Entonces llego el día en que finalmente sucedió; la misma situación se volvió a repetir: ella fue a buscarme, cabe recalcar que usualmente lo hacía cuando sabía que estaba solo; fue a pedirme ayuda con su laptop; no recuerdo para qué, si fue para instalarle un software pirata o para configurarle una impresora, ya ni recuerdo; el hecho es que ese día, según ella, tenía algo de prisa y tenía que ir a una fiesta con su novio, por lo que tenía que dejarme solo en su cuarto mientras ella se metía a bañar; que por cierto, el cuarto de baño quedaba dentro de su recamara.
Mientras ella estaba en la regadera, yo permanecía en el escritorio sin hacer nada, en cabeza daba vueltas la idea de cómo podría hacerle para atreverme a entrar, pero mi consciencia me hablaba y me decía que no estaba bien. Así que mejor decidí desistir y opté por salirme de la recamara. Creo que ella me escucho, y desde adentro del baño me grito “¿Ya se va sin despedirse, vecino? ¿A poco ya quedo lista mi laptop?”. “Es que voy al baño” haciendo referencia que me dirigía a otro baño para visitas que tenían en la sala. Lo que siguió, fue la señal para retomar los planes para satisfacer mis pervertidas ideas; pues me respondió “el otro baño no sirve, si gusta puede entrar al de aquí” … hubo una pausa, y luego agrego “sirve que me hace compañía ¡Jajaja!” … eso hizo que agarrara valor, y entre a su cuarto de baño.
Ahí estaba yo, parado, estático, con la cortina de baño como única separación entre la pequeña Rosy y yo; mi corazón estaba acelerado y mi miembro luchando por liberarse de lo apretado del pantalón. El solo imaginarla desnuda y mojada, me tenían con la adrenalina a todo lo que da. Nuevamente ella fue quien volvió a romper ese silencio misterioso “nada más no se vaya a asomar ¿he?”, que en mi cabeza sonaba definitivamente como una invitación a hacer exactamente lo contrario. “¿Por qué? ¿Qué puedo ver que no haya visto antes?”, le respondí. “Pues, así como yo, no creo” me replico entre risas. Ya no me aguante más, y me acerque hacia área de la regadera y con la mano recorrí la cortina hacia un lado de manera sorpresiva, dejándola expuesta totalmente desnuda frente a mí, mientras le decía “¡A ver si es cierto, vecinita!”.
Ella reacciono tratando de taparse los senos con uno de sus antebrazos, y con la palma de la otra mano intentando ocultar su vagina, y con una sonrisa pícara exclamo “¡Ay vecino, que atrevido!”. Me quede asombrado al ver lo voluptuoso de su cuerpo, escaneaba todas sus curvas de pies a cabeza; sus senos, aunque algo grandes, se mantenían erguidas sin necesidad de traer sostén, sus caderas, aderezadas con un par de ligeros gorditos, y más abajo, sus glúteos bien redondos que sobresalían hacia atrás; y su abdomen, igual de apetecible con algo de carnita, pero sin verse llenita. Ya no aguanté más y me metí junto con ella a la regadera; así, con ropa y zapatos puestos.
Cerré la llave para no mojarme, aunque ya me había salpicado algo de agua. Le retire el antebrazo de sus senos para irme directamente sobre ellos, tuve que inclinarme un poco, pues mi estatura es de 1.70 mts; ella no opuso resistencia, incluso levanto su pecho para que mi boca pudiera acceder libremente a sus pezones, mientras que sus bracitos intentaban abrazarme. Mi lengua se movía en círculos sobre sus pezones, alternando ambos senos cada instante. Mis manos no paraban de recorrer cuanto se podía; su espalda, su cintura, sus glúteos, cada pezón que quedaba libre de mi boca.
Su carita mostraba una expresión de excitación dando pequeños gemidos. “¡Ay vecino! Ya se había tardado… ¡que rico usa su lengua!” me decía con la voz entrecortada y agitada. De los senos me pase a su cuello, besándolo más suave que sus pezones, mientras que peinaba con mis dedos sus húmedos cabellos pintados de rojo. Mis manos bajaron hasta manosearle los glúteos, se los masajeaba y apretaba; se sentían llenos de carne y suave a la vez. Le separaba las nalgas y le pasaba mis dedos por el ano, pero sin introducírselos; pero igual sentía su agujerito muy estrecho, que se estremecía cada que mis dedos le acariciaban. Luego, mis manos pasaron a su vagina. Sentí sus vellos, muy finos, aunque algo largos; deduje que era sus primeros vellos púbicos y que nunca se había depilado o rasurado; y eso me ponía más caliente.
