entre la gente le pusimos “El lechero”!… je, je, je.
– ¡Y dímelo a mí! Me pareció que se meaba en vez de venirse…, no te miento, papo, me llenó la boca de leche.
– ¿Sabes una cosa?
– ¿Qué?
– Primero que me gusto verte como gozabas, segundo que en ese culito.- me dijo tocando mis nalgas – se quedó solo mi leche.
– ¡Ya sabes que para eso eres mi macho!
Sabía que aquella treta de retener, en lo posible, el semen que una vez William me había enseñado no fallaba. Pero bueno, a Berto le habrá gustado aquello de venirse en mi boca y sobre todo que le limpié la tranca hasta dejársela sin una gota de semen.
Al otro día al mediodía Juanca se fue a trabajar, yo salí a la calle a buscar algo y cuando regresaba a la casa, escuché que me llamaban. Era Berto desde un carro. Me acerqué para saludarlo, iba con otro que no conocía, un mulato cachas en camiseta.
– ¡Oye, nene!, ¿no quieres dar una vuelva con nosotros? – y sin esperar respuesta me presentó al que manejaba. – ¡Mira, este es Migue, bueno, Miguel!
– ¡Oye, de ti he oído maravillas! – me dijo mordiéndose los labios.
– ¡Bah, no hagas caso! – le dije yo.
– ¡Sube, nene, sube…! – viendo mi indecisión agregó Berto. – ¡Oye, tú sabes que aquí hay pinga pa´ti! Así que dale, sube…
– ¡Tú sabes que sin Juanca, no! -le dije.
– ¡Papo, anda, ven con nosotros, vas a gozar como a ti te gusta! – me dijo Miguel.
– Ayer me dieron mucha pinga… – quise explicar.
– ¿Dime que no te gustó? – fue la pregunta de Berto.
– ¡Sí…!
– ¿Bueno, pues vamos? ¡Vas a gozar como nunca!
No sé qué me pasó o quizá por mi deseo de singar que me subí en el carro aceptando la invitación de singar con los dos. Berto y yo nos sentamos detrás, estaba claro que él no se iba a quedar con las manos cruzadas. Cuando el carro arrancó, metió su mano por detrás del pantalón buscando mi culo. Yo le facilité la búsqueda, él metió el dedo.
– ¡Brother, qué culo tiene este maricón…, caliente! – le comentó algo soez a Miguel. Yo acaricié tu pinga por encima del pantalón. La tenía ya dura.- ¿Ya la quieres, nene?
– ¡Sí, macho, lo que quiero es que me singues hasta que me llenes el culo de leche! – le dije yo sabiendo que aquellas palabras las escucharía Miguel que estaba muy atento mirando por el espejo.
-¿Lo has escuchado pedir pinga? ¿Lo has escuchado, brother?
– Pues, mariconcito, hoy te vas a dar gusto porque te vamos a dar pinga los dos por turno… – dijo Miguel. – Yo ya estoy que exploto, la tengo que se me va a reventar…
– ¡Oye, tócasela! ¡Cógele la pinga para que veas lo que hay!- yo alargué la mano y palpé el bulto que Miguel tenía, me mostré asombrado por lo gorda y larga. Berto agregó. – ¡Oye, nene, yo no te doy cosas malas!
Seguimos calentando los motores hasta llegar a casa de Miguel que estaba a las afueras de La Víbora. Casi campo. Bajamos y entramos a la casa los tres como centellas. Tras cerrar la puerta nos amarramos en un remolino de besos, abrazos y al minuto estábamos los tres desnudos en la cama. Miguel tenía una pinga descomunal, gorda y larga, tamaños que a veces no se encontraban en un mismo ser. La de Berto, pues quedaba en desventaja aunque él estaba bien dotado.
– ¡Caballeros, vamos a hacer una cosa! – propuso Miguel. – Como yo estoy que reviento ya, mejor que me mame la pinga y me saque la leche.
– ¡Nos vas a sacar la leche mamando ahora, nene! – me dijo Berto agarrando mi cara para que empezara a mamar.
Así fue, empecé mamando la pinga de Berto pero como no se venía, dejó el sitio a Miguel alegando que no se podía venir así que se iba a encargar de mi culo. Miguel gozaba metiendo su pinga hasta atrás y sacándola provocándome arqueadas. Berto ensalivó y metió el primer empujón que me hizo retorcerme porque no me sentía bien. Pero el ver el dolor que me provocaba le animaba más, se veía más macho en ello. Hubiera gritado pero tenía la pinga de Miguel hasta la misma garganta.
– ¡Ya ves, mariconcito, que estás ensartado y bien ensartado! – comentó Miguel.
– ¡Eso es lo que le gusta! – agregó Berto.
Yo disfrutaba, disfrutaba por partida doble, además por tener a dos machos que me daban placer. Berto singaba como una máquina y Miguel gozaba metiendo tu pinga en mi boca hasta los cojones, se deleitaba haciéndolo, la metía despacio y ya cuando estaba adentro, no la sacaba se quedaba quieto provocando cierta asfixia, la sacaba igual de despacio, mojada de saliva. Al rato se vino, sentí el chorro caliente de semen, yo mismo le sujeté para que no sacara la pinga de mi boca.
– ¡Oye, mira cómo me agarra para coger su lechita! – se sorprendió Miguel.
