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La tía madura se la pone al sobrino dura
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Tiempo de lectura: 12 minutos

Bernarda era una mujer de 40 años, de un metro 52 de estatura, morena, ni gorda ni flaca, ni fea ni guapa. Parecía una mujer de aldea de los años treinta. Llevaba el cabello recogido en un moño y vestía y vivía de forma austera. Parecía de esas mea pilas que al follar con sus maridos no pasaban del misionero, parecía.

Kiko era un amigo mío, guapo, moreno, de estatura mediana, ancho de espaldas y estrecho de culo, pero maricón no era, eso seguro, y estaba al trabajo que le caía. Le había cortado a su tía Bernarda las ramas de un cerezo que daban a la finca de al lado, donde vivía su prima Angelita, que era lo contrario de las mujeres de aquel tiempo, tenía 26 años, era alta, rubia, de ojos azules… Era un pibonazo con un cuerpo de escándalo, pero más puta que las gallinas.

Contaré la historia en primera persona.

Estábamos Bernarda y yo en un cobertizo sentados sobre dos troncos de roble comiendo dos bocadillos de anchoas. El gato de Bernarda, un gato amarillo con rayas marrones, de raza indefinida, echado sobre unos sacos nos miraba y se relamía. Una jarra de vino tinto de dos litros y dos tazas de barro estaban en el suelo. Las paredes del cobertizo eran de ladrillo y estaban sin revestir. Por una ventana en la pared de la izquierda entraba la claridad durante el día, y para la noche colgaba una bombilla del techo. La puerta era de madera de pino y estaba algo apolillada. Había cantidad de telas de araña debajo del techo cubierto de uralitas y una docena de grillos que vivían entre la leña habían puesto música "gri gri" desde que dejáramos de tirar de la sierra de mano con la que hicimos leña de las ramas y de unos cuantos troncos.

Yo estaba a pecho descubierto mostrando orgulloso mis pelos negros y mis pectorales, bíceps… Mi tía Bernarda, enfrente de mí, tenía puesta una camiseta blanca y una falda marrón que le daba por debajo de las rodillas, pero que al haberse sentado se le subiera y enseñaba más de lo que debería. Parecía la Chiquita Piconera, que en su día pintara Julio Romero de Torres, solo que su camiseta blanca con el sudor se le pegara al cuerpo y se marcaban en ella dos grandes pezones, lo que me dijo que no llevaba sujetador y que tenía ganas de polla, aunque ya me lo imaginara al entrar en el cobertizo y ponerle la tranca a la puerta para que nadie los molestara. Mi tía, echando dos tazas de vino, me dijo:

-¿Puedo preguntarte algo personal?

-Pregunta.

-Se rumorea que lo hiciste con tu prima Angelita. ¿Es verdad?

-¿Por qué te interesa saberlo?

-La que estaba preguntando era yo.

Cogí mi taza y después de vaciarla de una sentada, le dije:

-La gente que no tiene que hacer le da a la sin hueso. Angelita está casada.

Bernarda se echó un trago de vino. Le cayeron unas gotas en la teta derecha al lado del pezón. Le pasó el dedo medio por encima, por el pezón y después lo chupó mientras me miraba. Era un claro acto de provocación. Luego empezó a sacarle punta a la cosa.

-Y su marido está embarcado.

Le miré para las piernas. Bernarda las abrió un poquito más y vi su coño, más bien sus pelos. Mi tía venía sin bragas y a por todas. Le dije:

-Y el tuyo en Alemania.

La pilló por el aire.

-Por eso sé que tiene ganas. ¿Se las quitaste?

-No soy cómo Jacinto. ¿Tienes un antojo en la nalga derecha, tía?

Mi tía se puso seria. Su voz se embruteció. Fue como si le picara una avispa en todo el coño, me dijo:

-¡Hijo de puta!

No sabía si me lo llamara a mí o a Jacinto, le pregunté:

-¡¿Quien?!

-Jacinto. ¿Quién más lo sabe?

-Angelita, y también sabe una historia muy caliente de lo que hiciste en tu despedida de soltera. ¿Qué historia es esa?

