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La vendedora (1)
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Mateo

Conocí a Valeria cuando trabajaba como responsable de calidad en una empresa de alimentos. Ella era vendedora. Vivíamos los dos en la misma zona, con lo que frecuentemente coincidíamos en el viaje desde y hacia el trabajo. Algunas veces ella se llevaba el auto de la empresa y en esas ocasiones me alcanzaba a mi departamento. Compartir esos momentos hizo que rápidamente nos hiciéramos amigos.

En ese momento yo estaba de novio con una persona que vivía en el interior del país, con lo que nuestros encuentros eran esporádicos. Ambos éramos de mecha corta y frecuentemente discutíamos violentamente. Muchas de esas discusiones llevaban a separarnos y decirnos que no queríamos volver a ver al otro, aunque al otro día nos arreglábamos.

Un día tuvimos una pelea un poco más fuerte y naturalmente no nos reconciliamos enseguida. Incluso traté de hablar con ella, pero no me atendió el teléfono. Estaba bastante triste y preocupado. Ese día volví a casa con Valeria, quien notó mi estado y me preguntó si quería que subiera a mi departamento para que siguiéramos hablando. Yo ingenuamente creí que estaba de verdad preocupada por mí y acepté su sugerencia, siendo esa la última decisión que tomé con mi cabeza superior esa tarde.

Luego de unos minutos hablando, en los que mi ánimo había mejorado levemente, Valeria me pidió dirigirse al baño. Se demoró lo suficiente como para que pensara en ir a preguntarle si se encontraba bien. Estaba a punto de hacerlo cuando escuché la puerta abrirse.

Mi cerebro se apagó al verla. Por unos minutos me convertí en un zombi y cuando volví a pensar lo hice con mi pene. Tenía puesto un conjunto de lencería violeta y me miraba de forma seductora mientras se acercaba a paso firme a mí. Lo siguiente que recuerdo es estar sentado en la cama con Valeria sentada en mis piernas besándome. Fue en ese momento que mi pene empezó a crecer en mis pantalones y tomó el control, reaccionando a sus besos y llevando mis manos de su cintura hasta su cola.

Valeria

Desde que conocí a Mateo me sentí atraída por él. A medida que coincidíamos más en nuestros viajes nos fuimos haciendo más cercanos y mi atracción hacia él crecía. Fue muy desilusionante enterarme que tenía novia.

Al crecer nuestra amistad comenzó a contarme cuando tenía problemas con su pareja. Yo me ilusionaba cada vez que lo escuchaba decir que se había peleado para entristecerme cuando me decía que se había reconciliado. Mateo era ajeno a mis estados de ánimo. Al percatarme de esto decidí que tendría que ser yo la que hiciera que se fijara en mí.

Sabía que tarde o temprano tendría una oportunidad y me preparé para aprovecharla. Lo primero que hice fue comprarme un conjunto de lencería que me hiciera ver y sentir sexi que llevaba todos los días conmigo. Tenían que darse muchos factores para que tuviera mi chance y no podía permitirme desaprovecharla por no tener la ropa interior adecuada. Esperé paciente a que me dijera que había discutido con su novia. Cada vez que lo hacía le daba mi apoyo y me mostraba feliz por él cuando me decía que se había reconciliado. Hasta que finalmente llegó el día.

Me comentó que esa vez la pelea había sido más intensa y que realmente tenía miedo de haber terminado su relación. Busqué como siempre consolarlo y animarlo. Con mucho miedo y terriblemente nerviosa me atreví a sugerirle que sería bueno que ese día subiera a su departamento y le hiciera compañía, ya que no lo veía bien. Luego de pensarlo por unos segundos que se me hicieron eternos aceptó mi sugerencia.

Durante algunos minutos estuvimos conversando de temas banales. Cuando lo vi lo suficientemente animado le pedí dirigirme al baño. No sé cuánto tiempo tardé en cambiarme. Estaba tan nerviosa que me temblaban las manos y me costó trabajo sacarme mi camisa y mi pantalón. Luego de vestirme me maquillé de forma suave. Inspiré profundamente y salí del baño.

