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La tortuosa espera
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Alonso se fue ese lunes muy temprano y con las últimas palabras que susurró hizo de mi una loca ansiosa cada segundo, día y noche, en una agonizante espera que causó estragos en mi en todos los aspectos.

Aun sentía en mi cuerpo las consecuencias de dar rienda suelta a las perversiones sexuales que tanto había deseado. Mis piernas me dolían mucho, apenas me podía parar o sentar, mis pechos y sabrosos pezones los sentía delicados por tantos mordiscos, mi vulva apenas podía tocarla de tanto darle roce y el orificio recién descubierto por los dedos de mi apasionado amante lo tenía irritado a pesar de que siempre brotó ese jugo caliente que me mantenía húmeda y cuando faltaba mi ultrajador mojaba con mi saliva o la suya sus dedos para volver a la tarea que nos tuvo concentrados.

Traté de seguir mi rutina laboral como pude, pero era imposible concentrarme, estaba muy errática, pero no quise suspender el trabajo por temor a someterme a un interrogatorio de miedo de parte de mi madre.

Mi mente se nublaba con los recuerdos, sus labios carnosos, su piel suave y caliente, la forma como me manoseaba, besaba, lamía y con eso las zonas erógenas que descubrí, me dieron una nueva perspectiva de cómo hacer gozar mi cuerpo.

El cuello entero, los hombros, mi espalda y por sobretodo la zona antes de que empiecen a encumbrarse mis pechos se convirtieron en un lienzo lleno de sensores que emanaban descargas hacia todos lados, llegando los espasmos hasta la punta de mis dedos, me erizaba, me retorcía, emitía sonidos que salían de mis entrañas y los orgasmos se desencadenaron cuan cuentas de un largo collar.

Cuando sentía el aire jadeante de su respiración a la altura de mi cuello y espalda, no hacía falta que me tocara, solo ese roce provocaba que mis vellos despertaran haciendo un urgente llamado a que me volvieran a tocar lujuriosamente.

Jamás pensé que al aflojar mis piernas para dejar libre el camino a sus manos con dedos grandes y que se introdujera a mi oscuro canal de lujuria, daría paso a que se abriera la puerta al desenfreno absoluto, comenzaría aquí la locura y la ansiedad casi adictiva de experimentar el placer en todas las formas posibles y desconocidas… recién empezaba y ni siquiera me imaginaba que jamás pararía.

Nunca había estado provocativamente desnuda frente a un hombre y menos había visto a uno excitado, ver por primera vez ese pene enorme, rojo, caliente y tan duro del que emanaba un exquisito líquido que le hacía brillar esa punta cabezona. Veía casi boquiabierta como se masturbaba y mientras lo hacía su cara se transformaba, su mirada se perdía, sus gestos eran desesperados, las venas de su cuello parecía que iban a explotar y la piel de su miembro ya no podía estirarse más, al punto de temer que se rasgara. Cuando yo lo tocaba, lo hacía con ambas manos, lo masajeaba fuerte, suave, en círculo, de arriba hacia abajo, dibujaba su relieve con la punta de mis dedos y me detenía a propósito en su glande, era la parte que más me extasiaba, cerraba los ojos y me enfocaba en tatuar en mis palmas su textura gruesa y venosa, su temperatura, lo pegajoso de su líquido, de verdad era fantástico, estaba atontada.

Mientras me deleitaba manoseándolo, me miraba y con sus dedos húmedos recorría mi boca abriéndola y metiéndolos y yo los succionaba y apretaba con mi lengua. Por el borde del labio caía algo de saliva y él lamía con su lengua lo que chorreaba.

Esa fiera interna que por tantos años estuvo escondiéndose entre las tinieblas, saliendo en la penumbra cuan ladrón en la noche para que nadie la descubriera, en esos momentos solo quería revelarse y dar rienda suelta a toda su perversión y pasiones más oscuras, sin embargo, me dejé experimentar cierto grado de lo que hasta hacía unos días solo estaba a disposición de las más “sueltas, desinhibidas y vulgares” mujeres. No permití que me penetrara porque, si bien es cierto, era bastante ignorante ante temas de sexualidad, mi instinto me alertaba que debía ser cauta y así fue, tampoco hicimos sexo oral porque me avergoncé y también lo respetó.

Así pasaron los días, con todas estas escenas pasando una y otra vez en mi cabeza, no pensaba en nada más, me hablaban y no escuchaba, no me daba hambre, es más, sentía un fuerte dolor de estómago y cabeza, tenía escalofríos, llegaron y llegué a pensar que me estaba agripando, lo que hizo que el jueves me quedara en casa. Por las noches me masturbaba frenéticamente, ahora jugando además con mis dedos, metiéndolos en ese canal de placer. Pude percibir su textura rugosa y suave, también como de cierta parte cuando llegaba al clímax brotaba un chorro de un exquisito líquido que empapaba parte de mis sábanas y que llevaba parte de él a mi boca con mis dedos tratando de emular el movimiento que Alonso hacía con los suyos.

Mi mamá de una manera curiosa se preguntaba cómo me había resfriado tanto en verano y me miraba con cara rara, además se fijó en unas marcas que me quedaron en el borde de la boca producto de la fricción entre la boca de Alonso y la mía. Mi excusa fue que era producto de mi baja de defensas y que quizás era un herpes, igual no quedaba muy convencida. Luego, a ratos, aparecía y me preguntaba que habíamos hecho con la visita, si nos habíamos bañado en la piscina o algo así. Negué todo y para que me dejara en paz le dije que nos habíamos puesto al día con nuestras vidas y que yo lo consolé luego de estar tan dolido aun por el término de su relación, inclusive le dije que aún estaba muy enamorado de ella. Con eso quedó conforme.

Pero la verdad que mi enfermedad tenía un solo nombre, quería SEXO, porque solo pensaba en eso y me puse compulsiva con mis rutinas de autocomplacencia.

El jueves en la noche, casi quedándome dormida, entra mi mamá y me dice muy feliz que Alonso había llamado y que estaba preocupado por mi y que el viernes en la noche llegaría, eso me sanó inmediatamente, hasta que mi madre dice – Si mañana amaneces así de enferma me quedaré este fin de semana cuidándote y así no te tienes que preocupar por atender a la visita – Eso fue como un balde de agua fría, todos mis planes de seguir adelante con mi anhelo de que me desfloraran, se derrumbaban. Rápidamente idee una estrategia, como fuera me iba a levantar al día siguiente y le pediría a Sandra, una de las nanas, que me ayudara para que mi mamá saliera tranquila.

Así llegó el tan ansiado viernes, me tiritaban las piernas, me faltaba aire a cada rato, pero me levanté estoica y con más ánimo que nunca.

Comí o mejor dicho, traté de comer para tratar de demostrarle a mamá que ya estaba recuperada. Ella vio mi mejoría y preguntó al mediodía si creía pertinente que se quedara para atenderme, obviamente le dije que no, que Sandra se daría una vuelta y me ayudaría (ya se lo había pedido con anticipación), y bueno, creyó que estaba todo controlado y partió a sus salidas misteriosas tipo 4 de la tarde.

De ahí en adelante, cada segundo era una eternidad y un martirio esperando la llegada de Alonso. Así pasaron las horas, todos se fueron, quedé sola y aun ni una señal, yo estaba angustiada y hasta unas lágrimas recorrieron mis mejillas imaginando que todo había sido solo una ilusión…

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