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La tropa loca
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Reencuentro con un amigo de la preparatoria, con el cual había tenido varios morreos, pero hasta esta vez pudimos agasajarnos completamente.

Cuando estudié preparatoria, en el grupo de tercer año había una ‘bolita’ más o menos grande que para todo hacíamos reuniones y excursiones y nos la pasábamos muy bien, no se trataba de parejas, sólo amigos, era baile entre todos y paseos en bola, aunque si se daban las condiciones podía haber algo más, pero sin compromiso… (Sí, más de una compañera quedó embarazada y en dos casos hicimos colecta para pagar el aborto). Nos hacíamos llamar La Tropa Loca, porque nos sonaba bien ya que había un programa de televisión con ese nombre y también de éste tomó su nombre un grupo musical que tuvo sus triunfos con música de rock y después se pasó a la onda grupera.

Felipe, al igual que yo, pertenecía a La Tropa Loca y nos gustábamos, al grado de que me pidió que perdiéramos juntos nuestra virginidad, ¡y casi logró convencerme! pues daba unos besos riquísimos y sus manos sabían acariciar muy bien. Recuerdo cómo jugaron sus dedos con mi clítoris mientras yo le acariciaba el pene sobre el pantalón y entre beso y beso me pidió perdernos de los demás en un paseo que hicimos al parque nacional de Los Remedios. En ese momento estábamos bastante separados de los demás, yo le quería decir que sí, pero pudo más mi relación con Saúl, con quien llevaba un año de novia y meses después me desvirgaría. El asunto es que le dije que no, pero para ese momento ya me estaba metiendo también mano en las chiches, y yo en el pantalón, y aunque me tenía calentísima me pareció un abuso de su parte (y no de la mía, ja, ja, ja), lo que hizo que yo reaccionara en sentido contrario.

—¡No, Felipe, no debo! –le dije fuertemente, apretando mis manos.

—¿Por qué no? Sé que tú también quieres, lo siento en mi verga… —dijo mientras entrecerraba sus ojos mostrando placer.

En ese momento me di cuenta que yo seguía con mi mano en su pene y la tenía mojada con presemen por habérselo apretado y jalado con lo airado de mi respuesta. Pero luego la confusión fue mayor ya que saqué rápidamente la mano e instintivamente cubrí mi cara con ella y percibí el olor del presemen con el que me había mojado yo misma el rostro, me quedé oliendo profundamente la palma de mi mano y él ya me estaba chupando un pezón. ¡Me había sacado la chiche mientras yo me enervaba con el olor que tenía en mi mano y en mi cara!

—¡Déjame! –le grité y lo aventé, pues volví a sentir que Felipe estaba abusando de mí.

—Perdóname, pero yo creí que tú estabas sintiendo tanto deseo como yo —me dijo al notar mi ira.

—Sí, siento igual, pero no debo… —contesté suavizando el tono —Tal vez después, me gustas —dije al acercarme y le di un beso en los labios.

Si él estaba sorprendido y perplejo por lo contradictorio de mi comportamiento, yo lo estaba más. No pude advertir en ello mi futuro comportamiento de ninfómana y el fuerte peso que ya tenía Saúl en mi vida, a quien conocían y envidiaban, pues, aunque él estudiaba su segundo año de una carrera científica, algunas veces convivía con nosotros, mis compañeros lo veían como un ejemplo de deportista y estudioso y mis compañeras quedaban impresionadas, y enamoradas, al trabar unas cuantas palabras con él. Felipe y yo tuvimos otros escarceos y volvimos a prometernos que después habría oportunidad de hacer el amor. Por lo pronto ambos quedamos sin perder el virgo.

También hubo otro muchacho, de apellido Soto, de La Tropa, con quien me sentí atraída y me mamó las tetas varias veces, pero no hubo más pues él era muy tímido. Recuerdo que yo me levanté el suéter y la blusa para excitarlo y obligarlo a acariciarme el pecho. Él lo hizo y muy bien, pero al igual que los demás sabía que yo tenía un novio a quien amaba mucho y por ello ninguno logró coger conmigo. “Dicen que sólo eres una puta calientavergas”, me contaban mis amigas que los muchachos se expresaban así de mí. Sí, me calentaba fácilmente y sentía que los quería, pero deseaba que Saúl fuese el primer hombre en mí. Estoy segura que si ya no hubiera sido virgen, me hubiera tirado a Felipe y a otros cinco más de La Tropa.