Mateo se quedó inmóvil al verme. Si bien no era la reacción que esperaba, eso era mucho mejor a que me rechazara. Aunque tenía preparado un discurso para ese caso no creo que hubiera sido capaz de soportarlo. Me acerqué a él tomé sus manos y lo besé. Lo guíe y senté en su cama, acomodándome sobre sus piernas.

Después de unos minutos sentí a su miembro crecer debajo de mí. Simultáneamente comenzó a besarme y llevó sus manos a mi cola. Si bien me alivió que finalmente reaccionara sabía que me quedaba mucho trabajo por hacer. Me separé de él dejando que me mirase unos segundos. Le desabroché la camisa y comencé a besarle el torso, recreándome en las tetillas, una zona que sé por experiencia que es muy sensible en los hombres. Sus suspiros y gemidos me indicaron que tenía toda su atención y que estaba disfrutando mis tratos.

Seguí bajando por su cuerpo hasta arrodillarme entre sus piernas. Desabroché su pantalón y lo llevé hasta sus tobillos. Su pene se marcaba en el calzoncillo. Lo acomodé un poco para que la punta sobresaliera, dándole pequeños besos y lamidas en cuanto quedó a la vista. Levanté mi mirada y lo vi con las manos apoyadas en la cama la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados. “Seguro que su novia no lo pone así” pensé sonriendo. Y eso que todavía no había hecho nada.

Mateo

Valeria sabía usar muy bien su boca. Me lo demostró cuando gocé de su maestría en mis tetillas y volví a comprobarlo cuando se dedicó a la punta de mi miembro. Si lograba eso solo con la punta no podía ni imaginar lo que sería capaz con todo mi tronco. Por suerte (o por desgracia) no tendría que imaginar mucho ya que después de unos segundos de torturar solo la parte superior de mi pene bajó mis calzoncillos y comenzó a besar y lamer todo mi miembro.

Estuvo entreteniéndose así unos minutos, en los que yo solo podía gemir. Dio un beso, pasó su lengua por la punta y después se introdujo lentamente mi pene en su boca. Se lo sacó a la misma velocidad con la que se lo había metido. Durante todo el trayecto su lengua probó todo lo que pudo de mi piel. Repitió varias veces la operación, cada vez con más rapidez. Cuando comenzaba a sentir mi corrida se detuvo y se incorporó sonriendo y sin dejar de mirarme a los ojos.

Valeria

Paré mi felación en cuanto sentí su miembro empezar a palpitar. Era posible que en cuanto eyaculara se arrepintiera de lo que habíamos hecho y si se iba a arrepentir esperaba que fuera por algo que me valiera la pena. Por supuesto que encontré muy satisfactorio saber que su noviecita no lo excitaba en la forma que yo lo hice, pero eso estaba lejos de ser suficiente. Por fin lo tenía en mis manos y no pensaba dejarlo escapar.

Después de terminar de sacar su pantalón y calzoncillos me levanté en forma lenta. Me quedé parada delante suyo, con mis pequeños pechos a la altura de su cara. Desabroché despacio mi sujetador y, sin dejar de mirarlo, lo dejé caer al piso. Por primera vez en la tarde tuvo algo de iniciativa y me atrajo hacia él, empujándome desde la cintura. Acarició despacio mis tetas sin dejar de mirarlas. Después apretó con delicadeza mis ya erectos pezones, provocando mi primer gemido de la tarde. Lo agarré con suavidad de la cabeza y lo atraje hacia mi, gimiendo exageradamente cuando su lengua rozó mi piel.

Mateo

Siempre me gustaron las tetas pequeñas y las de Valeria me parecieron perfectas. Blancas, con forma de gota, un poco más chicas que las palmas de mis manos y con unos pezones oscuros que cuando los vi por primera vez ya estaban completamente parados. Además mi compañera de trabajo parecía tener mucha sensibilidad en esa parte de su cuerpo a juzgar por sus reacciones a mi tacto, lo que me excitaba y envalentonaba a seguir ocupándome de ellas. Cada roce, lamida o mordisco que daba era respondido por un gemido cada vez más largo o de mayor volumen.

