A la habitación la iluminaban tres velas blancas colocadas sobre una mesa a la que se sentaban un hombre y tres mujeres, estaban con los ojos cerrados y con las manos apoyadas sobre la mesa. Svetiana, la médium, después de rezar una oración para que no entraran en el círculo espíritus diabólicos, con acento ruso, dijo:
-Esta noche estamos aquí para ponernos en contacto con el marqués de Sade.
Las dos mujeres y el hombre, con una sola voz, dijeron:
-Manifiéstate.
Quedaron un par de minutos en silencio respirando el aroma a incienso quemado y mal oyendo música clásica. El silencio lo rompió un golpe seco sobre la mesa. Una de las mujeres, la más joven, con el susto, meó por ella. La música clásica les sonaba ahora a marcha fúnebre y el olor a incienso se hizo más intenso. Abrieron los ojos y la penumbra acojonaba una cosa mala. La médium les había dicho a las mujeres y al hombre que al contactar hicieran las preguntas con una sola voz, pero con el susto que llevaran se quedaran mudas. Dos o tres minutos más tarde, preguntaron a unísono preguntas que no habían acordado preguntar:
-¿Quién eres?
La médium, con acento francés y voz de ultratumba, dijo:
-Donatien Alphonse François de Sade.
Sin saber cómo ni por qué ya no sentían miedo, y preguntaron:
-¿Es verdad que eras un sádico?
-Ver sufrir sienta bien, hacer sufrir es aún mejor, si eso es sadismo, sí, lo fui.
-¿Podríamos disfrutar de tu presencia?
-Solo si me lo rogáis.
-Se lo rogamos, aparece.
-A su debido tiempo, ilusos. ¡Ja, jaa, jaaa!
Después de oír aquella risa maléfica y de que sin correr una brizna de viento se apagaran las tres velas, apareció de nuevo el miedo. Quitaron las manos de la mesa, se rompió el círculo y el espíritu del marqués se fue.
Una semana antes.
Enriqueta, una joven de 18 años, rubia, alta, de ojos verdes, con buenas tetas, buen culo, cintura de avispa y anchas caderas, Teodoro, su padre, un cuarentón, alto y bien parecido, Rufina, la madrastra de Enriqueta, que era una cuarentona, morena, voluptuosa y bella y Svetiana, una morenaza rusa, amiga de Rufina estaban en un pub tomando unas copas. Algo perjudicada, le estaba diciendo Enriqueta a su madrastra:
-… No sé qué le pasa a mi novio que casi siempre me deja a medias.
-Los hombres tienen el aguante que tienen, y hacen lo que saben hacer. Yo también echo de menos un poco más de acción.
A Teodoro no le sentó nada bien el comentario.
-¿Cómo qué?
-Cómo sexo anal, cómo azotes…
-¡¿Te va ese rollo?!
-Sí, tengo cogiendo polvo en un cajón de la cómoda las fustas, las pinzas para las tetas, las esposas, la mordaza… Tengo guardadas todas las cosas con las que me hacía disfrutar mi ex.
Teodoro estaba desorientado.
-¿Qué más cosas no sé de ti, Rufina?
-Todo, de mí no sabes nada.
Svetiana, viendo que la cosa se podía desmadrar, le dijo a Rufina:
-Tú lo que necesitas es alguien cómo el Marqués de Sade.
-¡Quién me diera haberlo conocido!
Mirando para los dos, les dijo:
-Si queréis os puedo poner en contacto con él a ver si os ilustra.
Teodoro le dijo a Svetiana:
-No bebas más que ya se te subió bastante a la cabeza.
Rufina salió en ayuda de su amiga.
-Mi amiga puede hablar con los muertos, es médium.
-Y yo soy Thomas Jefferson, no te jode.
Svetiana se enfadó con Teodoro.
-Cuando quieras te demuestro que puedo hablar con los muertos.
Teodoro se cachondeó de ella.