-¡A ese puto cabrón lo capo!

-¿Tan compremetedora es la historia?

-¿No te la contó?

-No.

-Pues yo tampoco te la voy a contar.

Yo ya sabía la historia pero dejé que se fuera cociendo en su propio jugo. Le dije:

-Sí me la cuentas te digo que pasó con mi prima.

-¿Follaste con ella?

-Puede que sí, puede que no.

-Es que tarde o temprano me va a llamar puta. Quiero tener algo con que defenderme.

-Cuenta esa historia y te aseguro que no te va a poder llamar puta.

-La follaste.

-Cuenta.

-Vale, te cuento, pero cómo te calientes y me quieras follar vas a tener un problema.

-Cuando lleguemos a esa fuente ya veremos si está seca o si echa agua.

-¡Ahí me has dado! Te cuento. Fue hace muchos años. Ya cayera la noche, pero la luna llena permitía ver con relativa claridad. Estábamos en el monte. Felisa, la de Tino, Adela, la del carpintero y yo. Celebrábamos mi despedida de soltera. Contábamos chistes verdes. Nos reíamos y nos hacíamos cosquillas al acabar de contar los chistes. Ya teníamos las tres botellas de vino blanco por la mitad. Estábamos contentillas, y algo cachondas, ya que al hacernos las cosquillas, las manos también se nos iban al coño y a las tetas. Vimos venir a Ramón, un cuarentón del montón que estaba borracho día y noche. Traía un garrote en la mano para cazar conejos. Al ver cómo le hacía cosquillas a Adela en una teta, dijo:

-"Lo que necesita esa no son cosquillas."

-Nos miramos las unas a las otras. Nos levantamos, y al grito de: ¡"A salársela!", corrimos hacia él. Nuestras tetas iban de abajo a arriba y de arriba a abajo: ¡Pim, plas, pim, plas…! Corríamos con los brazos estirados cómo si fuéramos serpientes que se iban a enrollar en su cuerpo. Le debimos parecer tres salidas, pero no reculó. Al chocar las tetas de Felisa contra Ramón, que de aquella era flacucho, dio con los huesos en la hierba. Felisa le puso las dos manos en el pecho, Adela le bajó los pantalones y los calzoncillos y yo le salé la polla con hierbas y tierra, o sea, que se la froté con la mezcla. Pasó lo que no esperaba que fuese a pasar.

La polla aumentó en tamaño unas veinte veces y se puso gorda y muy larga. Era una cosa seria. Daba miedo verla. Nos separamos las tres de él como si tuviera la lepra. Ramón se sentó y con cara de picarón, nos dijo:

-"¿Nunca habíais visto una picha tiesa?"

-Le respondió Adela.

-"¿A usted que le parece?"

-"Ahora me tratas de usted, golfa. Pensasteis que venía borracho y os querías reír de mí. ¿A qué sí?"

-Ya lo tuteó.

-"Es que siempre andas borracho. No se lo digas a nadie. Fue cosa del vino."

-El cabronazo se quiso aprovechar.

-"Si os hacéis un dedo y me dais vino me callo la boca, pero lo tenéis que hacer las tres y dejarme mirar mientras bebo."

-No sabía que era hacer un dedo y le pregunte: ¿Un dedo de qué?

-"Una pera. Ya sabes…"

-Nunca me había tocado. Me casaba, pero iba virgen al matrimonio. Lo más que me hiciera mi novio fuera cogerme una mano y darme besos en la mejilla. Le dije que no, que no sabía. Sonrió con picardía, y poniéndose en pie y guardando la polla, dijo:

-"Sabes, sabes."

-Felisa, que debía estar cachonda, le dijo:

-"No, no sabe, apréndele para que después nos aprenda ella a nosotras."

-Parecía que no nos creía. Me dijo:

– "A ver, Bernarda. ¿De verdad que nunca te metiste un dedo en el coño?"

-Extrañada por la pregunta, le pregunté yo a él que para qué iba a meterlo. Me respondió:

-"Para… ¿Quieres correrte?"