Después de hurgar entre su pequeño pelambre, y abriéndome paso entre ellos con los dedos, llegué a sentir la entrada de su rajita totalmente húmeda, pero no por el agua, si no por lo excitada que estaba. Le empecé a dedear suavemente, considerando que aún era virgen, no la quería lastimar. Si que realmente estaba excitada, mis dedos se empaparon de sus fluidos; instintivamente me los lleve a la boca para saborear de ese néctar, y ella me miraba con cara de asombro y excitación. Aproveche para besarla para que ella también degustara como yo lo hacía. Nuestras lenguas jugueteaban mientras que se mezclaban nuestras salivas junto con sus fluidos. Mis manos no dejaban de recorrer cada centímetro de su cuerpecito.
Sin que ella se lo esperara, la tome en mis brazos y la cargue. Su cara de incertidumbre, porque no sabía lo que seguía. La lleve hasta su cama y la acomode para que quedara acostada en mero en medio del colchón. Tome una de las almohadas, y le levante cadera para colocarla por debajo de sus nalgas, quedando su pubis más elevado para mi comodidad. Apenas quedo recostada y dirigí mi paladar hasta en medio de sus piernas, y empecé a lamer los labios de su vagina, a darle lengua en todo alrededor de su sexo. Sus vellos púbicos quedaban peinados hacia afuera de su vagina en una mezcla de sus fluidos y mi saliva; dejando más al descubierto sus labios internos. Entonces empecé a hundir hasta donde podía mi lengua dentro de su vagina.
Sus piernas temblaban y soltaban pequeños espasmos que hacían que las tensionara hacia adentro, obstruyendo mi técnica de cunnilingus. Lo que me obligo a sujetarla de los tobillos y abrirle sus piernas de par en par, quedando expuesto su peluda vagina frente a mi cara. Me fui directo a su clítoris, y ahí centré toda mi atención; primero con lengüeteadas suaves, después con pequeños chupones que incluían sus labios vaginales de derecha a izquierda, y viceversa. La almohada empezó a quedar mojada de lo que llegaba a escurrir desde su vagina, resbalando por en medio de sus nalgas.
Aproveché esos fluidos para usarlos como lubricante, empecé a masajear la entrada de su ano, luego a introducir un poco mi dedo índice. El orificio de su ano se sentía muy apretado. Ella gemía y se retorcía mientras decía en voz baja y entrecortada “¡Que rico, vecino… se siente bien rico como me lo chupa… así, así!”. Intente introducir otro dedo, pero realmente estaba muy apretado, y soltó una pequeña queja “¡ay me duele, me duele!”, así que desistí y seguí jugando en su culito con un solo dedo, mientras le chupaba su clítoris cada vez con más intensidad.
Vi que su espalda se arqueaba, empezaba a mover su cadera de arriba a abajo de manera cada vez más rápida, y sus manos me tomaron de la nuca empujándome hacia su vagina; entonces supe que estaba a punto de tener un orgasmo y empecé a succionar y empujar con el vacío de la boca su clítoris; su abdomen se tornó duro y una serie espasmos invadió todo su cuerpecito; del interior de su vagina emanaba chorros de fluidos cada vez más abundantes. Que no desaprovechaba, saboreándolo todo.
Paulatinamente fueron disminuyendo sus convulsiones, y sus manos aflojaron la intensas con que me sujetaba mi cabeza, y de igual manera también mis lengüetazos. “¡Mas despacio, más despacio… por favor, vecino!”. Su clítoris había quedado sensible, y necesitaba recuperarse. Sin dejar de lamer y besarle su entrepierna, empecé a subir pasando por abdomen hasta llegar nuevamente a sus pechos, me entretuve un buen rato disfrutando de ese hermoso par de senos carnosos, duros y firmes, de aureola rosita y de pezón aun erguido.
Disimuladamente me fui retirando el pantalón, pues hasta ese momento aun traía puesto la ropa semihúmeda por la leve salpicada de la regadera, y por haber abrazado su cuerpecito aun empapado por la ducha, pero sobre todo por su cabellera todavía escurriendo agua. Con algo de torpeza, pude liberar mi miembro totalmente erecto, como hacía mucho tiempo no lo experimentaba. Aun daba vueltas en mi cabeza una pizca de consciencia, que me dictaba que no debería de estar haciendo, aunque ya no había marcha atrás.
Y es que, en verdad, el tener a mi merced ese cuerpecito virginal de Rosy, totalmente desnuda y dispuesta para mí, me tenía vuelto loco, me sentía en un estado de perversión totalmente poseído por el deseo. En medio de todo ese dilema, opte por determinar respetar su virginidad, pensaba que aún era una inmadura y la decisión de estar conmigo no era lo correcta. Aun así, en mi mente se justificaba que no iba a desperdiciar de todo lo demás. ¡Mi lado perverso aun prevalecía sobre mi consciencia!