-Sí, y me va a enseñar un muerto a follar. ¡Hay que joderse!
Continúa después de la sesión de espiritismo.
Después de la sesión en el piso de Rufina, Svetiana se fue a su casa. Enriqueta, con el miedo que tenía no se iba a mover de allí hasta que fuese de día.
Horas después, Enriqueta estaba en la cama al lado de su madrastra con las tetas pegadas a su espalda y un brazo sobre su cintura. Ya llevaban más de una hora en cama y había fantaseado tanto con su madrastra que sin llegar a tocarse tenía el coño empapado. Al final no se pudo aguantar más. Metió dos dedos dentro del coño y comenzó a masturbarse muy lentamente. Teodoro dormía a pierna suelta. Rufina sentía el dorso de la mano de su hijastra chocar con su culo cada vez que los dedos salían del coño y rozarlo cada vez que acariciaba el clítoris… Sabía lo que estaba haciendo. Ninguna de las dos era lesbiana, pero cuando la mano de Enriqueta dejó la cintura de su madrastra y se metió dentro de las bragas…
La mujer ya estaba tan caliente que abrió las piernas y se dejó hacer. La masturbó muy despacito para no hacer ruido… Al rato, Rufina, se puso boca arriba. Con las piernas abiertas de par en par y colocó las manos en la nuca. Enriqueta la destapó quitando la sábana que la cubría, y al destaparla también destapó a su padre, pero cómo era una calurosa noche de primavera, la diferencia era mínima. Le levantó la camiseta a Rufina y le lamió y chupó los gordos pezones y las areolas marrones de sus grandes y esponjosas tetas… Al masturbar y masturbarse despacito los coños comenzaron a hacer ruiditos de chapoteo y esto aumentaba aún más su excitación. Le magreó las tetas con una mano, al tiempo que le besaba el cuello, le lamía una oreja y le mordía el lóbulo. Rufina giró la cabeza hacia su hijastra y Enriqueta la besó en la boca. La lengua de Rufina se agitó dentro de la boca de Enriqueta, que la lamió, aplastó y chupó con la suya. Las dos hacían esfuerzos para no gemir, y esos esfuerzos se hicieron colosales poco después al empezar a correrse al mismo tiempo. No pudieron evitar temblar y sacudirse y la cama se acudió con ellas. Teodoro tenía el sueño profundo y no despertó.
Les supo a poco. Con cuidado, sin hacer el mínimo ruido, se desnudaron e hicieron un 69… Pero era cuestión de tiempo que Teodoro se despertase, y ese tiempo acabó al comenzar a moverse demasiado la cama. Despertó Teodoro, y despertó la bestia. Encendió la luz, las miró y les dijo:
-¡Bribonas!
Nadie le había dicho dónde estaba, pero Teodoro se levantó de la cama, abrió el cajón de abajo de la cómoda y cogió una fusta. Volvió a la cama y le dio en el culo a su esposa, que era la que estaba encima haciendo el 69: "¡Zas, zas!" Se separaron cagando leches. Enriqueta, le preguntó:
-¡¿Qué haces, papi?!
Le largó en las tetas. "¡Zas!"
-¡No repliques al marqués, bribona!
Enriqueta miró para su madrastra, y le dijo:
-¡Se ha vuelto loco!
-No, tonta. ¿No ves que está jugando?
Enriqueta le dijo a su padre:
-¡No me gusta nada este juego!
Teodoro tenía poca paciencia. Le dijo a Rufina:
-¡Comedle la crica a esa novicia desobediente, abadesa!
Enriqueta se echó boca arriba, y entregándose al juego, dijo:
-¡Está barrenado, señor marques!
Enriqueta, se quejaba, pero era de vicio. Rufina se metió entre las piernas de su hijastra, Enriqueta flexionó las rodillas y su madrastra comenzó a comerle el coño. Teodoro, vio que no tenía ni pajolera idea, y le dijo:
-Habéis perdido, destreza, abadesa, dejadme a mí.