-Sus palabras hicieron que los finos pelos de mis brazos y de mis piernas se erizaran. Le pregunté si me correría cómo un hombre. Me dijo:

-"Parecido. ¿Quieres?"

-Le dije que quería. Se acercó a mí y me dijo él:

-"Tienes que dejar que te coma la boca."

-Ese día Ramón estaba afeitado. Olía a Varón Dandy. Lo vi guapo bajo la luz de la luna. Le dije que me la comiera. Me dio un beso con lengua. Se me juntaron las rodillas, se me torcieron los pies y temblé al sentir cómo me picaba el coño. Poco después, dijo:

-También tienes que dejar que juegue con tus tetas."

-Si en vez de pedirme que le dejara jugar con mis tetas me pide que se la chupara, se la chupo. Iba a hacer lo que fuera por correrme. Le dije que jugara. Me desabotonó la blusa, me subió las copas del sostén y comió mis tetas grandes y duras. Su lengua lamiendo mis areolas y mis pezones, su boca mamando las tetas y sus manos amasándolas hicieron que de mi coño comenzase a brotar un manantial que encharcó mis bragas. Cuando paró quise decirle que siguiera, pero me dio vergüenza. Al rato me dijo:

-"Ahora tienes que dejar que te coma el coño."

-Me pilló a las patatas. Le pregunte si era necesario, y me respondió:

-"No, no lo es, aunque me gustaría comerlo, debe estar riquísimo."

La interrumpí por primera y última vez.

-Yo te lo hubiese comido.

Mi tía volvió a abrir las piernas y le volví a ver el coño. Yo ya estaba empalmado. Ella veía el bulto y supuse que deseaba que le comiera el coño, y lo supuse porque sus pezones se marcaban mucho más en su camiseta. Dejé que se cociese más en su jugo. Al ver que no atacaba siguió contando la historia.

-Pero él no lo hizo. Estuve a punto de decirle que no se cortara, que me bajara las bragas y me lo comiera, pero la timidez… Ramón me metió la mano bajo la falda y dentro de las bragas. Pasó dos dedos por mi coño y con ellos mojados los pasó por mi pepitilla. Mientras la frotaba me comió la boca y me magreó las tetas. Poco después comencé a sentir un gusto que fue en aumento, en aumento hasta que me dejó ciega. Las piernas me temblaban. Quise gritar, pero no me salió la voz. Solo pude jadear cómo una perra cuando está cogiendo. Fue mi primera corrida, y el resto ya lo sabes, estoy casada con Ramón.

-¿Le aprendiste a hacer la pera a Felisa y a Adela?

-Aprendí, pero eso ya es otra historia. Cuenta cómo fue lo tuyo con Angelita, y dame detalles.

-¿Y Ramón se fue sin que le hicierais una mamada?

-Ahora no toca hablar de eso.

Sabía que se la hicieran, pero ya no la hice esperar más. Me arrodillé delante de ella y le cogí un pie, me preguntó:

-¿Qué vas a hacer?

-Mirar si la fuente está seca o si echa agua.

-Echa agua, y vas a tener un problema. Soy insaciable.

Me puse en plan machito.

-¿Quieres que te haga lo que le hice a Angelita, insaciable?

Me echó una mirada que más que mirar, mordía. Se quitó las horquillas y su larga cabellera negra cayó en cascada, después, dijo:

-¿Tú qué crees?

Le quité una de sus zapatillas negras con piso de goma del mismo color, le levanté la pierna y la fui besando y lamiendo hasta más arriba de las rodillas al tiempo que acariciaba la planta de sus pies y los dedos. Luego le quité la otra zapatilla y le hice lo mismo que en la otra pierna… Después hice que se levantara. Me senté en el tronco en que estaba sentada, y le dije:

-Échate en mi regazo.

Se echó. Le levanté la falda y quedó con el culo al aire. Le di una palmada en una nalga, "¡Plasss!" Bernarda, me preguntó:

-¿A la guapita de cara le gusta que le den en el culo?

-Le encanta.

Mi tía tenía un culo blanco y grande con un antojo en forma de mariposa en la nalga derecha. Le di dos azotes, uno en cada nalga: "¡Plas, plas!" Después le pasé dos dedos por el coño. Abrió las piernas. Le metí los dedos dentro. Tenía el coño estrecho y empapado, se veía que llevaba tiempo sin follar.

