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La vida en pareja (capítulo cinco): Chucho
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Supe de Chucho un buen día que Lázaro vino a verme, salimos y en un parque estaba allí esperando, de verdad que aquel gesto me gustó, fue todo un detalle. Lázaro se despidió y se fue dejándonos a los dos. Chucho estaba muy atractivo, mirándolo allí en el banco sentado a mi lado, no parecía tan animal aunque ya me había empezado a gustar desde aquella tarde loca en el platanal. Al rato de estar conversando me preguntó si quería conocer dónde vivía, le dije que sí pero que tuviera en cuenta que estaba fuera de servicio, con una sonrisa me tranquilizó diciendo que lo sabía bien. Me volvió a sorprender al invitarme a subir a un Chevrolet bastante bien conservado, cogimos rumbo a la carretera de Alquizar, por el camino me contó que vivía en una finca pero que sin tierras, las tierras pertenecían a la cooperativa pero la casa era de él y una hermana que vivía en La Habana. Supe que había estudiado ingeniería agropecuaria, que inspeccionaba los platanales para que el rendimiento fuera el mayor, que por eso andaba a caballo aunque podía igual ir en el carro a trabajar. Llegamos a la finca, una casa rodeada de árboles de mango y aguacates, con su portal, las ventanas y puertas con tela metálica para que no entraran los insectos, había un cobertizo para animales y un garaje y una cerca que rodeaba la casa, al rededor había pastos para el ganado vacuno. Me mostró la casa, al menos la parte que le pertenecía, supe que la hermana a veces venía a pasarse un fin de semana pero no mucho.

En la puerta de su dormitorio, me alzó en sus brazos y diciendo:

– Usted aquí entra en este cuarto en mis brazos.

Lo dijo con orgullo, me besó y entramos.

– Quiero que este sea nuestro nido y tú seas el rey de esa cama.

Lo que pasó pues era normal, caímos abrazados en la cama, besándonos mutuamente, acariciándonos. Al rato estábamos desnudos los dos tratando de comernos mutuamente. Allí en su cama parecía diferente, aunque su sexo seguía siendo igual de gordo y grande. Yo me dediqué a juguetear con su pinga, Chucho que en realidad se llamaba Gustavo, me dijo haciendo que me acostara bocabajo.

– Mi nene, a ver, déjame ver ese culo que me vuelve loco…, coño si lo tienes como nuevo…

Enseguida se puso a lamer mi culo, él sabía que aquello me volvería loco muy a pesar de que no podíamos singar, estaba claro pero sabía su intención de hacerme venir mientras me lamía mi culo y me masturbaba con su mano. No tuvo que estar mucho tiempo porque exploté muy rápido, más cuando hacía mucho que no tenía contacto ninguno. Después me dijo que se iba a hacer una paja para echarme la leche en mi culo y así lo hizo.

Todavía recuerdo verlo con una mano sosteniendo una de mis piernas y con la otra haciéndose la paja, me parecía que era un gigante, me miraba, de mordía los labios, me decía cosas y a veces rozaba el glande por mi ojete. Se vino como un búfalo, mugiendo y disparando su semen en mi culo, restregando su pinga después. Pero no terminó en ello, volvió a lamer mi culo, recogiendo el semen para introducirlo en mi ojete que más que nada deseaba una buena singada. Aquel gesto me gustó mucho.

– No te he singado pero te llevas el culo lleno de mi leche.

Me dijo con orgullo de macho duro. Tuvimos que esperar dos semanas para el primer contacto sexual a fondo, mi amigo el médico me aconsejó qué hacer y hasta habló con Gustavo para que no se repitiera lo del rasguño. Fue una noche de pasión como antes no había vivido, muy a pesar del aspecto brusco que tenía Gustavo, esa noche inolvidable se comportó como alguien comprensivo, dulce, amante cuidadoso y sin dejar su rol de hacerme suyo, todo en cuerpo y alma. Entre besos y caricias, abrazado a mi espalda y teniéndome clavado, me juró amor y me pidió ser su compromiso. Sus labios pidiéndome un sí, un asentimiento desde adentro, murmurando que no le importaba cómo nos habíamos conocido que sólo le interesaba el futuro nuestro. Desde aquel momento me sentía bien, con el culo bien lleno, abrazado y protegido. Gustavo me satisfacía en el sexo bien y como me gustaba, yo le correspondía.

Empezamos una relación bastante pasional, en el pueblo ya todos los sabían, William me felicitó aunque lamentó que no me podía coger el culo, pero que no perdía la esperanza de que algún día pudiera. Hugo estuvo tratando de presionar, incluso se apareció en la casa de Gustavo una noche con el carro de policía pero no se salió con la suya. Gustavo le salió como una bestia y lo puso en su lugar. De todas maneras Lázaro si era bienvenido, más porque fue quien nos presentó, compartíamos como el primer día en el platanal. Hacíamos tríos a veces, o simplemente Gustavo miraba como Lázaro me singaba. Podía parecer raro, pero Gustavo sentía idolatría por mí y a la vez le gustaba experimentar, no fue Lázaro el único que me poseyó delante de su mirada vigilante y lujuriosa, a veces invitaba a alguien. Sentía placer eligiendo quien me singaría o quién podía dejarse singar para que yo viera.