Teodoro, que estaba solo con los boxers puestos, le dio la fusta a Rufina y ocupó su lugar.
Al comenzar a comerle el coño le cayeron seis fustazos en el culo.
Rufina le había dado con fuerza. Su cara decía que disfrutaba dando y la de Teodoro, que no se quejó ni una sola vez, que disfrutaba llevando. A Enriqueta le gustaba ver la cara de sádico de su padre. Le dijo a su madrastra:
-¡Dale más!
Rufina no le dio más, fue al cajón y cogió dos pares de pinzas con cadenas. Se puso una en cada pezón y le dio las otras dos a Teodoro. Enriqueta, dijo:
-¡A mí no me ponéis esa mierda en los pezones!
Rufina, le dijo:
-Eres vainilla, nena.
Enriqueta tomó las palabras de su madrastra cómo una ofensa.
-¡¿Vainilla yo?!
Teodoro se arrodillara y se iba a poner las pinzas en el forro de los cojones. Enriqueta se las quitó de las manos y se las colocó en sus grandes pezones… Teodoro comenzó a comerle el coño. Rufina fue al cajón, cogió dos consoladores y se los dio a Teodoro… Tiempo después, cuando ya los consoladores entraban y salían con suma facilidad de la vagina encharcada y del ano abierto Enriqueta, le dijo a su padre:
-¡Me va a hacer correr, señor marqués!
Teodoro paró de jugar con su hija. Salió con ella de la cama, la llevó hasta la ventana, la abrió y dejó a su hija desnuda, con sus bellas tetas en el balcón expuesta los ojos de los transeúntes que pasaban por la calle. Le volvió a meter un consolador en el coño, le acarició el clítoris con dos dedos y le folló el ojete con su lengua. Enriqueta, le dijo:
-¡Qué cerdo es, marqués!
Rufina, de pie, al lado de la cama, se masturbaba viendo cómo el padre le comía el culo a la hija. De repente, le comenzaron a temblar las piernas, se encogió con la mano cogiendo el coño, y se corrió cómo una perra. Enriqueta giró la cabeza, y viendo a su madrastra en el piso en posición fetal, jadeando y temblado, y sintiendo la lengua de su padre entrar y salir de su culo se corrió derramando jugos sobre el piso, y gritando:
-¡Me corro, marqués!
La gente que pasaba esa noche por la calle miró para el balcón del tercer piso y vio a Enriqueta sacudiéndose mientras se corría. Algunas chicas se tapaban la boca con la mano y sonreían, otras quedaban cómo hipnotizadas Ellos tenían sonrisas de oreja a oreja… Ver cómo la miraban hizo que aumentase aún más el placer que estaba sintiendo.
Al acabar de correrse Enriqueta, Teodoro, cerró la ventana, se quitó los boxers y su polla erecta quedó mirando al techo. Agarró la fusta y le dijo:
-Coged en el cajón unas esposas y una mordaza y esposad y amordazad a vuestra abadesa.
-Me gusta este juego, marqués.
Le cayó un fustazo en una nalga que le dejó el culo a arder. "¡Zas!"
-¡Esto no es ningún juego! ¡¡A lo suyo!!
-Vale, vale, señor marqués, la ato y la amordazo.
Cuando Enriqueta volvía con las esposas y la mordaza, Rufina, que estaba detrás de Teodoro, lo cogió por la cintura, y le dijo a Enriqueta:
-¡Ponle las esposas!
Teodoro no ofreció resistencia. Enriqueta le puso las esposas con los brazos a la espalda y una mordaza en la boca. Rufina lo empujó encima de la cama. Se quitó las pinzas de los pezones, se las puso en el forro de los cojones y le dijo a su hijastra:
-Saca tus pinzas y pónselas en sus pezones.
Enriqueta hizo un saludo de reverencia, y le dijo:
-Lo que usted mande, abadesa.