-¡Qué puta es!

Hablaba de Angelita cómo si no fuera ella la que estaba haciendo cochinadas. Le volví a mirar para el culo. Aquel culo era mucho culo para mi mano, Cogí una de sus zapatillas y le di dos veces en cada nalga: "¡Zas, zas, zas!"

-¡Es una enferma!

Le besé las nalgas y le acaricié el ojete con un dedo.

-¡Qué cochina!

Le metí la mitad del dedo corazón dentro del culo y le pregunté:

-¿Quieres que pare?

-No, no, haz lo que hiciste con ella.

Le follé el culo con el dedo. Cuando lo quité se lo puse debajo de la nariz. Me dijo:

-Quita, cochino.

-Pues a Angelita me mando metérselo en el culo y después me cogió la mano y lo lamió y lo chupó.

Le volví a poner el dedo debajo de la nariz. Lo olió, y dijo:

-¡No tiene vergüenza! Esas cosas no se le piden a un hombre aunque gusten.

-Pues a mi me gusta que una mujer sea guarra.

-¿No me mientes?

-No.

Bernarda volvió a oler el dedo y lo chupó. Después de chuparlo se lo metí en el coño… Lleno de jugos se lo puse en los labios y lo volvió a chupar, para acto seguido decir:

-¿Te gusta el sexo guarro?

-Más que a un niño un caramelo.

Volví a la zapatilla… Le fui dando en una nalga: "¡Plas!" Pasaba la zapatilla de canto con la goma por la raja y el ojete y después le daba en la otra: "¡Plas!" Mi tía se quejaba y gemía, una mezcla que me puso la polla cómo una roca. Me preguntó:

-¿Disfrutaba mucho cuando le pegabas?

-Muchísimo.

-¿Cómo tiene el culo?

Le volví a dar: "Plas, plas."

-Lo tiene duro.

-¿Y el coño?

-Peludo y se moja enseguida.

Le di de nuevo. "Plas, plas."

-¿Y a ti te gustaba darle?

-Sí, cómo me está gustando darte a ti. Estoy empalmado a más no poder.

-¿Me dejas que te dé yo a ti?

-Ella no me dio.

-Es muy guapa pero muy tonta. ¿Me dejas?

-Luego.

La saqué del regazo. Al estar de pie le quité la falda. De su coño, un coño con una gran mata de pelo negro, caían gotas de jugo. La cogí por la cintura y se lo lamí. Su coño olía a polvos de talco y sabía a pan de maíz recién horneado. Mi lengua salió cubierta de jugos mucosos y espesos. Los tragué y seguí lamiendo. Mi tía se puso cómo loca.

-¡No, no! ¡¡No sigas que me corro!!

Paré, pero ya era tarde. Se comenzó a correr. Sus manos apretaban mi boca contra su coño. Su pelvis subía y bajaba. Gemía y se estremecía. Mi tía soltó una riada de jugos espesos y templados.

Cuando acabó de correrse, me dijo:

-¡Que puta es Angelita, coño, que puta es! Bueno, que putas somos, coño.

Le quité la camiseta y vi sus tetas, unas tetas algo decaídas, pero gordas, con enormes areolas color carne, pezones cómo canicas y tiesos cómo mi polla. La besé con la boca oliendo y sabiendo a coño. Mi tía, me preguntó:

-¿Su coño sabe cómo el mío?

-No, el tuyo sabe cómo a pan de maíz recién salido del horno, el suyo sabe cómo a ostra.

Iba a comerle las tetas cuando me echó la mano a la entrepierna. Me bajó la cremallera, y cogiendo mi polla con su mano derecha, y masturbándola, me dijo:

-Después me cuentas que más le hiciste.

Me besó. Sus labios sin pintura eran suaves cómo los de una jovencita. Su lengua hizo maravillas en mi boca… Lamía mi lengua, me la chupaba, me daba la suya a chupar… Me beso y lamió y chupó el cuello por ambos lados. Besó, lamió y chupó mis mamilas. Se puso en cuclillas. Me bajó los pantalones y el calzoncillo. Volvió a coger mi polla y la metió en la boca, la mamó, la volvió a sacar, y me dijo:

-¡Qué bueno estás, cabronazo!