La primera vez, se apareció en la casa con un recluta, al entrar a la casa y besarme, me dijo.

– Mira lo que te traigo, me lo hubiera singado pero es activo, así que dame ese gusto y deja que te singue. Yo quiero ver como lo hace.

Me quedé como algo indeciso, sin saber cómo reaccionar, pero me llevó al cuarto y el recluta ya estaba desnudo y sobre mí quitándome la ropa. El muy cabrón tenía una pinga larga y gruesa en la punta y delgada en el tronco. Gustavo se preocupó de que me untara bien lidocaína y se sentó en un sillón cerca de la cama a mirar. Comprendí el juego desde el inicio, no dejarme besar y mirar a mi macho siempre, quizá era la experiencia la que me guiaba a tener presente a mi hombre y alimentar su orgullo aunque sea otro quien me estuviera dando por culo. El recluta se dio gusto metiendo y sacando su pinga, de vez en cuando miraba a Gustavo, miraba su pingón negro, estaba claro que lo que quería era que se lo singaran. Se vino agarrando mis piernas con fuerza, provocándome casi dolor. Cuando sacó su pinga, Gustavo se acercó y me puso su pigón en el ojete.

– Ahora vas a recibir el de tu macho.

El recluta sé quedó asombrado de cómo aquel trozo entró tan fácil y además provocando placer, cuando estaba ya bien clavado me preguntó:

– Mi amor, ¿cómo te sientes?

– Bien, sabes que sí que solo quiero lo tuyo.

– Pero tienes el culo lleno de leche de otro.

– Pues dame la tuya, papo.

Era una conversación con un solo fin, aumentar el ego de mi hombre y mi dependencia para con él. Al recluta le ordenaba que le mamara los huevos, que me mamara la pinga o que me lamiera mi culo, en un momento el recluta no pudo más y le pidió que se lo singara también, que tenía ganas de sentir aquel trozo de pinga. Gustavo le dijo que se preparara pero que la leche me la daría a mí. Sacando su pinga de mí se la metió al recluta que empezó a gritar, el pobre chico tenía los ojos rojos y jadeaba como un perro. Casi no resistió ni diez minutos las embestidas de Gustavo cuando empezó a pedir que se la sacara, que no podía más. Yo sabía que a Gustavo aquello le deba más fuerzas.

– ¡Maricón, no me pediste pinga! Pues coge.

Lo estuvo torturando bastante tiempo hasta que me ordenó prepararme, con una rapidez asombrosa, ya estaba dentro de mí y viniéndose, le gustaba llenarme de leche, saber que era él quien me fecundaba. El pobre recluta estaba dolorido, pero contento. Después me preguntó que cómo yo podía, la respuesta fue que para eso era la pareja de él, que era cuestión de acostumbrarse.

Un buen día cuando esperaba la guagua, me encontré a William, que zalamero se me acercó como era su costumbre y después del saludo, me preguntó cómo me sentía con mi nuevo amor. Al parecer alguien le había ido con el cuento, o quizá alguno de los que había compartido conmigo y con Gustavo.

– ¿Qué tal ese culo? Espero que no lo tengas desflecado por la clase de morronga que te metes.

– ¡Bah, ya sabes que tuve un buen maestro!

– Ese soy yo…, mi pinga y mi leche fueron lo primero que te tragaste.

Se sentía orgulloso de ello, lo de haber sido el primero siempre me lo sacaba en cara como si yo fuera capaz de olvidar aquella primera vez. Enseguida me invitó a apartarnos un poco de la parada, yo al principio me negué pero William no conocía esa palabra ni mucho menos que yo no cediera a sus deseos. Lo seguí porque era la mejor manera de que me dejara en paz y bueno, porque sabía que me daría placer. Nos metimos detrás de unos muros que estaban construyendo y él me dijo que me bajara el pantalón, se agachó y abriendo mis nalgas empezó a besar mi culo. El muy cabrón sabía cómo ponerme a punto, su lengua lubricaba mientras decía cosas, cuando se puso de pie ya estaba yo deseoso de que me poseyera, él lo sabía y por eso me lo preguntó como otras veces había hecho antes de singarme allí.

– Ya ese culo parece un chocho, así ha de ser la cantidad de leña que te han dado.

Quizá tenía razón, porque si antes me costaba algo de trabajo cuando me penetraba, en esa ocasión fue fácil, como si nada. Era el resultado de mi negro Gustavo y la actividad sexual que llevaba, muy activa, porque no iba a decir que todos los días singaba pero con mucha frecuencia y a veces había días de dos veces. Gustavo me lo había dicho que era mejor acostumbrarse a dos veces al día, que a él le gustaba así. Ni se dio cuenta William que mientras me singaba, yo cavilaba sobre Gustavo. Aunque William había sido el primero, Gustavo me tenía todo. William se vino, se quedó abrazado un rato mientras me susurraba que de todas maneras tenía buen culo. Cuando llegamos a la parada ya la guagua se había ido, por estar en la singueta me había quedado allí. William me invitó a que me fuera a casa de un socio de él que vivía cerca hasta que viniera la otra guagua, subrayó que no me arrepentiría.