Enriqueta hizo lo que le dijo. Rufina subió encima de Teodoro y tirando con una mano de las cadenas de las pinzas que tenía en el forro de los cojones y con la otra de las de los pezones, lo cabalgó a toda hostia. Enriqueta, sentada en la cama veía la cara de sufrimiento y gozo de su padre y el gordo culo y las grandes tetas de su madrastra volando de un lado para el otro y se iba excitando, y más que se excitó cuando su padre se corrió dentro de su madrastra y cuando su madrastra, jadeando cómo una perra, bañó la polla de su padre con una inmensa corrida… Luego se puso negra al ver cómo su madrastra le quitaba la mordaza, le ponía el coño en la boca a su padre y le obligaba a tragar la leche de la corrida y los jugos que acababa de echar. Le dijo:
-¡Jodeeer que puerca es, abadesa!
Rufina no dijo nada. Cuando Teodoro acabó de tragar, metió la polla en la boca y se la mamó… Poco después viendo que no se le ponía dura, le dijo a su marido:
-¡O se le pone la polla dura o le reviento la cara a hostias, señor marqués!
Al rato, cómo la polla no se le puso dura le empezaron a caer bofetadas en la cara: "¡Plin, plas!" Con las bofetadas se le fue poniendo tiesa, hasta que quedó mirando al techo, entonces, Rufina, le dijo a su hijastra:
-Te toca. ¡Rómpele la polla al marqués!
Enriqueta era una buena alumna. Cogió las dos cadenas de las pinzas, y tirando de ellas, su culo voló de atrás hacia delante y de delante hacia atrás… Al rato sintió cómo su padre se corría dentro de ella, dejó de tirar de las cadenas y se derrumbó sobre él convulsionándose con el gusto que sintió al venirse. Al acabar, por no ser menos cerda que su madrastra, le puso el coño en la boca a su padre e hizo que tragara el semen mezclado con sus flujos vaginales, cosa que Teodoro tragó con grado.
Al acabar lo soltaron. El cabrón estaba agradecido por lo que le hicieran.
-Gracias, abadesa, gracias, novicia -cogió la fusta-, mas ahora toca obediencia al marqués. Vos, abadesa, sentaos en el borde de la cama, y vos -le dijo a Enriqueta-, echaos sobre su regazo para que os castigue por haber faltado a vuestros votos.
Tan pronto cómo Enriqueta se echó sobre su regazo, Rufina, comenzó a darle vigorosos azotes en su duro trasero. Enriqueta ya se enviciara con el juego, y le dijo:
-Tienes la fuerza de una niña, mami.
Rufina, odiaba que le llamara "mami". Con la lengua fuera, y mordiéndola, le dio con saña: "¡¡¡Plas, plas, plas!!!", Enriqueta con el culo colorado cómo un tomate maduro, se rio de ella.
-¡Qué vainilla eres, mami!
Teodoro no estaba con esas.
-¡De la abadesa no se ríe ninguna novicia bribona!
Teodoro cogió a su hija por la espalda, la levantó en alto en peso y se la clavó en el culo de una estocada, Enriqueta, exclamó:
-¡Ayyy, hijo… de una marquesa!
Rufina se agachó y le comió el coño mojado y abierto y le tiró de las pinzas. Enriqueta, chilló:
-¡Cabrones!
Siguió quejándose de vicio, mas por poco tiempo, ya que al rato y sin avisar, soltó un chorro de jugos que sorprendió a su madrastra e hizo que se separara de ella, aunque al sentir como gemía y ver como salía un rió de jugos de su coño, le lamió el coño hasta que terminó de correrse, Teodoro se corrió dentro del culo de Enriqueta. Con ella en brazos y con cara de asombrado, miró para su hija, luego miró para su esposa y le preguntó:
-¡¿Qué coño hago yo dándole por el culo a mi hija?! ¿Con qué me drogasteis?
El marqués de Sade se había ido, y con él la diversión.
Quique.