Con el pantalón y el calzoncillo encima de mis zapatillas deportivas, me hizo una mamada cojonuda. No faltó de nada… Lamió y chupó las pelotas, mamó el glande, la metió en la boca, hasta donde pudo. Lamió desde los huevos al frenillo, me masturbó…, y yo, yo le correspondí con una corrida inmensa, corrida que le debió encantar, ya que al tragar gimió de placer. Ni una gota dejó que se perdiera. Al acabar de ordeñar, se levantó, me volvió a besar con lengua, y me dijo:

-¡Estaba sabrosa!

Los grillos seguían cantando y Serafín, el gato, relamiéndose cuando Bernarda se alejó de mi para apartarlo y echar en el suelo media docena de sacos que cogió de un montón que había en una esquina. Mientras se agachaba para hacer con ellos una especie de alfombra me enseñaba el ojete, un ojete con estrías, lo que me dijo que ya se lo habían follado y el coño, un coño que yo llamaba de hippie (por los pelos), pero que hoy en día llamarían de bata de cola. Ganas me dieron de comérselos, mas dejé que hiciera el lecho donde íbamos a follar. Al acabar de hacerlo, se sentó y dijo:

-Ven y dime que más le gusta a Angelita.

– Le gustan los cantantes. ¿Qué te gusta a ti?

-No me refería a eso, pero ya que lo dices… ¡Qué sosa! Cantantes, bah, maricones. A mi me gustan los toreros, son machos de verdad.

-¿Quieres qué sea tu torero?

Me miró con extrañeza.

-¡¿Tú?!

-Si, yo.

Puse los calzoncillos de montera y fui caminando hacia ella. Bernarda, Rompió a reír… Y es que la cosa no era para menos. Con los calzoncillos en la cabeza, la polla de punta, el pecho echado hacia fuera, el culo echado hacia atrás, las manos puestas cómo si llevara en ellas dos banderillas, las piernas tiesas al caminar en las puntas de los pies, y diciendo: "¡Ejeee, ejeee, bicho, ejeee, ejeee!"… Joder, es que hasta el gato encorvó la columna y erizó los pelos y las arañas y los grillos si no salieron a mirar la faena debió ser porque tenían miedo. Seguí con el show.

-El matador se acerca a su víctima y le pone el estoque en los labios.

Abrió la boca. Le metí la polla hasta la campanilla, y exclamé:

-¡Oleeee!

Mi tía, casi vomita. Sacó la polla de la boca. Los ojos le lloraban. Se cabreó.

-¡Cabróóón! Cuando me toque darte en el culo con mi zapatilla…

Seguí hablando.

-La bicha saca su furia. El matador le da una palmada en la frente para que la res se eche hacia atrás, pero la res lo burla y sufre una cogida (ya la tenía encima de mí). Los pitones se clavan en su carne… Siente uno de sus pitones rozar sus labios. Se lo muerde.

-¡La madre que te pario!

-Se enfurece y lo vuelve a embestir (le di la vuelta y la puse debajo de mí). El matador le mete las banderillas.

-¡Me vas a romper los pezones, maricón!

-Era manso, el animal era manso.

La estaba exasperando. Me dijo:

-¡Calla de una puta vez y entra a matar!

Me gustaba verla enfadada. Seguí hablando.

-La res mira al tendido (mi tía se había puesto a cuatro patas). El matador ve que es el momento de hacer la faena de su vida (le lamí el culo y el coño hasta que sentí que se iba a correr). Dispuesto a cortar las dos orejas y el rabo le mete una estocada en todo lo alto. Mi tía, exclamó:

-¡¡Ayyyy!! ¡Me rompiste el culo, desgraciado!

Ni caso. Seguí con la faena.

-El animal flaquea de los cuartos traseros.

Cogió un cabreo impresionante.

-¡¡Deja ya de joderme, cabronazo!!