Lo que sigue, sucedió hace más de tres décadas. Me había quedado de ver con Eduardo en un café, para irnos después a oír música a su departamento, es claro que oír la música era un pretexto para escuchar nuestra propia composición melódica de jadeos, gritos y susurros al hacer el amor… Opté por tomar un taxi y legué media hora antes pues el tráfico era fluido. Así que decidí irme a la librería cercana para pasar ese tiempo. Al entrar a la librería, me topé cara a cara con Felipe. Nos reconocimos de inmediato como si el tiempo no hubiese transcurrido y ambos mostramos alegres por eso.

—¡Qué linda estás! —me dijo abrazándome y dándome un beso, que le correspondí con otros dos, el segundo en sus labios.

—Tú no te quedas atrás, sigues muy apuesto.

—Vamos a tomar un café, si tienes tiempo.

—Sí, pero se me antoja que antes caminemos por Las Fuentes Brotantes, para recordar nuestra época de estudiantes —refiriéndome a un sitio donde acostumbrábamos ir con La Tropa Loca, le dije con el fin de alejarnos de allí.

—¡Vamos, pero a ver si no recordamos demasiado…! —contestó con evidente gesto de lujuria.

—Tal vez no estaría mal. Recuerdo que dejamos algo pendiente… —dije para hacerle ver lo que yo quería, y Felipe también, pues se le iluminó más la sonrisa.

—¿Qué te parece si yo digo a dónde vamos? —dijo Felipe cuando abordamos su auto.

—Sí, si quieres cierro los ojos para no ver a dónde me llevas —le dije, dándole un beso y tomando su pierna muy cerca de aquello que empezó a crecer bajo el pantalón hasta llegar a mi mano, con la que simplemente hice espacio para que se expandiera bajo ella.

Circulamos hasta llegar a la salida de la ciudad, donde están varios hoteles de paso. En el trayecto lo besaba en la mejilla sin soltarle el pene, al cual le daba varios apretones. No se sentía de gran tamaño, pero sí muy antojable. Al bajarnos del auto en el estacionamiento de la villa que nos habían asignado, ¡me cargó para introducirme en la recámara! Me dio un beso de lengua y me depositó en la cama.

—Diez años después, pero te cumpliré tu deseo, “nuestro deseo”, corregí —le dije sentándome en la cama y le aflojé el cinturón.

—Sí lo desee entonces y lo deseo ahora —asintió y procedió a desvestirme.

Ya no dijimos gran cosa, dejamos que nuestras manos y labios actuaran: prenda menos que despejaba algo de piel, piel que era cubierta de besos y lengüetazos. En el momento en que quedé sólo con brasier y pantaletas me lamió la parte superior de las chiches, bajó los tirantes y cuando quedaron al descubierto tomó una en cada mano y se puso a mamarlas alternadamente mientras decía “¡Qué hermosas están!” Yo miraba su trusa que parecía carpa de circo, metí la mano en el hueco que estaba entre sus piernas y le masajeé los huevos, que tampoco eran grandes, pero Dios no los diseñó para que también crecieran con el deseo… Con trabajo, pero le bajé la trusa liberando el pene que resorteó con la maniobra y la prenda resbaló al suelo cubriendo sus pies. Después giré el brasier para desabrocharlo fácilmente por el centro, desprendí su cara de mis tetas y me puse a mamarle el pene, jugué con su prepucio y sus huevos, lamí el tronco y me metí una por una sus bolas; él seguía de pie con la cara volteada hacia arriba y con los ojos cerrados “¡Qué rico!”, gritaba y yo le contestaba “Sí, lo tienes muy rico” y seguía chupando y saboreando su presemen. Me puso de pie, me abrazó con una sola extremidad y con la otra mano me bajó las pantaletas, las cuales se deslizaron para cubrirme los pies. Se apartó de mí para verme completamente desnuda, y yo lo miré a él, noté que estaba en muy buena forma y me relamí los labios adelantándome al banquete que me daría. Me volvió a cargar para depositarme en la cama, me abrió las piernas y su lengua probó los líquidos que mi vagina habían estado segregando desde media hora antes, cuando acaricie su pene sobre la ropa. No sé si yo he corrido con mucha suerte o si todos los hombres saben cómo usar su boca en una mujer, particularmente al recorrer la cavidad bordeada por cuatro labios, sorbiendo delicadamente el clítoris, pues éste también fue el caso: ¡me hizo venir varias veces! Hubiera dado igual felicidad haciendo un 69, pero no podía pensar en nada más, todo mi ser estaba concentrado en el chupeteo goloso que me daba Felipe y escuchar la manera en que su boca saboreaba mis jugos, mis manos aprisionaban su cabeza para que él no dejara de dar combustible a mi alma que viajaba al cielo…