La casa del socio estaba cerca y el tal socio no era más que El Mulo, así le decían a Ernestico, un tipo flaco que cierta vez trató de conquistarme, pero yo era muy miedoso y todavía no había dado el primer paso. Cuando me vio con William se quedó con la baba afuera, primero se recordó aquella vez que en la guagua se me pegó pero que yo me escabullí dejándolo con las ganas. Eso después lo contó mientras ya estábamos más cómodos, se había imaginado al vernos que nosotros éramos pareja, pero William le dijo que no, que yo estaba con Gustavo. El Mulo bromeó que entonces estaba claro, se me ocurrió preguntarle el por qué, resultó que estaba claro que me gustaban grandes, que era bien tragón.

– Pues, macho, prueba tu mismo, a este yo lo enseñé a singar, y a dar bien el culo…ven, mete la mano. – le dijo haciendo que me volviera para que Ernesto metiera la mano hasta mi ojete, que claramente estaba bien mojado por la leche de William.

– ¡Cojones!, ¿te lo has acabado de singar?

– ¡Sí, me lo singué detrás de la parada y mira, aquí está, ¿sabes por qué?

– Porque quiere más pinga.

– ¡Díselo tú mismo! – me incitó William a responder y viendo que me callaba. – Se hace el tímido, pero lo está pidiendo a gritos.

– Bueno, tú y yo tenemos una cuenta pendiente, ¿no? – me atreví de decir sabiendo el resultado de aquellas palabras.

Lo que pasó después estaba claro, William al rato dijo que tenía que irse y que me dejaba en buenas manos. Fue una noche algo especial porque Ernesto, que tenía el mote de El Mulo, era porque en realidad tenía buen hierro. Lo sabía por comentarios de un amigo que había estado con él. Quedándonos solos, se me echó encima comiéndome a besos, sabía besar y acariciar bien, me hizo arrodillarme allí mismo junto a la puerta que acaba de cerrar para que le comiera la pingota que tenía. Era cierto, tenía bien puesto el nombre de El Mulo, aunque mi Gustavo se manda bien, sería porque como la del negro no había otra. Le dije que me dejara ir al baño, pero me quitó la ropa diciéndome que quería darme el primer pingaso allí mismo, que aguantara un poco, que aprovecharía que William me había dejado dilatado y húmedo.

Me dejé singar allí en la sala, un blanco con una pinga así era raro y él lo era, estaba muy cachondo, me decía que poca gente se atrevía a darle el culo, que ni las más locas se atrevían, que yo era un verdadero hombre que aguantaba su pinga y mil cosas por el estilo. Al rato nos fuimos a la cama donde me ponía de mil posiciones siempre dándome caña y haciendo mil comentarios. Se vino gimiendo como un bebé, estaba feliz cuando dejó caer a mi lado. Después se empeño en que me viniera y cogiendo un frasco de crema empezó a meterme los dedos, mientras me decía que gozara. Yo trataba de hacer lo que me decía, mientras sentía como sus dedos entraban, como iba metiendo más y más, yo volaba, gemía, hasta que alargándose me besó diciéndome que quería meterme el puño. Muy a pesar de lo caliente que está con él, entregado a sus caricias y toqueteo, le dije que no.

– Me da miedo.

– ¡Oye, yo soy médico y sé cómo se dilata un buen culo, ya lo tienes a medio camino!… anda, chico, déjame…te va a encantar. Sé que lo vas a gozar porque se te ve en la cara.

Muy a pesar de su insistencia, me negué, no sé, era la primera vez que escuchaba algo semejante. Había visto fotos en revistas, pero a experimentarlo yo, no estaba preparado para ello. Ernesto no se enfadó, me hizo acostarme abriendo mis nalgas y empezó a darme lengua, la metía y la sacaba. Pronto logró que me olvidara de aquella propuesta, estuvo así hasta que exploté llenándome el pecho de leche que Ernesto recogió y me la dio en un beso.

– ¡Qué rico te he dejado el culo! Lo tienes como una rosa abierta. -me dijo mientras me besaba, me acariciaba.- y eso que no me dejaste que te metiera el puño…, pero te metí cuatro dedos… estás a medio andar.

Yo temía por aquello que me había dicho, él me calmó que al rato ya volvería todo a su estado normal, que solo había sido una dilatación y que no me preocupara porque siendo médico, él sabía lo que se podía hacer. Que mejor era empezar por la dilatación y después singar, que no me preocupara que en otra ocasión la pasaría mejor. Al parecer estaba seguro que habría más veces, me dijo que conocía a Chucho y que le gustaba mucho practicar lo de la mano. Eso me chocó algo porque resultaba que no conocía del todo a Gustavo.

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