Abandoné el papel de torero. Comencé el mete y saca en el culo, despacito, muy despacito y amasando sus tetas. Después metí dos dedos dentro de su coño, se los follé con ellos y le follé el culo con la polla. Mis huevos chocaban con su coño cada vez que se la clavaba hasta el fondo. Nalgueándola, le dije:

-Así, por el culo, follé a Angelita… Hasta que me pidió que se la metiera en el coño.

Aquello ya le gustaba.

-¡¿No tenía miedo de que le hicieras un bombo?!

-No, de hecho me corrí dentro de su coño.

-¡Puede que la dejaras preñada! ¿Se corrió?

-Cómo una perra, pero no cuando la folle. Hice que se corriera comiéndole el coño.

-¡¿Con tu leche dentro de su almeja?!

-Saliendo mi leche del coño.

-¡¡Que cerdo!!

-Me ofreció mil pesetas por hacer eso.

-¡Qué degenerada!

-La degenerada se volvió a correr, esta vez en mi boca.

Mi tía estaba embobada.

-¡¿De verdad?!

-Tan cierto como que estamos follando.

-¡¿Y tú te tragaste tu leche, y las babas de sus dos corridas?!

-Tragué.

-¡Eres un puerco!

-Yo soy así, me gusta darle placer a las mujeres.

-Por eso no dejas de ser un puerco… Y ella es una aprovechada de cojones.

Saqué la polla del culo y se la froté en el coño. Mi tía echaba el culo para atrás pero yo no dejaba que mi polla entrase en su coño. Le dije:

-¿Sabes que me dijo cuándo se iba a correr?

-¿Qué te dijo la enferma?

-Quiero correrme en tu boca, Bernarda.

-Mientes.

-No miento, estaba follando conmigo y pensaba en ti. ¿Te gustaría que se corriese en tu boca?

-¡Noooo! Es mi sobrina.

-Y yo tu sobrino. No mientas.

-Bueno, puede que sí.

-A estas alturas del partido podías ser sincera.

Ya se dejó de caralladas.

-Sí, me encantaría comerle la almeja y que se corriera en mi boca y que ella me la comiera y correrme yo en la suya. Nunca lo hice con otra mujer.

Le metí la mitad de la polla. Empujó con el culo y la metió hasta el fondo. Lo estaba deseando, dijo:

-¡Qué gusto! Fóllame duro.

Ni me moví. Me folló ella echando el culo hacia atrás. Le pregunté:

-¿Tenías unas bragas con tu nombre bordado con hilo rosa?

Ahora movía el culo alrededor.

-Sí, me desaparecieron en el río.

La saqué del coño, se la volví a meter en el culo, le cogí las teas y se las apreté.

-¿Tenían el lamparón de una corrida?

Su voz sonó alegre. Giró la cabeza y vi que estaba sonriendo. Me preguntó:

-¡¿Tiene Angelita esas bragas?!

-Sí, me dijo se hace pajas oliéndolas.

Volví a meter y sacar los dedos en su coño y ya chapoteaban.

-¡Ay que malita me estoy poniendo!

-Me dijo que te sedujera para poder follarte ella. Piensa chantajearte.

-Cuéntame más.

-Se muere por comerte viva. Sabiendo lo que ya sabes si no la follas hoy mismo es porque no quieres.

-¡Ay que cachondas estoy! ¡¡Métela en el coño!!

La quité del culo y se la clavé en el coño de un chupinazo. Le di caña. Al ratito, mi tía, dijo:

-¡¡Me corrooo!!

Cogí sus duros pezones entre mis dedos y los apreté. Sus tetas se movían entre mis manos como si estuvieran vivas. Su coño apretó y soltó mi polla varias veces y la bañó de jugos. Al llenar su coño de leche sus gemidos se volvieron encantadores, sensuales. Fue un polvo genial.

Al acabar de correrse, se echó boca arriba, mojó dos dedos en la leche de mi corrida, leche que comenzaba a salir de su coño, los chupó, y me dijo:

-Mil pesetas si me comes el coño hasta que me vuelva a correr.

¿Qué pensáis que hice?

Quique.

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