Pasaron como quince minutos y se incorporó para darme un rico apachurrón. Del brilloso glande escurría un hilo viscoso manifestando el deseo que tenía de penetrarme. ¡Su miembro se deslizó en mi interior con suma facilidad! Puso una mano en cada una de mis tetas, me besó en la boca e inició el movimiento del amor y con ello un tren de mis orgasmos. En poco tiempo sentí el calor de su semen y me vine una vez más. Lo exprimí con mi perrito y se derribó hacia la cama tomando grandes bocanadas de aire. Sí, quizá estaba en buena forma, pero se vació casi por completo. Nos abrazamos y dormimos un buen rato.

Al despertar, me bajé a limpiarle el falo, los testículos y la entrepierna con mi lengua. En poco tiempo despertó con el órgano bien templado y me subí en su cuerpo para darle un beso con sabor a la consumación de nuestros deseos aplazados por tantos años. Mientras nos besábamos me introduje su falo; me senté y empecé a cabalgarlo y venirme una y otra vez en tanto que gritaba “¡Qué rico estás, mi amor!” y él, tomando mis caderas gritaba “¡Gózalo, Tita, salta mucho que tus chichotas me están haciendo feliz con su baile!” hasta que logré sentir otra vez el fuego de su semilla llenando mi vagina y caí sobre él. Descansamos entre caricias, disfruté cómo viajaban sus manos de mi espalda hasta mis nalgas. Vi la hora en mi reloj, que había dejado en el buró y dije “Pues ha sido un verdadero placer volver a verte, pero ya tengo que regresar a casa.”

—¡Gracias, el mío fue mayor! Lástima que tengamos que irnos, pero dame tu teléfono antes, que quiero verte de nuevo.

—¿Sólo verme?

—Amarte, hasta quedar yerto, disfrutar de tu pecho hasta que mis mandíbulas se desencajen y quedar con el cuerpo bañado de tu sudor y oliendo a tu aroma.

Nos vestimos y salimos, hasta que estuvimos en el auto pudimos actualizarnos sobre nuestras respectivas vidas. Me dejó a una cuadra de mi casa, tal como hacía con Eduardo. Le di un beso en la mejilla, bajé y le dije adiós.

Aún no llegaba Saúl, mi hermana ya le había dado de cenar a los niños, así que en cuanto llegué se despidió de mí. Me fui directo al baño para asearme y que el olor a sexo se atenuara un poco, sólo un poco, porque Saúl se excita cuando me huele así, quizá cree que es porque tengo ganas de que me haga el amor.

¿Y Eduardo? Al día siguiente, cuando llamó, le dije que tuve que ir con una amiga quien la estaba pasando mal y no pude avisarle a tiempo. Sí, hubo más encuentros con Felipe.

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Tita
Tita
He de ser de las más antiguas, porque mi año de nacimiento (1950) no está accesible. Fui ninfómana, ya disminuyó mi apetito, pero sigo conservando cinco machos, incluido mi cornudo. [email protected]

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