Valeria

Con la situación ya totalmente bajo mi control me relajé y lo dejé que jugara unos minutos con mis pechos, aprovechando lo que parecían gustarle. Estaba vuelto loco chupando, mordiendo, acariciando y apretando y se entusiasmaba cada vez más ante mis simuladas reacciones.

Cuando consideré que había sido suficiente lo empujé despacio desde sus hombros, hasta dejarlo acostado y con las piernas colgando del borde de la cama. Enseguida se acomodó con su cabeza en la almohada y yo me subí sobre su cara, poniendo mi vagina a la altura de sus labios. Besó mi sexo por sobre mi ropa interior, que a propósito no había quitado, para que fuera él quien lo hiciera; le correspondía si es que quería probarme. Me agarró la cola con sus dos manos y dio un mordisco en la tela, lo que casi me provoca un orgasmo. Después si bajó mi bombacha hasta mis muslos y, sin darme tiempo a terminar de sacármela, introdujo su lengua en mi interior. En ese momento fui yo quien cerró los ojos y llevó su cabeza hacia atrás, gritando de gusto sin esta vez necesitar exagerarlo.

Mateo

Los gemidos de placer de Valeria en cuanto mi lengua comenzó a explorar su sexo fueron los más intensos y excitantes que escuché en mi vida, mucho más que los que me regaló cuando me ocupé de sus pechos. Esa reacción me hizo dedicarme con mayor ahínco a beber de la entrepierna de mi compañera de trabajo, apretándole fuerte las nalgas para mantenerla pegada a mi mientras recorría entera su parte más íntima.

Con mis manos firmemente asidas en sus cachetes se levantó unos centímetros para retirar completamente su ropa interior y agarró con suavidad mi cabeza, colocando nuevamente su vagina a la altura de mis labios.

Valeria

Una vez que estuve totalmente desnuda me dediqué a disfrutar del trato que Mateo me estaba dando. Su lengua rozaba mis paredes vaginales estirándose dentro de mí, buscando llegar lo más profundo que le fuera posible. Cuando sentí que se acercaba mi corrida empecé a moverme sobre él. Comencé con un vaivén lento de adelante hacia atrás, observando sus reacciones. Al notar que sus manos acompañaban mi meneo aumenté mi velocidad, haciendo que ya no pudiera seguir lamiéndome. Si pudo acomodar su boca alrededor de mi clítoris, con lo que mis caderas, sus manos y su cabeza acoplaron sus movimientos entre si. Los gemidos salían en forma igualmente rítmica de mi boca. Seguía con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás. Mi concentración estaba enfocada solo en el placer que sentía proveniente de mi entrepierna.

Mateo

Valeria se movía a toda velocidad sobre mi cara, rozando sus labios vaginales con mi nariz y mi lengua. Gemía cada vez más alto y me apretaba fuerte contra su ser. Finalmente emitió un largo grito y desaceleró los movimientos de su cadera.

Cuando se bajó de mi rostro tenía una gran sonrisa en sus labios. Sin darme casi tiempo a respirar me besó con pasión. Después empezó a descender por mi cuerpo, deleitándose otra vez con mis tetillas unos segundos. Al llegar a la altura de mi miembro lo sopló despacio haciéndome estremecer de placer. Terminó de desnudarme y me colocó un preservativo, que no sé de dónde sacó, para después subir gateando por mi torso rozándome con sus erectos pezones.

Valeria

Ya habiéndome corrido con su boca fui por el premio mayor, aprovechando que la sangre todavía no volvía a su cerebro. Verlo gozar de la forma en que lo hacía con cada uno de mis actos solo lograba calentarme más. Con cada bufido suyo, además, me convencía que su novia no le daba tanto placer como el que estaba recibiendo de mi parte.

Cuando estaba terminando de acomodarme encima de Mateo sentí sus manos en mi cola, no pudiendo evitar que se me escapara una sonrisa de satisfacción. Sin dejar de sonreír lo miré a los ojos mientras llevaba una de mis manos a su miembro y lo colocaba en la entrada de mi vagina. Dudé unos instantes si jugar con él haciéndole rogar por penetrarme, pero desistí de esa idea. No quería hacer nada que pudiera dar lugar a que se arrepintiera.