Coloqué el tronco de mi miembro sobre su vagina, y lo empecé a frotar de arriba abajo, pero sin penetrarla; sin dejar de descuidar sus senos con lengüetadas, lamidas y chupadas; poniendo énfasis en sus pezoncitos rositas. “¡Vecino! ¡Que rico y grueso lo tiene!… así, así… más, deme más!” decía en pequeños gritos. Empezó a moverse a mi ritmo y a presionarse más contra mi verga hinchada, en señal del inicio de otro orgasmo. “¡Métemela! ¡Métemela ya, por favor!” gritaba en tono exigencia. Omití su demanda, y seguí moviéndome con mayor intensidad. Nuevamente sentí como su vagina empapaba mi verga con sus jugos.
En pleno orgasmo, tomé mi miembro por el tronco, y con la punta del glande se lo empecé a restregar en su clítoris como si sacudiera una brocha. Su espalda se arqueaba, sus piernas se tensionaban pasando por sus tobillos hasta las puntas de sus dedos de los pies; sus brazos, de igual manera se extendían a los lados como crucificada, y apretaban con sus manitas lo primero que alcanzaba; con una sujetaba una sábana y con la otra una almohada. Daba pequeños gemidos que empezaron a acompañarse de un llanto quedito, emitiendo sonidos parecidos a un globo al desinflarse; supongo que en su inexperiencia aun no sabía cómo exteriorizar todas esas sensaciones sexuales, reprimiéndose para gritar fuerte.
Fue un largo instante de convulsiones, pujidos, gemidos y llanto. Luego, con su vocecita agitada me decía “¡Ya por favor, vecino! ¡Quiero sentirla dentro!”. “¿Quieres sentir mi lechita dentro, vecinita?” le pregunte; y de inmediato me respondió “¡Si, si, por favor!” “La vas a sentir, chaparrita… ¡pero no en tu panochita!” le respondí. Entonces me incorpore y me gire quedando acostado de lado, pero en posición de sesenta y nueve.
Coloque mi miembro cerca de su boca, se le quedo viendo un rato, quizá contemplando algo nuevo y con una mano lo empezó a acariciarlo siguiendo con sus deditos por donde resaltaban las venas. Tenía mi verga que ya no aguantaba, y sentía que estaba a punto de estallar. “¡Tiene muchas venas, vecino! Se siente raro… muy duro” me decía aun agitada, sin dejar de acarícialo, en momentos, de manera algo torpe. “¿Te gustaría probarlo, chaparrita?” le pregunte, y me respondió “¡Si, me gustaría saber a qué sabe!”.
Deduje entonces que tampoco había hecho una felación, nunca había hecho sexo oral; pero eso si no se lo iba a dejar pasar; tomé mi miembro acercándolo más a su carita, y acto seguido se lo introdujo a la boca. Se notaba su inexperiencia en las técnicas mamatorias, pues lastimaba un poco con sus dientes y lo hacía bruscamente. Por mi parte, seguía jugando con mis dedos y lengua con su clítoris, que ya se sentía hinchado; y por lo que notaba, también lo había dejado algo sensible. De vez en cuando volteaba a ver como mi miembro entraba y salía de su boquita; note como de su mejilla escurría pequeños hilos de fluidos y lágrimas de sus ojitos mientras que la alentaba a no desistir diciéndole “¡Que rico lo mamas, chaparrita! ¡Tienes una boquita devoradora de vergas!”
Era una escena que me prendía de manera como hacía tiempo no me sentía; el ver su inocente carita intentando introducir mi grueso miembro en su boquita; su quijada abriéndose a su máxima capacidad, mientras que sujetaban mi miembro con ambas manos; que lo hacían lucir más grande en sus pequeñas manitas.
A pesar de los pormenores de su falta de experiencia, me excitaba más la idea que ser el primero en introducir mi verga en su boca. Sentía que estaba a punto de terminar. Por un momento llegue a pensar en venirme afuera, pensando que al ser algo nuevo para ello le disgustaría, pero el ver que realmente lo disfrutaba mamando, me hice la idea de vaciarme dentro de ella. Aun así, primero le pregunte “¡Voy a terminar, chaparrita! ¡¿Quieres probar mi lechita?!”; tuvo que sacarse la verga de su boquita para poder responderme que “¡Si, quiero probar su lechita! ¡Quiero saber a qué sabe!”.
Apenas me dijo eso, la sujeté de su nuca y con mis dedos enredados en su cabellera, volví a introducir mi verga en su boca y empecé a bombear como loco adentro y afuera, cada vez más fuerte y profundo. Su cuarto se invadió de ese sonido gutural característico de una mamada intensa. La pequeña vecinita no oponía resistencia, al contrario, a pesar de dar alguna que otra arqueada, trataba de abrir al máximo su boquita. Debido a su falta de pericia, sentía que sus dientes me lastimaban. Cuando así sucedía, le extraía la verga de su boca y sujetando de la base del miembro, le golpeaba la cara con el tronco y el glande emulando un pequeño bat de beisbol al tiempo que le decía “¡Cuidado, que me lastimas, cabrona!”.