Seguía con la pinga dura, Berto le dejó el sitio para que me singara. Costó trabajo pero la metió jadeando y comentando lo que sentía. Me tiró en la cama y comenzó a singarme sin compasión, a lo bestia, a lo guajiro.
– ¡Macho, pero mira cómo goza recibiendo pinga! – su sorpresa aumentaba.
– Ya te lo dije…, este es de los buenos, de los que les gusta singar.
Siguió sin detenerse, ya me parecía una eternidad, hasta que se vino dando jadeos que quizá lo escuchó todo el vecindario.
– ¡Nene, sabes que me toca a mí ahora!- me dijo Berto acercándose.
– Sí, papo, estoy esperando por tu leche…
Me acosté sobre mis espaldas sujetando mis piernas para que Barto viera bien mi culo recién singado y lleno de leche. Así me singó duro, a su antojo, hasta que se vino llenando mi ojete de más semen. Quedamos acostados los tres en la cama, sudados y contentos.
– ¡Oye, se ha quedado con la leche adentro!
– ¡Pues, hombre, claro… que para eso es maricón! – le explicó Berto – ¿Verdad, nene, que eres maricón?
– ¡Sí, sí, mi culo está lleno de leche de mis machos!
– ¿Has dicho “de mis machos”? – me preguntó Miguel.
– Lo has oído bien, ahora somos sus machos… – le repitió Berto.
-¿De verdad que te ha gustado?¿Quieres convertirte en nuestra jeva?- preguntó Miguel.
– ¿Qué tú crees? – le dijo Berto
– Lo será mientras le demos lo que le gusta… pinga y leche. – sentenció Miguel. – ¡Coño, se me está poniendo dura de nuevo!
– ¡Pues ya sabes dónde está el hueco que baja las pingas! – le dije girándome para permitirle que me volviera a singar.
Me quedé de costado a Berto mientras Miguel metía su pinga de nuevo, no tan dura, pero entraba bien. Cuando la metió hasta atrás, nos besamos.
– ¡Berto, ya ves…, esto es lo que me vuelve loco! – le dije.
– ¡Ya lo veo, pues con nosotros tendrás mucho!
– ¡Tiene un culo de oro! – agregó Miguel.
– ¡Te lo dije, brother, que lo que le pagamos a Juanca es poco! – dijo Berto.
– ¿Cómo que le pagaron a Juanca? – pregunté asombrado.
– Pues… bueno, sí… Juanca cobra, a mí hoy me hizo una rebaja pero a Miguel le cobró completo. – Dijo Berto.- ¿Qué? ¿Tú no sabías lo del negocio?
– Lo del negocio sí, pero de que me vendía, no, me dijo que eras un amigo que no tenía con quien singar.
– ¡Ja, hideputa! ¿Eso te dijo?
– ¡Nene, ese viejo se va a forrar contigo! ¡Y lo mejor que ni te enteras! -me dijo Miguel al oído.
– Pues no, ya no… ahora soy la jeva de ustedes dos. – le dije besando a uno primero y después al otro.
Aquello fue el pistoletazo para que Miguel empezara a singarme como antes, me sentía raro porque en mí bullía la sangre por lo que Juanca había hecho. Lo peor es que si hasta el momento quizá pasó por mi mente el hecho de que era yo quien lo engañaba, me resultaba extraño, el engañado era yo. Allí estaba singando con dos que habían pagado a mi gente, a mi marido como le gustaba decirme. Me dejé arrastrar por aquel torbellino de sexo, al rato estaba ya entregado a ellos sin pensar mucho en Juanca y lo que había hecho. Terminamos cansados, dormimos un rato abrazados los tres, felices.
Después Berto se fue a su casa, Miguel me llevó en el carro hasta casa de Juanca para que recogiera mis cosas.
– ¡Mira, nene, ahora recoges y nos vamos pa´mi casa y singamos tú yo solitos! – me dijo acariciándome el muslo.
– ¡Oye, macho, que ustedes dos me han dado mucha caña hoy! – le dije.
– ¡Je, je, je! Te gustó ¿no?
– Claro que me gustó, ¿acaso lo dudas? – le pregunté con coquetería.
– ¡Oye, mira que he singado yo maricones, pero tú lo gozas a tope! Mira, te voy a tener como una reina, eso sí, hay que singar a diario, dejarme sin leche porque si no entonces, salgo, y te pego los tarros. – me dijo de manera sincera.
Entre en la casa, recogí lo que tenía, cerré la puerta y tiré la llave por la rendija. Abajo le dije a Miguel que parara cerca de un teléfono y llamé a Juanca. Se lo dije, le dije lo que pensaba y lo que iba a hacer.
– ¡Oye, tú no sabes quiénes son esos dos! Recapacita, porque conmigo tendrás todo lo que te gusta pero no creas que son mejores que yo.
– ¡Tú me estabas vendiendo!
– ¡Bien, bien, eso podemos hablarlo! Pero cometes un error en irte con esos dos… ¡Mira, espérame y hablamos!
– ¡No, no… ya está hablado! – le dije colgando.
Nos fuimos los dos, no diría yo contento por lo que acababa de pasar pero de todas maneras aliviado por desprenderme de Juanca y aquella casa. Era cierto que a Miguel no lo conocía, lo mismo que a Berto, pero me daba lo mismo.