Mateo

La cara de Valeria cuando introdujo mi pene dentro suyo era de máximo placer. Estaba sobre mí con los ojos cerrados y ambas manos sobre mi pecho. Al momento de terminar de penetrarse emitió un largo gemido y empezó a moverse despacio. Sus tetas subían y bajaban al compás de su respiración y su balanceo. Solté su cola para posar mis manos en ellas y me incorporé para chuparlas. Gimió suavemente en mi oreja cuando rocé su botoncito con mi lengua. Después llevó sus manos a mi cabeza apretándome contra su pecho. Me acomodé contra el respaldo de la cama y la agarré otra vez de sus nalgas. Mis ojos permanecían cerrados concentrándome en mis sensaciones o se abrían buscando los suyos, mientras mi boca no soltaba su pezón.

Valeria

A sabiendas de lo que le gustaban mis pechos lo dejé que hiciera lo que quisiera con ellos y maximicé mis expresiones de gozo cuando lo hacía. De todas formas, desde que vi su mirada dirigirse a la mía sin separarse de mí ya no hubo necesidad de exagerar. No sé cómo explicarlo, pero supe en ese instante que, al menos por esa noche, no se arrepentiría de lo que estábamos haciendo y pude disfrutar por completo.

Con eso en mente decidí que alargaría nuestro encuentro lo más posible y por tal motivo retiré sus manos de mi cola (llevándolas a mis tetas, que aprovechó para agarrar) cuando noté que las usaba para aumentar el ritmo en que mi cuerpo se hamacaba sobre el suyo. Con Mateo sujetado firmemente de mis senos coloqué mis manos sobre sus hombros y continué moviéndome en forma lenta, subiendo hasta casi sacar su miembro de mi interior y para después bajar hasta que nuestras caderas chocaron. Una vez que su aparato llegó todo lo adentro de mí que le era posible empecé a moverme en círculos sobre él.

Mateo

Con la convicción de que ya se había corrido supuse que había llegado mi turno de acabar. Pronto descubrí que mi compañera de trabajo tenía otros planes que, debo admitir, estaban lejos de desagradarme. Mucho menos si como compensación podía seguir tocando, acariciando y rozando sus perfectas tetas y sus pezones, como estaba haciendo en ese momento. Los estaba sosteniendo con ambas manos mientras mis pulgares buscaban tocar despacio su erecto centro.

Al mismo tiempo Valeria seguía dibujando una circunferencia con su cintura a un ritmo en el que me sería imposible eyacular pero que por algún motivo (posiblemente ese mismo) me resultaba lo más excitante que había hecho en mi vida.

Valeria

La cara de Mateo mientras estaba encima suyo era un poema. Podía ver en sus ojos como su cerebro recibía los débiles estímulos de placer que cada terminal nerviosa de su pene le enviaba, pero que debido a la cantidad a duras penas era capaz de procesar. Respiraba por la boca, que mantenía abierta, dejando escapar junto al aire de sus pulmones rítmicos jadeos cada vez que yo completaba una vuelta sobre él.

Su expresión me decía que ya no solo su ahora cornuda novia no lo había hecho gozar así, sino que posiblemente nunca lo había hecho en su vida. El total placer que mi compañero estaba experimentando no hacía más que aumentar el mío, lo cual demostraba con una sonrisa de oreja a oreja y acelerando de a poco mi danza.

Mateo

Al notar que sus movimientos se hacían más rápidos y más amplios y aumentaba también el volumen de sus gemidos entendí que ahora si me permitiría buscar mi explosión de placer y la agarré otra vez de la cola, acercando sus pechos a mi boca, a la que introduje uno por completo.

Valeria

Mateo jadeaba cada vez más fuerte, con mi teta derecha entera dentro de su boca. Yo lo cabalgaba a la mayor velocidad que me era posible, agarrándome fuerte de su cabeza mientras lo apretaba contra mí.

Disminuí un poco mi velocidad cuando empecé a correrme, para disfrutar más las sensaciones que el orgasmo me provocaba y alargar el mismo. Aún así tenía un último truco que haría que mi compañero de trabajo acabara antes de que se agotara mi orgasmo.