Ella buscaba mi miembro con su lengua como desesperada, lamiendo lo que pudiera alcanzar en cada golpecito, como una pequeña cría hambrienta en busca de alimento. Su carita quedaba salpicada de los fluidos, mezcla de su saliva y mi líquido seminal. Ya no pude aguantar más y cuando iba a terminar, empecé el meti-saca con más fuerza, en el momento en que me venía dentro de su boca, empujé mi cadera con fuerza y sumergí hasta donde pude mi miembro en su garganta; descargando todo mi semen dentro. En mi frenesí, no me percate que le estaba dejando sin respirar, por lo que empezó a patalear y manotear desesperadamente. Le extraje rápidamente mi miembro aun semi erecto.
Ella se incorporó sentándose en la cama, mientras tosía de manera ahogada y se llevaba las manos a la boca; por donde escurría por su barbilla una baba espumosa. “¡Ni se te ocurra escupirlo! ¡Te lo tienes que tragar!” le dije en tono de orden. Se me quedo viendo con cara de incredulidad, luego de recuperar su respiración; se pasó de un trago todo lo que traía retenido en su boca.
Luego, con la lengua se limpió todo lo que alcanzaba por fuera de sus labios. “¿Así, vecino? ¿Así está bien?” me pregunto, con una expresión en su rostro como esperando mi aprobación. “¡Muy bien, pequeña! Lo has hecho muy bien, para ser tu primera vez. Aunque aún te hace falta aprender algunas cosas” le respondí a la vez que la abrazaba y la volvía a recostar junto a mí, quedando acomodados en posición de cucharita. Ella se dejó acomodar restregándome sus nalgas en mi miembro ya flácido, aun mojado de nuestros fluidos. “¿En serio le gusto? ¿No me está mintiendo? seguía cuestionándome. “¡Te lo digo en serio, chaparrita? ¿Por qué no me crees? ¿Acaso no se notó?” le dije manoseándole los senos y luego las nalgas.
Entonces me insistió “¿Entonces por qué no me quiso penetrar? no quiso ser el primero. ¿Acaso no es lo que a todos les gustaría, quitarle la virginidad a una mujer?”. “No lo sé, quizá a los demás hombres, pero tal vez, en nuestro caso, es porque aún te veo como la niña que una vez conocí, y quise dejarle ese privilegio a la persona que elijas de pareja” le decía en un tono de inseguridad, pues obviamente mis acciones denotaban una doble moral; luego agregue “si no hubieras sido virgen, te hubiera hecho mía completamente; aun y a pesar de tu inexperiencia”. “Pues enséñeme, por favor, vecino. Se nota que usted sabe mucho, y me encanto tenerlo en mi boca.
Con mi novio no creo que vaya a aprender nada, él es muy distraído con otras cosas. Y su prioridad no es el sexo, más bien es el futbol y eso del Facebook” me pidió haciendo una carita de niña buena. Mis pensamientos estaban en un conflicto moral, a pesar de lo que acababa de pasar. Pero pues ya había cruzado la línea; así que me envalenté y le respondí “Ok, está bien. Pero nada de penetración. A pesar de desear ser el afortunado de hacerte mujer, desistiré hasta que no lo hayas hecho con otro; ya sabrás si es con alguien a quien ames o que solo sea por deseo”. “Se me hace que me tiene miedo, vecino” dijo en tono retador. “No, chaparrita. No es eso. Y no voy a seguir tu juego. Solo quiero que estés segura”, le respondí mientras le peinaba sus cabellos rojos con mis dedos de una manera cariñosa.
Luego dejé de abrazarla y me senté junto a ella y le dije “Bueno, ya alístate que se te hace tarde”, me fui directo a una nalga para hacerle un chupetón. Ella rio diciéndome “Jajaja me hace cosquillas, vecino”. “Para que no te olvides de mi” le dije riendo. La cobije con la sabana de su cama, manchada con nuestros fluidos. Me vestí con mi ropa aun húmeda. “Luego le seguimos con la reparada de la laptop” le dije antes de salir de su recamara mientras le guiñaba el ojo. Ella me siguió con la mirada con una cara de satisfacción.
Lo que siguió después, fueron una serie de encuentros ya sin ninguna otra excusa más que el simple objetivo de desahogarnos sexualmente de manera mutua; ella en su papel de aprendiz me había elegido como su maestro en las artes de la estimulación de las zonas erógenas. Y más delante, paso lo que tenía que pasar, pero de una manera en que ella no se lo esperaba.
Continuará.
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