Mateo

La contracción de los músculos vaginales de Valeria apretando mi pene mientras se corría hizo que inmediatamente comenzara a llenar con mi esperma el preservativo. Yo aún tenía sus nalgas firmemente atrapadas por mis dedos y su pecho entre mis labios. Esto no fue impedimento para que un grito gutural e interminable saliera desde lo más profundo de mis entrañas.

Mi eyaculación fue la más larga y potente que recuerdo haber tenido. Aún después de los últimos latigazos de mi pene seguía jadeando de placer.

Todavía respiraba con dificultad cuando Valeria se levantó de mi entrepierna y se abrazó sonriente a mí. Sin quitarme los ojos de encima llevó una de sus manos a la dura base de mi miembro y me retiró despacio la protección, generándome un último gemido.

Valeria

Me cuesta encontrar palabras para describir la felicidad y plenitud que sentí en ese momento. No solo era la culminación satisfactoria de un plan que había pensado durante meses sin la certeza de que fuera a tener la chance de llevarlo a cabo. Me había cogido a alguien que siempre me había gustado y calentado (de quién quizás estaba enamorada) y había sido mucho mejor de lo que alguna vez fantaseé, no únicamente por haber acabado dos veces, sino por el placer que sabía que él había sentido.

Me sentía segura, capaz de lograr cualquier cosa que me propusiera. Si había conseguido que una persona ética, que a pesar de todo nunca pensó siquiera en engañar a su pareja se entregara a mí, ¿cómo iba a haber algo que no pudiera hacer?

También me sentía sumamente sexi. La relación que tuve hasta ese día con mi cuerpo cambió en ciento ochenta grados. Empecé a permitirme mostrar mi sensualidad, demostrar deseo y hacerme desear. E iba a hacerlo desde ese mismo momento.

Mateo todavía no recuperaba su ritmo habitual de respiración. La mano que tenía apoyada sobre su pecho subía y bajaba a medida que el aire luchaba por entrar y salir de sus pulmones. Yo ya estaba repuesta, pero no dejaba de sonreír viéndolo a los ojos. Sin quitarle la vista de encima me levanté despacio. Su mirada se desvío hacia mi pecho, que cubrí con la colcha en cuanto terminé de pararme. Me giré lentamente y me dirigí al baño. Sin necesidad de verlo sabía que estaba mirándome la cola, que adrede había dejado descubierta. Al llegar a la puerta y agarrar el picaporte volteé mi cabeza y, en forma provocativa, le dije que iba a bañarme.

Mateo

No podía entender como no había mirado a Valeria antes. No es que pensara recurrentemente en engañar a mi novia, pero que uno esté a dieta no significa que no pueda mirar la lista de postres. Sin embargo, mi compañera me había pasado siempre desapercibida y viéndola ahora no comprendía el motivo. Es cierto que nadie va a trabajar como salió ella a mi encuentro, pero nada de lo que me había mostrado me insinuó que mostrarse así fuera parte de ella, ni lo bien que le quedaba. Su atracción radicaba mucho más en su actitud, segura y sensual, que en su belleza física. Si bien estaba lejos de ser fea, tampoco se podría decir que estaba buenísima o que todos los hombres se dieran vuelta para mirarla.

Sin embargo, ahí estaba deleitándome con su culo desnudo sin entender tampoco por qué se había cubierto los pechos y no la cola y ni siquiera por qué se cubrió las tetas, siendo que acababa de verla en pelotas.

También escapó de mi comprensión cuando, como si la intensa corrida de pocos segundos atrás no hubiera ocurrido, mi pene despertó en cuanto se giró a decirme que iba a bañarse.

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Autor
El otro yo
El otro yo
Hay un yo que es reservado, callado, tímido. Y está el otro yo. El que nadie conoce e invito a que conozcan a través de mis escritos Soy un escritor de relatos eróticos. Intento que mis escritos sean realistas y me gusta dar un marco a lo que creo. Mis historias suelen ser largas, con una primera parte de introducción y presentación de los personajes.

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